martes, 9 de abril de 2013

Sobre el ego III

 


Dios está con nosotros
Dios está con nosotros, pero nosotros, ¿dónde estamos?
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… Pero si esto es así, ¿porque siento este vacío o este desasosiego o este constante ir y venir de lo placentero y lo doloroso? Si Dios está conmigo ¿porque la confusión, la duda, el temor?”
 “No podemos responder esa pregunta sino tratando de comprender más profundamente nuestra caída condición actual.
En algún otro texto comentábamos acerca del fenómeno de la identificación mediante el cual creíamos ser el cuerpo o la mente (pensamientos), sintiendo, a consecuencia de ello, mucho sufrimiento.
El ego, automatismo que en estos comentarios tratamos de comprender, para mejor entregarnos a la voluntad de Dios, está formado por una suma de identificaciones. Y ¿qué es identificarse? Es hacerse idéntico a algo, asimilarse, igualarse con algo.
Nos hemos acostumbrado desde muy pequeños a “ser” mediante la identificación. Es un modo de “ser a través de algo” que, sembrando la semilla de lo aparente, termina con el tiempo cubriendo lo verdadero, lo que somos en esencia.
En nuestro lenguaje cotidiano podemos ver como esto se manifiesta: Soy de tal divisa, se dice, o soy ingeniero, soy madre, soy joven, soy tímido, soy pobre, soy blanco o soy de tal nacionalidad, etc. Mostrando esto la profundidad de la identificación que vivimos con aquello que, en todo caso, sería un atributo, una adhesión o una forma, nunca lo que somos.
Nos imaginamos lo que somos, es decir, nos imaginamos a nosotros mismos en función de las identificaciones que ha asumido nuestra mente, o de las características de nuestro cuerpo, o según lo que seleccionamos de nuestra historia de vida, pero esto no es lo que somos.
El ego del que hablamos, que tantos males acarrea y que, en definitiva, nos impide abrirnos plenamente a la acción de la gracia, está construido con estos ladrillos de identificación. Es una suma de dependencias, porque esta personalidad ficticia depende para su bienestar de la marcha de todos aquellos factores con los cuales se ha hecho idéntica.
Pero… si pierde tu divisa o club, ¿se ha perdido algo de ti? Si te roban el auto, o ese objeto tan preciado, ¿has perdido algo de lo que eres? Si aquel proyecto que tenías no salió como esperabas, ¿has perdido algo realmente? Si debido a un desafortunado accidente pierdes las piernas, ¿has perdido algo de tu ser? ¿qué dirías? ¿que debido a ello tu ser es más pequeño o más liviano?.
No pretendo tomar a risa lo que resulta sin duda muy doloroso, pero cuando analizamos con algo de detenimiento estas cuestiones, salta a la vista que lo que somos no es nada de aquello por lo cual solemos afanarnos.
Aunque convencionalmente se acepte que es algo erróneo, la sociedad en general sigue valorando a las personas por su apariencia, o por sus posesiones, o el grado de éxito alcanzado en la pirámide social. Y esta sociedad de la que hablamos se hace carne en nosotros a través de múltiples influencias, que terminan moldeándonos y haciendo nuestra propia mirada similar a la de ella.
Lo que mira y valora el ego, es lo que mira y valora la sociedad en general. No podría ser de otro modo, ya que aquél fue formado íntegramente en esta. Y, por supuesto, esta mirada recae sobre nosotros mismos haciéndonos cosa, devenimos objeto de juicio según esos mismos valores fundados en lo ilusorio y lo fugaz.
Sin darnos cuenta, en algún momento, empezamos a mirarnos en función de los logros, o de las capacidades, o de los bienes materiales, y a relacionarnos con los demás a través de sutiles comparaciones. O según las apariencias y el parámetro de belleza de la época, la cultura, y la moda del lugar donde nos tocó nacer.
Y esto nos sumerge en ansiedad y desdicha innumerable, porque gastamos nuestros días aquí dibujando formas en el aire, corriendo tras espejismos, afanados en lo caduco. Y no se trata, claro, de no satisfacer las necesidades de la vida, sino de que, con esa excusa, vivimos atendiendo a lo secundario.
En principio y desde nuestra experiencia personal a esa pregunta que decía: ¿porque siento este vacío o este desasosiego o este constante ir y venir de lo placentero y lo doloroso? Si Dios está conmigo ¿porque la confusión, la duda, el temor?
Podemos empezar a responderla diciendo que el vacío, el desasosiego y ese constante ir y venir entre lo doloroso y lo placentero son los indicadores, los síntomas de que estamos viviendo la vida como no debe ser vivida. No estamos siguiendo su sentido, no estamos alineados con el plan que Dios ha inscrito en todo lo existente.
Y sin duda, este salirse fuera de lo que Es resulta doloroso para ese ser que somos realmente. En general nuestra atención e interés están en pos de algún objeto, persona o situación. Dios está con nosotros, pero nosotros, ¿dónde estamos?

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