“Este ego del que hablamos y que decimos supone un obstáculo para la percepción de lo sagrado en la vida cotidiana tiene su razón de ser. Surge como armadura, como coraza defensiva general contra el miedo y el desamparo que derivan de la falta de fe y de la confianza en Dios.
Nuestra situación en la existencia sin Dios es por completo inestable. El ego busca fortalecerse en pos de una sensación de seguridad que le permita relajarse, esto es: no sentir temor constante. Por eso tener muchas posesiones, ascender en alguna línea jerárquica, contar con el afecto de muchos o de “importantes”, etc., brindan un alivio paliativo a la inquietud que siempre pervive en el fondo de la mente.
Este alivio es muy transitorio y en extremo dependiente de lo que ocurra, por lo cual la seguridad tan buscada permanentemente se diluye y nos lanzamos a buscar nuevos logros o cosas que vuelvan a ilusionarnos con un cobijo que se nos escapa.
Si el ego ha encontrado cierto contento en alguna relación, tratará de controlarla, de retenerla, de garantizarse de algún modo la continuidad de la misma; logrando con ello seguramente lo contrario de lo que buscaba, al haber asfixiado con sus ansias aquello que prometía comunión y alegría.
Así, del mismo modo, actuará este ego (por darle algún nombre a este automatismo), con las riquezas o el reconocimiento de los demás. Habiendo encontrado descanso en alguna cosa exterior, lo perderá agitándose por asegurar en el futuro aquello cuya esencia es lo fugaz. Y lo mismo con cada variante derivada del mismo esquema: Buscar o mantener la mejor apariencia, tener la razón, encontrar antes aquello, conseguir el mejor lugar, ser mejor que tal, acumular algo… cualquier cosa sirve para simular seguridad en una interioridad que tiembla ante un vacío existencial que no se puede llenar sino con Dios.
La fe y la confianza en la providencia divina no se antojan apetecibles porque suponen un progresivo debilitamiento del ego, que no imagina que sea gustoso nada que no logre debido a “su propia bondad”, o a “su esfuerzo”, o a “sus méritos”. ¿Qué gracia vería en ello si ya no tiene nada que superar? ¿Cuál, si ya no le será posible acumular?.
Sin embargo la fe y la confianza en Dios no pueden generarse forzadamente en el interior de la persona. Es necesario que ocurra una comprensión profunda de la situación que vivimos y eso por si solo facilita la apertura hacia una actitud nueva de mayor entrega.
¿Pero qué es lo que tanto hay que comprender?
Que nuestra condición básica en esta existencia es de carencia. Que estamos condicionados e impulsados a buscar la completitud de esa carencia. Que nuestros esfuerzos son y serán baldíos mientras busquemos la plenitud fuera de nosotros. Que solo Dios puede completarnos realmente y que Él vive ya y está presente en nosotros del modo más íntimo que podamos concebir.
Pero si esto es así ¿porque siento este vacío o este desasosiego o este constante ir y venir de lo placentero y lo doloroso? Si Dios está conmigo ¿porque la confusión, la duda, el temor?”
No hay comentarios:
Publicar un comentario