domingo, 21 de abril de 2013

La historia del Pastor y las ovejas

Juan 10, 27-30. Pascua. Jesús es nuestro Pastor, pero nosotros tenemos que esforzarnos por ser ovejas buenas.
 
La historia del Pastor y las ovejas
Del santo Evangelio según san Juan 10, 27-30

En aquel tiempo dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Oración introductoria

Señor, esta meditación es una oportunidad para continuar celebrando tu Pascua de Resurrección. Saber que me amas, que me pides mi ayuda en la nueva evangelización y que esperas tanto de mí me anima a ofrecerte mi fe y devoción. Te agradezco y te bendigo por todo tu amor.

Petición

Señor, mi buen pastor, concédeme tener siempre mi conciencia clara: ¡Soy conocido y amado infinitamente!

Meditación del Papa Benedicto XVI

Volvamos al Evangelio, y a la palabra del pastor. "El buen pastor da su vida por la ovejas". Jesús insiste en esta característica esencial del verdadero pastor que es él mismo: "dar la propia vida". Lo repite tres veces, y al final concluye diciendo: "Por esto me ama el Padre, porque yo entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla: este mandato he recibido de mi Padre". Este es claramente el rasgo cualificador del pastor tal como Jesús lo interpreta en primera persona, según la voluntad del Padre que lo envió. La figura bíblica del rey-pastor, que comprende principalmente la tarea de regir el pueblo de Dios, de mantenerlo unido y guiarlo, toda esta función real se realiza plenamente en Jesucristo en la dimensión sacrificial, en el ofrecimiento de la vida. En una palabra, se realiza en el misterio de la cruz, esto es, en el acto supremo de humildad y de amor oblativo. Dice el abad Teodoro Studita: “Por medio de la cruz nosotros, ovejas de Cristo, hemos sido reunidos en un único redil y destinados a las eternas moradas." (Benedicto XVI, 29 de abril de 2012).

Reflexión

Seguramente todos habremos visto, en más de una ocasión, un rebaño de ovejas pastando. Una enorme masa de algodón sobre una alfombra verde, natural, y un pastor que las apacienta. Es una escena muy hermosa y pintoresca, y no deja de suscitarnos un sentimiento de simpatía, sobre todo cuando vemos a las ovejillas casi recién nacidas brincando entre las demás ovejas del rebaño.

Es una imagen lírica y bucólica que ha inspirado a muchos poetas, músicos y artistas como tema de sus composiciones. Baste recordar, por ejemplo, las famosas Églogas del gran poeta latino Virgilio, la novela pastoril “La Galatea”, de Cervantes; o tantas otras obras literarias que describen bellamente la vida del campo: Boscán, Garcilaso de la Vega, Góngora, Tirso de Molina, Lope de Vega. En la música, tenemos la magistral Sexta Sinfonía de Beethoven, también llamada “Pastoral”. Y en el campo de la pintura, tantísimos cuadros de todas las épocas: Fra Angélico, Giotto, Botticelli, Monet, Degas y miles más.

Pero mucho antes que todos estos personajes del arte y de las letras, alguien más habló de pastores y de ovejas, y de una manera muchísimo más profunda y sublime: nuestro Señor Jesucristo. Y también los profetas. En su lenguaje teológico-espiritual, el Pastor es Dios, y las ovejas, el pueblo elegido. Y en la predicación del Señor, el Pastor es Él mismo y las ovejas, nosotros, su Iglesia.

El profeta Ezequiel, por ejemplo, tiene todo un capítulo de su libro en donde habla de los malos pastores que se apacientan a sí mismos –o sea, los falsos guías del pueblo, que vinieron antes de nuestro Señor-; y, en contraposición, nos presenta al pastor fiel, que es el mismo Dios. De éste se expresa con tonos muy delicados: "Yo mismo –dice el Señor- iré a buscar a mis ovejas y las reuniré. Como recuenta el pastor a sus ovejas el día en que la tormenta dispersa a la grey, así recontaré yo a mis ovejas, y las pondré a salvo en todos los lugares en que fueron dispersadas el día del vendaval... Yo mismo apacentaré a mis ovejas y yo mismo las llevaré a la majada –dice el Señor Yahvé-. Buscaré a la oveja perdida, traeré a la extraviada, vendaré a la herida, curaré a la enferma y guardaré a las fuertes y robustas" (Ez 34, 11-12. 15-16). Y continúa así todo el capítulo. Imagen perfecta de este pastor es nuestro Señor Jesucristo.

El evangelio de Juan nos presenta, por su parte, el hermoso discurso de Jesús en donde Él mismo se define como el buen Pastor, el verdadero. Éste apacienta a sus ovejas con amor, fidelidad, justicia y misericordia. A éste lo conocen las ovejas, oyen su voz y las ovejas lo siguen; no hacen caso a los extraños porque no conocen su voz (Jn 10, 1-6).

Y "conocer", en lenguaje bíblico, es mucho más profundo que en nuestra lengua vernácula. Es el conocimiento del amor, de la intimidad, de la familiaridad, de la entrega total por el amado. Así lo expresa a continuación Jesús: "Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.Yo soy el buen Pastor; el buen pastor da la vida por sus ovejas… Yo soy el buen Pastor, y conozco a las mías, y las mías me conocen a mí… y pongo mi vida por las ovejas" (Jn 10, 10-15).

Estas palabras nos evocan la bellísima oración del Salmo 23: "El Señor es mi Pastor, nada me falta. Me hace recostar en verdes pastos y me lleva a frescas aguas. Recrea mi alma, me guía por senderos seguros por el amor de su nombre. Aunque camine por cañadas tenebrosas, no temo mal alguno, porque Tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado son mis consuelos". ¡Qué delicia y qué seguridad ser apacentados por un Pastor así!
La imagen del buen Pastor ha sido representada miles de veces en el arte cristiano de todos los tiempos: en pinturas, esculturas, iconos… y también en la literatura de los Santos Padres, de los teólogos y de los poetas.

San Agustín, por ejemplo, tiene un estupendo sermón en el que comenta el capítulo 34 de Ezequiel, que acabamos de citar, en donde dice: "Para vosotros, como obispo, soy vuestro pastor; pero con vosotros, como cristiano, soy también oveja del rebaño de Cristo".

Hace poco me escribió un amigo y me envió un soneto compuesto por él mismo. Me gustó mucho, y creo que hoy nos viene como anillo al dedo. Dice así: "Tú me dices, Señor: Pace confiado,/ sólo sigue mi voz y su latido,/ siega el tacto voraz y el fino oído,/ ven a mi fuente y quedarás saciado,/ que aquí tengo tu sitio reservado./ Reposa en mí tu corazón dolido,/ en mi pecho adormece tu gemido/ y deja, calmo, el sueño a mi cuidado./ Yo soy el Pastor que guarda Su ganado/ y busca el corderillo lacerado,/ con música de flautas atraído/ y entre zarzas y espinos atrapado./ Tu mano firme hunde en mi costado./ No dudes más, aún tengo el pecho herido".

Este poema me hizo recordar aquel otro soneto, de Lope de Vega, de una inspiración religiosa de altos vuelos, que comienza así: "Pastor, que con tus silbos amorosos/ me despertaste del profundo sueño:/ tú que hiciste cayado de este leño/ en que tiendes los brazos poderosos"...

Sí, Jesucristo es nuestro buen Pastor. Él ha dado su vida y su sangre por nosotros, para redimirnos de nuestros pecados, para darnos vida eterna. Hemos sido comprados al precio de la sangre de Cristo –como nos dice san Pedro en su primera epístola (I Pe 1, 18-19). Por eso, sus ovejas "no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de su mano".

Pero, para ello, también nosotros tenemos que esforzarnos por ser ovejas buenas de este buen Pastor. Dejémonos, pues, apacentar y conquistar por Él siendo dóciles en el cumplimiento amoroso de su santísima voluntad sobre nosotros. Seamos buenas ovejas por nuestra fe y amor a Él, por la obediencia, la vida de gracia y la fidelidad sincera a sus mandamientos.

domingo 21 Abril 2013
Cuarto Domingo de Pascua
San Conrado Parzham





Leer el comentario del Evangelio por
San Gregorio Magno : “Yo os doy la vida eterna”
Lecturas
Hechos 13,14.43-52.

Mientras ellos, dejando Perge, llegaban a Antioquía de Pisidia. El sábado entraron en la sinagoga y se sentaron.
Y cuando se dispersó la asistencia, muchos ju díos y de los que temen a Dios les siguieron. Pablo y Bernabé continuaron conversando con ellos, y los exhortaban a perseverar en la gracia de Dios.
El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió para escuchar a Pablo, que les habló largamente del Señor.
Los judíos se llenaron de envidia al ver todo aquel gentío y empezaron a contradecir con insultos lo que Pablo decía.
Entonces Pablo y Bernabé les hablaron con coraje: «Era necesario que la Palabra de Dios fuera anunciada a ustedes en primer lugar. Pues bien, si ustedes la rechazan y se condenan a sí mismos a no recibir la vida eterna, sepan que ahora nos dirigimos a los que no son judíos.
El mismo Señor nos dio la orden: Te he puesto como luz de los paganos, y llevarás mi salvación hasta los extremos del mundo.
Los que no eran judíos se alegraban al oír estas palabras y tomaban en consideración el mensaje del Señor. Y creyeron todos los que estaban destinados para una vida eterna.
Con esto la Palabra de Dios empezó a difundirse por toda la región.
Pero los judíos incitaron a mujeres distinguidas de entre las que temían a Dios y también a los hombres importantes de la ciudad y promovieron una persecución contra Pablo y Bernabé hasta que los echaron de su territorio.
Así que los apóstoles se fueron a la ciudad de Iconio, pero al salir sacudieron el polvo de sus pies en protesta contra ellos.
Dejaban a los discípulos llenos de gozo y Espíritu Santo.

Salmo 100(99),2.3.5.

Sirvan al Señor con alegría, lleguen a él, con cánticos de gozo!
Sepan que el Señor es Dios, él nos hizo y nosotros somos suyos, su pueblo y el rebaño de su pradera.
«Sí, el Señor es bueno, su amor dura por siempre, y su fidelidad por todas las edades».

Apoc. 7,9.14b-17.

Después de esto vi un gentío inmenso, imposible de contar, de toda nación y raza, pueblo y lengua, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos,
Yo contesté: «Señor, tú lo sabes.» El Anciano me replicó: «Esos son los que vienen de la gran persecución; han lavado y blanqueado sus vestiduras con la sangre del Cordero.
Por eso están ante el trono de Dios y le sirven día y noche en su templo; el que está sentado en el trono extenderá su tienda sobre ellos;
ya no sufrirán más hambre ni sed ni se verán agobiados por el sol ni por viento abrasador alguno,
porque el Cordero que está junto al trono será su pastor y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida; y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.»

Juan 10,27-30.

Mis ovejas escuchan mi voz y yo las conozco. Ellas me siguen,
y yo les doy vida eterna. Nunca perecerán y nadie las arrebatará jamás de mi mano.
Aquello que el Padre me ha dado lo superará todo, y nadie puede arrebatarlo de la mano de mi Padre.
Yo y el Pad re somos una sola cosa.»

Extraído de la Biblia Latinoamericana.

Leer el comentario del Evangelio por
San Gregorio Magno ( c.540-604), papa y doctor de la Iglesia
Homilías sobre el Evangelio, n°14 (trad. cf breviario 4º domingo de Pascua)
“Yo os doy la vida eterna”
El Señor dijo: “Mis ovejas escuchan la voz, y yo los conozco; ellas me
siguen y yo les doy vida eterna”. Sobre el mismo tema, Él dijo un poco más
adelante: “Yo soy la puerta; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y
saldrá y encontrará pasto” (Juan 10,9). Entrará por la fe, Él saldrá
pasando de la fe hacia la visión cara a cara, de la creencia a la
contemplación, y encontrará un pasto a su llegada al festín eterno. Las
ovejas del Buen Pastor encuentran por tanto el pasto, pues todos los que le
siguen con un corazón humilde, son alimentados con el pasto de las praderas
eternamente verdes. ¿Y cuál es el pasto de esas ovejas, sino las alegrías
interiores de un paraíso eternamente verde? El pasto de los elegidos, es el
rostro de Dios, siempre presente: y cuando lo contemplamos sin
interrupción, el alma se sacia sin fin de un alimento de vida...Busquemos
pues, hermanos queridos, este pasto en el que encontraremos nuestra
alegría, fruto de esa fiesta que se celebra en el cielo por tantos de
nuestros ciudadanos. Que su júbilo nos estimule... ¡Despertemos nuestras
almas, hermanos míos! Que nuestra fe, sienta el calor de aquello en lo que
creemos, que los bienes de lo Alto enciendan nuestros deseos. Amar así ya
es estar en camino. No dejemos que ninguna prueba nos desvíe de la
felicidad de esta fiesta interior, porque si deseamos llegar a la meta que
nos hemos fijado, ninguna dificultad puede disuadir ese deseo. No dejemos
que nos seduzcan falsas victorias. Sería estúpido el viajero que
deslumbrado por el espectáculo del maravilloso paisaje, olvide a mitad de
camino el destino de su viaje.

No hay comentarios: