sábado, 6 de abril de 2013

Catalina Tomás, Santa

Monja, 5 de abril
Catalina Tomás, Santa
Catalina Tomás, Santa

Monja

Martirologio Romano: En la ciudad de Palma, en la isla de Mallorca, en España, santa Catalina Tomás, virgen, que, habiendo ingresado en la Orden de Canonesas Regulares de San Agustín, destacó por su humildad y la abnegación de la voluntad ( 1574).

Fecha de canonización: 22 de junio de 1930 por el Papa Pío XI.
Sí alguna vez van ustedes a Mallorca, será obligado que visiten Valldemosa. El turismo se basa, por desgracia, en lo espectacular. Y así, les enseñarán la Cartuja, con sus celdas, y aquellas donde vivieron el pobre Federico Chopin y la escritora George Sand una bien pobre aventura humana. O en La Foradada, la mancha de humo de aquella hoguera que encendió Rubén Darío, cuando quiso hacer una paella junto al mar. Salvo que ustedes pregunten, nadie o casi nadie les hablará de Catalina Thomás, aquella "santita mucama", como la llamó un escritor viajero español.

Pues allí, en Valldemosa, nació la chiquilla. En 1531, según unos historiadores. O en 1533, según otros. Hija de Jaime Thomás y Marquesina Gallard. Y desde su niñez, la leyenda dorada que acompaña piadosamente a los santos con milagros candorosos y prodigios extraños.

Las biografías de Catalina Thomás recogen un sinfín de estos datos que muestran que la Santa tuvo, ya en vida, una admiración popular fervorosa: mientras recoge espigas, Catalina recibe la visión de Jesús crucificado. Otra vez, huyendo de una fiesta popular que no le gustaba, es Nuestra Señora misma quien baja a decirla que está escogida por su Hijo. Hasta prodigios candorosos: una vez, llorando arrepentida por haber deseado unos vestidos como los de su hermana, dice la tradición que Santa Práxedes y Santa Catalina mártir —que será siempre fiel protectora suya— bajan del cielo para consolarla.

Pocos prodigios tan poéticos, tan bellos como el de aquella noche en que, al despertarse, vio Catalina la habitación inundada de una luz hermosa y clara. Era la luz blanca, azulada, del plenilunio. Catalina piensa que está amaneciendo y se levanta a por agua a una cercana fuente. Estando allí, dieron las doce de la noche en la Cartuja y luego la campana que llamaba a coro a los frailes del convento. Catalina se asusta entonces, al encontrarse perdida en aquella noche de luz tan misteriosa. Como es una chiquilla, empieza a llorar. Y San Antonio Abad, dicen, bajó del cielo y la tomó de la mano para llevarla a casa.

Catalina va a conocer una gran amargura muy joven. A los tres años murió su padre. Ella se puso a rogar por su alma y un ángel vino a decirle que estuviese contenta, porque su padre estaba en la gloria de Dios. Cuatro años más tarde, tenía siete la chiquilla, se le aparece su madre:

"Hija mía, acabo de expirar en este mismo momento. Estoy esperando tus oraciones para entrar en la gloria." Y tres horas más tarde, Catalina recibía el consuelo de que su madre estaba en el cielo. Huérfana, Catalina fue recogida por unos tíos suyos, quienes la llevaron al predio "Son Gallart". Durante once años, Catalina vivió en aquella finca, a seis o siete kilómetros de Valldemosa. Es éste un momento duro para Catalina, pues la ausencia de Valldemosa significa dificultad para ir al templo, para oír misa y para las prácticas religiosas en la casa de Dios. Los domingos, al fin, podía asistir a misa en el oratorio de la Trinidad. Es aquella zona donde los eremitas buscaban la paz de Dios frente a la paz de aquel mar inolvidable; frente a esos crepúsculos de Mallorca en los que el sol parece incendiar finalmente las aguas, teñirlas de rojo o, cuando está en lo alto, revela desde la cornisa valldemosina, el fondo limpísimo del mar.

Pero Catalina no tenía mucho tiempo para la contemplación poética. Una finca como "Son Gallart" exige mucho trabajo. Hay en ella muchos peones, y ganado, y faenas de labranza que realizar. Catalina es una muchacha activa. Ya es la criadita. Va a donde trabajan unos peones a llevarles la comida de mediodía, trabaja en la casa, fregando, cosiendo, barriendo; guarda algún rebaño cuando lo manda tío Bartolomé. Y tiene siempre buen semblante, sonrisa a punto, corazón abierto.

Aparece entonces en la vida de Catalina un personaje importante y muy decisivo. Uno de aquellos ermitaños, el venerable padre Castañeda. Es un hombre que ha abandonado el mundo buscando la total entrega de su alma al Señor. Vive en las colinas y de limosna. Un día pasa por el predio a pedir y Catalina le conoce. Surge entre ambos una corriente de simpatía y de afecto. Recomendada más tarde por Ana Más, Catalina va a visitar al padre Castañeda al oratorio de la Trinidad. Catalina se le confía: ella quiere ser religiosa. A la segunda entrevista, el padre Castañeda está convencido. La dirección espiritual del religioso hará todavía un gran bien a la muchacha. Pero entonces empieza un largo episodio: el de las dificultades.

Los tíos, al saber la vocación de su sobrina, se oponen decididamente. Por aquellas fechas, una muchacha valldemosina, que había ingresado en un convento de Palma, se sale, reconociéndose sin verdadera vocación. Es, pues, mal momento político para que nadie ayude a Catalina. Por otra parte, Catalina era una muchacha guapa y muy atractiva. Es natural que muchos jóvenes de los alrededores se fijaran en ella con el deseo de entablar relaciones y casarse. Catalina espera pacientemente. Y otra dificultad llega. El padre Castañeda decide marcharse de Mallorca.

Catalina se despide de él con una sonrisa misteriosa. No, el padre se irá, pero volverá, porque Dios quiere que él sea su apoyo para entrar en el convento. Efectivamente, el barco que llevaba al religioso sale de Sóller con una fuerte tormenta que le impide llegar a Barcelona. Y regresa de nuevo a Valldemosa. El religioso ve que la profecía de la muchacha se ha cumplido y decide ayudarla plenamente. Va a hablar con los tíos y los convence. Catalina se marcha a Palma, para ir realizando las gestiones previas a su ingreso en un convento. Y, en tanto, se coloca como sirvienta en la casa de don Mateo Zaforteza Tagamanent y, en concreto, al servicio de una hija de este señor llamada Isabel. Las dos muchachas se cobran un fuerte cariño. Isabel la enseña a leer, escribir, bordar y otros trabajos. Catalina da más; Catalina habla de Dios, permanentemente, a Isabel. Y lleva una vida tan heroica, tan mortificada, que cae enferma. Los señores y sus hijos se turnan celosamente junto al lecho de la criada. Como si la criada fuese ahora la señora y ellos los honrados en servirla.

Y llega el momento de intentar, ya en serio, el ingreso en alguno de los conventos de Palma. El padre Castañeda los recorre, uno tras otro. Hay un grave inconveniente: Catalina carece de dote. Es totalmente pobre. Pero estos conventos son también necesitados. No pueden acoger a una aspirante que no traiga alguna ayuda... Convento de Santa Magdalena, de San Jerónimo, de Santa Margarita... Las noticias que el padre va llevando a Catalina son descorazonadoras. Catalina se refugia en la oración. Y reza tan intensamente que, cuando ya todo aparece perdido, los tres conventos a la vez, interesados por la descripción que de la joven les ha hecho el religioso, deciden pasar por alto el requisito de la dote. Y los tres conventos están dispuestos a admitir a Catalina Thomás.

Una tradición representa a Santa Catalina, sentada en una piedra del mercado, llorando tristemente su soledad. Y en aquella piedra, según la misma tradición, recibe Catalina la noticia de que ha sido admitida. Aún se conserva esta piedra, adosada al muro exterior de la sacristía, en la parroquia de San Nicolás, con una lápida —colocada en 1826— que lo acredita. Catalina, entonces, decide ingresar en el primero de los tres conventos visitados, el de Santa Magdalena.

A los dos meses y doce días de su ingreso, Catalina toma el velo blanco. Media ciudad de Palma, con su nobleza al frente, acude al acto, pues tanta es ya la fama de la muchacha. Enero de 1553.

Los años que vive Catalina en el convento palmesano serán casi ocultos. Pero como es tan difícil que la santidad pueda estar bajo el celemín, toda la ciudad acude a verla, a consultarle sus problemas, a encomendarse a sus oraciones, a pedirle consejo... Ella se resiste a salir al locutorio, se negaba a recibir regalos y cuando tenía que recibirlos, los daba a las demás monjas. Practicaba la pobreza, la obediencia, la castidad, siempre en grado heroico. La prelada decidió un día someterla a una prueba bien dura. En pleno verano, le ordenó que se saliese al patio y estuviera bajo el sol hasta nueva orden. Catalina no dice una sola palabra: va al lugar indicado y permanece allí varias horas, hasta que la superiora, admirada de su fortaleza, la manda llamar.

Catalina crece en amor y sabiduría. Sus éxtasis son cada vez más frecuentes e intensos. Algunos duran hasta días. En su celda se conserva aún la piedra sobre la que se arrodillaba y que muestra las hendiduras practicadas por tantísimas horas de oración en hinojos. Aunque ella procuraba ocultar, por humildad, estos regalos de Dios, era natural que sus hermanas se enterasen. Y la fama crecía.

Un día, Catalina recibe el aviso de Dios. Diez años antes de su muerte, supo cuándo sería llamada por el Señor. Y estuvo esperando ansiosamente este momento. La Dominica de Pasión de 1574, el 28 de marzo, Catalina entró en el locutorio donde estaba una hermana suya con una visita. Iba a despedirse —dijo—, pues se marchaba al cielo. Y efectivamente, al día siguiente, después de comulgar en éxtasis, mandó llamar al sacerdote porque se sentía morir. Los médicos dijeron que no la encontraban grave, pero el sacerdote acudió y apenas recibidos los sacramentos, mientras la superiora rezaba con ella las oraciones, tras haber pedido perdón a la madre y a las hermanas, cayó en un éxtasis al final del cual entregó su alma a Dios el 5 de abril.

Lo demás, vendría por sus pies contados. El proceso de beatificación, la beatificación, el proceso siguiente y por fin la gloria de los altares. Con una particularidad. El fervor popular por Santa Catalina Thomás iría creciendo y manteniéndose de tal modo que, aunque ella murió en 1574, la beatificación se dicta —por Pío VI— en 1792 y la canonización —por Pío XI— en 1930. El cuerpo de Catalina Thomás se ha conservado incorrupto.

La vida de esta muchacha mallorquina es, ya lo decimos, un distinto camino de la santidad, Una santidad vivida con impresionante sencillez, con rotunda eficacia. Una santidad hecha de la elevación de la virtud al grado heroico. Y, al mismo tiempo, una santidad popular. En el alma de Mallorca sigue bien recio el amor por su santita criada, su santita pastora, su santita monja. Aunque el turismo no muestre su itinerario, está en el corazón de los mallorquines.

En Valldemosa se la festeja durante dos días, 27 y 28 de Julio. El Martirologio romano la recuerda el 5 de Abril.
Santa Catalina Tomás, virgen
fecha: 5 de abril
n.: 1531 - †: 1574 - país: España
otras formas del nombre: Catalina de Palma
canonización: B: Pío VI 1792 - C: Pío XI 22 jun 1930
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En la ciudad de Palma, en la isla de Mallorca, en España, santa Catalina Tomás, virgen, que, habiendo ingresado en la Orden de Canonesas Regulares de San Agustín, destacó por su humildad y la abnegación de la voluntad.

Catalina Tomás, que nació en el pueblecito de Valdemuzza y murió en Palma, pasó toda su vida en la isla de Mallorca. Sus padres murieron cuando la niña -que era la séptima hija- sólo tenía siete años, sin dejarle nada de herencia. Se cuentan cosas muy tristes de los malos tratos que sufrió Catalina en la casa del tío paterno a cuyo cuidado había quedado; era prácticamente una esclava, a la que los mismos criados podían sobrecargar el trabajo y maltratar a su gusto. Catalina soportó esos sufrimientos con invencible paciencia y mansedumbre. Cuando tenía unos quince años de edad, las apariciones de san Antonio y su patrona santa Catalina despertaron en ella la vocación religiosa. La joven confió sus deseos a un santo ermitaño, el P. Antonio Castañeda. Para probar su vocación, el ermitaño le dijo que continuase encomendando el asunto a Dios y que él lo haría también hasta obtener la respuesta del cielo. Catalina obedeció, pero tuvo que esperar largo tiempo; la espera resultó tanto más larga, cuanto que el temor de verse privado de sus servicios hizo que su tío la maltratase aun más que antes. Sin embargo, el P. Antonio no la olvidó, a pesar de lo difícil que era encontrar sitio en un convento para una joven sin dote. Para empezar, el P. Antonio arregló que Catalina fuese a servir a una familia de Palma, donde su vida espiritual no encontraría ninguna oposición. La hija de la casa le enseñó a leer y a escribir; pero, en cuestiones de vida espiritual, se convirtió en discípula de Catalina, pues ésta, había ya avanzado mucho en el camino de la perfección.

Varios conventos abrieron sus puertas a Catalina, casi al mismo tiempo, la joven decidió ingresar en el de Santa María Magdalena de Palma, de las Canonesas de San Agustín. Tenía entonces veinte años. Desde el primer momento, se ganó el respeto de todos por su santidad, su humildad y su deseo de ser útil a los demás. Durante algún tiempo, Catalina no se distinguía en nada de sus fervorosas connovicias; pero pronto fue objeto de una serie de extraordinarios fenómenos, que se cuentan detalladamente en su vida: Todos los años, desde un par de semanas antes de la fiesta de santa Catalina de Alejandría, entraba en un profundo trance. Inmediatamente después de comulgar, le sobrevenía una especie de éxtasis, que duraba buena parte del día, cuando no varios días y aun dos semanas. Algunas veces era como un estado cataléptico en el que desaparecía toda señal de vida; otras veces, la santa avanzaba con los pies juntos y los ojos cerrados, conversando con los espíritus celestiales y totalmente abstraída del mundo exterior. Sólo en algunos casos podía responder a las preguntas que se le hacían. También poseía el don de profecía.

La santa se vio además sujeta a tremendas pruebas y asaltos del enemigo. No sólo tuvo que sufrir los malos pensamientos que le sugería el demonio, sino también alarmantes alucinaciones y aun ataques materiales del espíritu del mal. En tales ocasiones, sus hermanas oían terribles gritos y ruidos y observaban los efectos de los ataques en la santa, pero no veían al enemigo y tenían que cotentarse con tratar de aliviar los sufrimientos de Catalina. La santa trató siempre evitar que esto le impidiese el puntual cumplimiento de sus deberes. Su muerte, que ella misma había predicho, ocurrió cuando no tenía más que cuarenta años de edad. Fue beatificada en 1792 y canonizada en 1930.

En la bula de canonización, Acta Apostólicae Sedis, vol. XXII, 1930, pp. 371-380 se hallará un resumen de la vida de Santa Catalina y una narración detallada de los milagros probados en la última parte del proceso. Las primeras biografías se deben al canónigo Salvador Abrines, confesor de Santa Catalina, y al P. Pedro Caldes. En los documentos del proceso, cuya primera parte fue probablemente impresa en 1669, hay numerosas citas de esas biografías. En la época de la beatificación se publicó en Roma una obra titulada Ristretto della Vita della Beata Catarina Tomas.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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