lunes, 4 de febrero de 2013

Juana de Lestonnac, Santa


Fundadora, 2 de febrero
 
Juana de Lestonnac, Santa
Juana de Lestonnac, Santa

Fundadora

Martirologio Romano: En Burdeos, en Francia, santa Juana de Lestonnac, la cual, siendo niña, rechazó la invitación y los esfuerzos de su madre para apartarla de la Iglesia católica y, al quedar viuda y después de educar convenientemente a sus cinco hijos, fundó la Sociedad de las Hijas de Nuestra Señora, a imitación de la Compañía de Jesús, para la educación cristiana de las muchachas (1640).

Fecha de canonización: 15 de mayo de 1949 por el Papa Pío XII.
Burdeos. Mediodía de Francia. Fría mañana de 1556. Ricardo de Lestonnac, noble magistrado y consejero del rey, que preside su felicísimo hogar en la calle de Cours de Fossés, recibe del cielo la bendición más anhelada para su corazón: una hija, la primogénita, Juana, que llena con la luz de sus ojos azules y su encanto especial la noble morada.

Juana Eyquen de Montaigne, la noble y feliz castellana, recibe en sus brazos el frágil cuerpecito y lo estrecha contra su corazón. Pero se opone tenazmente a que las aguas del bautismo católico corran por la blanca frente de la niña. Es la voluntad firme del padre la que triunfa en la lucha, y Juanita comienza su vida en el campo del rudo combate familiar, que ha de poner en grave peligro la pureza de su fe.

Historietas malvadas y atractivas, en que salen malparados los sacerdotes y el Vicario de Cristo. Veneno entre mieles de caricias maternas. Ausencia total de la Virgen en sus relatos y en sus charlas. Todo lo que la nueva apóstata calvinista anhela inocular en el tierno corazón de aquella privilegiada criatura, a quien su tío, el célebre filósofo Miguel de Montaigne, llamó sin titubeos " ... bella princesa, albergada en magnífico palacio".

Sus tíos, los señores de Beauregard, se unen a la madre hereje para malear la inocencia de Juana. Miguel, el señor de Montaigne, vela por la guarda de su fe. Y la niña triunfa en la lucha con la firme ayuda de su padre y con la cooperación de Guy, el mayor de los hermanos varones, que cada noche repite en sus charlas fraternales cuanto ha aprendido en el colegio que frecuenta, regentado por los padres jesuitas.

La fe, combatida, acaba por hacerse recia y valiente. La devoción a la Virgen arraiga íntima en su alma, y su anhelo de sacrificar el porvenir brillante que el mundo ofrece cede tal sólo ante la insistencia paterna, que teme los claustros y monasterios del mediodía de Francia, invadidos por la herejía.

¿Será la voluntad de Dios?..., ¿Hablará el cielo por la reiterada petición de Gastón de Montferrant Soldán de la Tray, barón de Landirás y de la Mothe, que sueña por hacerla su esposa y lo ruega insistentemente?

Consciente, creyendo acatar así los designios de Dios, acepta Juana.

Y veinticuatro años de felicísimo matrimonio en el baronesado de Landirás son la respuesta afirmativa a su ambición de hacer siempre lo más perfecto.

Ocho veces es Juana madre. Las tres primeras disfruta breves instantes de sus hijos. Muy pronto vuelan al cielo sus angelitos, dejando el baronesado entero sumido en lágrimas y desolación. Las otras cinco —dos varones y tres hembras— van llenando poco a poco, con su alegría y con sus trinos, las dilatadas posesiones bajo sus desvelos de madre y de santa.

La baronesa, la mujer fuerte que canta la Escritura, les enseña cada día los deberes de la cristiana caridad en las visitas a los pobres, a sus colonos, en la abnegada labor de atender y dar hospitalidad a los mendigos que llaman a sus puertas. No sin razón un día la apellidará el mundo entero "honor y gloria de Francia y de la Iglesia".

La primavera del año 1597 ve colgar en los torreones del castillo crespones enlutados. Gastón de Montferrant, fortalecido con su último viático, ha subido al cielo. Y la mano firme y valiente de la baronesa cierra sus ojos para siempre con profundo dolor, pero con inmensa resignación.

Seis años más tarde, cuando el heredero del baronesado ha seguido a su padre a la Patria, después que su hijo Francisco ha fundado su hogar y Marta y Magdalena se han consagrado a Jesús en las Anunciatas de Burdeos, deja a su pequeña Juanita al cargo de Francisco y de su esposa, ya padres de familia, y ella ingresa en las fuldenses de Tolosa, anhelando tan sólo consagrarse por entero al Señor. La mañana de su partida, saliendo muy temprano de palacio, pretende evitar las despedidas, pero su corazón de madre tiene que desgarrarse al ver llegar y arrojarse sobre su pecho a su benjamina deshecha en llanto y queriendo retenerla en Burdeos, en su casa, con sus bracitos frágiles pero potentísimos.

Viste Juana el santo hábito y su felicidad no encuentra límites. Sin embargo, su palidez preocupa a la Comunidad, y las rigurosas penitencias agotan sus fuerzas por completo. Ella prefiere la muerte antes de ser infiel a su Dios, y, cuando su madre superiora le indica que es preferible seguir la prescripción facultativa y regresar a su castillo de Landirás, la pena la embarga por completo.

Aquella noche, mientras esfuerza su alma en abrazarse con la voluntad de Dios y en aceptar la prueba, una visión celestial la hace ver el abismo del infierno. Caen en él las jóvenes, en espantoso torbellino, y tienden los brazos implorando su auxilio. Sobre el cuadro espantoso se dibuja, magnífica y grandiosa, la imagen de María.

La voluntad de Dios la vence por completo. Y la futura Compañía de María, en beneficio de la juventud femenina, empieza a diseñarse en aquella velada última de un aposento de una novicia fuldense.

Vida de caridad y apostolado en su palacio de Burdeos. Providenciales intervenciones divinas, y revelaciones celestiales a los padres Bordes y Raymond, de la Compañía de Jesús. Horas de luz en que se van plasmando las nuevas reglas, calcadas también en las de San Ignacio. Generosa respuesta a la gracia por parte de las primeras compañeras, y el 11 de mayo de 1608 Burdeos entero, engalanado, presencia la toma de hábito de las cinco primeras religiosas que se ciñen para el combate en la Compañía de la Virgen.

El cardenal De Sourdis, protector en un principio de la Obra, desea más tarde acoplarla a la regla de las ursulinas, y les niega la profesión en mayo de 1610. Pero el 7 de diciembre, en su castillo de Lormont, recibe una gracia particular de la Santísima Virgen, que aboga por sus hijas, y en la festividad de la Inmaculada, en el monasterio de la calle del Ha, recibe la entrega total de la madre santa y de sus primeras compañeras, que son nueve.

Fuerte vendaval de persecución sacude repetidas veces el tierno arbolito. Por eso quizá arraiga más fuertemente. Béziers, Poitiers, Tolosa, Périgueux... Letanía maravillosa que, antes de la partida de la madre al cielo, se desgrana en cuarenta preciosas y florecientes advocaciones... En ellas, jalonando su fecunda producción, sufrimientos y preocupaciones de todas clases. Desde los desprecios de Lucía de Teula, fundadora frustrada de Tolosa, que no escatimó insultos y persecuciones, secreto de la prosperidad de los nuevos palomares de la Virgen, hasta la traición de una de sus hijas, única infiel entre el grupo de sus primeras religiosas, que ingrata a la madre, y cediendo a una tentación ambiciosa, hace llegar hasta el prelado falsas acusaciones e inculcaciones de todas clases.

"La parte que Jesús nos da de su cruz nos hace conocer cuánto nos ama", repite más tarde la santa fundadora. Y, tras un silencio santo y ejemplar, su estancia en Pau, la benjamina de sus fundaciones, llena de admiración a cuantos tienen la dicha de tratarla. Van recibiendo sus últimos maravillosos ejemplos de humildad al verla ocuparse personalmente en las clases de las niñas más pobrecitas... De magnanimidad, de amor al Instituto y a las Reglas, para cuya impresión logran sus hijas bordelesas que regrese a la cuna de la Orden a los setenta y ocho años de edad.

La enamorada de la Eucaristía, la angelical religiosa que tributaba culto tan especial al ángel de su guarda, la hija amantísima de la Iglesia y de la Virgen, a la que consagró su compañía; la madre caritativa y buena, que en épocas de epidemia daba a manos llenas los remedios adquiridos para la Comunidad entre los mendigos y los necesitados, la hija confiada en la providencia del Padre celestial, que vivió siempre pendiente de la Providencia en todas su empresas, el 2 de febrero de 1640, tras rapidísima enfermedad de dos días, rodeada de sus hijas y pronunciando con dulzura celestial los nombres de Jesús, María y José, se durmió tranquilamente en la paz del Señor, en medio de la veneración y el amor de tantas hijas dispersas por las cuarenta casas del Instituto...

...Revolución francesa. Profanación de los restos venerados, enterrándolos cerca de la osamenta de un caballo. Celo y amor de la madre Duterrail, que, al restaurar las casas de Francia, acabada la Revolución, logra, tras afanes inmensos, encontrar sus restos venerados. Y, por fin, transcurridos trescientos años de espera, el 15 de mayo de 1949 la santidad de Pío XII la eleva a la gloria de los altares.

Santa Juana de Lestonnac bendice hoy las ciento quince casas de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora, que, esparcidas por todo el mundo, anhelan vivir intensamente el ideal de su santa madre fundadora: "O trabajar o morir por la mayor gloria de Dios".


Santa Juana de Lestonnac, viuda y fundadora
fecha: 2 de febrero
n.: 1566 - †: 1640 - país: Francia
canonización: B: León XIII 23 sep 1900 - C: Pío XII 15 may 1949
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Burdeos, en Francia, santa Juana de Lestonnac, que, siendo niña, rechazó la invitación y los esfuerzos de su madre para apartarla de la Iglesia católica. Al quedar viuda, y después de educar convenientemente a sus cinco hijos, fundó la Sociedad de Hijas de Nuestra Señora, a imitación de la Orden de la Compañía de Jesús, para la educación cristiana de las muchachas.

El padre de Juana de Lestonnac pertenecía a una distinguida familia bordelesa y, aun cuando florecía el calvinismo en Burdeos, se conservó como un buen católico. En cambio su madre, Juana Eyquem de Montaigne, hermana del famoso Miguel de Montaigne, no sólo renegó de su religión, sino que trató de cambiar la fe de su hija, y cuando sus intentos fracasaron, maltrató cruelmente a Juana. Estas penalidades impulsaron el corazón de la joven hacia Dios y, desde entonces anheló una vida de oración y mortificación. No obstante su deseo, cuando tenía diecisiete años se casó con Gastón de Montferrant, quien estaba emparentado con las casas reales de Francia, Aragón y Navarra. El matrimonio fue muy feliz, pero el marido murió en 1597, dejando a su mujer con cuatro hijos, al cuidado de los cuales se dedicó enteramente hasta que pudieron bastarse por sí solos (el matrimonio tuvo siete hijos, pero tres de ellos murieron de pequeños). Con el tiempo, dos de sus hijas entraron en religión.
A la edad de cuarenta y siete años, Juana de Lestonnac ingresó al monasterio cisterciense de «Les Feuillantes», en Toulouse. Su hijo se opuso enérgicamente a su decisión, pero ella se mantuvo firme y, transida de dolor al contrariar a su hijo y apartarse de su hija menor, abandonó su hogar. Madame de Lestonnac, convertida en hermana Juana, pasó seis meses en el noviciado cisterciense observando una conducta edificante. Pero aquella existencia tan dura acabó por quebrantar su salud y, a pesar de que suplicaba que le permitieran quedarse en el convento hasta su muerte, los superiores le mandaron abandonarlo, advirtiéndole que tenía obligación de cuidar su vida para servir a Dios. Antes de partir, se le permitió pasar la noche orando en la capilla y se afirma que, mientras repetía las palabras de Cristo en el Huerto de los Olivos: «Señor si es posible, haz que pase de mí este cáliz», sintió en su fuero interno la absoluta certeza de que ella sería la fundadora de una nueva orden para la salvación de las almas, y le vino a la mente el lineamiento de la futura Congregación de Nuestra Señora.
No bien abandonó «Les Feuillantes» recobró la salud, casi milagrosamente. Volvió a Burdeos y se trasladó a Périgord, donde reunió en torno suyo a varias jóvenes que, con el tiempo, serían sus primeras novicias. Pasó después dos años de tranquilidad en su casa de campo, «La Mothe», preparándose para la realización de su gran obra. Al regresar a Burdeos, sus directores espirituales le aconsejaron que se contentara con una vida ordinaria dedicada a obras de caridad, sin emprender grandes proyectos.
Cuando la peste hacía estragos en Burdeos, Madame de Lestonnac y un grupo de valientes mujeres, se dedicaron a cuidar a las víctimas. En aquellos trabajos, Juana conoció a dos sacerdotes jesuitas, el P. De Bordes y el P. Raymond, los cuales ejercieron gran influencia sobre ella, inculcándole la idea de la enorme devastación que el calvinismo causaba entre los jóvenes de todas las clases sociales privadas de una firme educación católica. Al parecer, ambos sacerdotes, mientras celebraban simultáneamente la misa, tuvieron el presentimiento de que era la voluntad de Dios que prestaran ayuda a Juana de Lestonnac en la fundación de una orden que contrarrestara los daños de la herejía. Así comenzó la obra, y prosperó rápidamente. La señora de Lestonnac fue la primera superiora de la congregación naciente, afiliada a la Orden de San Benito, aunque sus reglas y constituciones se fundaron en las de San Ignacio. La primera casa se abrió en el antiguo priorato del Espíritu Santo, en Burdeos.
Madame de Lestonnac y sus compañeras recibieron el hábito de manos del cardenal Sourdis, arzobispo de Burdeos, en 1608. Dos años más tarde, bajo el prudente gobierno de la madre Lestonnac, la orden funcionaba maravillosamente, y comenzaron a acudir las candidatas al noviciado. A éstas se les instruía sobre la vida religiosa con el único fin y propósito de formar y enseñar a las jóvenes de todas las clases sociales. Las escuelas prosperaron más allá de toda expectación. Se hicieron fundaciones en muchas poblaciones, siendo la de Périgord una de las primeras. Las monjas llevaban una vida de gran pobreza y mortificación, todas estaban contentas; las cosas marchaban bien y en el convento reinaba la paz. Pero entonces comenzaron a llover las pruebas más duras sobre la fundadora. Una de sus monjas, Blanche Hervé, y el director de una de las escuelas, conspiraron contra ella, y por algún tiempo triunfaron en sus tortuosos designios. Urdieron calumnias, inventaron ignominiosas historias acerca de ella y, lo más sorprendente fue que el cardenal de Sourdis las creyó. La madre Lestonnac fue destituida y su lugar lo ocupó Blanche Hervé quien, desde su puesto de superiora, comenzó a tratar a la destituida Juana con un despotismo cruel, sin perder ocasión de insultarla en todas las formas posibles, llegando a maltratarla con violencias físicas. Semejante estado de cosas se mantuvo por algún tiempo; pero finalmente, la inalterable paciencia de santa Juana conmovió el corazón de Blanche, que sinceramente arrepentida, trató de reparar los daños; sin embargo, la madre de Lestonnac, sintiéndose ya vieja y cansada, no quiso aceptar el cargo de superiora, y designó a la madre Badiffe.
La fundadora pasó sus últimos años en el recogimiento, preparándose para la muerte. Falleció cuando todas sus religiosas habían renovado sus votos, en la fiesta de la Purificación, el año de 1640. Se dice que su cuerpo permaneció fresco y flexible, exhalando una dulce fragancia aun dos días después de su muerte, y que la multitud que acudió a rezar junto a él dio testimonio de la belleza de su rostro y de una brillante luz que rodeaba el catafalco. En los años siguientes se obraron diversos milagros en su tumba. Varias causas demoraron el proceso de beatificación, que al fin quedó interrumpido por el estallido de la Revolución. Las religiosas se dispersaron y el cuerpo de su fundadora quedó perdido hasta principios del siglo diecinueve. AI cuerpo recuperado se le dio sepultura, con gran solemnidad, en Burdeos, y por fin gracias a los esfuerzos de la madre Duterrail, se introdujo la causa en Roma, y Juana de Lestonnac fue canonizada en 1949.
Véase Duprat, La digne Filie de Marie: Jeanne de Lestonnac (1906); P. Mércier, La vén. Jeanne de Lestonnac (1891); y Paula Hoesl, Ste. Jeanne de Lestonnac (1949).


fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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