viernes, 9 de diciembre de 2011

EL ENFERMO Y LA RELACIÓN CON DIOS


EL ENFERMO Y LA RELACIÓN CON DIOS

«Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad» Mc 5,21-43

Una mujer que padecía ya doce años flujo de sangre. Debía de ser de cierta posición social, pues había consultado muchos médicos y gastado toda su hacienda con ellos, pero no había podido ser curada por ninguno, pero sin provecho alguno, es decir iba de mal en peor, no sólo por la inutilidad de aquellos remedios, sino, en parte, causados por los mismos.

Cuando Jesús iba a casa del Jefe de la Sinagoga para curar a su hija, tiene lugar esta escena. Iba acompañado de una gran multitud, que le apretujaba. En las callejuelas del viejo Oriente, el entusiasmo despertado por Jesús hacía que la multitud, empujándose por acercarse, le “apretujase.” Entre esta turba se mezcló la mujer angustiada y tocó con fe el vestido del Señor. Y al punto se hizo su curación.

Habiendo oído esta mujer la fama curativa de Jesús, apeló, desesperada ya de médicos, al mejor recurso, El. Sólo pensó en tocar su vestido, porque creía que con ello se curaría. La mujer enferma, a como de lugar quiere llevar adelante su propósito, entonces viene por atrás, y como queriendo robarle o sorprenderle un milagro. Esto es, porque era debido al tipo de impureza legal que significaba su enfermedad, ya que otros enfermos “tocaban” a Jesús para curarse. Las prescripciones rabínicas, aislaban a la mujer que padecía de esta enfermedad a fin de que no “contagiase” su impureza legal.

Jesús, se vuelve preguntando quién le ha tocado, porque una fuerza había salido de El. “Y se dio vuelta”, es decir, miraba en torno suyo,” — es la clásica “mirada circular” del estilo de san Marcos, como queriendo descubrir quién había sido. Si Jesús obra así, no es por ignorancia, sino por elevar y confirmar la fe de aquella mujer, haciéndole ver que no fue la curación por un contacto supersticioso, sino por efecto de la fe. Ante esto, los “discípulos”, se extrañan de esta pregunta, pues todos le “apretujaban” y nadie se había acercado a El con gestos o modos especiales. Pero Jesús insistió en su afirmación. Ante esto, la mujer se postró ante El y le confesó, lo mismo, ante todo el pueblo toda la verdad. Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda sanada de tu enfermedad»

El hombre enfermo se desmorona, es decir, se deshace, siente que se destruye y se derrumba poco a poco. En el abandono, cae en un estado de profundo desánimo, pero Dios tiene el atributo por el cual, así como perdona y remedia los pecados y miserias de las personas, fortalece y levanta a los enfermos y los hace caminar nuevamente.

Pero es bueno ser moderados y prudentes al pasar a conversar sobre Dios y la relación que debe tenerse con El. En otras palabras, el modo de actuar frente al enfermo, debe ser con afecto, pero al mismo tiempo con profundo respeto, a fin de ayudar a mantener el sentido de integridad de la propia persona a pesar del desmoronamiento causado, en el cuerpo y en el espíritu, Por la enfermedad.

Lo anterior, tiene sentido en tener el máximo respeto a la religiosidad del enfermo, evitando imponerle los propios estilos de fe. Es decir, si alguien no cree o cree a medias, no le entreguemos una atención distinta del que cree, tal como lo hizo Cristo, que nunca discrimino su ayuda a los enfermos y necesitados, sin importarle su origen. Del mismo modo, si nos encontramos con hermanos que respaldan su fe en la piedad popular, no les impongamos nuestra propia forma de ver nuestra relación con Dios. En efecto, muchos creyentes, se apoyan en su devoción a diversos santos y a la Virgen María, esas son otras formas de acercarse a Dios, pero nosotros no estamos llamados a Juzgar sobre ello.

Entonces, respetando los distintos caminos que tiene el enfermo, los cuales muchas veces no son coincidentes con los nuestros, hagamos un acompañamiento en la fe, desde la actitud cristiana que nos corresponde. Es decir, con gestos empapados en el amor de Cristo, sepamos hacer llegar la palabra de Dios como un símbolo de amor y de solidaridad, haciendo notar que la presencia del Señor es el alivio más reconfortante de cualquier enfermedad. En este contexto, haremos de mejor forma nuestra tarea evangelizadora, y así, la palabra del anuncio de las Buenas Noticias, llegará con gran eficacia al que más la necesita.

Tengo la convicción, que ayudando a los enfermos de este modo, podemos conseguir una transformación nacida de la propia experiencia de la enfermedad, de un estado de pesimismo y negatividad ante Dios, en un estado de buen ánimo y sobre todo de esperanza, con la confianza plena de que Dios quiere algo bueno para nosotros y que depende nosotros el aceptar cual la voluntad de El y sentirnos satisfecho de esta voluntad.

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