La perseverancia siempre tiene su premio. Dios ama a quien persevera en el bien, en la oración, en la recepción de los sacramentos.
Efectivamente primero tenemos que hacer el propósito de perseverar en la oración, y luego también perseverar en recibir con frecuencia la santa Comunión. Si hacemos así, entonces las demás perseverancias se nos harán fáciles, y tendremos la ayuda de Dios con nosotros, que fortificando nuestra voluntad, nos hará adelantar en el camino del bien.
La salvación se consigue con perseverancia. Y todo en realidad se consigue con perseverancia, puesto que los bienes arduos raramente se nos conceden de buenas a primeras, sino que los obtenemos después de trabajar duro por ellos.
Primero debemos perseverar en la oración, porque la ayuda de Dios es necesaria y la obtenemos rezando. Quien deja la oración, no espere obtener la perseverancia en el bien, ni la perseverancia final en gracia de Dios para salvarse.
A veces tenemos muchas iniciativas pero solemos abandonar los proyectos y asuntos por cualquier motivo. Recordemos que la virtud se alcanza con la repetición de actos buenos, de acciones virtuosas. Si todos los días repetimos y repetimos las mismas cosas buenas, lograremos llegar a ser virtuosos y santos.
Pero es que en todo orden de la vida se necesita la perseverancia para lograr el objetivo. Hasta los malos y pecadores perseveran en el mal y logran sus objetivos malvados. Nosotros, perseveremos en el bien para alcanzar un día el Paraíso, pero ya la felicidad aquí en la tierra.
Tenemos que trabajar nuestra voluntad y por eso el Señor nos dice que debemos negarnos a nosotros mismos. No podemos decir “no tengo ganas” cuando sabemos que debemos hacer algo, sino que tenemos que levantarnos y hacer lo que debemos hacer. Y eso a cada hora, a cada momento, es una constante renuncia a la pereza y a la comodidad, es un continuo vencerse a uno mismo, recordando aquellas palabras de Jesús en el Evangelio: “Quien persevere hasta el fin, se salvará”.
Comencemos hoy mismo, ahora mismo. Este tiempo de vida que tenemos no es tiempo de quedarnos dormidos y sin hacer nada, sino que es tiempo de lucha, de dar batalla al mundo, al demonio y a la carne que es nuestro orgullo, y entablar el buen combate.
No esperemos grandes ocasiones para ser santos, sino que tenemos que aprovechar las cosas de todos los días para perseverar: en el trabajo, en el estudio, en el matrimonio, en la familia, en la comunidad, en la iglesia.
Dios premia grandemente a quien persevera, especialmente a quien persevera en la oración, como lo podemos constatar en el pasaje del Evangelio de la mujer cananea, que importunaba a todos con sus gritos, y hasta parece que Jesús la rechaza, pero interiormente está admirado de la fe de esta extranjera.
Hagamos también nosotros así con Dios. Importunémoslo, pidamos hoy, mañana y pasado mañana, que grande es el premio que nos quiere conceder el Señor por nuestra perseverancia en todo.
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