¿A quién ama nuestro corazón? ¿Qué cosas ama? ¿Las ama por encima de Dios?
Debemos tener en cuenta las palabras de Jesús en el Evangelio que nos dicen que sólo puede ser su discípulo quien esté dispuesto a perderlo todo, incluso la propia vida, con tal de ganar el Cielo, de salvar el alma, de no pecar.
Es bueno que hoy nos hagamos esta pregunta en el fondo del alma, escrutándola para ver a quién ama nuestra alma más que a Dios, o qué dones materiales o morales amamos quizás más que a Dios. Y si vemos que hay algo que amamos más que a Dios, será tiempo de trabajar sobre nuestro interior y hacer el propósito de enderezar nuestros afectos, para ser buenos cristianos y estar dispuestos a perderlo todo, menos a Dios.
Es que aunque perdamos la salud, los bienes materiales, el cariño de las personas, y hasta incluso que nos separen de nuestros seres queridos por cualquier causa, como ser la muerte o la distancia, en realidad si tenemos a Dios y Lo amamos sobre todo y sobre todos, no perderemos el rumbo, y a la larga o a la corta encontraremos todo lo que la vida, el demonio o los hombres nos han quitado; si bien quizás no lo hallemos en este mundo, sí lo alcanzaremos todo en plenitud en el más allá.
Por eso ¡qué importante es la fe! ¡Y qué importante es poner a Dios como centro y fin de todo nuestro ser y nuestra vida, amando a todos pero en Dios y por Dios, y jamás amar cosa o persona más que a Dios! Si hacemos así, entonces aunque los vendavales del mundo, el demonio y la carne arrasen con nuestros bienes y con nuestros afectos, seguiremos en pie, y al final cantaremos victoria, y recuperaremos todo con creces. Lo vemos en el ejemplo de Job en la Sagrada Escritura: perdió todo menos la vida, pero se mantuvo firme, y luego le fue recompensado y restituido todo en este mundo.
Tal vez nosotros no recuperemos, en este mundo, lo que amamos y quizás hemos perdido o nos han quitado; pero con seguridad lo recuperaremos en el Cielo, donde seremos los eternos triunfadores, con la familia nuevamente reunida, con todos los tesoros a nuestra disposición, y ya plenos de vida y salud eterna.
Pensemos un poco en qué está puesto nuestro corazón, y si notamos que ama algo más que a Dios, rectifiquemos la intención, porque como bien a dicho Santa Teresa de Jesús: “Sólo Dios basta”. Porque en Dios lo tenemos todo, y aunque nos llegue a faltar todo en este mundo, teniendo a Dios, recuperaremos todo alguna vez.
Meditemos un poco en estas cuestiones y pongamos a Dios en el centro de nuestra vida, porque como ha dicho el Señor en el Evangelio: “Quien ama a su padre, a su madre, o a su hijo más que a Mí, no es digno de Mí”.
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