LOS CINCO MINUTOS DE DIOS
Julio 4
El afán desmedido de nuestro mundo por vivir la libertad ha hecho que en muchos ambientes se rechace sistemáticamente cualquier autoridad, y esto no es bueno.
Así se vicia el campo sagrado y legítimo de la libertad personal, hasta provocar un desequilibrio funesto, convertido en claro ataque contra la autoridad que tiene por misión regir y tutelar el orden y el bien común.
Y en su lugar se da rienda suelta a un libertinaje de miras egoístas que engendra el caos y la confusión. La rebeldía perturbadora y la desobediencia han colmado sus audacias, alimentadas también por la timidez de ciertos elementos dirigentes para cortar con abusos, injusticias y escándalos de muy diversa índole.
La autoridad es un servicio y tiene una misión. Por eso, ha de ser acatada y respetada por todos, pues sin ella la sociedad perdería su razón de ser y se desintegraría. La autoridad, bien entendida, viene de Dios.
“No tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto” (Jn 19,11). Dios es el único Señor y Dueño de los hombres; es Él el que hace participar a algunos hombres de su poder y autoridad, con la misión de regir y gobernar a los otros hombres.
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