El Señor nos manda en su Evangelio a que estemos despiertos, en vela, con las lámparas encendidas y siempre prontos para la venida del Señor, que puede ser al fin de los tiempos, o en nuestra muerte personal.
La vigilancia es necesaria al cristiano, porque en este mundo en el que vivimos domina el Maligno que, si a veces nos deja “tranquilos” por un tiempo, es cuando más se ha de temer que el aparente desinterés del diablo en nosotros, no sea un truco para dar la estocada más rápida y atacar por sorpresa, y quizás no nos encontraremos preparados para repeler el ataque.
Así que estemos atentos y no nos durmamos en los laureles, porque todavía no estamos en el Cielo, y mientras vivimos en este mundo, el peligro de pecar y de condenarnos sigue latente.
Para vigilar debemos rezar mucho, todos los días, porque es por medio de la oración que nos vamos preparando para la lucha cotidiana contra el Mal, y Dios nos va dando sus luces por medio de la oración, para que estemos bien atentos y despiertos ante los posibles embustes del enemigo.
Recordemos que el apóstol dice que el demonio anda como león rugiente a nuestro alrededor, buscando a quién devorar. No sería prudente bajar la guardia y quedarnos tranquilos en una falsa seguridad, creyendo que el demonio es un cuento de antaño o que no es tan malo como lo pintan.
¡Cuántos cedros del Líbano, personas que eran muy avanzadas en santidad, cayeron lastimosamente por no vigilar y estar atentos, por medio de la oración constante!
El diablo no perdona a ninguno, y menos cuando un alma es grata a Dios, ya que el demonio busca presa y, cuando mayor es la presa, tanta mayor suspicacia emplea en atraparla. Por eso si vamos subiendo en el camino del bien, debemos temer que el diablo agudice sobre nosotros sus astucias, que no evitaremos si no rezamos mucho y pedimos ayuda a Dios y a su Madre.
Ya llegará el tiempo de descansar, cuando estemos en el Cielo. Pero por el momento es tiempo de pelear. Y no es exageración esto que decimos, si no veámoslo en las vidas de los Santos, cómo tenían que batallar contra los demonios, apareciéndoseles incluso en forma material.
Si los hombres se ríen y burlan de nosotros porque empleamos las armas necesarias para defendernos del Maligno, no nos debe interesar. Lo que sí nos debe interesar es que los demonios no sean los que se rían y burlen de nosotros, ni aquí ni ahora, ni en la eternidad, porque esa sí sería la verdadera desgracia.
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