Jesús nos ha dicho en su Evangelio que nadie tiene mayor amor que aquel que da su vida por los amigos. Y si bien a nosotros quizás Dios no nos exigirá que demos la vida como la dio Jesús en la cruz, sí nos puede pedir que demos la vida entregándonos al servicio de los hermanos, para salvarlos y ayudarlos en toda forma.
Debemos tratar de no estar todo el tiempo rumiando nuestros problemas, sino aprender a volcarnos hacia los hermanos, tratando de hacerles el mayor bien posible. Así como una buena madre no piensa en sí misma, sino más bien en la manera que puede ayudar a sus hijitos; así también nosotros no debemos pensar tanto en nuestros problemas y en nosotros mismos, sino en ver la forma de hacer bien a todos, dando la vida por ellos, es decir, usando el tiempo de vida que tenemos, para consolar, dar buenos consejos y ayudar en todas las maneras que la caridad nos sugiera, a nuestros prójimos.
Hay personas, católicos, que quieren ser como el centro del mundo, y piden todo para ellos mismos, y muy poco o nada para los demás. Quizás nosotros somos tal vez de ellos.
No hagamos así, tratemos de enderezar nuestra vida espiritual, y no nos pongamos en el centro, sino más bien pidamos por los demás, como hizo María Santísima, porque Dios, al ver que nos ocupamos y preocupamos por los hermanos tratando de hacerles el bien, volcará sobre nosotros un mar de consuelos y dones de todas clases, ya que el mismo Señor ha prometido que quienes se ocupen de Él y de su Reino, entonces Él se ocupará de ellos y de sus cosas.
Recordemos que Jesús es taxativo en el Evangelio cuando nos dice que quien quiera salvar su vida en este mundo, la perderá. Es decir, que quien quiera pensar en sí mismo y tratar de aprovechar la vida para sí mismo, sin preocuparse por los hermanos; perderá la Vida con mayúscula, el Cielo.
Si nos olvidamos de nosotros mismos, para atender a las necesidades del Reino de Dios, ya sea haciendo obras de misericordia, rezando, recibiendo los sacramentos y teniendo una vida de sólida piedad, entonces estaremos en el camino justo que el Señor quiere para nosotros y para cada cristiano.
Olvidémonos un poco de nosotros mismos, de nuestras necesidades, y pensemos en los demás, especialmente en quienes más amamos, y sus necesidades, sobre todo las espirituales, que tienen mayor importancia que las de orden material, así como el alma es más valiosa que el cuerpo.
Y no tengamos miedo que el Señor se vaya a olvidar de nosotros y de nuestras necesidades, porque a caridad hecha, corresponde premio; y si somos caritativos con todos, entonces Dios nos premiará generosamente.
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