Profanación en Pamplona: Homilía del arzobispo, Francisco Pérez González, en la misa de reparación por el sacrilegio, Catedral de Pamplona 25 de noviembre de 2015
Queridos hermanos:
El ser humano es un ser necesitado de muchas cosas, pero lo que le distingue de otros seres vivos, la diferencia genética más honda que lleva dentro, es que es necesitado de amor: de amar y de ser amado. Lo que nos une es rezar y reparar, ante el Señor, lo que más nos duele: que se le ofenda. Él nos enseña a mirar con sus mismos ojos de la Verdad, de la Justicia, del Amor y de la Misericordia.
Agradezco de corazón el testimonio que estáis dando aquí y en tantos lugares de Navarra y agradezco también los casi cien mil testimonios de todos los cinco Continentes que se adhieren a esta celebración y ruegan que se respete aquello que es lo más sagrado para los cristianos-católicos que es la Eucaristía.
Lo expresa muy bien San Juan Pablo II cuando dice: «El hombre no puede vivir sin amor. No puede comprenderse a sí mismo, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente». Hasta tal punto es así que el ser amado, el sentirse amado, es lo que da sentido a su existencia, lo que le hace vivir la experiencia de sentirse redimido, de sentirse salvado.
El amor no sólo redime a la persona, sino que rehace la vida social. Descubriéndose amado por Dios, el ser humano comprende su propia dignidad trascendente, aprende a salir al encuentro del otro creando una red fraterna y solidaria de relaciones humanas.
Ese amor que redime a la persona y a la sociedad tiene su máxima expresión en la Eucaristía, el gran sacramento del amor. Como dice Benedicto XVI en la Exhortación Apostólica ‘Sacramentum caritatis’: “Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha dado voluntariamente en la Cruz, por nosotros y por el mundo entero”. Como Arzobispo de la sede episcopal de Pamplona, como sucesor de los Apóstoles en esta Diócesis, recogiendo el sentir del pueblo cristiano no sólo de aquí sino de todo el mundo, me veo en la obligación de decir que la verdadera libertad de expresión no comprende un supuesto derecho a la ofensa o un desprecio a lo más sagrado. La cultura es belleza y armonía. Es patrimonio de fe y vida que nuestra tierra de Navarra goza desde siglos.
La Eucaristía es el signo sacramental de la más excelsa hermosura que existe en toda la historia de la humanidad.
La Eucaristía es el sacramento de la entrega, el gesto de amor más sublime que nos dejó Jesús en la tierra. Es un encuentro transformador con el Señor en su palabra y en su sacrificio de amor, que nos lleva a brindar esperanza, perdón, sanación y amor a cuantos lo necesitan, en particular a los pobres, a los desheredados y oprimidos, compartiendo sus vidas y anhelos y caminando con ellos en busca de una vida humana auténtica en Cristo Jesús.
Como nos recuerda el Papa Francisco: “Hoy hay una gran falta de esperanza en el mundo, por ello la humanidad necesita escuchar el mensaje de nuestra esperanza en Jesucristo. La Iglesia lleva este mensaje a todos y, en especial, a los que, aun habiendo sido bautizados, se han alejado de la Iglesia y viven sin referencia a la vida cristiana”. En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás, sino precisamente porque se reconoce siempre necesitado de ser acogido y regenerado por la misericordia de Dios.
Como nos recuerda el Papa Francisco: “Hoy hay una gran falta de esperanza en el mundo, por ello la humanidad necesita escuchar el mensaje de nuestra esperanza en Jesucristo. La Iglesia lleva este mensaje a todos y, en especial, a los que, aun habiendo sido bautizados, se han alejado de la Iglesia y viven sin referencia a la vida cristiana”. En realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer mejor que los demás, sino precisamente porque se reconoce siempre necesitado de ser acogido y regenerado por la misericordia de Dios.
La Eucaristía es el signo más tangible del amor de Dios por el hombre, ya que renueva permanentemente su sacrificio por amor a nosotros; es el misterio de nuestra unión profunda con Cristo. A través de Ella, Cristo quiere entrar en nuestra existencia y permearla de su gracia. ¡El amor es entrega y donación! Y en la Eucaristía, Dios se entrega y se dona completamente a nosotros. Nutrirnos del ‘Pan de vida’ significa entrar en sintonía con el corazón de Cristo, significa entrar en un dinamismo de amor y convertirnos en personas de paz, personas de perdón, de reconciliación, de compartir solidario.
La Eucaristía constituye la cumbre de la acción de salvación de Dios: el Señor Jesús, haciéndose pan partido por nosotros, vuelca, en efecto, sobre nosotros toda su misericordia y su amor, de tal modo que renueva nuestro corazón, nuestra existencia y nuestro modo de relacionarnos con Él y con los hermanos. Hago un llamamiento a la conciencia humana y cristiana de todos para que seamos sensibles ante los problemas que están presentes en nuestra sociedad.
Por favor defendamos el derecho a la vida, al matrimonio y a la familia, la educación de los niños y jóvenes, el servicio al bien común, a los más débiles y necesitados, la verdadera cultura del trabajo, la paz entre las naciones… La Iglesia quiere ser mensajera de la civilización de la verdad y la justicia, la paz y el amor, esa civilización que sólo Dios nos puede ofrecer.
Hoy Jesús también se dona a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, se hace alimento, el verdadero alimento que sustenta nuestra vida, incluso en los momentos difíciles que nos tocan vivir. Cada vez que celebramos la Eucaristía, derrotamos el gran pecado del individualismo, del rencor y lo mejor de nosotros mismos se convierte en ofrenda al Padre. Nuestras zonas oscuras son iluminadas. La Eucaristía nos devuelve cada día el gozo de pertenecer a “aquellos que buscan al Señor con corazón sincero”, nos convierte en parábola del mundo que Dios quiere, mostrando que, en medio de nuestras debilidades, es posible vivir como hermanos y amarnos como Cristo nos ama.
Pero el sacramento de la Eucaristía no se puede separar del sacramento de la caridad. No se puede recibir el cuerpo de Cristo y sentirse alejado de los que tienen hambre y sed, de los enfermos, de los que sufren el drama del paro, de los que están excluidos de la mesa del bienestar, de los que viven una vida vacía, sin sentido… Jesús instituyó la Eucaristía durante la Última Cena. Entonces nos entregó el Mandamiento del Amor: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado”. Ahí radica la estrecha relación entre la Eucaristía y el compromiso de la caridad.
La Eucaristía debe ser fuente de caridad para con nuestros hermanos, y es para nosotros el gran sacramento del amor de Dios, el gran sacramento de la Caridad y la fuente de ese amor de Dios que nosotros queremos encarnar y significar en favor de los últimos, de los pobres y excluidos.
El significado de la Eucaristía es la comprensión del amor. Así lo explicaba la Beata Madre Teresa cuando decía que “Cristo comprendió que teníamos un hambre inmensa de Dios. Comprendió que habíamos sido creados para ser amados, y así Él se convirtió en el Pan de Vida. Él también quiere darnos la oportunidad de trasformar nuestro amor por Él en acción viva. Él se convierte en el hambriento, no sólo de pan sino de amor. Él se convierte en el desnudo, no sólo por un manto que lo abrigue, sino por ese amor, por esa dignidad humana. Él se convierte en el que no tiene hogar, no sólo por ese lugar en un pequeño cuarto, sino por ese sincero y profundo amor hacia el prójimo, que es la Eucaristía. Este es Jesús, el Pan Vivo. El que ha venido a compartir su divinidad con nosotros”.
Cuando uno contempla el crucifijo, entiende lo mucho que Jesús nos amó. Cuando uno contempla la Sagrada Eucaristía, entiende lo mucho que Jesús nos ama ahora. Oremos para que la participación en la Eucaristía nos comprometa a seguir al Señor cada día, a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo aquello que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda.
Esta tarde, una vez más, el Señor se hace don y distribuye para nosotros el pan que es su Cuerpo. Y también ahí, nosotros experimentamos la solidaridad de Dios con el hombre, una solidaridad que no se acaba jamás, una solidaridad que nunca termina de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros en el sacrificio de la Cruz, se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida que vence el mal, el egoísmo, la muerte. Acerquémonos siempre a la Eucaristía con un corazón limpio, lleno de gracia y lleno de misericordia y caridad.
Para acabar quiero dirigirme a los más jóvenes: Sois muchos los que en estos días os habéis sentido conmovidos por la necesidad de reparar esta ofensa y que os habéis preguntado por el sentido de estos acontecimientos. Quizá también os hayáis interrogado por el sentido de vuestra propia vida: ¿Qué ha hecho y hace Cristo por mí? ¿qué debo hacer yo por Cristo y por mis hermanos que tanto lo necesitan? No son tiempos para echarse en el sofá y ver la vida de largo. Cristo os llama, Cristo os necesita para transformar el mundo.
Ruego a María del Sagrario (La Real) que nos ayude a ser testigos vivos de Cristo Eucaristía y nunca odiemos a nadie, hablemos con rencor de nadie, insultemos a ninguno y respetemos desde la oración y desde el amor misericordioso a todos. Así lo hizo la Virgen al pié de la Cruz. Vamos a soñar juntos en una Pamplona y una Navarra que se dejen inundar por el manantial de gracia y salvación que brota del costado abierto de Jesucristo presente en la Eucaristía.
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