No es necesario saber mucho para agradar a Dios, sino que le agradamos al Señor cuando mucho amamos: cuando Le amamos a Él y amamos a nuestros prójimos.
Algunos quieren llegar a ser santos comenzando por practicar algunas virtudes y, trabajosamente, quizás logran muy poco, porque si bien adelantan en una virtud, retroceden en otras tantas.
Por eso nosotros, que tratamos de ser sencillos, como sencillo es Dios, comencemos por el amor, porque amando es como nos iremos haciendo santos.
El amor hace fácil todo. Si no, veámoslo en una familia unida, cómo los padres, cuando tienen amor entre ellos y por sus hijos, hacen cualquier sacrificio para darles todo lo mejor, tanto en lo espiritual, como en lo moral, afectivo y también material. ¿Y qué motor mueve a estos padres?: El amor.
El amor es una fuerza más fuerte que la muerte, y quien quiera obtenerlo todo de Dios, que Le ame con locura. Porque, además, Dios perdona mucho a quien mucho Le ama, y perdona todo a quien Le ama por completo.
Eso sí, tengamos en cuenta que el amor a Dios se demuestra cumpliendo los Diez Mandamientos y todo lo que Jesús nos manda en su Evangelio, como el mismo Señor lo ha dicho: que quien Le ama, guardará su palabra. No podemos decir que amamos a Dios, si hacemos lo opuesto de lo que Él nos enseña y manda.
Estamos a tiempo todavía, porque quizás no sabíamos de este camino corto y regio para llegar en poco tiempo a las altas cumbres de la santidad: El camino del amor.
No esperemos a ser perfectos para amar a Dios, porque entonces quizás nunca le amaremos. Es más, se llega a la perfección por medio del amor. No hay otro camino. Al menos no hay un camino más fácil que el del amor.
Y no es nada nuevo lo que decimos, pues el Señor, en su Evangelio, ha resumido todo en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, y dijo que estos dos mandamientos son uno solo.
Nos olvidamos frecuentemente de cumplir estos mandamientos, y a veces nos pasa que colamos el mosquito y nos tragamos el camello, porque damos importancia a lo accesorio, pero no ponemos toda nuestra atención y corazón en observar el mayor mandamiento, el del amor.
Pensemos en estas cosas y amemos como podamos, porque aunque el amor sea imperfecto, Dios jamás podrá rechazar del todo las obras hechas con amor, aunque éste no sea perfecto.
Algunos quieren llegar a ser santos comenzando por practicar algunas virtudes y, trabajosamente, quizás logran muy poco, porque si bien adelantan en una virtud, retroceden en otras tantas.
Por eso nosotros, que tratamos de ser sencillos, como sencillo es Dios, comencemos por el amor, porque amando es como nos iremos haciendo santos.
El amor hace fácil todo. Si no, veámoslo en una familia unida, cómo los padres, cuando tienen amor entre ellos y por sus hijos, hacen cualquier sacrificio para darles todo lo mejor, tanto en lo espiritual, como en lo moral, afectivo y también material. ¿Y qué motor mueve a estos padres?: El amor.
El amor es una fuerza más fuerte que la muerte, y quien quiera obtenerlo todo de Dios, que Le ame con locura. Porque, además, Dios perdona mucho a quien mucho Le ama, y perdona todo a quien Le ama por completo.
Eso sí, tengamos en cuenta que el amor a Dios se demuestra cumpliendo los Diez Mandamientos y todo lo que Jesús nos manda en su Evangelio, como el mismo Señor lo ha dicho: que quien Le ama, guardará su palabra. No podemos decir que amamos a Dios, si hacemos lo opuesto de lo que Él nos enseña y manda.
Estamos a tiempo todavía, porque quizás no sabíamos de este camino corto y regio para llegar en poco tiempo a las altas cumbres de la santidad: El camino del amor.
No esperemos a ser perfectos para amar a Dios, porque entonces quizás nunca le amaremos. Es más, se llega a la perfección por medio del amor. No hay otro camino. Al menos no hay un camino más fácil que el del amor.
Y no es nada nuevo lo que decimos, pues el Señor, en su Evangelio, ha resumido todo en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, y dijo que estos dos mandamientos son uno solo.
Nos olvidamos frecuentemente de cumplir estos mandamientos, y a veces nos pasa que colamos el mosquito y nos tragamos el camello, porque damos importancia a lo accesorio, pero no ponemos toda nuestra atención y corazón en observar el mayor mandamiento, el del amor.
Pensemos en estas cosas y amemos como podamos, porque aunque el amor sea imperfecto, Dios jamás podrá rechazar del todo las obras hechas con amor, aunque éste no sea perfecto.
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