sábado, 11 de octubre de 2014

LA CENTRALIDAD DE LA PERSONA COMO CAMINO A LA SANTIDAD EN WOJTYLA/JUAN PABLO II


            En primer lugar quisiera agradecer a mis colegas del Departamento de Teología por invitarme a esta XVI Jornada Teológica que pretende reflexionar sobre los desafíos que tiene la experiencia cristiana para los hombres y mujeres de hoy. No puedo negar que es un tema que apasiona e involucra la vivencia misma de mi experiencia cristiana y que, de seguro, podría ser analizada desde diferentes perspectivas, la mía,  intenta ser una mirada antropológica que bebe de su inspiración en el pensamiento de Karol Wojtyla - Juan Pablo II; un hombre que ha marcado la historia de la Iglesia y del mundo a fines del siglo pasado y cuyo legado filosófico se está comenzado a desentrañar y valorar.

En mi acercamiento al pensamiento filosófico de Wojtyla y el discurso magisterial del mismo siendo sucesor de Pedro,  he notado elementos de continuidad en relación a algunos temas, entre ellos el de la centralidad de la Persona humana. Lo que hoy deseo hacer es intentar mirar teológicamente, no sé si lo alcance,  la relación que existe entre el respeto ineludible a la dignidad de la persona y el llamado que tiene ésta a su realización personal y cristiana. Para ello, dividiré mi exposición en tres grandes temáticas, a saber:

1.      El Carácter irreductible de la persona.
2.      La dignidad de la persona y la norma personalista de la acción.
3.      El respeto a la dignidad de la persona como camino de santidad.

En el libro “Cruzando el umbral de la esperanza” nos señalaba Juan Pablo II
 «El interés por e! hombre como persona estaba presente en mí desde hacía mucho tiempo. Quizá dependía también de! hecho de que no había tenido nunca una especial predilección por las ciencias de la naturaleza. Siempre me ha apasionado más e! hombre ... Estábamos en la postguerra, y la polémica con e! marxismo estaba en su apogeo.
De mi relación con los jóvenes nació e! libro Amor y Responsabilidad. El ensayo sobre la persona y acción vino luego .. Por tanto, e! origen de mis estudios centrados en e! hombre, en la persona humana es, en primer lugar, pastoral. Y es desde e! ángulo de lo pastoral cómo formulé e! concepto de norma personalista, es decir, la tentativa por traducir e! mandamiento de! amor al lenguaje de la ética filosófica. La persona es un ser para e! que la única dimensión adecuada es e! amor ... La persona se realiza mediante e! amor ... El hombre se afirma a sí mismo de manera más completa dándose ... Si no se acepta la perspectiva de! don de sí mismo, subsistirá siempre e! peligro de una libertad
egoísta. Peligro contra e! que luchó Kant, Max Scheler y todos los que después de él han compartido la ética de valores. Una expresión completa de esto lo encontramos sencillamente en el! Evangelio. En e! Evangelio se contiene una coherente declaración de todos los derechos de! hombre».

1.                  El Carácter irreductible de la persona.

Karol Wojtyla, le otorga a la experiencia un carácter central en el acercamiento al modo como comprendemos a la persona humana, ésta (la experiencia) es base y fundamento de todo conocimiento sobre los objetos y sobre nuestro propio yo, pero la experiencia sensible no es la única forma de experiencia cognoscible, existen otros tipos de experiencias que se dan de manera inmediata a la conciencia[1]. Pero es en ella donde el hombre se descubre como yo yotro fuera de mí.[2] Es decir, como sujeto y objeto. Pues, en toda experiencia se da un grado de comprensión de lo que se experimenta, pero esta comprensión se da en una unidad que la otorga la acciónmisma del hombre. Por medio de esta unidad en la acción es que descubrimos a la persona. La experiencia nos dice que el hombre actúa y que en esa misma acción el hombre se revela como persona. No hay acción sin una persona que la realice y no hay persona que no comporte un conjunto de acciones.[3]

Es, por tanto, la experiencia del actuar del hombre la que nos permite entrar en su esencia y nos permite un conocimiento más profundo de él, es decir, por medio de la experiencia podemos alcanzar el conocimiento de la persona como un todo dinámico y no estático.

“entonces afirmamos que toda la experiencia del hombre lo muestra como aquel que existe, mora en el mundo y actúa, y nos permite e impone pensarlo habitualmente como el sujeto de la propia existencia y de la propia acción. Este es precisamente el contenido de suppositum. Tal concepto sirve para afirmar la subjetividad del hombre en sentido metafísico, (…) En efecto, a través de los fenómenos que concurren en la experiencia para formar la totalidad del hombre como aquel que existe y actúa, nosotros vislumbramos – estamos casi obligados a vislumbrar – el sujeto de este existir y de este actuar.”[4]

La experiencia del hombre no es, por tanto, la experiencia de algo que es, sino la experiencia de alguien que es[5] El yo que percibe no sólo se percibe corporalmente, poseyendo un cuerpo, sino que va más allá  de la mera percepción física y alcanza  la corpórea y sensible que denominamos interioridad subjetiva[6]. Por lo tanto, establecer la experiencia como punto de partida implica establecer, en el estudio del hombre, a éste como sujeto de su conocimiento y de su acción, es decir, como una experiencia de la intersubjetividad; “La experiencia inicial que todo ser humano posee al conocer algo y en la que se manifiesta que el ser humano es alguien, es decir, un sujeto que vive desde dentro la experiencia de ser sí mismo.”[7]

“En la medida en que crece la necesidad de comprender al hombre como persona única en sí e irrepetible, y sobre todo (…) en la medida en que crece la necesidad de comprender la subjetividad personal del hombre, la categoría de la experiencia adquiere su pleno significado, y éste es un significado-clave. Se trata, en efecto, de realizar no sólo la objetivación metafísica del hombre como sujeto agente, o sea, como autor de sus actos; se trata de mostrar la persona como sujeto que tiene experiencia de sus actos, de sus sentimientos, y en todo esto de su subjetividad. Desde el momento en que se ve esta necesidad en la interpretación del hombre agente, la categoría de la experiencia deberá encontrar el lugar propio en la antropología y en la ética, es más, deberá situarse hasta cierto punto en el centro de las distintas interpretaciones”[8].

Por medio de la experiencia el hombre se reconoce como un yo distinto de otros yo, un sí mismo que se distingue del mundo y de todo lo que le rodea. La persona se ubica como un ser que siendo en el mundo se distancia  de éste “que sólo es acortada cuando la acción consciente y libre las hace suyas de acuerdo a las modalidades que le son propias”,[9]pero, por sobre todo, viviendo en el mundo se separa y se destaca de él, pues, el hombre se encuentra remitido a sí mismo, es decir, el hombre se remite esencialmente a su yo que lo distingue y separa del mundo.

Entonces, la experiencia es la que nos ofrece el modo más propicio para acceder a la esencia misma de la persona y un mayor conocimiento de ésta. Por medio de ella, podemos comprender que es la acción la que revela la persona.  En cuanto que, en la praxis, el hombre se evidencia como sujeto y objeto. Este acceso por la experiencia a la Persona nos revela el carácter de irreductibilidadque posee el hombre, es decir, nos revela el lugar original y fundamentalmente humano que posee el hombre en relación con el mundo . En ella, se anula, según nuestro autor, la dicotomía presente en la historia de la filosofía entre lo subjetivo y lo objetivo. Así lo afirma en su texto la subjetividad y lo irreductible en el hombre:

“Quien escribe esto está convencido de que la línea de demarcación entre la aproximación subjetiva (de modo idealista) y la objetiva (realista) en antropología y en ética debe ir desapareciendo y de hecho se está anulando a consecuencias del concepto de experiencia del hombre, que necesariamente nos hace salir de la conciencia pura como sujeto pensado y fundado a priori y nos introduce en la existencia concretísima del hombre, es decir, en la realidad del sujeto cognoscente.”

La comprensión del hombre pasa por tratar el problema de la irreductibilidad del hombre, es decir, aquello que constituye la originalidad plena y fundamental del hombre en el mundo. Ella no puede ser una comprensión cosmológica del hombre o reducción cosmológica, tal y como se pueden expresar en el pensamiento de Aristóteles, donde el hombre viene siendo definido desde su proximidad a la especie; el hombre es un animal racional (zôon noétikon)  o como animal político (zôon politikón), ya que éstas no logran explicar este carácter irreductible.  La historia de la filosofía ha tendido a considerar, pues, al hombre como un animal racional, es decir, como una cosa o ente, que ha sido centro de muchas ciencias que lo reducen a objeto, perdiendo de vista, con ello, la originalidad primaria del hombre y reduciéndolo a un aspecto del mundo.

La subjetividad del hombre, en cambio, busca recoger lo esencial en el hombre que no puede ser reducido por el género más próximo y la diferencia de especie. Entonces, la subjetividad resulta ser, para Wojtyla, un sinónimo de la irreductibilidad de la persona. Y aquí radica la novedad de la definición de Persona dada por Boecio y cuya terminología es heredada de Aristóteles, ya que en ella, se da “un suppositum distinto (= sujeto del existir y del hacer)”  y por otro lado, esta definición resalta la individualidad de la persona  en cuanto ser sustancial, que posee una naturaleza racional o espiritual.  Entonces, cuando afirmamos la subjetividad de la persona estamos afirmando también el carácter objetivo de la misma realidad.

Wojtyla ha establecido incansablemente que en la experiencia podemos reconocer que la acción es lo que revela a la persona como un yo concreto, absolutamente único e irrepetible. Pero además, esta misma experiencia nos revela al hombre como un ser dinámico, es decir, no estático ni mucho menos atemporal. El acto es el momento particular de la experiencia de la persona. 

2.                  La persona es alguien y no algo; la norma personalista de la acción

      Un aspecto esencial de la consideración de la persona como suppositum nos invita a releer la formulación boeciana de persona como individua substancia, no ya sólo como un ser de naturaleza racional e individual, aspectos considerados en el concepto de persona, sino ir más allá de ella y llamarlo simplemente alguien.

En su obra Amor y Responsabilidad, Wojtyla desarrolla un estudio sobre la moral sexual, y en ella, se plantea la razón por la cual la persona no puede ser tratada como medio.

“La persona no debe ser meramente un medio respecto de un fin para otra persona. Esto está excluido por la misma naturaleza de la personalidad, por la que cualquier persona es. Los atributos que encontramos en el yo interno de una persona son aquellos por lo  que es un sujeto pensante y capaz de tomar decisiones. De modo que, cada persona  por naturaleza es capaz de determinar sus fines. Cualquiera que trata a una persona como el medio para un fin le hace violencia a la misma esencia del otro, a aquello que constituye su derecho natural.”

            La persona, considerada en sí misma, implica reconocer la importancia de la libertad al momento de comprender a la persona, “Sólo puede ser persona quien tenga la posesión de sí mismo y sea, al mismo tiempo, su propia, única y exclusiva posesión.”[10] La libertad en este sentido, es epifanía y continuidad de la perfección del ser personal.  En otra parte afirma; “Este principio (la norma personalista de la acción) posee una validez universal. Nadie puede usar a una persona como medio respecto de un fin, ningún ser humano lo puede hacer, ni siquiera Dios, su creador” [11]

Ese es precisamente el error del socialismo que hace notar en la Centesimus Annus “Ahondando ahora en esta reflexión y haciendo referencia a lo que ya se ha dicho en las encíclicas Laborem exercens y Sollicitudo rei socialis, hay que añadir aquí que el error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión. De esta errónea concepción de la persona provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad privada. El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar "suyo" y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana.”

      Esta norma personalista de la acción también es presentada en su  lo afirma en la Christifideles Laici:

“De aquí el extenderse cada vez más y el afirmarse siempre con mayor fuerza del sentido de la dignidad personal de cada ser humano. Una beneficiosa corriente atraviesa y penetra ya todos los pueblos de la tierra, cada vez más conscientes de la dignidad del hombre: éste no es una "cosa" o un "objeto" del cual servirse; sino que es siempre y sólo un "sujeto", dotado de conciencia y de libertad, llamado a vivir responsablemente en la sociedad y en la historia, ordenado a valores espirituales y religiosos.”

            Así la persona no puede vivir la experiencia del encuentro con el otro como si fuese un dato éticamente neutro. La experiencia de la persona como persona conlleva siempre un valor y una obligación implícita; el ser personal implica un deber ser. La persona que conocemos reclama por su propia naturaleza el ser afirmada en sí misma a través de nuestra acción.

3.                  El respeto a la dignidad de la persona como camino de santidad

En este apartado quisiera plantearme el desafío que implica teológicamente ahondar en estas reflexiones filosóficas que hemos hecho acerca de la persona.

Podríamos decir junto a A. Meis que impresiona ver en el pensamiento de Juan Pablo II la centralidad de la preocupación por el hombre concreto y sus problemática en el mundo moderno, la que es esclarecida por el misterio trinitario, por eso insiste en el sentido profundo de la encarnación del verbo, quien se abaja a los hombres a compartir su historia. El misterio del hombre sólo puede ser develado en Cristo quien nos permite reconocer en el hombre su carácter sagrado y señalarlo como fundamento. “Pero la sacralidad de la persona no puede ser aniquilada, por más que sea despreciada y violada tan a menudo. Al tener su indestructible fundamento en Dios Creador y Padre, la sacralidad de la persona vuelve a imponerse, de nuevo y siempre.” [12]

En este sentido, una de las  debilidades más vistosas de la civilización contemporánea es la inadecuada comprensión acerca del hombre y en la vivencia concreta de la violación de su dignidad, tal como afirma en la Christifideles Laici:

Pensamos, además, en las múltiples violaciones a las que hoy está sometida la persona humana. Cuando no es reconocido y amado en su dignidad de imagen viviente de Dios (cf. Gn. 1, 26), el ser humano queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de "instrumentalización", que lo convierten miserablemente en esclavo del más fuerte. Y "el más fuerte" puede asumir diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los mass-media. De nuevo nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestras, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión de fe religiosa.

O como también señala en la misma conferencia arriba citada:

Ante los dicho hasta aquí, la Iglesia ve con profundo dolor “el aumento masivo, a veces, de violaciones de derechos humanos en muchas partes del mundo... ¿Quién puede negar que hoy día hay personas individuales y poderes civiles que violan impunemente derechos fundamentales de la persona humana, tales como el derecho a nacer, el derecho a la vida, el derecho a la procreación responsable, al trabajo, a la paz, a la libertad y a la justicia social; el derecho a participar en las decisiones que conciernen al pueblo y a las naciones? ¿Y qué decir cuando nos encontramos ante formas variadas de violencia colectiva, como la discriminación racial de individuos y grupos, la tortura física y sicológica de prisioneros y disidentes políticos? Crece el elenco cuando miramos los ejemplos de secuestros de personas, los raptos motivados por afán de lucro material que embisten con tanto dramatismo contra la vida familiar y trama social” (Mensaje del Papa Juan Pablo II a la ONU; L'Osservatore Romano, Edición en lengua Española, 24 de diciembre de 1978, pág. 13).Clamamos nuevamente: ¡Respetad al hombre! ¡El es imagen de Dios! ¡Evangelizad para que esto sea una realidad! Para que el Señor transforme los corazones y humanice los sistemas políticos y económicos, partiendo del empeño responsable del hombre.

Tremenda contradicción ésta, afirma el mismo pontífice, pues,

 “Quizás una de las más vistosas debilidades de nuestra civilización actual esté en una inadecuada visión del hombre: La nuestra es, sin duda, la época en que más se ha escrito y hablado sobre el hombre, la época de los humanismos y del antropocentrismo. Sin embargo, paradójicamente, es también la época de las más hondas angustias del hombre respecto de su identidad y destino, del rebajamiento del hombre a niveles antes insospechados, época de valores humanos conculcados como jamás lo fueron antes” (Puebla, Discurso Inaugural, 1,9)

El llamado que Juan Pablo II hace a los cristianos es, por tanto,  a reconocer en cada persona a alguien que es irreductible, digno y finalidad en sí misma.  Este reconocimiento de la centralidad de la persona es tarea especial de todos, pero que, sin embargo, se debe evidenciar en el actuar de los cristianos en el mundo. Papel fundamental juegan los fieles laicos -al igual que todos los miembros de la Iglesia- dirá Juan Pablo II, son sarmientos radicados en Cristo, la verdadera vid, convertidos por El en una realidad viva y vivificante. Los cristianos, quienes viven en el mundo y desarrollan allí su vocación cristiana. “De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no sólo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial. En efecto, Dios les manifiesta su designio en su situación intramundana, y les comunica la particular vocación de "buscar el Reino de Dios tratando las realidades temporales y ordenándolas según Dios””

En el número 16 de la misma exhortación el papa señala la vocación a la santidad de los fieles “La dignidad de los fieles laicos se nos revela en plenitud cuando consideramos esa primera y fundamental vocación, que el Padre dirige a todos ellos en Jesucristo por medio del Espíritu: la vocación a la santidad, o sea a la perfección de la caridad. El santo es el testimonio más espléndido de la dignidad conferida al discípulo de Cristo.

"La unidad de vida de los fieles laicos tiene una gran importancia. Ellos, en efecto, deben santificarse en la vida profesional y social ordinaria. Por tanto, para que puedan responder a su vocación, los fieles laicos deben considerar las actividades de la vida cotidiana como ocasión de unión con Dios y de cumplimiento de su voluntad, así como también de servicio a los demás hombres, llevándoles a la comunión con Dios en Cristo"

Entonces, el desafío que nos presenta la fe, desde la lectura de Juan Pablo II, es lograr tener una experiencia del hombre  en su carácter de irreductibilidad, de subjetividad y dignidad que le han sido dadas en cuanto ser substancial, pero por sobre todo, como persona, creada a imagen de Dios. Los cristianos podrán hacer la experiencia de la santidad en la medida en que puedan hacer la experiencia de lo humano, en cuanto  sea capaz de descubrir en la persona, es decir en sí mismo y en los demás,  aquello que lo encamina a considerarse y considerar a los otros, como fines en sí mismos y nunca como medio. Esta consideración sólo es posible si se entiende la dignidad humana desde un fundamento trinitario; Dios ha venido a salvar al hombre en la persona de su hijo y permanece fiel a él.

Jesucristo es el camino principal de la Iglesia. Él mismo es nuestro camino " hacia la casa del Padre " y es también el camino hacia cada hombre. En este camino que conduce de Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie. Esta es la exigencia del bien temporal y del bien eterno del hombre.

                                                           Muchas Gracias.




[1] “Percibir lo concreto no es igual que comprender lo concreto. Esta última operación es necesaria en la dinámica del conocimiento debido a que sería imposible referirnos a una persona en concreto o disponer de cosas concretas a través de la acción si fuese imposible entenderlas en su singularidad (…) Wojtyla ´parece darse cuenta que si el conocimiento intelectual fuese mediato la fundamentación realista del conocimiento entraría en una contradicción irresoluble al detenerse el entendimiento en el límite de su propia representación” GUERRA LÓPEZ, Rodrigo; Volver a la Persona, Óp. Cit. Pág. 223.
[2] WOJTYLA, “La persona, sujeto y comunidad”, en El hombre y su destino, Ediciones Palabra, 2005, Madrid España, pág. 46. “El mundo en que vivimos está compuesto de muchos objetos. La palabra objeto aquí significa más o menos lo mismo que ente. Este no es el sentido propio de la palabra, desde que un objeto estrictamente hablando, es algo relacionado a un objeto. Un sujeto es también un ente – un ente que existe y actúa en un cierto modo. Es posible, entonces, decir que el mundo en que vivimos está compuesto de muchos objetos. Sería verdaderamente propio hablar de sujeto antes que de objeto. Si el orden ha sido invertido aquí, la intención fue poner énfasis precisamente al inicio de este libro en su objetivismo, en su realismo. Debido a que si comenzamos con un sujeto, especialmente cuando ese sujeto es el hombre, es fácil tratar a todo lo que está fuera del sujeto, esto es, a la totalidad de objetos, de una manera puramente subjetiva, tratar con él solo en tanto que entra dentro de la consciencia de un sujeto, se establece a sí mismo y habita en esa conciencia. Debemos, por lo tanto,  aclarar desde el inicio que cada sujeto también existe como objeto, como un algo o alguien objetivo.” WOJTYLA,Amor y Responsabilidad, pág. 13.
[3] Cfr.WOJTYLA, K. Persona y Acción,  pág. 12.”Para nosotros, la acción revela a la persona, y miramos a la persona a través de la acción”
[4] WOJTYLA, Karol;  El hombre y su destino, pág. 49.
[5] Distinción fundamental que recogemos en la antropología Wojtyliana.
[6] GUERRA, Rodrigo, Afirmar la persona por sí misma, Óp. Cit. Pág. 40.
[7] GUERRA, “Repensar la moral. Experiencia moral, teoría de la moralidad y antropología normativa en la filosofía de Karol Wojtyla”, enwww.celam.org/documentos_celam/178.doc, pág. 3
[8] WOJTYLA, Karol; “La subjetividad y lo irreductible en el hombre”, pág. 32, en WOJTYLA, El hombre y su destino, Ediciones Palabra, España, 3° Edición, 2005.
[9] GUERRA, Rodrigo; Afirmar la persona por sí misma, Óp. Cit. Pág. 48.
[10] JUAN PABLO II; Catequesis 22 de agosto de 1984 ”Efectivamente, el dominio de sí corresponde a la constitución fundamental de la persona: es precisamente un método "natural". En cambio, la transferencia de los "medios artificiales" rompe la dimensión constitutiva de la persona, priva al hombre de la subjetividad que le es propia y hace de él un objeto de manipulación.
[11] Wojtyla; Libertad y Responsabilidad, pág. 27.  JUAN PABLO II; Centesimus Annus N° 13)
[12] JUAN PABLO II, Christifideles Laici N° 5.

MI libro "Más allá de las diferencias"



Editado por Credo Ediciones, a fines de este mes aparecerá mi libro, fruto de mi tesis de Magister, denominado; " Más Allá de las diferencias: Teología de la Liberación y Doctrina Social de la Iglesia, un intento de Síntesis". Libro que se encuentra a la venta en el siguiente link. Aquí les dejo parte de la introducción al libro:

"La realidad de pobreza e injusticia que sufren muchos hombres y mujeres de nuestro continente, y del mundo entero, es un grave desafío a la conciencia de los creyentes, que interroga profundamente y llama a buscar alternativas de solución concretas, desde la perspectiva de la fe y de la acción cristiana militante. La necesaria promoción de la persona, inspirada en el mensaje evangélico, ha urgido diversas respuestas al acontecer socio, político y económico,  que buscan  liberar de la condición de opresión – negación, en la que viven millones de hermanos nuestros, que son, a la luz de la fe, “los rostros concretos de Cristo que nos cuestiona e interpela.” 

         Históricamente se han dado dos mediaciones que han intentado dar una respuesta de la problemática, antes descrita, desde el compromiso cristiano; la Doctrina Social de la Iglesia y la Teología de la Liberación.

         Las páginas que siguen a continuación, pretenden analizar los aportes que la Teología de la liberación ha realizado a la ética social Cristiana, expresada en la Doctrina Social de la Iglesia, en el contexto eclesial, y como respuesta a la realidad de pobreza e injusticia que sacudían el continente en las últimas décadas del siglo recién pasado.  Este análisis se hará siguiendo los principales temas que recogen la obra de uno de los exponentes de esta corriente teológica latinoamericana; Leonardo Boff. Nuestra intención es recoger, una vez aquietadas las aguas y decantada la controversia, los principales tópicos que esta disciplina teológica ha entregado a la reflexión social de la Iglesia y a la vivencia de la fe latinoamericana. Más que abordar las grandes diferencias, será nuestro propósito destacar la necesaria complementariedad y contribución de esta última a la Doctrina Social de la Iglesia, tratando de superar la comprensión de ambas como paralelas y antagónicas entre sí.

         Sabemos que la empresa que nos proponemos tiene muchas limitaciones. Pero queremos asumirlas por amor a la verdad y a la Iglesia. Como legado en el que las futuras generaciones  pueden ver la acción de Dios caminando en nuestra historia. Limitaciones que quieren ser asumidas por respeto al esfuerzo de muchos cristianos que, inspirados en una fe que se indigna ante la pobreza y humillación de tantas personas, es capaz de esbozar caminos de salida y concreciones del amor al prójimo en la práxis histórica.

En el transcurso de los acontecimientos hubo quienes afirmaron que ambas disciplinas eran antagónicas entre sí y las confrontaciones entre sus representantes se hizo cada vez más aguda y poco conciliadora. Sin embargo, creemos que la teología de la liberación, lejos de las interpretaciones mal intencionadas, ha sido un aporte real y concreto, a partir de la pastoral liberadora de la Iglesia latinoamericana, a la Doctrina moral social de la Iglesia católica universal, especialmente en lo que dice relación con el compromiso social concreto, en la reflexión de la experiencia creyente en diálogo permanente con las ciencias humanas y sociales, en la irrupción de los pobres como sujetos activos de su propia liberación, en la lucha por la justicia y la promoción humana, en el servicio y construcción del reinado de Dios en el ahora histórico como preludio del reino definitivo al que nos llama Jesús.

Creemos que la fe cristiana tiene mucho que decir en el quehacer sociopolítico y económico de América latina. Que las opciones que se realizan deben favorecer la promoción y liberación de los seres humanos  y deben estar iluminados por la justicia y la caridad cristiana, inspiradas en el Evangelio y la moral que nace de él.

En un primer momento de nuestra investigación, queremos situar el contexto histórico en el que surge la Teología de la Liberación, ya que ella se enmarca dentro de un entramado amplio y complejo, que es preciso recorrer para poder descubrir su originalidad y novedad en el acontecer histórico. En este capítulo nos podremos dar cuenta de la realidad de pobreza y marginación que vive el continente, así como los intentos por salir de el. Trataremos de ver cuáles han sido las principales dificultades económicas por las que atravesaba el continente. Veremos que, a pesar de las buenas intenciones, nuestros pueblos vivían una situación de explotación e iniquidad que se vieron agravadas por la imposición de políticas neoliberales de ajuste estructural, con escasa inversión social y el pago de millonarias deudas que relegaron a nuestros países a desigualdades sociales y económicas nunca antes vistas.

Esta situación se ve profundizada con la emergencia, en nuestro continente, de regímenes totalitarios que, inspirados en la Ideología de Seguridad nacional, llenaron a nuestros pueblos de hambre, horror y muerte sistemáticas. En la década de los noventa asistimos a la vuelta de la democracia, con un fuerte acento en lo económico, que provoca la apatía y el desencanto por los temas que son comunes a todos los ciudadanos y consensos cupulares que son característicos de los regímenes latinoamericanos.

En este mismo contexto nos detendremos a mirar la situación de los indígenas y campesinos y las políticas sociales que se implementaron en el continente en el período que hemos seleccionado. Veremos que aún queda mucho camino por recorrer para poder alcanzar el sueño de encontrarnos con una sociedad más justa y fraterna.

Por otro lado, nos detendremos en los cambios que ha provocado el binomio modernidad / modernización en la constitución social de nuestras sociedades. En lo cultural,  las nuevas transformaciones en la esfera económico social y  el auge de las tecnologías de la información que traen consigo una nueva forma de enfrentarse al mundo, serán los temas que intentaremos vislumbrar como principales cambios culturales que nos acontecen.

Para terminar el capítulo, y como introducción al tema que nos ocupa, haremos una mirada global a los cambios eclesiales. Desde la novedad y vuelta a las fuentes del Concilio Vaticano II, y su nueva manera de concebir la Iglesia abierta al mundo, y su concreción y adaptación a la realidad latinoamericana en las conferencias de Medellín y de Puebla respectivamente. En este mismo contexto introduciremos a la teología de la Liberación como expresión de esta nueva forma que tienen los cristianos de enfrentarse con el mundo y de responder a las inquietantes realidades que sufre el continente.

En el segundo capítulo, intentaremos definir lo específico de cada una de estas disciplinas. Ello nos permitirá determinar los campos de acción propios de cada una y las grandes líneas de reflexión y de interpretación que tienen de la realidad. Posteriormente, evaluaremos el estado de las relaciones entre los representantes de la misma y veremos si, en realidad, podemos hablar de una complementariedad entre ambas disciplinas o simplemente son antagónicas entre sí y sin ninguna posibilidad de convergencia.

El tercer capítulo es, más bien, propositivo. Pretende elaborar un elenco de posibles aportes que consideramos importantes y que han sido, o pueden ser, introducidos en la reflexión social de la DSI. Aportes que se hacen desde la lectura de Leonardo Boff y algunas de sus obras. No queremos agotar en ese análisis el tema, sólo pretendemos motivar la valoración que hace falta de esta corriente teológica y que tan bien le puede hacer a la memoria histórica de nuestra Madre Iglesia.
 

Concluiremos con la  síntesis de estos aportes y que nos permitirán dar cuenta de que más allá de las diferencias, hay algo mucho más profundo que une a estas dos formas de explicitar el mensaje evangélico, que nos llama a construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario y en paz."

Educación, Mercaderes y valuadores


Tomado de "El Mostrador.c"
Autor: Juan Guillermo Tejeda, Académico U. de Chile
En un confuso y escandaloso artículo publicado sigilosamente en El Mercurio, José Joaquín Brunner, el paladín de las certificaciones, evaluaciones y rankings en educación, hace una loa abstracta del saber no certificado.
En realidad, la generación de conocimiento, que es la misión de las universidades, y sustancialmente de las universidades públicas, que por naturaleza identitaria no se casan ni con credos ni con intereses económicos, es la esencia del saber. Pero a menudo están infestadas de redes subterráneas, de usos burocráticos malignos cuya función es desesperanzar a los que tienen esperanza.
Pero no podemos saber de antemano aquello que está por saberse, y esa es una de las paradojas de nuestra miseria epistemológica: premiamos siempre a quienes no lo merecen, e ignoramos a los que amplían el escenario del saber. Lo normalizado es enemigo de lo nuevo, y lo nuevo es la salvación de la especie porque se adapta al contexto real, no al de las leyes, los formularios, las ceremonias o lo políticamente correcto.
La mayoría de los profesores basura explican conceptos basura que son basura porque el conocimiento siempre se mueve, y ellos están inmóviles. Suerte que los jóvenes vienen de revolcarse por internet, y allí hay un mundo que es a veces más real que el de cada día.
Pero Brunner, sociólogo (según el malvado Jocelyn-Holt, carente este sociólogo de títulos universitarios de esos que el propio Brunner evalúa, certifica y traduce a indicadores) no quiere saber lo que vendrá, sino que se conforma con graficar sociológicamente lo que hay. Su ciencia, dirían las mentes más chatas de nuestra sociedad, es describir con cierta elegancia incomprensible eso conocido como “es lo que hay”.
El conocimiento, sin embargo, nunca es lo que hay: es por naturaleza inquieto, imprevisible, vivo como el amor humano. Las universidades chilenas, plagadas de ‘Brunners’, de evaluadoras puntudas de proyectos Fondecyt que ahora son casi todas de la Universidad Católica, de fondartistas, de publicadores de papersmuertos antes de empezar a buscar vida, parecen ir siempre a la zaga de lo que la existencia lúgubre e irradiante nos trae como presa y como banquete.
La Revolución Francesa se convino en los salones de damas aristocráticas deseosas de vivir intensamente que acogían a pensadores que jamás fueron académicos. Poco antes Spinoza, que establecería la ética del amor propio y del bien como mejora en el perseverar del propio ser, declinó amablemente una invitación alemana que pese a un buen sueldo (¡atención, académicos prostitutos, ratas del saber!) contenía ciertas limitaciones letales a su libertad de pensamiento. Hobbes, el teórico de las dictaduras de derecha laica que tanto hemos conocido, tenía la peor opinión de sus profesores y condiscípulos de Oxford, empeñados en ecuaciones aristotélicas cuando se estaba pariendo, en ese siglo XVII, la peligrosa y maravillosa democracia.
Chile es un basural empresarial de universidades chatarra que venden y compran conocimiento. Brunner pesa y mide las partículas elementales de ese conocimiento, que así dividido resulta combinable y transable aunque no sea nada, porque el saber auténtico, lo señala Fernando Flores, es aquel donde irrumpe la danza del aprendizaje, señal de una dialéctica que une a espíritu y cuerpo en una sola perfomance triunfante, la del que aprende. El saber es transformación, no una suma muerta de indicadores muertos.
Cuando escucho hablar de “educación” me sobreviene una náusea parecida a cuando escucho hablar de “cultura”. Se trata de implementar con pinzas asépticas recursos para una cosa que los que implementan no tienen idea de qué es. Se trata de sectorizar lo que debiese ser un hábito cotidiano. Cotidianamente aprendemos, porque el hombre, como señala John Holt, es un animal que aprende. Cotidianamente participamos de la cultura cuando comemos, nos vestimos, elegimos un medio de transporte, hablamos o bailamos, no sólo cuando vamos a ver una película de Fellini.
La señora Thatcher fue estudiante en Oxford, y lo único que sacó en claro de su inmersión en esa universidad fundacional fue odiarla. Más tarde le devolvieron los oxfordianos su sentimiento al privarla de una distinción, aunque eso, para ella, no fue nada. Durante los años ochenta, la gestión thatcheriana consistió, en este aspecto de la vida social, en destruir a las universidades como espacios de libertad, de curiosidad, de conversación y de humanismo. Y reemplazar aquellas nobles tradiciones de la pérdida del tiempo por la adquisición ávida de indicadores basura que debieran demostrar que se está haciendo algo útil, como por ejemplo, preparar gente para ir a servir en empresas como Coca-Cola o Colchones Rosen (que son muy buenos) o bancos atroces que esquilman a la gente, o bares que venden comida congelada y con bacterias, todo eso que constituye el éxito económico lejos de la duda, la charla, la polémica, la humanidad, la vida. La vida, para esos seres miedosos como Thatcher o Brunner, es una insensatez que debemos vivir como si fuera algo sensato, y a través de indicadores.
Estos idiotas empeñados en hacer de la aventura del conocimiento un repositorio de indicadores,papers publicados, ponencias en congresos, artículos de libros, citaciones ISI y toda esa basura accesoria, han logrando hacerse cargo del sistema para corromperlo y destruirlo desde dentro.
Brunner habla de los valores humanos, aquellos que destruye con su práctica. Apela al conocimiento socrático, pero lo balancea con la necesidad de que sea para todos, lo que no se ve por qué razón no podría ser así.
Thatcher, Reagan, Pinochet, Harald Beyer, Juan José Ugarte y José Joaquín Brunner quieren hacer del conocimiento un mercadillo de indicadores que beneficien a los beneficiados de siempre, incorporando en calidad de deudores a los demás, y de eso no va a salir nada bueno. El conocimiento es otra cosa. Se trata de amar los libros o el vagabundeo por la red, que la mayoría de los paperistas odia. Se trata de mantenerse en la estupefacción, en la duda, de flotar libremente en los múltiples lenguajes que componen nuestra existencia.
Pero Brunner y sus secuaces (a lo mejor no son tan malos, los pobres) sólo piensan en formularios. Hay que llenar casilleros, obtener puntajes y, como anhelaba Thatcher, que nunca leyó un libro y estuvo unos días en Zapallar en la casa de Ricardo Claro, y defendió a Pinochet en Londres, finalmente ser capaces de decidir qué es útil y qué no lo es en el conocimiento. No es posible saberlo, señores y señoras. Lo nuevo siempre irrumpe, pero jamás por el escenario donde está anunciado.
Las universidades públicas chilenas, y la Universidad de Chile, gloriosa entre todas ellas, se encuentran hoy atrapadas entre dos fuerzas basurientas, aquella del mercado, y aquella de los indicadores. No va a negar uno que en las universidades se pierde el tiempo: para eso fueron hechas, para sacar a los jóvenes de la imbecilidad de los colegios con sus notas, y para darles un poco de protección y de libertad antes de entrar a la máquina de moler carne del mercado. Ya me dirán ustedes qué haríamos con un millón de jóvenes buscando trabajo o merodeando por las calles. Pero curiosamente si hace unos años los únicos que sufrían la humillación absurda de las notas eran los estudiantes, hoy gracias a Thatcher, Brunner, Beyer y compañía tenemos notas para todos: alumnos, profesores, investigadores, departamentos, escuelas, universidades, todo lleva una puntuación mezquina dictada por el esfínter mental de los profesores judicializados, que son los que la llevan.
Yo, francamente, creo que lo mejor de la vida está en lo que bulle en las personas, no en lo que unos burócratas redactando formularios creen que debieran ser, sino en lo que gozosa o dolorosamente son. No sé qué es esta vida ni a qué conduce, pero he experimentado el deseo, el placer, la curiosidad, la compasión, la sensación deliciosa de existir, y me parece que toda esta faramalla de fondos concursables y convenios de desempeño lo que hace es devaluar y finalmente sepultar nuestra humanidad.
Las universidades chilenas, así llamadas aunque la mayoría son basura, están extraviadas hoy en el reemplazo del saber por los indicadores, en un mundo turbio de notas, informes, formularios, certificaciones, exámenes, pruebas, titulaciones, calificaciones, evaluaciones, puntajes, cada una de las cuales genera su propia red corrupta de trucos y ardides. Estamos enseñando astucia, no conocimiento, estamos imprimiendo en los jóvenes desconfianza, no amor por la vida.
Así es que yo les digo, no a Brunner, no a Beyer, no a Ugarte, y sí a ustedes los aún humanos, joven universitario insurrecto, viejo académico deprimido. No a las notas, sí al buen ambiente. Aprendemos en ambientes gratos, en cambio con las notas aprendemos a mentir. Las evaluaciones continuas nos humillan, una bonita conversación nos ilumina. Los rankings nos convierten en mercadería, un campus a escala humana nos da un espacio para convivir.
Nos conviene decir no a la basura burocrática, y sí al espíritu humano con sus contradictorios deseos. Y nos urge sobre todo decir sí a una actitud de honestidad radical, volver a ser capaces de sentir nuestra verdad y decirla en un mundo que es finalmente nuestro mundo, el que habitamos, el único que tenemos.

Hoy nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado…


Esas hermosas y sencillas palabras del evangelista nos recuerdan un acontecimiento esencial de nuestra vivencia humana y cristiana. En Belén de Judá, la tierra de la promesa, y por tanto, de la esperanza, Dios nos tenía preparado un humilde encuentro con nuestro interior. Nos hizo palpable la profundidad humana que llega a tornarse divina. En una pesebrera, de aquellas en las que no es posible el derroche y la magnanimidad, Dios se ha derrochado y engrandecido en el rostro de luz de un pequeño. Tal vez, como evidenciando los rostros de luces de millones de niños que hacen profunda la mirada triste de sus vidas.


Esta noche me pregunto ¿cuántos niños no tienen ese rostro de luz que ilumina el pesebre? ¿Cuántos niños esperan la hermosa noticia que los ángeles le trajeron a los pastores de Belén? ¿Cuántas caritas llenas de tierra acudirán jubilosas a entonar el gloria a Dios en el cielo? ¿Cuántos niños habrán celebrado una hermosa cena y jugarán con algún regalo que sus padres han podido otorgar? Esta Nochebuena me pregunto cuantos niños llorarán por no tener a un padre que abrazar porque se lo llevó la envidia, las ansias de poder, las garras de la muerte provocada por la maldad de los hombres. Esta noche, tranquila en Belén, sin que supiera Herodes o en Roma se enterasen, se yergue el misterio inconmensurable de la historia; Dios se ha hecho hombre y se ha vuelto vulnerable en un niño. Sólo Dios pudo aguantar ese receptáculo de miseria como queriendo preludir la miseria en la que nacerán millones de niños, lejos de la riqueza y la grandeza de unos pocos. Jesús, el mismo del madero traspasado, nace humilde por esfuerzo de una familia joven que buscaba afanosamente un instante de tranquilidad para ver nacer a su hijo, como tantas familias que buscan afanosamente un momento de tranquilidad para reposar de sus cansancios y depresiones constantes al sentir como de llagas la pobreza en sus hombros.


Vienes a nacer, Jesús, en medio de las incomprensiones, de los malestares y de las nulas proyecciones que puede traer el nacer en la morada donde duermen los animales. ¡Qué feliz coincidencia! con la de aquellas mujeres valientes que no sienten a sus hijos como un peso, como una carga de la que habrá que deshacerse rápidamente. ¡Qué feliz contradicción!! Con la de aquellos jóvenes y no tantos que viven del momento y de la falta de compromiso. Que hacen de la mujer un objeto barato de sus instintos pseudo viriles y que ven el nacimiento de un futuro hijo como una maldición y un obstáculo para sus nobles ideales. Vienes a nacer, Jesús, en tu pobreza querida atendida por el amor compasivo y cautivante de tus jóvenes padres distinta de aquellos que violentan tempranamente a sus hijos con golpes y gritos, insultos y parámales.


Esta noche un hijo se nos ha dado para mirarlo fijamente a los ojos y vayamos humildes a adorarlo porque en él se nos ha revelado lo más hermoso del rostro de Dios.

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