lunes, 13 de octubre de 2014

EL EVANGELIO DE HOY: LUNES 13 DE OCTUBRE DEL 2014





¡Se casa el hijo del Rey!
Mateo 22, 1-14. Tiempo Ordinario. Cristo te está invitando a su banquete de bodas. ¿Aceptarás o rechazarás su invitación?
 
¡Se casa el hijo del Rey!
¡Se casa el hijo del Rey!
Del santo Evangelio según san Mateo 22, 1-14

Tomando Jesús de nuevo la palabra les habló en parábolas, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo. Envió sus siervos a llamar a los invitados a la boda, pero no quisieron venir. Envió todavía otros siervos, con este encargo: Decid a los invitados: "Mirad, mi banquete está preparado, se han matado ya mis novillos y animales cebados, y todo está a punto; venid a la boda." Pero ellos, sin hacer caso, se fueron el uno a su campo, el otro a su negocio; y los demás agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron. Se airó el rey y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad. Entonces dice a sus siervos: "La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Id, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encontréis, invitadlos a la boda." Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales. «Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?" Él se quedó callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: "Atadle de pies y manos, y echadle a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes." Porque muchos son llamados, mas pocos escogidos».

Oración introductoria

Padre, nunca te canses de invitarme a gozar de tu presencia. Reconozco que con gran facilidad y desfachatez me atrevo a despreciar tu gracia, que gratuitamente me ofreces en todo momento. Por eso, humildemente te suplico que me des un vestido y una actitud digna para estar contigo en esta oración.

Petición

Jesús, concédeme la sabiduría para saber reconocer y responder, pronta y alegremente, a tu gracia.

Meditación del Papa Francisco

Ante todo la esencia cristiana es una invitación: solo nos convertimos en cristianos si somos invitados. Se trata de una invitación gratuita, a participar, que viene de Dios. Para entrar en esta fiesta no se puede pagar: o estás invitado o no puedes entrar. Si en nuestra conciencia no tenemos esta certeza de ser invitados entonces no hemos entendido qué es un cristiano.
Un cristiano es uno que está invitado. ¿Invitado a qué? ¿A una tienda? ¿Invitado a dar un paseo? El Señor nos quiere decir algo más: "¡Tú estás invitado a la fiesta!" El cristiano es aquel que está invitado a una fiesta, a la alegría, a la alegría de ser salvado, a la alegría de ser redimido, a la alegría de participar de la vida con Jesús. ¡Ésta es una alegría! ¡Tú estás invitado a la fiesta! Se entiende, una fiesta es una reunión de personas que hablan, ríen, festejan, son felices. (Cf. S.S. Francisco, 5 de noviembre de 2013, homilía en Santa Marta).


Reflexión

¿Ya te enteraste de la gran noticia? ¡Se casa el hijo del rey!... Pero, ¿de cuál rey? Se trata de un rey muy especial. Hablamos del Rey de reyes, de Jesucristo, el Hijo de Dios.

Nuestro Señor nos narra hoy la parábola de las bodas del hijo del Rey y del espléndido banquete que organiza en esa ocasión: "El Reino de los cielos –nos dice– se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo"... Jesús vuelve a usar ahora otra de las historias con que solía explicar a la gente el mensaje del Reino de Dios. Y también en esta ocasión se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. Es una de esas parábolas que podemos llamar "históricas" porque lo que dice a modo de cuento sucedió realmente al pueblo de Israel o está para suceder a sus oyentes. Veámoslo con más calma.

El rey celebra la boda de su hijo. Y manda a sus servidores a avisar a los convidados para que vengan al banquete. Pero los convidados no vienen: uno se va a sus campos, otro a sus negocios, y otros maltratan a los enviados hasta matarlos. Entonces el rey, enfurecido, manda sus tropas contra esos asesinos y prende fuego a su ciudad. Luego vuelve a mandar más siervos a invitar a gente de todas partes para que vengan al banquete de su hijo. Y acuden pobres y ciegos, lisiados y mendigos, buenos y malos, hasta que la sala se llena de comensales. ¿Qué significa todo esto?

Creo que ya lo intuimos: el rey, obviamente, es Dios. Y su hijo, nuestro Señor Jesucristo. Los servidores son los profetas, que invitaban constantemente al pueblo de Israel, de parte de Dios, a entrar en su banquete; es decir, a ser fieles a la alianza que Él había pactado con ellos desde los tiempos de Abraham y de Moisés. Muchas veces en la Sagrada Escritura aparece la imagen del banquete como signo de la comunión de Dios con el hombre. Pero los convidados –o sea, el pueblo de Israel– no hacen caso a Dios y no le obedecen; algunos incluso llegan a matar a los profetas. Dios también castiga a su pueblo con el exilio y con la destrucción de Jerusalén, primero en tiempos de Babilonia y, después de la muerte de Cristo, bajo el poder de los romanos. Es entonces cuando Cristo funda su Iglesia convocando a los gentiles de todas las naciones, –son estos los invitados de los "cruces de los caminos", como dice la parábola–. Y acude toda clase de gente, ricos y pobres, malos y buenos.

Pero... ¡ojo! No basta haber sido invitado. Se necesita venir en traje de fiesta. ¿Y cuál es ese traje de fiesta? La vida de gracia santificante. Que el vestido de nuestra alma se encuentre tan limpio y tan blanco como el día de nuestro bautismo. Sólo así participaremos en el banquete del cielo.

Pero, ¿por qué nuestro Señor compara su Reino a un banquete de bodas? Creo que la pregunta no es muy difícil. En la vida de los hombres una boda es siempre un gran acontecimiento. Basta ver con cuánta emoción prepara un padre o una madre de familia las bodas de sus hijos... Todos tenemos esta experiencia. Una boda es una fiesta magnífica, llena de júbilo y regocijo para todos: para los novios, obviamente, que ven cumplidos los sueños de su amor –al menos hasta este momento–; alegría para los papás, para los familiares, para todos los amigos y allegados de los novios, para todos los convidados al banquete. Además, un matrimonio siempre marca un antes y un después en la vida de los desposados: es una alianza de amor para siempre. Por eso Cristo quiso comparar su venida mesiánica a la tierra y su redención con una boda. Así comenzó la era de la "Nueva Alianza", del Nuevo Testamento: son las bodas místicas de Cristo con su Iglesia.

Pero, ¡cuidado! No seamos nosotros como los primeros invitados al banquete que, por atender a sus propios negocios o intereses egoístas y particulares, no obedecieron la voz de Dios. También a nosotros nos puede pasar lo mismo si preferimos nuestro descanso, caprichos y comodidades personales antes de venir al banquete de Cristo. Y, ¿sabes cuál es ese banquete? La Iglesia y la fe, por supuesto. Pero seamos más concretos. Ese banquete es también la Sagrada Eucaristía. ¿Cuántas veces no acudes a la Misa dominical por preferir “tus campos, tus bueyes y tus negocios personales”? Cristo te está invitando a su banquete de bodas. ¿Aceptarás o rechazarás su invitación?

Propósito

Preparar el ambiente y las motivaciones necesarias para que la celebración de la Eucaristía, este domingo, sea la actividad más importante de mi familia.

lunes 13 Octubre 2014

Lunes de la vigésima octava semana del tiempo ordinario
Nuestra Señora de Fátima (fin de las apariciones)

Beata Alejandrina María da Costa

Leer el comentario del Evangelio por
Afraates : “Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación"

Pablo a los Gálatas 4,22-24.26-27.31.5,1.
Hermanos:
Está escrito que Abraham tuvo dos hijos: uno de su esclava y otro de su mujer, que era libre.
El hijo de la esclava nació según la carne; en cambio, el hijo de la mujer libre, nació en virtud de la promesa.
Hay en todo esto un simbolismo: estas dos mujeres representan las dos Alianzas. La primera Alianza, la del monte Sinaí, que engendró un pueblo para la esclavitud, está representada por Agar,
Pero hay otra Jerusalén, la celestial, que es libre, y ella es nuestra madre.
Porque dice la Escritura: ¡Alégrate, tú que eres estéril y no das a luz; prorrumpe en gritos de alegría, tú que no conoces los dolores del parto! Porque serán más numerosos los hijos de la mujer abandonada que los hijos de la que tiene marido.
Por lo tanto, hermanos, no somos hijos de una esclava, sino de la mujer libre.
Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud.

Salmo 113(112),1-2.3-4.5-7.
Alaben, servidores del Señor,
alaben el nombre del Señor.
Bendito sea el nombre del Señor,
desde ahora y para siempre.

Desde la salida del sol hasta su ocaso,
sea alabado el nombre del Señor.
El Señor está sobre todas las naciones,
su gloria se eleva sobre el cielo.

¿Quién es como el Señor, nuestro Dios,
que tiene su morada en las alturas,
y se inclina para contemplar el cielo y la tierra?
El levanta del polvo al desvalido,
alza al pobre de su miseria.




Lucas 11,29-32.
Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: "Esta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás.
Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay alguien que es más que Jonás.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

Afraates (¿- c. 345), monje, obispo cerca de Mossul
Las Disertaciones, nº 3 Del ayuno

“Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación"

Los hijos de Nínive ayunaron con un ayuno puro cuando Jonás les predicó la conversión. Así está escrito: Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. Negaron a los niños de pecho el alimento de sus madres, y que la vacas y ovejas no prueben bocado, no pasten ni beban (Jo 3)…


Y esto es lo que está escrito: “Cuando vio Dios sus obras y cómo se convertían de su mala vida, se compadeció y se arrepintió de la catástrofe con que les había amenazado, y no la ejecutó”. No dice: “Vio Dios el ayuno de pan y de agua, con saco y ceniza”, sino “que vio sus obras y cómo se convertían de su mala vida”… Este fue un ayuno puro, y fue aceptado el ayuno de los ninivitas cuando se convirtieron de sus malos caminos y de la rapacidad de sus manos…


Porque, amigo mío, cuando se ayuna, siempre es la abstinencia de la maldad el mejor ayuno. Es mejor que la abstinencia de pan y de agua, mejor que… “mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza” tal como dice Isaías (58,5). En efecto, cuando el hombre se abstiene de pan, de agua o de cualquier otro alimento, se cubre de saco y de ceniza y está compungido, es amado y agradable. Pero lo que es más agradable es que se humille a sí mismo, que “haga saltar los cerrojos de los cepos” de la impiedad y que “rompa los cepos” del engaño. Entonces “nacerá una luz como la aurora, te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Será como un jardín exuberante, como una fuente de agua que no se agota” (Is 58,6s).

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