jueves, 23 de octubre de 2014

El Antiguo Testamento: Los Profetas Menores



Con Oseas comienza la serie de los doce Profetas Menores. Llámanse Menores no porque fuesen profetas de una categoría menor, sino por la escasa extensión de sus profecías, con relación a los Profetas Mayores.
Oseas
Oseas u Osee, profeta de las diez tribus del norte, como su contemporáneo Amós, vivió en el siglo VIII a. C., mientras Isaías y Miqueas profetizaban en Judá, es decir, bajo el reinado del rey Jeroboam II de Israel (783-743) y de los reyes Ocías (Amasías) (789-738), Joatán (738-736), Acaz (736-721) y Ezequías (721-693), reyes de Judá. Sus discursos proféticos se dirigen casi exclusivamente al reino de Israel (Efraím, Samaria), entonces poderoso y depravado, y sólo de paso a Judá. Son profecías duras, cargadas de terribles amenazas contra la idolatría, la desconfianza en El y la corrupción de costumbres y alternadas, por otra parte, con esplendorosas promesas (cf. 2, 14 ss.) y expresiones del más inefable amor (cf. 2, 23; 11, 8, etc.). El estilo es sucinto y lacónico, pero muy elocuente y patético y a la vez riquísimo en imágenes y simbolismos.
La primera parte (cap. 1-3) comprende dos acciones simbólicas que se refieren a la infidelidad del reino de Israel como esposa de Yahvé. La segunda (cap. 4-14) es una colección de cinco vaticinios (caps. 4, 5, 6, 7-12; 12-14) en que se anuncian los castigos contra el mismo reino y luego la purificación de la esposa adúltera, en la cual se despierta la esperanza en el Mesías y su glorioso reinado.
El sepulcro de Oseas se muestra en el monte Nebi Oscha, no lejos de es-Salt (Transjordania). El Eclesiástico hace de Oseas y de los otros Profetas Menores este significativo elogio: "Reverdezcan también en el lugar donde reposan, los huesos de los doce Profetas; porque ellos consolaron a Jacob, y lo confortaron con una esperanza cierta" (Ecli. 49, 12).

Joel
De Joel, profeta de Judá e hijo de Fatuel, nada sabemos fuera de los tres capítulos de profecías que llevan su nombre. El tiempo de su actividad ha de ser calculado después de separarse de la casa de David las diez tribus, pero antes del destierro. El hecho de que solamente se mencionen los sacerdotes, y no los reyes, hace conjeturar que Joel haya escrito en tiempos del rey Joás de Judá (836-797) cuando el Sumo Sacerdote Joiadá en nombre del rey niño manejaba las riendas del gobierno (IV Rey. 11). Una minoría de exégetas ubican a Joel en el periodo después del destierro, fundándose especialmente en 3, 6, donde se mencionan los griegos (cf. Nácar-Colunga). Su anuncio, como dice este mismo autor, es escatológico, cosa que no debe olvidarse al interpretarlo.
En el primer discurso profético describe Joel una plaga terrible de langostas, fenómeno conocido en Judea, como figura del oprobio de Israel por parte de las naciones. Ello da ocasión al profeta, en el segundo discurso (2, 18-3, 21), para exhortar a Israel a la contrición y anunciar el "día del Señor" y el juicio de las naciones o castigo de los enemigos del pueblo santo, y el reino mesiánico, siendo especialmente de notar la aplicación que San Pedro hizo de esta profecía (Hech. 2, 28-31) el día de Pentecostés, a los carismas traídos por el divino Espíritu.
Amós
Antes de su vocación, Amós fue pastor y labrador que apacentaba sus ovejas y cultivaba cabrahigos en Tecoa, localidad de la montaña de Judá, situada a 20 kilómetros al sur de Jerusalén. A pesar de su pertenencia al reino de Judá, Dios lo llamó al reino de Israel (cf. 1, 1; 7, 14 s.), para que predicase contra la corrupción moral y religiosa de aquel país cismático que se había separado de Judá y el Templo. Alguna vez menciona también a Judá (2, 4) y a todo el pueblo escogido (9, 11). Amós desempeñó su cargo en los días de Ocías (Azarías), rey de Judá (789-738) y Jeroboam II, rey de Israel (783-743).
Desde un principio, el profeta se mostró intrépido defensor de la Ley de Dios, especialmente en su encarnizada lucha contra el culto del becerro adorado en Betel. Perseguido por Amasías, sacerdote de aquel becerro (7, 10), el profeta murió mártir, según una tradición judía. La Iglesia le conmemora en el calendario de los santos el 30 de marzo.
Los primeros dos capítulos contienen amenazas contra los pueblos vecinos, mientras los capítulos 3-6 comprenden profecías contra el reino de Israel. Los caps. 7-9 presentan cinco visiones proféticas acerca del juicio de Dios sobre su pueblo y el reino mesiánico, a cuyas maravillas dedica los últimos versículos, como lo hacen también Oseas, Joel, Abdías y casi todos los profetas Mayores y Menores.

Abdías
Son muy escasas las noticias que poseemos sobre Abdías, cuyo nombre hebreo Obadyah significa siervo de Yahvé. San Jerónimo lo identifica con aquel Abdías, mayordomo de Acab, que alimentó a los cien profetas que habían huido del furor de Jezabel (III Rey. 18, 2 ss.).
Los escrituristas modernos, en su mayoría, no se adhieren a esta opinión. Sea lo que fuere, el tiempo en que actuó el autor de esta pequeña pero muy impresionante profecía, debe ser anterior a los profetas Joel, Amós y Jeremías, los cuales ya la conocían y la citaban. Lo más probable parece que haya profetizado en Judá alrededor de 885 a. C., cuando Elías profetizaba en Israel. Véase v. 12 y nota.
Su único capítulo contiene dos visiones. La primera se refiere a los idumeos (edomitas), un pueblo típicamente irreligioso y enemigo hereditario de los judíos y que se unía siempre a sus perseguidores. "Pero el día del Señor se aproxima; Dios se vengará a Sí mismo y vengará a Israel, contra los idumeos y contra todas las naciones gentiles. Los israelitas, al contrario, serán bendecidos; se apoderarán del territorio de sus opresores, y luego Yahveh reinará gloriosamente y para siempre en Sión" (Fillion). A esta restauración de Israel y reino mesiánico se refiere la segunda parte de la profecía.

Jonás
No hay motivo para dudar que Jonás es el mismo profeta hijo de Amati o Amitai (cf. 1, 1) que en tiempo de Jeroboam II (783-743 a. C.) predijo una victoria sobre los asirios (IV Rey. 14, 25). La tradición judía cree que fue también el que ungió al rey Jehú por encargo del profeta Eliseo (IV Rey. 9, 1 ss.).
Los cuatro capítulos del Libro no son profecía propiamente dicha, sino más bien relato -probablemente escrito por el mismo Jonás, aunque habla en tercera persona- de un viaje del profeta a Nínive y de las dramáticas aventuras que le ocurrieron con motivo de aquella misión. Sin embargo, tomados en conjunto, revisten carácter profético, como lo atestigua el mismo Jesucristo en Mt. 12, 40, estableciendo al mismo tiempo la historicidad de Jonás, que algunos han querido mirar como simple parábola (cf. 2, 1 y nota). San Jerónimo, empleando un juego de palabras, dice que "Jonás, la hermosa paloma (yoná significa en hebreo paloma), fue en su naufragio figura profética de la muerte de Jesucristo. El movió a penitencia al mundo pagano de Nínive y le anunció la salud venidera".
La nota característica de esta emocionante historia consiste en la concepción universalista del reino de Dios y en la anticipación del Evangelio de la misericordia del Padre Celestial, "que es bueno con los desagradecidos y malos" (Lc. 6, 35). El caso de Jonás encierra así un vivo reproche, tanto para los que consideran el reino de Dios como una cosa reservada para ellos solos, cuanto para los que se escandalizan de que la divina bondad supere a lo que el hombre es capaz de concebir.
En cuanto a la personalidad de Jonás, para formarse de ella un concepto exacto ha de tenerse presente que Dios no se propone aquí ofrecernos un ejemplo de vida santa, ni de celo en la predicación, ni de sabiduría, como en Jeremías, Ezequiel o Daniel, sino, a la inversa, mostrarnos la lección de sus yerros. La labor profética de Jonás en este Libro, se limita a un versículo (3, 4), donde anuncia y repite escuetamente que Nínive será destruida, sin exponer doctrina, ni formular siquiera un llamado a la conversión. Y en cuanto a la actuación y conducta personal del profeta, vemos que empieza con una desobediencia (1, 3) y que, no obstante la gran prueba que sufre y de la cual Dios lo salva (cap. 2), termina con dos distintos accesos de ira (4, 4 y 8), uno por falta de misericordia hacia los pecadores (cf. 2, 9 y nota) y el otro por falta de resignación. Lejos, pues, de proponérnoslo Dios como tipo de imitación, la enseñanza del Libro consiste, al contrario, en descubrirnos al desnudo las debilidades del profeta; lo cual es ciertamente un espejo precioso para que aprendamos a reconocer que las miserias nuestras no son menores que las de Jonás, y lo imitemos, eso sí, en la rectitud con que se declara culpable (1, 12) y en la confianza que manifiesta su hermosa plegaria del cap. 2.
La imagen de Jonás se usaba ya en las catacumbas como figura de Cristo, que fue "muerto y sepultado y al tercer día resucitó de entre los muertos", y cuya resurrección es prenda de la nuestra. Jonás es también tipo de nuestro Salvador en cuanto Enviado que desde Israel trajo la salvación a los gentiles (Lc. 2, 32) y representa de este modo la vocación apostólica del pueblo de Dios.

Miqueas
La Sagrada Escritura conoce dos profetas que llevan el nombre de Miqueas o Micá; uno que vivió en el reino de Israel (III Rey. 22, 8 ss.) en tiempos del rey Acab (873-854), y otro que profetizó en el reino de Judá (Jer. 26, 18), reinando Joatam (738-736), Acaz (736-721) y Ezequías (721-693). Este segundo nos dejó el presente libro. De su vida solamente sabemos que era oriundo de Morasti (Moréset), pequeño lugar situado cerca de Eleuterópolis (hoy Beit Dschibrin) al suroeste de Jerusalén. La Iglesia lo venera como mártir y celebra su fiesta el 15 de enero.
El marco histórico en que se encuadra la actividad de Miqueas es determinado por los tres reyes mencionados en 1, 1: apogeo de Judá bajo Joatam; humillación e invasiones enemigas en el reinado de Acaz y Ezequías; idolatría y vicios que provocaron la restauración del culto por este santo rey.
El libro se compone de tres discursos. El primero (caps. 1-2) se dirige contra los reinos de Israel y Judá, a los cuales predice la ruina, pero también el regreso del cautiverio y la erección del reino mesiánico. El segundo discurso (caps. 3-5) trae amenazas contra los príncipes y jueces, contra falsos profetas y malos sacerdotes, contra Sión y el Templo, el cual será destruido en castigo de las maldades, pero al mismo tiempo promete felicidad futura, gloria para Jerusalén como centro de todos los pueblos, la restauración del reino de David y la venida del Mesías que nacerá en Belén. El tercer discurso (caps. 6-7) contiene exhortaciones al arrepentimiento, anuncia el perdón y muestra el camino de la salvación. Concluye el Libro con un himno rebosante de promesas y de esperanzas.
Miqueas se distingue por la belleza y sublimidad de su lenguaje, que es "terrible, desnudo y audaz en las conminaciones (3, 12), elevado y grandioso en las promesas (4, 1 ss.; 5, 1 ss.), tierno y patético en sus quejas y lamentos (6, 1 ss.)". Tiene mucha semejanza con su contemporáneo Isaías, junto con el cual Miqueas inaugura el siglo de oro de la literatura hebrea.
Nahún
Nahum vivió en el siglo VII a. C.; según la tradición judía, bajo el rey Manasés (693-639), o quizá Josías (638-608), y profetizó contra Nínive, capital del reino de los asirios. Fuera de este oráculo no poseemos nada de su actividad profética, la cual está colocada entre la de Isaías, de quien cita varios pasajes (cf. 1, 4 = Is. 33, 9; 1, 15 = Is. 52, 7; 3, 5 = Is. 47, 3 y 9); y la de Jeremías que, a la inversa cita a nuestro profeta (cf. 1, 13 = Jer. 30, 8; 3, 5, 13, 17 y 19 = Jer. 13, 12 ss.; 50, 37; 51, 30, etc.).
Lo único que acerca de la vida de Nahum indica la Sagrada Escritura (Nah. 1, 1) es el lugar de su nacimiento, pues lo llama elceseo (1, 1), es decir, de Elkosch, situada, según unos, en Galilea, según otros en Judea, y cuyas ruinas se veían allí todavía en tiempos de San Jerónimo. Menos fundada es la opinión de que naciera en Alkosch, situada cerca de Mosul, donde los nestorianos veneran su sepulcro.
Como Abdías se consagró esencialmente a anunciar la ruina de los idumeos, hijos de Esaú y enemigos envidiosos de Israel, aunque hermanos suyos según la carne, así el fin de la profecía de Nahum es prevenir a sus lectores contra la poderosa capital asiria, y darles la seguridad de que será destruida la que un día pareció realizar la hazaña -única entre los pueblos gentiles- de convertirse al Dios de Israel (cf. Jonás 3) para caer luego en la apostasía y ser su más terrible enemiga (1, 11 y nota). En tal sentido las profecías de Nahum y Jonás son correlativas, y cada una releva la gran importancia de la otra en el plan divino. En tiempo de Nahum, Nínive había ya llevado cautivos a las diez tribus del norte (Israel) en 721, y amenazaba orgullosamente a Jerusalén bajo Senaquerib (IV Rey. 18, 15 s.), a cuya invasión de Judea, milagrosamente frustrada por un ángel (cf. Is. 36-37), parecería aludir Nahum en 1, 12 s.
Habacuc
El libro de Habacuc no da detalles sobre la vida del profeta. Nada sabemos de su vida salvo el retrato psicológico que él mismo nos pinta en los tres capítulos de su Libro. Habacuc se muestra dominado por ciertas dudas respecto al porvenir de su pueblo y al reino de Dios, mas su confianza y su fe son mayores aún. El es el justo "que vive de la fe" según esta profundísima sentencia que él nos dejó y que S. Pablo cita tres veces. Cf. 2, 4 y los últimos versículos del capítulo 3.
Habacuc profetizó antes de la invasión de Judá por los caldeos (605) puesto que tal calamidad es objeto de su vaticinio, después de la cual Habacuc predice la ruina de Babilonia, como predijo Nahum la de Nínive, ambos crueles enemigos del pueblo y del reino de Dios. La identidad de su persona con aquel Habacuc que se menciona en el libro de Daniel (Dan. 14, 32), no es probable por razones cronológicas, pues este último aparece unos cien años después.
El Libro comienza con un diálogo entre Dios y el profeta sobre el castigo de Judá, dirígese luego contra los babilonios y termina con un magnífico y célebre cántico (cap. 3), que ha sido recogido en varias partes por la Liturgia y que por la riqueza de su estilo denota, como Miqueas y Joel, la edad de oro de la lengua hebrea. En él, Habacuc, que es el profeta de la fe, expresa la segura esperanza en la salvación que viene de Dios y la destrucción de los enemigos de su pueblo.
Los Profetas Menores
Sofonías
Sofonías, contemporáneo de Habacuc, descendiente directo, según parece decirlo él mismo, del santo rey Ezequías (cf. 1, 1), profetizó durante el reinado de Josías (638-608), probablemente antes o en el curso de la reforma del culto que llevó a cabo este otro santo rey.
El profeta se dirige contra la idolatría y la injusticia reinantes en Judá, no obstante el aparente despertar de la piedad traída por aquella reforma, y anuncia, como Habacuc, la próxima desolación del país por los enemigos. Luego vaticina contra los pueblos paganos, en primer lugar los filisteos y asirios, y termina, como casi todos los profetas, prediciendo la salud mesiánica con palabras que denotan un asombroso amor de Dios por Israel.
La Iglesia celebra la memoria de Sofonías (el 3 de diciembre) como lo hace con los demás profetas y grandes santos del Antiguo Testamento. Así los llama Croisset, quien presenta, por ejemplo, sólo en el Santoral de julio: el día 1o. a Aarón, el 4 a Oseas y Ageo, el 6 a Isaías, el 13 a Joel y Esdras, el 20 a Elías (a quien los Carmelitas dedican como a Patriarca oficio de primera clase con octava por concesión de Gregorio XIII y Sixto V), el 21 a Daniel, etc. Sin embargo, ninguno de ellos, fuera de Elías y los Macabeos (1o. de agosto) tiene misa.

Ageo
Con Ageo (en hebreo Haggai) empieza el periodo postexílico de la profecía de Israel, en el cual le acompañará Zacarías y le sucederá, casi un siglo más tarde, Malaquías. Como muchos otros de los profetas menores, Ageo no es conocido más que por algunas pocas noticias. Sus cuatro discursos se refieren todos al segundo año de Darío I (520 a. C.), y fueron pronunciados en menos de cuatro meses (cf. 1, 1; 2, 11 y 21).
Su nombre como el de Zacarías se menciona en Esdr. 5, 1 y 6, 14, y allí vemos, como en los profetas anteriores, el ambiente decaído de los "restos" de Israel vueltos de Babilonia (tribus de Judá y Benjamín), que estos enviados de Dios trataron de levantar en aquel periodo, y que tan lejos estaba de la restauración soñada según los vaticinios de los profetas. En el orden político Israel estaba sometido a la tiranía extranjera; en el religioso y moral, reinaba la horrible decadencia que Malaquías enrostra a sacerdotes y pueblo, al que el mismo Ageo condena por su impureza (2, 10 ss.) y por su indiferencia en construir el nuevo Templo (1, 4 ss.), que debería haber sido el objeto de todas sus ansias, según las esplendorosas promesas del profeta Ezequiel (cf. Ez. 40, 1 ss.). Epoca "penosa y aún dolorosa, porque la teocracia hallaba, de parte de los hombres, muchos obstáculos para salir de sus ruinas, y el desaliento se había apoderado de los judíos, también del punto de vista religioso" (Fillion). Véase Esdr. 1, 2 y nota.
En el primer discurso (1, 2-2, 1), Ageo exhorta a los judíos, remisos en reanudar la reconstrucción del Templo; en el segundo (2, 2-10) consuela a los que habían visto la gloria y magnificencia del Templo salomónico; en el tercero (2, 11-20), anuncia la bendición de Dios y la futura gloria del Templo; en el cuarto (2, 21-24), se dirige a Zorobabel prometiéndole recompensa divina y fortaleciéndole con la promesa del reino mesiánico futuro, "con lo cual se ve una vez más que esta restauración precaria de aquellas pocas tribus, que tanto había de sufrir aún en tiempos de los Macabeos, y caer luego en el deicidio y la total dispersión, no era sino figura de aquella otra que constituía la esperanza de Israel". Véase Sof. 3, 20 y nota.
Zacarías
El nombre de Zacarías, común a más de veinte personajes del Antiguo Testamento, tiene en hebreo el hermoso significado de "Dios se acuerda", o "el recordado de Dios", es decir que su sola enunciación significaba un acto de fe en el Dios vivo.
Zacarías, hijo de Baraquías, y nieto de Iddó (Esdr. 5, 1 y 6, 14 le llama hijo de éste en sentido lato), comenzó a profetizar en el mismo año que Ageo (520 a. C.). No parece, pues, ser, como muchos creyeron, el mismo sacerdote Zacarías que Jesús cita en Mt. 23, 35, y Lc. 11, 51, pues se considera que éste fue asesinado unos 330 años antes, por orden del rey Joás (II Par. 24, 21), y que era hijo de Joiadá, siendo este nombre, según San Jerónimo, un apodo de Baraquías. La actividad profética de Zacarías abarca dos años (520-518). Según otros, algo más.
Mientras Ageo exhorta al pueblo principalmente a la restauración del Templo, Zacarías, con su autoridad de profeta y de sacerdote de la tribu de Leví (Neh. 12, 16), y con un celo que se alaba en Esdr. 6, 14, "tomando como punto de partida el estado de aflicción en que se hallaba entonces Jerusalén... anima, consuela, exhorta, mostrando el porvenir brillante reservado a Israel y las bendiciones abundantes que se unirán a la restauración del Santuario de Yahveh" (Fillion), para lo cual expone ante todo ocho visiones (caps. 1-6). Los caps. 7-8 que forman la respuesta a una consulta, contienen enseñanzas espirituales y son, como Is. 37-39, un nexo entre la primera y la última parte de la profecía. En los restantes caps. (9-14), cuya magnificencia es parecida a la de Isaías, el profeta vaticina el reino mesiánico, que es el fin y objeto principal de sus profecías, y muestra a Cristo en sus dos venidas: rechazado y doliente en la primera, triunfante y glorioso en la segunda. Véase y compárese Zac. 9, 9 (el Mesías montado en un asnillo: cf. Mt. 21, 5); 11, 12 s. (traicionado y vendido: cf. Mt. 27, 9); 12, 10 ss. (traspasado por la lanza: cf. Juan 19, 37); 13, 7 (abandonado por los suyos: cf. Mt. 26, 31).
La crítica racionalista niega la unidad de este Libro, atribuyendo la última parte (9-14) a otro escritor anterior al cautiverio de Babilonia. A esto se opone la tradición constante de la Sinagoga y de la Iglesia, demostrando principalmente, no sólo que no existe prueba alguna de ello, sino también que la vuelta de la cautividad es presentada en ambas partes de Zacarías, como imagen de la felicidad futura prometida a Israel, y descrita de la misma manera. Véase en Vigouroux, Cornely, Knabenbauer, etc., los paralelismos importantes entre textos de Zacarías y los profetas Jeremías, Ezequiel, Sofonías, etc., que muestran que aquél se sirvió de ellos y no pudo por tanto ser anterior a la toma de Jerusalén por Nabucodonosor. Esos textos, que fueron admitidos como argumento decisivo por un crítico racionalista como de Wette, haciéndole cambiar de opinión sobre la autenticidad del final de Zacarías, son los siguientes: 9, 2 y Ez. 28, 4; 9, 3 y III Rey. 10, 27; 9, 5 y Sof. 2, 3; 10, 3 y Ez. 34, 17; 11, 4 y Ez. 34, 4; 11, 3 y Jer. 12, 5; 13, 8 s. y Ez. 5, 12; 14, 8 y Ez. 47, 1-12; 14, 10 s. y Jer. 31, 38-40; 14, 20 s. y Ez. 43, 12 y 44, 9.
Malaquías
Malaquías significa "Mensajero mío" (cf. 3, 1 y nota), o "Angel del Señor" (así lo llama la versión griega), y de ahí que Clemente Alejandrino, Orígenes y otros Padres, a falta de datos sobre la persona del profeta, lo tomasen por un ser celestial. Mas tal opinión no se funda en argumento real alguno; tampoco lo admiten los exégetas modernos. El Targum de Jonatán dice en cambio que Malaquías era simplemente un nombre adoptado por el mismo Esdras para escribir la profecía.
La serie de los profetas menores se cierra con Malaquías, que vivió en tiempos de Esdras y Nehemías, casi un siglo después de los profetas Ageo y Zacarías, cuando el Templo estaba ya reedificado y se había reanudado el culto. Malaquías sólo será sucedido, cuatro siglos más tarde, por el Precursor, a quien él mismo anuncia (como también la vuelta de Elías: cf. 3, 1 y 4, 5 s.), y a quien Jesús había de caracterizar como el último y mayor profeta del Antiguo Testamento, al decir: "La Ley y los profetas llegan hasta Juan" (Lc. 16, 16).
Después de recordar, como una sentencia que agrava la culpa de Israel, cuánto fue el amor de Dios por su pueblo, Malaquías lucha contra los mismos abusos contra los cuales se dirigen los libros de Esdras y Nehemías, es decir, la corrupción de las tribus vueltas de Babilonia. "El estado moral de los judíos en Palestina se hallaba entonces bien lejos de ser perfecto. Una profunda depresión se había producido a este respecto desde los días mejores en que Ageo y Zacarías promulgaban sus oráculos. Malaquías nos muestra a la nación teocrática descontenta de su Dios porque tardaban mucho, según ella, en realizarse las promesas de los profetas anteriores" (Fillion).
Empieza tratando de los sacerdotes y del culto, por lo cual reprende a los ministros del Señor que se han olvidado del carácter sagrado de su cargo (1, 6-2, 9). Predica luego contra la corrupción de las costumbres en el pueblo (2, 10-3, 18), los matrimonios mixtos y los frecuentes divorcios, y exhorta a pagar escrupulosamente los diezmos.
Al final anuncia el profeta la segunda venida de Elías como precursor del gran día del Señor, juntamente con predicciones mesiánicas muy importantes. Cf. 3, 1; 4, 5-6.





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