domingo, 13 de abril de 2014

Vía Dolorosa

Vía Dolorosa I

Procesión del Viernes Santo por la Vía Dolorosa, en la que participan los fieles de Jerusalén. Firma: Marie-Armelle Beaulieu/CTS.¿Quieres acompañar de cerca, muy de cerca, a Jesús?... Abre el Santo Evangelio y lee la Pasión del Señor. Pero leer sólo, no: vivir. La diferencia es grande. Leer es recordar una cosa que pasó; vivir es hallarse presente en un acontecimiento que está sucediendo ahora mismo, ser uno más en aquellas escenas (Vía Crucis, IX estación, punto 3). 

A lo largo de los siglos, así han contemplado los santos —y, con ellos, muchedumbres de cristianos— la muerte redentora de Jesús en la cruz y su resurrección: el misterio pascual, que está en el centro de nuestra fe (Cfr.Catecismo de la Iglesia Católica, n. 571). Con el paso del tiempo, la meditación de aquellos hechos ha cuajado en algunas devociones, entre las que destaca el vía crucis.

Como sabemos, este ejercicio tiene por objeto considerar con espíritu de compunción y compasión la última y más dolorosa parte de los padecimientos del Señor, acompañándolo espiritualmente en el camino que recorrió, cargado con la Cruz, desde el Pretorio de Pilato hasta el Calvario, y allí, desde que fue enclavado en el patíbulo hasta su deposición en el Sepulcro.

La práctica del vía crucis se fundamenta en la veneración por los Santos Lugares, donde no hacía falta imaginarse los escenarios de la Pasión, sino que se tenían a la vista y se recorrían físicamente. Una leyenda piadosa —recogida en De transitu Mariae, un apócrifo siriaco del siglo V— cuenta que la Santísima Virgen caminaba a diario por los sitios donde su Hijo había sufrido y derramado su sangre (Cfr. Dictionnaire de spiritualité, II, col. 2577). Por mano de san Jerónimo, ha llegado hasta nosotros el testimonio de la peregrinación a Palestina que la noble santa Paula realizó entre los años 385 y 386: en Jerusalén, «con tanto fervor y empeño visitaba todos los lugares, que, de no haber tenido prisa por ver los otros, no se la hubiera arrancado de los primeros. 

En la Ciudad Vieja, la Vía Dolorosa está señalada en árabe, hebreo y latín. Firma: Leobard Hinfelaar.Prosternada ante la cruz, adoraba al Señor como si lo estuviera viendo colgado de ella. Entró en el sepulcro de la Anástasis y besaba la piedra que el ángel había removido de aquel. El sitio mismo en que había yacido el Señor lo acariciaba, por su fe, con la boca, como un sediento que ha hallado las aguas deseadas. Qué de lágrimas derramara allí, qué de gemidos diera de dolor, testigo es toda Jerusalén, testigo es el Señor mismo a quien rogaba» (San Jerónimo, Epitaphium sanctae Paulae, 9).

También conocemos bastantes detalles de algunas ceremonias litúrgicas que se tenían en Jerusalén en la misma época, gracias a la peregrina Egeria, que viajó a Tierra Santa a finales del siglo IV. Muchas consistían en la lectura de los relatos evangélicos relacionados con cada lugar, el rezo de algún salmo y el canto de himnos. Además, al describir las funciones sagradas del Jueves y Viernes Santo, narra que los fieles iban en procesión desde el monte de los Olivos hasta el Calvario: «se va hacia la ciudad a pie, con himnos, y se llega a la puerta en la hora en que empieza a reconocerse un hombre de otro; después, en el interior de la ciudad, todos, ninguno excluido, grandes y pequeños, ricos y pobres, están presentes; nadie deja de participar, especialmente ese día, en la vigilia hasta la aurora. De esa forma se acompaña al Obispo desde Getsemaní hasta la puerta, y de ahí, atravesando toda la ciudad, hasta la Cruz» (Itinerarium Egeriae, XXXVI, 3 (CCL 175, 80)).

Según otros testimonios posteriores, parece que fue precisándose poco a poco el camino por el que Jesús había pasado a través de las calles de Jerusalén, al mismo tiempo que se determinaban también las estaciones, es decir, los sitios donde los fieles se detenían para contemplar cada uno de los episodios de la Pasión. Los cruzados —en los siglos XI y XII— y los franciscanos —desde el XIV en adelante— contribuyeron en gran medida a fijar esas tradiciones. De esta forma, en la Ciudad Santa, durante el siglo XVI ya se seguía el mismo itinerario que se recorre actualmente, conocido como Vía Dolorosa, con la división en catorce estaciones.

Esquema del recorrido de la Via Dolorosa.A partir de entonces, fuera de Jerusalén se extendió la costumbre de establecer vía crucis para que los fieles considerasen esas escenas, a imitación de los peregrinos que iban personalmente a Tierra Santa: se difundió primero en España —gracias al beato Álvaro de Córdoba, dominico—, de ahí pasó a Cerdeña, y más tarde al resto de Europa. Entre los propagadores de esta devoción, san Leonardo de Puerto Mauricio ocupa un puesto destacado: de 1731 a 1751, en el curso de unas misiones en Italia, erigió más de 570 vía crucis; y cuando Benedicto XIV hizo colocar el del Colosseo, el 27 de diciembre de 1750, fue el predicador durante la ceremonia. Los Romanos Pontífices también han fomentado esta práctica piadosa concediendo indulgencias a quienes la realizan.

La contemplación de los padecimientos del Señor empuja al arrepentimiento de los propios pecados, y esto mueve al desagravio y a la reparación. Si las escenas se reviven en la Vía Dolorosa, la inmediatez puede ayudar a que el alma se encienda aún más en amor a Dios. Ciertamente, resulta imposible saber si ese itinerario coincide con el trayecto exacto del Señor, pues el trazado de las calles data en líneas generales de la reconstrucción romana de Jerusalén realizada en tiempos de Adriano, en el año 135. Sería necesaria una investigación arqueológica que alcanzase el nivel de la ciudad en la primera mitad del siglo I, y ni siquiera así se resolverían todos los interrogantes. Al margen de esta falta de certeza, la Vía Dolorosa es el vía crucis por excelencia, el que han recorrido los cristianos durante siglos. En cuanto a las catorce estaciones, la mayoría están tomadas directamente del Evangelio, y otras nos han llegado por la tradición piadosa del pueblo cristiano. Las seguiremos de la mano de san Josemaría, que las meditó con viveza singular.


La gruta del prendimiento

El pasillo a la derecha de la iglesia de la Asunción conduce a la gruta del Prendimiento. Firma: Leobard Hinfelaar.El recinto de la basílica de la Agonía y del huerto de Getsemaní incluye también un convento franciscano. Fuera de la propiedad, unas decenas de metros hacia el norte, está la gruta del Prendimiento, que también pertenece a la Custodia de Tierra Santa. Se accede a través de un estrecho pasillo, que parte desde el patio de entrada a la Tumba de la Virgen. Este santuario mariano merecerá un artículo aparte, junto con la basílica de la Dormición del monte Sión: por ahora, basta con decir que, según algunas tradiciones, allí habría sido trasladado el cuerpo de Nuestra Señora desde el barrio del Cenáculo, antes de la Asunción; la iglesia es compartida por las comunidades griega, armenia, siria y copta.

El pasillo a la derecha de la iglesia de la Asunción conduce a la gruta del Prendimiento. Firma: Leobard Hinfelaar.

La gruta mide unos 19 metros de largo por unos 10 de ancho. Algunos vestigios arqueológicos permiten pensar que era utilizada como vivienda temporal o como almacén por el dueño del huerto. Aquí se cree que los ocho apóstoles descansaban la noche del prendimiento de Jesús. Después de las horas en agonía y oración, cuando el Señor notó la llegada de Judas, habría ido ahí con los otros tres apóstoles para advertirles de lo que iba a suceder. Por tanto, desde esa parte de Getsemaní salió al encuentro del tropel de guardias.

La gruta de los Apóstoles o del Prendimiento conserva vestigios de una veneración ininterrumpida. Firma: Enrique Bermejo/CTS.Numerosos grafitos, incididos por los peregrinos en diversas lenguas y épocas sobre los revoques de las paredes y el techo, son el testimonio de una veneración casi ininterrumpida: en el siglo IV, la cueva se utilizaba ya como capilla y su pavimento se había adornado con mosaicos; del V al VIII, acogió enterramientos cristianos; en época de los cruzados, fue decorada con frescos; desde el siglo XIV, los franciscanos obtuvieron algunos derechos de culto sobre el lugar, hasta que finalmente pudieron adquirirlo. Una restauración realizada en 1956 sacó a la luz la estructura primitiva, con un lagar y una cisterna; encima de la gruta, en la misma propiedad, se descubrieron los restos de una antigua prensa de aceite.

No se haga mi voluntad... Son tantas las escenas en las que Jesucristo habla con su Padre, que resulta imposible detenernos en todas. Pero pienso que no podemos dejar de considerar las horas, tan intensas, que preceden a su Pasión y Muerte, cuando se prepara para consumar el Sacrificio que nos devolverá al Amor divino. En la intimidad del Cenáculo su Corazón se desborda: se dirige suplicante al Padre, anuncia la venida del Espíritu Santo, anima a los suyos a un continuo fervor de caridad y de fe.

Ese encendido recogimiento del Redentor continúa en Getsemaní, cuando percibe que ya es inminente la Pasión, con las humillaciones y los dolores que se acercan, esa Cruz dura, en la que cuelgan a los malhechores, que Él ha deseado ardientemente. Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz (Lc 22, 42). Y enseguida: pero no se haga mi voluntad, sino la tuya (Ibid.) (Amigos de Dios, 240).

Si somos conscientes de que somos hijos de Dios, de que nuestra vocación cristiana exige seguir los pasos del Maestro, la contemplación de su plegaria y agonía en el huerto de los Olivos ha de llevarnos al diálogo con Dios Padre. «Con su oración, Jesús nos enseña a orar» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2607); y además de ser nuestro modelo, nos convoca a la oración, igual que a Pedro, Santiago y Juan, cuando se los llevó consigo y les pidió que velasen con Él: orad, para que no entréis en la tentación. —Y se durmió Pedro. —Y los demás apóstoles. —Y te dormiste tú, niño amigo..., y yo fui también otro Pedro dormilón (Santo Rosario, I misterio doloroso).

No hay justificaciones para abandonarse al sueño: todos podemos rezar; con más exactitud, todos debemos rezar, porque hemos venido al mundo para amar a Dios, alabarle, servirle y luego, en la otra vida —aquí estamos de paso—, gozarle eternamente. ¿Y qué es rezar? Sencillamente, hablar con Dios mediante oraciones vocales o en la meditación. No cabe la excusa de que no sabemos o nos cansamos. Hablar con Dios para aprender de Él, consiste en mirarle, en contarle nuestra vida —trabajo, alegrías, penas, cansancios, reacciones, tentaciones—; si le escuchamos, oiremos que nos sugiere: deja aquello, sé más cordial, trabaja mejor, sirve a los demás, no pienses mal de nadie, habla con sinceridad y con educación...(Javier Echevarría, Getsemaní: en oración con Jesucristo, p. 12).

Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre. De rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres.

En el ábside central está representada la oración de Jesús. Firma: Leobard Hinfelaar.Benedicto XVI, en una audiencia que dedicó a la oración de Jesús en Getsemaní, se refería a la capacidad que tenemos los cristianos, si buscamos una intimidad cada vez mayor con Dios, de traer a esta tierra un anticipo del cielo: «cada día en la oración del Padrenuestro pedimos al Señor: "hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6, 10). Es decir, reconocemos que existe una voluntad de Dios con respecto a nosotros y para nosotros, una voluntad de Dios para nuestra vida, que se ha de convertir cada día más en la referencia de nuestro querer y de nuestro ser; reconocemos, además, que es en el "cielo" donde se hace la voluntad de Dios y que la "tierra" solamente se convierte en "cielo", lugar de la presencia del amor, de la bondad, de la verdad, de la belleza divina, si en ella se cumple la voluntad de Dios. En la oración de Jesús al Padre, en aquella noche terrible y estupenda de Getsemaní, la "tierra" se convirtió en "cielo"; la "tierra" de su voluntad humana, sacudida por el miedo y la angustia, fue asumida por su voluntad divina, de forma que la voluntad de Dios se cumplió en la tierra. Esto es importante también en nuestra oración: debemos aprender a abandonarnos más a la Providencia divina, pedir a Dios la fuerza de salir de nosotros mismos para renovarle nuestro "sí", para repetirle que "se haga tu voluntad", para conformar nuestra voluntad a la suya» (Benedicto XVI, Audiencia, 1-II-2012).

Jesús, solo y triste, sufría y empapaba la tierra con su sangre. De rodillas sobre el duro suelo, persevera en oración... Llora por ti... y por mí: le aplasta el peso de los pecados de los hombres (Santo Rosario, I misterio doloroso).

Dirígete a la Virgen, y pídele que te haga el regalo —prueba de su cariño por ti— de la contrición, de la compunción por tus pecados, y por los pecados de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, con dolor de Amor.
Y, con esa disposición, atrévete a añadir: Madre, Vida, Esperanza mía, condúceme con tu mano..., y si algo hay ahora en mí que desagrada a mi Padre-Dios, concédeme que lo vea y que, entre los dos, lo arranquemos. Continúa sin miedo: ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen Santa María!, ruega por mí, para que, cumpliendo la amabilísima Voluntad de tu Hijo, sea digno de alcanzar y gozar las promesas de Nuestro Señor Jesús (Forja, 161).

La basílica de la Agonía

La basílica de Agonía se llama también de Todas las Naciones porque dieciséis países sufragaron su construcción. Firma: Israel Tourism (Flickr).La basílica de Agonía se llama también de Todas las Naciones porque dieciséis países sufragaron su construcción.

Siguiendo esta tradición y otras igualmente antiguas, en la actualidad se veneran tres lugares relacionados con los acontecimientos de aquella noche: la roca sobre la que oró el Señor, un jardín que custodia ocho olivos milenarios con algunos de sus retoños, y la gruta donde se habría producido el prendimiento. Apenas unas decenas de metros los separan, en la zona más baja del monte de los Olivos, casi en el fondo del Cedrón, en medio de un paisaje muy sugestivo: este torrente, como la mayoría de los wadis palestinos, es un valle seco y recibe agua solo con las lluvias de invierno; la falda del monte, al contrario que la cima, está poco habitada, porque grandes extensiones del terreno se han destinado a cementerios; abundan los olivares, dispuestos en terrazas, y también los cipreses, en los bordes de los caminos.

En el centro de la basílica de la Agonía se venera la roca donde se habría postrado el Señor en oración. Firma: Marie-Armelle Beaulieu/CTS.La roca sobre la que, según la tradición, rezó el Señor se encuentra en el interior de la basílica de la Agonía o de Todas las Naciones. Recibe este nombre porque dieciséis países colaboraron en su construcción, llevada a cabo entre 1922 y 1924. Sigue la planta de la iglesia bizantina, de la que poco más que los cimientos ha llegado hasta nosotros, pues un incendio la destruyó, posiblemente antes del siglo VII. Medía 25 por 16 metros, tenía tres naves y tres ábsides, y disponía de pavimentos adornados con mosaicos; algunos fragmentos de estos se conservan, protegidos por vidrios, junto a los actuales. Al edificar el santuario moderno, también se hallaron vestigios de otro de época medieval. Fue erigido por los cruzados en el mismo lugar que la basílica primitiva, pero de un tamaño mayor y con una orientación diversa, hacia el sudeste, lo que hace pensar que no advirtieron los restos precedentes. Quedó abandonado tras la toma de Jerusalén por Saladino.

Desde el Cedrón, destaca el amplio atrio de la basílica, con tres arcos sostenidos por pilastras y columnas adosadas. La fachada está rematada con un frontón. En el tímpano, decorado con mosaico, se representa a Cristo como Mediador entre Dios y la humanidad. Los días soleados, la luminosidad en el exterior contrasta con la penumbra del interior: las ventanas filtran la luz con tonos azulados, lilas y violetas, que recuerdan las horas de agonía de Jesús y disponen al peregrino al silencio, el recogimiento y la contemplación. Las doce cúpulas, sostenidas en el centro de la iglesia por seis esbeltas columnas, refuerzan esta sensación por medio de unos mosaicos que sugieren el cielo estrellado.

En el presbiterio, delante del altar, sobresale del pavimento la roca venerada. La rodea una artística corona de espinas. Detrás, en el ábside central, está representada la agonía de Jesús en el huerto; en los laterales, también en mosaico, figuran la traición de Judas y el prendimiento.

El huerto de los Olivos

Panorámica del torrente Cedrón y el monte de los Olivos desde Jerusalén. Firma: www.biblewalks.com
Comienza la Cuaresma. Nos preparamos como siempre meditando y profundizando en los sufrimientos del Señor en la Pasión. Este año lo haremos adentrándonos en el huerto de los Olivos, en Getsemaní, y recorriendo de nuevo la Vía Dolorosa. La palabra Getsemaní tiene un marcado acento hebreo, así como arameo, porque procede de dos términos muy parecidos en las dos lenguas: gat, que significa "prensa, lagar" y semen, "aceite, óleo", de ahí su significado: "prensa de aceite". San Jerónimo explica el término como derivado de gi" semani (valle fértil) como indica un pasaje profético (Is 28, 1). Pero esta forma es explicada más pausible como una corrupción griega del nombre original en gesamanei ("jardín de aceite, huerto de aceite, lugar de aceite"). El Corazón de Jesús quedó como aplastado entre dos prensas de acero: la voluntad de su Padre Dios de que bebiera el cáliz de la Pasión, y nuestros pecados que habían de ser redimidos de esa manera. Por eso el Señor en Getsemaní, lleno de angustía al saber lo que iba a sufrir en su Humanidad Santísima, sudó sangre por todo el cuerpo.

"Cuando llega la hora marcada por Dios para salvar a la humanidad de la esclavitud del pecado, contemplamos a Jesucristo en Getsemaní, sufriendo dolorosamente hasta derramar un sudor de sangre (cfr. Lc 22, 44), que acepta espontánea y rendidamente el sacrificio que el Padre le reclama" (Amigos de Dios, 25)

Los ochos olivos más antiguos de Getsemaní podrían remontarse al primer milenio. Firma: Leobard Hinfelaar.Los relatos evangélicos nos han transmitido el emplazamiento del campo al que Jesús se retiró una vez terminada la Última Cena: salió y como de costumbre fue al monte de los Olivos (Lc 22, 39), al otro lado del torrente Cedrón (Jn 18, 1), y con los Apóstoles llegó a un lugar llamado Getsemaní (Mt 26, 36; Mc 14, 32). Según estas indicaciones, se trataba de un huerto donde había una prensa para extraer aceite —es el significado del nombre—, y quedaba fuera de las murallas de Jerusalén, al este de la ciudad, en el camino hacia Betania.

Impresiona el aspecto añejo que tienen. Los botánicos que los han estudiado no han llegado a un acuerdo para fijar su edad: algunos sostienen que fueron plantados en el siglo XI y que provienen de una misma rama, y otros que su enorme grosor permite aventurar que se remonten al primer milenio. Sean más o menos antiguos, eso no resta interés por preservarlos como testimonios silenciosos que perpetúan el recuerdo de Jesús y de la última noche de su paso por la tierra.

El terreno en el que se levanta la basílica es propiedad de la Custodia de Tierra Santa desde la segunda mitad del siglo XVII. Cuando fue adquirido, lo más notable que conservaba, además de las ruinas medievales y bizantinas, era el llamado jardín de las flores: un área no cultivada, cercada por un muro, donde crecían ocho olivos que las tradiciones locales databan de la época de Cristo. Mientras los franciscanos esperaban el momento oportuno de reconstruir la iglesia, protegieron aquellos olivos milenarios, ligados sin duda a la tradición cristiana del lugar, de forma que han llegado vivos hasta nosotros. 


En el huerto de los Olivos, ante la inminencia de la Pasión, que se desencadenará con la traición de Judas, el Señor advierte la necesidad de rezar

Aparte de que aquel paraje debía de ser muy conocido, pues Jesús se reunía frecuentemente allí con sus discípulos (Jn 18, 2), no extraña que los primeros cristianos conservasen la memoria de un sitio donde ocurrieron hechos trascendentales de la historia de la salvación. En el huerto de los Olivos, ante la inminencia de la Pasión, que se desencadenará con la traición de Judas, el Señor advierte la necesidad de rezar: sentaos aquí, mientras hago oración, dice a los Apóstoles. Y se llevó con él a Pedro, a Santiago y a Juan, y comenzó a afligirse y a sentir angustia. Y les dice:
—Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad.
Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, a ser posible, se alejase de él aquella hora. Decía:
—¡Abbá, Padre! Todo te es posible, aparta de mí este cáliz; pero que no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú (Mc 14, 32-36).

En el ábside de la izquierda figura la escena de la traición de Judas. Firma: Leobard Hinfelaar.La congoja era tal, que se le apareció un ángel del cielo que le confortaba. Y entrando en agonía oraba con más intensidad. Y le sobrevino un sudor como de gotas de sangre que caían hasta el suelo (Lc 22, 43-44). La plegaria de Cristo contrasta con la actitud de los Apóstoles: cuando se levantó de la oración y llegó hasta los discípulos, los encontró adormilados por la tristeza. Y les dijo:

—¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en tentación (Mc 45-46).
Tres veces volvió Jesús junto a los que le acompañaban, y las tres veces los halló cargados de sueño, hasta que ya fue demasiado tarde: ¿Aún podéis dormir y descansar...? Se acabó; llegó la hora. Mirad que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos; ya llega el que me va a entregar.

Todavía estaba hablando, cuando de repente llegó Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente con espadas y palos (Mc 14, 41-43). Con un beso delató al Señor, que fue prendido mientras los discípulos lo abandonaban y huían.

Gracias a la peregrina Egeria, sabemos que en la segunda mitad del siglo IV se celebraba una liturgia durante el Jueves Santo «en el lugar donde rezó el Señor», y que allí había «una iglesia elegante» (Itinerarium Egeriae, XXXVI, 1 (CCL 175, 79). Los fieles entraban en el templo, oraban, cantaban himnos y escuchaban los relatos evangélicos sobre la agonía de Jesús en el huerto. Después, en procesión, se dirigían a otro sitio de Getsemaní donde se recordaba el prendimiento (Cfr. Ibid., 2-3 (CCL 175, 79-80).

Iglesias antiguas y frágiles II


LOS MARONITAS

Siempre en el cauce de la tradición siríaca se insertan también los maronitas, la Iglesia católica de rito oriental con el mayor número de fieles.

Los maronitas son el grupo cristiano mayoritario en el Líbano. Son herederos de comunidades de rito siríaco que en el año 451 adhirieron al Concilio de Calcedonia. En el Líbano, según los datos del Anuario Pontificio, son poco menos de 1,6 millones en un país de 4 millones de habitantes. Esto hace que efectivamente el país de los cedros sea el que cuenta con el porcentaje más elevado de cristianos, en torno al 36%.

Pero también aquí se recuerda que sobre todo en los años de la guerra civil la emigración golpeó muy pesadamente. Hoy cerca de la mitad de los 3,5 millones de maronitas viven lejos de Medio Oriente, con el grupo más consistente en América latina: más de 1,3 millones.

La Iglesia maronita está guiada por el patriarca Bechara Pedro Rai, el único patriarca que hoy es también cardenal. Lo era también el patriarca copto católico Antonio Naguib, pero que debió renunciar a la cátedra de Alejandría por graves motivos de salud.

LOS CALDEOS

Otro filón del cristianismo siríaco es el de la Iglesia asiria, que cuenta hoy con 400.000 fieles entre Irak y la diáspora. Tiene su sede en Chicago, donde vive también su patriarca Mar Dinkha IV. A partir de ella derivan su origen los caldeos, el grupo mayoritario entre los cristianos iraquíes.

También la caldea es una Iglesia católica de rito oriental, en comunión con Roma desde 1553. Es la comunidad que sufre sobre sus espaldas todo el drama del período post-Saddam Hussein. Antes de la guerra los caldeos en Irak eran al menos un millón, hoy no llegan más que a 300-400.000, concentrados sobre todo en el área del Kurdistán iraquí. Un éxodo espantoso que corre el riesgo de reanudarse, después que en los últimos meses – gracias también a la soldadura entre los enfrentamientos sectarios en Bagdad y la guerra en Siria – volvió a crecer el número de los atentados en el país.

La actual situación ha llevado al patriarca caldeo Raphael Sako a utilizar recientemente tonos muy fuertes contra la fuga de los cristianos, llegando a acusar a algunos países occidentales de fomentarla a través de la entrega de visas de ingreso a los iraquíes.

LOS ARMENIOS

Históricamente relevante para Medio Oriente es también la presencia de los cristianos de tradición armenia. También en este caso se trata de una antigua Iglesia oriental que no adhirió al Concilio de Calcedonia del año 451.

Pese a tener su centro espiritual en Echmiadzin – en la actual Armenia – la Iglesia apostólica armenia tiene dos sedes importantes en Medio Oriente: el Catolicado de Cilicia, que tiene jurisdicción sobre el Líbano y sobre Siria, guiado por el catholicós Aram I Keshishian, y el Patriarcado Armenio de Jerusalén, sobre cuya cátedra se sienta el patriarca Nourhan Manougian.

La comunidad numéricamente más consistente está en el Líbano, donde los armenios son cerca de 150.000 fieles. Otros 100.000 estaban presentes en Siria, sobre todo en el área de Alepo y Deir ez-Zor, destino final de las largas marchas forzadas a causa de la persecución llevada a cabo por los Jóvenes Turcos. Armenios son también la gran mayoría de los cristianos iraníes (80-100.000).

También en este caso existe además una Iglesia de rito armenio en comunión con Roma, guiada por el patriarca armenio de Cilicia, Nerses Bedros XIX Tarmouni, con sede en Beirut. Esta comunidad cuenta en el mundo con cerca de 540.000 fieles, pero de los cuales menos de 60.000 viven hoy en Medio Oriente.

LOS LATINOS

En este cuadro tan complejo, ¿cómo se coloca la Iglesia de rito latino, que tiene su punto de apoyo en el Patriarcado de Jerusalén, guiado por Fouad Twal? Su jurisdicción abarca las comunidades de Israel, de Palestina y de Jordania, florecidas a lo largo de los siglos en torno a la presencia en Medio Oriente de las órdenes religiosas de la Iglesia latina, franciscanos en primer lugar, pero no sólo ellos.

Se trata de una comunidad pequeña: en la red del nuevo fenómeno de los inmigrantes, la comunidad latina cuenta actualmente en toda la región con cerca de 235.000 fieles, es decir, apenas el 7% entre los cristianos en comunión con Roma.

Es el grupo que junto a los greco-ortodoxos y a los melquitas sufrió más a causa del éxodo de Tierra Santa. Los latinos son hoy apenas 27.500 en Israel, 18.000 en Palestina y 50.000 en Jordania.

A nivel general en Palestina, el número de los cristianos a partir del 2000 se redujo a la mitad, pasando del 2 al 1% de la población. Más complejo es el dato sobre Israel, donde la Oficina Central de Estadísticas habla de 158.000 cristianos, establecidos en torno al 2% de la población. Pero se trata de un número de dos rostros, porque mientras que en Galilea la comunidad cristiana crece según las dinámicas normales de una población joven, en Jerusalén han quedado apenas 6.000 cristianos en una ciudad que cuenta ahora con 780.000 habitantes, mientras que eran más del doble en 1967, cuando Israel asumió el control de toda Jerusalén y los habitantes de la ciudad eran apenas 260.000.

Pero el discurso sobre los latinos queda incompleto si no se afronta también el tema de los inmigrantes cristianos que llegaron en estos últimos años a centenares de miles en Medio Oriente, impulsados por las nuevas rutas del mercado global del trabajo.

Se trata de filipinos, indios, tailandeses, pero también rumanos o nigerianos. En Israel, sólo los filipinos son más de 50.000, es decir, prácticamente el doble de los árabes cristianos que frecuentan las parroquias de rito latino.

Todavía más macroscópico, además, se torna este fenómeno si se extiende la mirada a la Península Arábiga, tierra donde hasta hace pocos años los cristianos prácticamente no existían.

Gracias a la inmigración, los cristianos son hoy 1,2 millones en Arabia Saudita (el 4,4% en relación a la población), 950.000 en los Emiratos Árabes Unidos (12,6%), 240.000 en Kuwait (8,8%), 168.000 en Qatar (9,6%) 120.000 en Omán (4,3%), 88.000 en Bahrein (7%).

Pero se trata de una presencia cristiana estructuralmente extranjera, expuesta a la provisoriedad y, en lo que respecta a los países del Golfo, sometida a pesadas restricciones en su propia vida religiosa.

Por último, se agrega también que – a pesar de estar canónicamente bajo la jurisdicción de los obispos latinos de los dos vicariatos de Arabia – entre los cristianos de estos países hay también muchos indios pertenecientes a las Iglesias católicas siro-malabar y siro-malankara.


Vía Dolorosa II

Patio de la escuela islámica de El-Omariye. Firma: Israel Tourism (Flickr).I estación: condenan a muerte a Jesús

Cada viernes, a las tres de la tarde, se celebra en Jerusalén una procesión que recorre la Vía Dolorosa. La encabeza el Custodio de Tierra Santa o uno que le representa, acompañado por numerosos peregrinos, fieles residentes en Jerusalén y frailes franciscanos. El punto de partida es el patio de la escuela islámica de El-Omariye, situada en el ángulo noroccidental de la explanada del Templo. Puesto que en el siglo I se elevaba allí la torre Antonia, que acogía a la guarnición romana acuartelada en la ciudad, tradicionalmente se identifica con el pretorio donde se realizó el juicio de Jesús ante el gobernador Poncio Pilato.

Está para pronunciarse la sentencia. Pilatos se burla: ecce rex vester! (Jn 19, 14). Los pontífices responden enfurecidos: no tenemos rey, sino a César (Jn 19, 15). ¡Señor!, ¿dónde están tus amigos?, ¿dónde, tus súbditos? Te han dejado. Es una desbandada que dura veinte siglos... Huimos todos de la Cruz, de tu Santa Cruz. Sangre, congoja, soledad y una insaciable hambre de almas... son el cortejo de tu realeza (S. Josemaría Escrivá, Vía Crucis, I estación, punto 4).

El arco del Ecce homo atraviesa la Vía Dolorosa y es en realidad el vano central de un arco de triunfo. Firma: Benjamin E. Wood (Flickr).II estación: Jesús carga con la cruz

Saliendo de la escuela y atravesando la Vía Dolorosa, se llega al convento franciscano de la Flagelación. Se trata de un complejo construido en torno a un amplio claustro, con el Studium Biblicum Franciscanum en el frente y dos iglesias a los lados: a la derecha, la de la Flagelación, reconstruida en 1927 sobre las ruinas de otra del siglo XII; y a la izquierda, la de la Condenación, levantada en 1903. En el muro exterior de esta iglesia, en la calle, está señalada la segunda estación: y, cargando con la cruz, salió hacia el lugar que se llama la Calavera, en hebreo Gólgota (Jn 19, 17).

Como para una fiesta, han preparado un cortejo, una larga procesión. Los jueces quieren saborear su victoria con un suplicio lento y despiadado. Jesús no encontrará la muerte en un abrir y cerrar de ojos... Le es dado un tiempo para que el dolor y el amor se sigan identificando con la Voluntad amabilísima del Padre (Vía Crucis, II estación, punto 2).

Un poco más adelante, cruza la Vía Dolorosa un arco de medio punto con un corredor construido encima. Se conoce popularmente como el arco del Ecce homo, y recuerda el lugar donde Pilato presentó a Jesús al pueblo después de la flagelación y la coronación de espinas. En realidad, es el vano central de un arco de triunfo del que se conserva también la puerta del lado norte en el interior del convento de las Damas de Sión: hace las veces de retablo en la basílica del Ecce homo, terminada en el siglo XIX. 

Del mismo modo que ese elemento se consideraba perteneciente a la torre Antonia, varios enlosados de piedra en la misma zona solían identificarse con el lugar llamado Litóstrotos (Jn 19, 13): sobre todo, son visibles en la iglesia de la Condenación y el convento de las Damas de Sión. En efecto, tanto el arco como los pavimentos son de origen romano, pero habría que datarlos algo más tarde, en la época de Adriano.
Cuando se recorre la Vía Dolorosa, al pasar por este punto viene a la mente lo mucho que Cristo había sufrido ya antes de cargar con la cruz: Pilatos, deseando contentar al pueblo, les suelta a Barrabás y ordena que azoten a Jesús.

Atado a la columna. Lleno de llagas. Suena el golpear de las correas sobre su carne rota, sobre su carne sin mancilla, que padece por tu carne pecadora. —Más golpes. Más saña. Más aún... Es el colmo de la humana crueldad. Al cabo, rendidos, desatan a Jesús. —Y el cuerpo de Cristo se rinde también al dolor y cae, como un gusano, tronchado y medio muerto (Santo Rosario, II misterio doloroso).

Después, llevan a mi Señor al patio del pretorio, y allí convocan a toda la cohorte (Mc 15, 16) —Los soldadotes brutales han desnudado sus carnes purísimas. —Con un trapo de púrpura, viejo y sucio, cubren a Jesús. —Una caña, por cetro, en su mano derecha...
La corona de espinas, hincada a martillazos, le hace Rey de burlas... Ave Rex judæorum! —Dios te salve, Rey de los judíos (Mc 15, 18). Y, a golpes, hieren su cabeza. Y le abofetean... y le escupen. Coronado de espinas y vestido con andrajos de púrpura, Jesús es mostrado al pueblo judío: Ecce homo! —Ved aquí al hombre (Ibid., III misterio doloroso).

El corazón se estremece al contemplar la Santísima Humanidad del Señor hecha una llaga (...). Mira a Jesús. Cada desgarrón es un reproche; cada azote, un motivo de dolor por tus ofensas y las mías (Vía Crucis, I estación, punto 5).

III estación: cae Jesús por primera vez

La Vía Dolorosa continúa en ligero descenso hasta cruzarse con una calle que viene de la puerta de Damasco; se llama El-Wad —el valle— y sigue el antiguo lecho del torrente Tiropeón. Girando a la izquierda, casi en la esquina, se encuentra una pequeña capilla, perteneciente al Patriarcado Armenio católico, con la tercera estación.

El cuerpo extenuado de Jesús se tambalea ya bajo la Cruz enorme. De su Corazón amorosísimo llega apenas un aliento de vida a sus miembros llagados.

A derecha e izquierda, el Señor ve esa multitud que anda como ovejas sin pastor. Podría llamarlos uno a uno, por sus nombres, por nuestros nombres. Ahí están los que se alimentaron en la multiplicación de los panes y de los peces, los que fueron curados de sus dolencias, los que adoctrinó junto al lago y en la montaña y en los pórticos del Templo. Un dolor agudo penetra en el alma de Jesús, y el Señor se desploma extenuado.

Tú y yo no podemos decir nada: ahora ya sabemos por qué pesa tanto la Cruz de Jesús. Y lloramos nuestras miserias y también la ingratitud tremenda del corazón humano. Del fondo del alma nace un acto de contrición verdadera, que nos saca de la postración del pecado. Jesús ha caído para que nosotros nos levantemos: una vez y siempre (Ibid., III estación ).


La tercera estación y la cuarta están pegadas y pertenecen al Patriarcado Armenio católico. Firma: J. Paniello.IV estación: Jesús encuentra a María, su Santísima Madre


La tercera estación y la cuarta están pegadas y pertenecen al Patriarcado Armenio católico.

Avanzando pocos metros, se llega a la cuarta estación, donde hay una iglesia, también de los armenios, en cuya cripta hay adoración perpetua al Santísimo Sacramento. Nuestra Señora no abandona a su Hijo durante la Pasión; de hecho, la veremos más adelante en el Gólgota.

Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre Santísima, junto al camino por donde Él pasa.

Con inmenso amor mira María a Jesús, y Jesús mira a su Madre; sus ojos se encuentran, y cada corazón vierte en el otro su propio dolor (...). En la oscura soledad de la Pasión, Nuestra Señora ofrece a su Hijo un bálsamo de ternura, de unión, de fidelidad; un sí a la voluntad divina.

De la mano de María, tú y yo queremos también consolar a Jesús, aceptando siempre y en todo la Voluntad de su Padre, de nuestro Padre (Ibid., IV estación ).

Vía Dolorosa III

Interior de la capilla de la quinta estación. Firma: J. Paniello.V estación: Simón ayuda a llevar la cruz de Jesús

Enseguida se deja la calle de El-Wad y se gira a la derecha, para tomar de nuevo la Vía Dolorosa. Este tramo es muy característico de la Ciudad Vieja: estrecho y empinado, con escalones cada pocos pasos y numerosos arcos que cruzan la calle por arriba, uniendo los edificios de los dos lados. Justo en el arranque, a mano izquierda, hay una capilla que ya en el siglo XIII era de los franciscanos, donde se recuerda la quinta estación: a uno que pasaba por allí, que venía del campo, a Simón Cireneo, el padre de Alejandro y de Rufo, le forzaron a que le llevara la cruz (Mc 15, 21).

En el conjunto de la Pasión, es bien poca cosa lo que supone esta ayuda. Pero a Jesús le basta una sonrisa, una palabra, un gesto, un poco de amor para derramar copiosamente su gracia sobre el alma del amigo (...).

A veces la Cruz aparece sin buscarla: es Cristo que pregunta por nosotros. Y si acaso ante esa Cruz inesperada, y tal vez por eso más oscura, el corazón mostrara repugnancia... no le des consuelos. Y, lleno de una noble compasión, cuando los pida, dile despacio, como en confidencia: corazón, ¡corazón en la Cruz!, ¡corazón en la Cruz! (Vía Crucis, V estación ).

Columna junto a la sexta estación. Firma: Leobard Hinfelaar.VI estación: una piadosa mujer enjuga el rostro de Jesús

Poco sabemos de esta mujer. Una tradición basada en textos apócrifos la identifica con la hemorroisa de Cafarnaún, llamada Berenice; al traducirse su nombre al latín, se convirtió en Verónica. En el medievo se sitúa su casa aquí, hacia la mitad de la calle, donde hoy existe una pequeña capilla con entrada directa desde la vía y encima una iglesia grecocatólica.

Una mujer, Verónica de nombre, se abre paso entre la muchedumbre, llevando un lienzo blanco plegado, con el que limpia piadosamente el rostro de Jesús. El Señor deja grabada su Santa Faz en las tres partes de ese velo.

El rostro bienamado de Jesús, que había sonreído a los niños y se transfiguró de gloria en el Tabor, está ahora como oculto por el dolor. Pero este dolor es nuestra purificación; ese sudor y esa sangre que empañan y desdibujan sus facciones, nuestra limpieza. Señor, que yo me decida a arrancar, mediante la penitencia, la triste careta que me he forjado con mis miserias... Entonces, sólo entonces, por el camino de la contemplación y de la expiación, mi vida irá copiando fielmente los rasgos de tu vida. Nos iremos pareciendo más y más a Ti. Seremos otros Cristos, el mismo Cristo, ipse Christus (Ibid., VI estación).

La capilla de la séptima estación, que está dividida en dos ambientes, también es propiedad de la Custodia de Tierra Santa. Firma: Israel Tourism (Flickr).VII estación: cae Jesús por segunda vez

La capilla de la séptima estación, que está dividida en dos ambientes, también es propiedad de la Custodia de Tierra Santa.

Al final de la subida, la Vía Dolorosa desemboca en el Khan ez-Zait —el mercado del aceite—, el animado y concurrido zoco que viene de la puerta de Damasco. Delimita los barrios musulmán y cristiano, y coincide con el antiguo Cardo Massimo, la calle principal de la Jerusalén romana y bizantina. La séptima estación se encuentra en el cruce, donde hay una capillita propiedad de los franciscanos.

Cae Jesús por el peso del madero... Nosotros, por la atracción de las cosas de la tierra. Prefiere venirse abajo antes que soltar la Cruz. Así sana Cristo el desamor que a nosotros nos derriba (Ibid., VII estación, punto 1).

En el lugar de la octava estación, hay una piedra redonda de pequeñas dimensiones, con una cruz y una inscripción labradas: Jesucristo vence. Firma: Alfred Driessen.VIII estación: Jesús consuela a las hijas de Jerusalén

En el lugar de la octava estación, hay una piedra redonda de pequeñas dimensiones, con una cruz y una inscripción labradas: Jesucristo vence.

A pocos metros del lugar de la segunda caída, tomando la calle de San Francisco, que sube en dirección oeste y prolonga la Vía Dolorosa, se llega a la octava estación. Entre las gentes que contemplan el paso del Señor, hay unas cuantas mujeres que no pueden contener su compasión y prorrumpen en lágrimas (...). 

Pero el Señor quiere enderezar ese llanto hacia un motivo más sobrenatural, y las invita a llorar por los pecados, que son la causa de la Pasión y que atraerán el rigor de la justicia divina:

—Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos... Pues si al árbol verde le tratan de esta manera, ¿en el seco qué se hará? (Lc 23, 28.31). Tus pecados, los míos, los de todos los hombres, se ponen en pie. Todo el mal que hemos hecho y el bien que hemos dejado de hacer. El panorama desolador de los delitos e infamias sin cuento, que habríamos cometido, si Él, Jesús, no nos hubiera confortado con la luz de su mirada amabilísima.¡Qué poco es una vida para reparar! (Ibid., VIII estación ).

Desde la novena estación, se puede llegar al patio de la basílica del Santo Sepulcro a través de la terraza del convento etíope. Firma: Marie-Armelle Beaulieu/CTS.IX estación: Jesús cae por tercera vez

Para ir a la novena estación, quizá antiguamente había un paso más directo, pero hoy en día es necesario volver sobre los propios pasos hasta el zoco, seguirlo unos metros en dirección sur, y tomar una escalera que se abre en el lado derecho de la vía. Al final de un callejón, una columna señala la tercera caída. Está colocada en una esquina, entre un acceso a la terraza del convento etíope y la puerta de la iglesia copta de San Antonio.

El Señor cae por tercera vez, en la ladera del Calvario, cuando quedan sólo cuarenta o cincuenta pasos para llegar a la cumbre. Jesús no se sostiene en pie: le faltan las fuerzas, y yace agotado en tierra (Ibid., IX estación ).

Ahora comprendes cuánto has hecho sufrir a Jesús, y te llenas de dolor: ¡qué sencillo pedirle perdón, y llorar tus traiciones pasadas! ¡No te caben en el pecho las ansias de reparar! Bien. Pero no olvides que el espíritu de penitencia está principalmente en cumplir, cueste lo que cueste, el deber de cada instante (Ibid., IX estación, punto 5).

Desde la novena estación, se puede llegar al patio de la basílica del Santo Sepulcro a través de la terraza del convento etíope.

El sitio donde se recuerda la última caída del Señor queda a pocos metros de la basílica del Santo Sepulcro. De hecho, las últimas cinco estaciones de la Vía Dolorosa se encuentran en su interior. Para ir allí, una opción es volver al zoco y recorrer algunas calles hasta llegar a la plazoleta que se abre frente a la entrada, en la fachada sur; es el itinerario habitual de la procesión de los viernes. La otra opción, más corta, consiste en cruzar la terraza del convento etíope —que a su vez es la cubierta de una de las capillas inferiores de la basílica—, y descender atravesando el edificio, que tiene una salida directa a la plaza, junto al lugar del Calvario. Lo visitaremos, para meditar las siguientes escenas de la Pasión, en el próximo artículo.


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