jueves, 17 de abril de 2014

SAGRADO TRIDUO PASCUAL



SAGRADO TRIDUO PASCUAL
1. La Iglesia celebra solemnemente los grandes misterios de nuestra redención en el sagrado Triduo pascual; en él se actualiza la pasión, muerte y resurrección del Señor con celebraciones especiales.
Celébrese el sagrado ayuno pascual en todas partes, el Viernes de la Pasión y Muerte del Señor y, si es posible, extiéndase al Sábado Santo para que, de este modo, se llegue al gozo del Domingo de Resurrección con elevación y ánimo generoso.


2. Para las diversas celebraciones que integran el sacro Triduo, se requiere un número conveniente de ministros y colaboradores laicos; éstos deben ser cuidadosamente instruidos sobre aquello que les compete.
Particular importancia tiene el canto del pueblo, de los ministros y del sacerdote celebrante, pues así lo reclama la índole solemne de estos días y, además, porque los textos adquieren toda su fuerza cuando son cantados.
Los pastores no dejen de explicar suficientemente a sus fieles el significado y la estructura de los ritos a fin de que puedan prepararse para una participación activa y fructuosa.


3. Las celebraciones del sagrado Triduo se llevan a cabo en las iglesias catedrales y parroquiales, y pueden también realizarse en otras iglesias en las que quede asegurada su celebración digna, con una participación significativa de fieles, ministros convenientemente preparados y con posibilidades de cantar, al menos, las partes más importantes. Si estas condiciones no pudieran darse, o el número de participantes no fuera suficiente, procúrese, en cuanto sea posible, que esos fieles se reúnan en alguna otra iglesia donde puedan participar adecuadamente de las celebraciones.
JUEVES DE LA CENA DEL SEÑOR
Misa vespertina
1. La Misa de la Cena del Señor se celebra por la tarde a la hora más oportuna, con la participación de la comunidad local y con la intervención de todos los sacerdotes y ministros que desempeñan su propio oficio.

2. Pueden concelebrar todos los sacerdotes, aunque hayan concelebrado el mismo día en la Misa crismal o celebrado otra Misa vespertina para utilidad de los fieles.

3. Donde lo exija alguna razón pastoral, el Ordinario del lugar puede autorizar que se celebre otra Misa en las iglesias u oratorios en horas de la tarde; y en caso de verdadera necesidad, aun por la mañana, pero solamente para aquellos fieles que, de ninguna manera, pueden participar de la Misa vespertina. Téngase cuidado, sin embargo, que estas celebraciones excepcionales no se realicen en beneficio de personas particulares o en perjuicio de la asistencia a la Misa vespertina principal.

4. La sagrada comunión se puede distribuir a los fieles sólo dentro de la Misa; a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora del día.

5. Las flores para adornar el altar deben usarse con moderación, respetando las características del día. El tabernáculo debe estar completamente vacío. En la Misa deberán consagrarse suficientes hostias para el clero y el pueblo que comulgarán hoy y mañana.

6. Antífona de entrada     Cf. Gal 6, 14
Debemos gloriarnos en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo:
en él está nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección;
por él hemos sido salvados y redimidos.

7. Se canta o se dice el Gloria. Mientras se canta este himno, se tocan las campanas. Terminado el canto, las campanas no vuelven a tocarse hasta la Vigilia Pascual, a no ser que el Obispo diocesano juzgue oportuno establecer otra cosa. Asimismo el órgano y los demás instrumentos musicales deben usarse únicamente para acompañar el canto.

8. Oración colecta
Dios nuestro, reunidos para celebrar la santísima Cena
en la que tu Hijo unigénito, antes de entregarse a la muerte,
confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio,
banquete pascual de su amor,
concédenos que, de tan sublime misterio,
brote para nosotros la plenitud del amor y de la vida.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

9. Después de proclamar el Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual se exponen los grandes misterios que se recuerdan en esta Misa, es decir, la institución de la sagrada Eucaristía y del Orden sacerdotal, y también el mandato del Señor sobre la caridad fraterna.
Lavatorio de los pies
10. Después de la homilía, si conviene pastoralmente, se realiza el lavatorio de pies.

11. Los varones designados, acompañados por los ministros, van a ocupar los asientos preparados para ellos en un lugar adecuado. El sacerdote, dejando la casulla si parece necesario, se acerca a cada una de las personas designadas y, con la ayuda de los ministros, les lava los pies y se los seca.

12. Mientras tanto, se canta alguna de las antífonas siguientes u otro canto adecuado.
Antífona 1     Cf. Jn 13, 4.5.15
Después de levantarse de la mesa,
el Señor echó agua en un recipiente
y empezó a lavar los pies a los discípulos,
dejándoles este ejemplo.

Antífona 2     Jn 13, 12.13.15
Después de haberles lavado los pies,
se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo:
¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes?
Ustedes me llaman Maestro y Señor.
Les he dado el ejemplo,
para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

Antífona 3     Cf. Jn 13, 6.7.8
Señor, ¿me vas a lavar los pies a mí?
Jesús le respondió: Si no te lavo los pies, no podrás compartir mi suerte.
V. Cuando se acercó a Simón Pedro, éste le dijo:
– ¡Señor!...
V. No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo,
pero después lo comprenderás.
– ¡Señor!...

Antífona 4     Jn 13, 14
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies,
ustedes también deben lavarse los pies unos a otros.

Antífona 5     Cf. Jn 13, 35
Dijo Jesús a sus discípulos:
En esto reconocerán que son mis discípulos:
en el amor que se tengan los unos a los otros.

Antífona 6     Jn 13, 34
Dice el Señor: Les doy un mandamiento nuevo,
ámense los unos a los otros, así como yo los he amado.

Antífona 7     Cf. 1 Cor 13, 13
Permanezcan en ustedes la fe, la esperanza y la caridad,
pero de estas tres, la mayor es la caridad.
V. Ahora existen la fe, la esperanza y la caridad,
pero de estas tres, la mayor es la caridad.
– Permanezcan en ustedes la fe, la esperanza y la caridad,
pero de estas tres, la mayor es la caridad.
13. Inmediatamente después del lavatorio de los pies, el sacerdote se lava y seca las manos, se coloca nuevamente la casulla y regresa a la sede. Se reza la oración de los fieles.

No se dice
 Credo.
Liturgia de la Eucaristía
14. Al comienzo de la liturgia eucarística puede organizarse una procesión de los fieles que acerca al altar, junto con el pan y el vino, las ofrendas para los pobres. Mientras tanto, se canta el siguiente himno u otro canto adecuado.

Ant.
 Ubi cáritas est vera, Deus ibi est.

V. Congregávit nos in unum Christi amor.
V. Exsultémus et in ipso iucundémur.
V. Timeámus et amémus Deum vivum.
V. Et ex corde diligámus nos sincéro.

Ant. Ubi cáritas est vera, Deus ibi est.

V. Simul ergo cum in unum congregámur:
V. Ne nos mente dividámur, caveámus.
V. Cessent iúrgia malígna, cessent lites.
V. Et in medio nostri sit Christus Deus.

Ant. Ubi cáritas est vera, Deus ibi est.

V. Simul quoque cum beátis videámus.
V. Gloriánter vultum tuum, Christe Deus:
V. Gáudium, quod est imménsum atque probum
V. Saécula per infiníta saeculórum. Amen.

Ant. Donde hay verdadero amor, allí está el Señor.

V. El amor de Cristo nos ha congregado y unido.
V. Alegrémonos y regocijémonos en él.
V. Temamos y amemos al Dios vivo.
V. Y con sinceridad amémonos los unos a los otros.

Ant. Donde hay verdadero amor, allí está el Señor.

V. Ya que estamos congregados en la unidad.
V. Guardémonos de vivir interiormente desunidos.
V. Que terminen nuestras contiendas y discordias.
V. Y que Cristo nuestro Dios viva en medio de nosotros.

Ant. Donde hay verdadero amor, allí está el Señor.

V. Que veamos con todos los santos.
V. Tu rostro en la gloria, Cristo Dios.
V. Este será nuestro gozo incomparable.
V. Por los siglos de los siglos. Amén.

15. Oración sobre las ofrendas
Concédenos, Señor, participar dignamente de estos sagrados misterios,
pues cada vez que celebramos
el memorial del sacrificio de tu Hijo,
se realiza la obra de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor

16. Prefacio de la Santísima Eucarístia I o II.

17. En esta celebración es aconsejable utilizar el Canon Romano o Plegaria Eucarística I * (Cf. OGMR, n. ). También se pueden utilizar las otras tres Plegarias eucarísticas. En todas ellas se emplean las partes propias indicadas en su lugar.

18. En el momento de la comunión, el sacerdote puede entregar la Eucaristía de la mesa del altar al diácono o a un acólito instituido o a un ministro extraordinario de la Comunión, para que sea llevada a los enfermos que comulgan en su casa.

19. Antífona de comunión     Cf. 1 Cor 11, 24-25
Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes.
Esta copa en la nueva alianza que se sella con mi Sangre.
Siempre que beban de ella, háganlo en memoria mía.

20. Terminada la distribución de la comunión, se pone sobre el altar el copón con las hostias consagradas para la comunión del día siguiente. El sacerdote de pie reza la oración después de la comunión.
 

21. Oración después de la comunión
Dios todopoderoso,
te pedimos que, así como somos alimentados en esta vida
con la Cena pascual de tu Hijo,
también merezcamos ser saciados en el banquete eterno.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Traslado del Santísimo Sacramento
22. Concluida la oración después de la comunión, el sacerdote de pie ante el altar pone incienso en el turíbulo y, de rodillas, inciensa tres veces el Santísimo Sacramento. Luego recibe el velo humeral de color blanco, toma en sus manos el copón y lo cubre con las extremidades del velo.

23. Se forma la procesión para llevar en Santísimo Sacramento a través del templo hasta el lugar preparado para su reserva, que puede ser una capilla convenientemente dispuesta y adornada. En la procesión, precede el crucífero con dos ceroferarios; a continuación, otros ministros con candelas en sus manos. Durante la procesión se canta el himno Pange lingua(excepto las dos últimas estrofas), u otro canto eucarístico.

24. Cuando la procesión ha llegado al lugar de la reserva, el sacerdote deja el copón, pone incienso y, de rodillas, lo inciensa, mientras se canta Tantum ergo sacramentum (ultimas dos estrofas del Pange lingua) u otro canto eucarístico. Después el diácono o el mismo sacerdote coloca el copón en el tabernáculo y cierra la puerta.

25. Todos hacen unos momentos de oración en silencio y, luego, el sacerdote y los ministros hacen genuflexión y regresan a la sacristía.

26. En el momento oportuno se despoja el altar y, si es posible, se retiran las cruces de templo.

27. Quienes participaron de esta Misa vespertina no celebran las Vísperas de la Liturgia de las horas.

28. Exhórtese a los fieles que, esta noche, según las circunstancias y costumbres de lugar, permanezcan durante un tiempo en adoración delante del Santísimo Sacramento. Después de la medianoche, la adoración se realiza sin solemnidad alguna.

29. Si en alguna Iglesia no tiene lugar la celebración de la Pasión del Señor el Viernes Santo, la Misa concluye como de costumbre y el Santísimo Sacramento se repone en el tabernáculo.

VIERNES SANTO DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
1. La Iglesia, según la antigua tradición, ni hoy ni mañana celebra los sacramentos, excepto la Penitencia y la Unción de los enfermos.

2. En este día, la comunión se distribuye a los fieles únicamente en la celebración de la Pasión del Señor; a los enfermos que no pueden asistir a esta celebración, se les puede llevar la comunión en cualquier momento del día.

3. El altar debe estar totalmente despojado: sin cruz, sin candelabros y sin manteles.
Celebración de la Pasión del Señor
4. Después del mediodía, alrededor de las tres de la tarde, a no ser que alguna razón pastoral aconseje un horario más tardío, se realiza la celebración de la Pasión del Señor, que consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz, y Sagrada Comunión.

5. La celebración comienza en silencio. Si hay que decir algunas palabras de introducción, debe hacerse antes de la entrada de los ministros. El sacerdote y el diácono, revestidos con ornamentos rojos como para la Misa, se dirigen en silencio al altar, hacen reverencia y se postran rostro en tierra o, según las circunstancias, se arrodillan y oran en silencio. Todos los demás se ponen de rodillas.

6. Después, el sacerdote, con los ministros, se dirige a la sede y, vuelto hacia el pueblo, con las manos juntas, dice una de las dos oraciones siguientes, omitiendo la invitación Oremos.

Oración
Acuérdate, Señor, de tu gran misericordia
y santifica con tu eterna protección
a esta familia tuya por la que Cristo, tu Hijo,
instituyó, por medio de su Sangre, el misterio pascual.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén

O bien:
Señor Dios,
que por la Pasión de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
nos libraste de la muerte heredada de nuestros padres;
concédenos que nosotros, que somos imagen del primer hombre,
recibamos de tu gracia la imagen celestial.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Primera parte:
Liturgia de la palabra
7. Todos toman asiento y se proclama la primera lectura, tomada de libro de Isaías (52, 13 – 53, 12) con el salmo correspondiente.

8. Sigue la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos (4, 14-16; 5, 7-9), y el canto antes del Evangelio.

9. Luego se lee la historia de la Pasión del Señor según san Juan (18, 1 - 19, 42), del mismo modo que el domingo precedente.

10. Concluida la lectura de la Pasión, hágase una breve homilía, y terminada ésta los fieles pueden ser invitados a hacer un tiempo de oración en silencio.
Oración Universal
11. La Liturgia de la Palabra concluye con la oración universal que se hace de este modo: el diácono o, en su ausencia, un laico, desde el ambón, dice la invitación que expresa la intención; después todos oran en silencio durante unos momentos y, seguidamente, el sacerdote, desde la sede o, si parece más oportuno, desde el altar, con las manos extendidas, reza la oración. Los fieles pueden permanecer de rodillas o de pie durante toda la oración.

12. También puede conservarse la costumbre antigua de alternar la postura de los fieles, para lo cual el diácono, después de la monición, dice Nos ponemos de rodillas, permaneciendo todos en esa posición, en silencio, hasta que el diácono invita diciendo Nos ponemos de pie, para escuchar la oración que pronuncia el sacerdote.

Las Conferencias Episcopales pueden establecer otras invitaciones para introducir la oración del sacerdote.

13. Ante una grave necesidad pública, el Obispo diocesano puede permitir o mandar que se añada una intención especial.

I. Por la santa Iglesia

Oremos, queridos hermanos, por la santa Iglesia de Dios,
que nuestro Dios y Señor le conceda la paz y la unidad,
se digne protegerla en toda la tierra,
y nos conceda glorificarlo
con una vida calma y serena.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que en Cristo has revelado tu gloria a todas las naciones:
protege la obra de tu misericordia,
para que la Iglesia, extendida por toda la tierra,
persevere con fe inquebrantable
en la confesión de tu Nombre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

II. Por el Papa
Oremos también por nuestro santo Padre, el Papa N.,
para que Dios nuestro Señor,
que lo llamó al orden episcopal,
lo asista y proteja en bien de su Iglesia,
para gobernar al pueblo santo de Dios.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
con tu sabiduría ordenas todas las cosas;
escucha nuestra oración y protege con amor al Papa que nos diste,
para que el pueblo cristiano que tú gobiernas
progrese siempre en la fe, guiado por su pastor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

III. Por el pueblo de Dios y sus ministros
Oremos también por nuestro obispo N.*,
por todos los obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia,
y por todo el pueblo santo de Dios.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que con tu Espíritu santificas y gobiernas a la Iglesia,
escucha nuestras súplicas por tus ministros
para que, con ayuda de la gracia, todos te sirvan con fidelidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

IV. Por los catecúmenos
Oremos también por (nuestros) los catecúmenos:
que Dios nuestro Señor abra los oídos de sus corazones
y les manifieste su misericordia,
de manera que, perdonados sus pecados
por medio del agua bautismal,
sean incorporados a Jesucristo.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que fecundas sin cesar a tu Iglesia con nuevos miembros;
acrecienta la fe y la sabiduría de (nuestros) los catecúmenos,
para que, renacidos en la fuente bautismal,
sean contados entre tus hijos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

V. Por la unidad de los cristianos
Oremos también por todos nuestros hermanos que creen en Cristo;
para que Dios nuestro Señor reúna y conserve en su única Iglesia
a quienes procuran vivir en la verdad.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que congregas a quienes están dispersos
y conservas en la comunión a quienes ya están unidos,
mira con bondad el rebaño de tu Hijo,
para que la integridad de la fe y el vínculo de la caridad
reúnan a los que han sido consagrados por el único bautismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén

VI. Por los Judíos
Oremos también por el pueblo judío,
a quien Dios nuestro Señor habló primero,
para que se acreciente en ellos el amor de su Nombre
y la fidelidad a su alianza.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia,
escucha con bondad las súplicas de tu Iglesia,
para que el pueblo de la primera Alianza
llegue a la plenitud de la salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén

VII. Por quienes no creen en Cristo
Oremos igualmente por quienes no creen en Cristo,
para que, iluminados por el Espíritu Santo,
ellos también puedan encontrar el camino de la salvación.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
concede a quienes no creen en Cristo
que, viviendo en tu presencia con sinceridad de corazón,
encuentren la verdad;
y a nosotros, danos progresar en la caridad fraterna
y en el deseo de conocerte mejor
para ser, ante el mundo, testigos más auténticos de tu amor.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén

VIII. Por quienes no creen en Dios
Oremos también por quienes no conocen a Dios,
para que, buscando con sinceridad lo que es recto,
puedan llegar hasta él.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno:
tú has creado al hombre para que te buscara con ansia
y hallara reposo al encontrarte;
concede que todos, aun en medio de las dificultades,
por los signos de tu amor y el testimonio de los creyentes,
se alegren al reconocerte como único Dios verdadero
y Padre de todos los hombres.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén

IX. Por los gobernantes
Oremos también por los gobernantes de las naciones,
para que Dios nuestro Señor
guíe sus mentes y sus corazones, según su voluntad,
hacia la paz verdadera y la libertad de todos.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
en cuyas manos están los corazones de los hombres
y los derechos de las naciones,
asiste con bondad a nuestros gobernantes
para que, con tu protección, afiancen en toda la tierra
la prosperidad de los pueblos, la paz duradera y la libertad religiosa.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

X. Por los que sufren
Oremos, hermanos, a Dios Padre todopoderoso
por todos los que sufren las consecuencias del pecado en el mundo,
para que aleje las enfermedades, alimente a los que tienen hambre,
redima a los encarcelados, libere de la injusticia a los oprimidos,
dé seguridad a los viajeros, conceda el regreso a los ausentes,
la salud a los enfermos y la salvación a los moribundos.

Oración en silencio. Prosigue el sacerdote, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
consuelo de los afligidos y fuerza de los atribulados;
lleguen hasta ti las súplicas de los que te invocan
en cualquier necesidad,
para que puedan alegrarse al experimentar
la cercanía de tu misericordia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén
Segunda parte:
Adoración de la santa Cruz
14. Concluida la oración universal, se realiza la solemne adoración de la santa Cruz. De las dos formas que se proponen a continuación para mostrar la cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada, de acuerdo con las circunstancias.
Presentación de la santa Cruz
Primera forma
15. El diácono u otro ministro idóneo lleva procesionalmente la Cruz, cubierta con un velo morado, por la iglesia hasta el medio del presbiterio, acompañado por dos ministros con cirios encendidos. El sacerdote, de pie ante el altar, recibe la cruz y, descubriéndola en la parte superior, la eleva, invitando a los fieles a adorar la Cruz, con las palabras Este es el árbol de la Cruz, ayudado en el canto por el diácono o si es necesario por el coro. Todos responden Vengan y adoremos. Acabada la aclamación, todos se arrodillan y adoran en silencio, durante unos momentos, la Cruz que el sacerdote, de pie, mantiene en alto.

Este es el árbol de la Cruz
donde estuvo suspendida
la salvación del mundo.

Todos responden: Vengan y adoremos.

Luego, el sacerdote descubre el brazo derecho de la Cruz y, elevándola nuevamente, comienza la invitación Este es el árbol de la Cruz, como en la primera vez.

Finalmente, descubre totalmente la Cruz y, elevándola, comienza por tercera vez la invitación
 Este es el árbol de la Cruz, y se hace como en la primera vez.
Segunda forma
16. El sacerdote o el diácono, con los ministros, u otro ministro idóneo, se dirige a la puerta de la iglesia donde toma la Cruz descubierta. Desde allí, se hace la procesión por la iglesia hacia el presbiterio, acompañado por dos ministros con cirios encendidos. Cerca de la puerta, en medio del templo y antes de ingresar al presbiterio, el que lleva la Cruz la eleva y dice la invitación Este es el árbol de la Cruz, a la que todos responden Vengan y adoremos. Después de cada respuesta, todos se arrodillan y adoran en silencio, como se ha indicado antes.
Adoración de la santa Cruz
17. Después, acompañado por dos ministros con cirios encendidos, el sacerdote lleva la cruz hasta el ingreso del presbiterio o a otro lugar apto, y allí la coloca o la entrega a los ministros para que la sostengan, dejando los cirios a ambos lados de la Cruz.

18. Para adorar la Cruz, se acerca primero el sacerdote, habiéndose quitado la casulla y el calzado, si es oportuno. Después se acercan procesionalmente el clero, los ministros laicos y los fieles, y veneran la Cruz con una genuflexión simple o con algún otro signo adecuado según la costumbre del lugar, por ejemplo, besando la cruz.

19. Para la adoración sólo debe haber una única Cruz. Si por la gran cantidad de participantes en la celebración, no todos pueden acercarse individualmente, el sacerdote, después que parte del clero y de los fieles ha hecho la adoración, toma la Cruz y, de pie ante el altar, invita al pueblo con breves palabras a adorarla. Luego levanta la Cruz en alto durante unos momentos y los fieles la adoran en silencio.

20. Mientras se realiza la adoración de la Cruz, se canta la antífona Señor, adoramos tu Cruz, los Improperios, el himno Esta es la Cruz de nuestra fe, u otro canto adecuado. Los fieles, luego de venerar la Cruz, regresan a sus lugares y se sientan.
Cantos para la adoración de la santa Cruz
Antífona
Señor, adoramos tu Cruz,
alabamos y glorificamos tu santa Resurrección.
Porque gracias al árbol de la Cruz
el gozo llegó al mundo entero.

                    Cf. Sal 66, 2
V.
 El Señor tenga piedad y nos bendiga,
haga brillar su rostro sobre nosotros.
Y se repite la antífona: Señor, adoramos tu Cruz,...
Improperios
Las partes que corresponden al primer coro se indican con el número 1; las que corresponden al segundo, con el número 2; las partes que deben ser cantadas por ambos coros se indican con los números 1 y 2. También pueden cantarlos dos cantores.
I
1 y 2: ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

1.Yo te saqué de Egipto;
tú preparaste una cruz para tu Salvador.

1.Hágios o Theós.
2.Santo es Dios.
1.Hágios Ischyrós.
2.Santo y Fuerte.
1.Hágios Athánatos, eléison himás.
2.Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.

1 y 2:Yo te guié cuarenta años por el desierto,
te alimenté con el maná,
te introduje en una tierra excelente;
tú preparaste una Cruz para tu Salvador.

1. Hágios o Theós.
2. Santo es Dios.
1. Hágios Ischyrós.
2. Santo y Fuerte.
1. Hágios Athánatos, elèison himás.
2. Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.

1 y 2: ¿Qué más pude hacer por ti?
Yo te planté como viña mía
escogida y hermosa.
¡Qué amarga te has vuelto!
Para mi sed me diste vinagre,
con la lanza traspasaste el costado de tu Salvador.

1. Hágios o Theós.
2. Santo es Dios.
1. Hágios Ischyrós.
2. Santo y Fuerte.
1. Hágios Athánatos, eléison himás.
2. Santo e Inmortal, ten piedad de nosotros.
II
Cantores
Yo por ti azoté a Egipto y a sus primogénitos;
tú me entregaste para que me azotaran.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo te saqué de Egipto,
sumergiendo al Faraón en el Mar Rojo;
tú me entregaste a los sumos sacerdotes.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo abrí el mar delante de ti;
tú, con una lanza, abriste mi costado.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo te guiaba como una columna de nubes;
tú me guiaste al pretorio de Pilato.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo te sustenté con maná en el desierto;
tú me abofeteaste y me azotaste.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo te di a beber el agua salvadora
que brotó de la peña;
tú me diste a beber hiel y vinagre.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo por ti herí a los reyes cananeos;
tú me heriste la cabeza con la caña.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo te di un cetro real;
tú me pusiste una corona de espinas.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!

Cantores
Yo te levanté con gran poder;
tú me colgaste del patíbulo de la Cruz.

1 y 2. ¡Pueblo mío! ¿Qué te he hecho,
en qué te he ofendido?
¡Respóndeme!
Himno a la Cruz
Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!

Cantores:
Que canten nuestras voces la victoria de este glorioso combate;
que celebren el triunfo de Cristo en el nuevo trofeo de la cruz,
donde el Redentor del mundo se inmoló como vencedor.

Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

Cantores:
El Creador tuvo compasión de Adán, nuestro padre pecador,
que al comer el fruto prohibido se precipitó hacia la muerte;
y para reparar los daños de ese árbol, Dios eligió el árbol de la Cruz.

Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!

Cantores:
En el plan de nuestra salvación estaba previsto de antemano
que los engaños del demonio fueran desbaratados por Dios,
sacando el remedio de un árbol, así como de un árbol vino el mal.

Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

Cantores:
Por eso, cuando se cumplió el tiempo señalado por Dios,
el Padre envió desde el Cielo a su Hijo creador del mundo,
y éste revistiéndose de nuestra carne nació del seno de la Virgen

Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!

Cantores:
Llora y gime el niño, recostado en estrecho pesebre;
la Virgen Madre lo envuelve con unos pobres pañales,
y así quedan atados las manos y los pies de un Dios.

Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

Cantores:
Al cumplir los treinta años de su vida en este mundo,
el Redentor se entregó libremente para sufrir su Pasión:
como un cordero fue elevado en la cruz, inmolándose por todos.

Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!

Cantores:
Cuando ya estaba agotado, le dieron a beber hiel;
las espinas, los clavos y la lanza traspasaron su bendito cuerpo,
haciendo manar el agua y la sangre
que lavan la tierra, el mar y los astros.

Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

Cantores:
Doblega tus ramas, árbol altivo, ablanda tus tensas fibras,
suaviza la rigidez que te dio la naturaleza,
y ofrece un apoyo más suave a los miembros del Rey celestial.

Todos:
¡Árbol precioso, benditos clavos, que llevan tan dulce carga!

Cantores:
Tú sólo fuiste digno de llevar la Víctima del mundo;
tú eres el arca que nos conduce al puerto de la salvación;
tú fuiste empapado en la sangre divina
brotada del cuerpo del Cordero.

Todos:
Esta es la cruz de nuestra fe, el más noble de los árboles:
ningún bosque produjo otro igual en ramas, flores y frutos.

La conclusión nunca debe omitirse:

Todos:
¡Demos gloria eterna a la santa Trinidad!
¡Gloria igual al Padre y al Hijo, gloria al Espíritu Santo!
Que todos celebren el nombre  de un solo Dios en tres personas.
Amén.

20 bis. Según la tradición y costumbre del lugar, y si pastoralmente parece oportuno, puede cantarse el himno Stabat Mater o algún otro canto alusivo conmemorando los dolores de la Santísima Virgen.
Memoria de los dolores de la Santísima Virgen María
Junto a la Cruz
Según una antigua tradición, en la tarde del viernes santo se realizaba en nuestras iglesias un piadoso ejercicio en memoria de los dolores sufridos por la Santísima Virgen María junto a la cruz de su Hijo y de su estado de profunda soledad después de la muerte de Jesús.

Donde se considere oportuno conservar este ejercicio tradicional, realícese de tal manera que, en su forma exterior, en el tiempo elegido y en otras particularidades, de ningún modo reste importancia a la solemne acción litúrgica con que la Iglesia celebra en este día la Pasión y la Muerte del Señor.

En lugar del piadoso ejercicio tradicional, será más conveniente insertar la memoria del dolor de María en la misma acción litúrgica con la que se celebra la Pasión del Señor; de esta manera aparecerá con más evidencia que la Virgen María está unida indisolublemente a la obra de salvación realizada por su Hijo.

Después de la adoración de la cruz, el celebrante se dirige brevemente a los fieles con estas palabras u otras semejantes:


Queridísimos hermanos:
Hemos adorado solemnemente la Cruz, en la cual nuestro Señor Jesucristo, muriendo, redimió al género humano.
También María estaba junto a la Cruz del Hijo, por voluntad de Dios Padre. Sobre todo en aquel momento, la espada profetizada por Simeón le traspasó el alma; y aquella fue la hora de la cual le había hablado Jesús en Caná.
Junto a la Cruz, la Madre fuerte en el inmenso dolor que sufría con su Hijo único, asociándose con ánimo maternal a su sacrificio, compartió amorosamente la inmolación y aceptó del Hijo moribundo, como testamento de la caridad divina, ser la Madre de todos los hombres.
Así, María, la nueva Eva, sostenida por la fe, fortalecida por la esperanza y llena de amor, llegó a ser modelo para toda la Iglesia. Por tanto, adorando el eterno plan de Dios Padre, nosotros que hemos celebrado la memoria de la Pasión del Hijo, recordamos también el dolor de la Madre.

Después de la introducción, el diácono, o el mismo sacerdote, invita a los fieles a recogerse en silenciosa plegaria.

Después de la pausa de silencio, pueden cantarse algunas estrofas del
 Stabat Mater u otro canto que sea realmente adecuado a esta celebración por el contenido, expresión literal y musical.

21. Finalizada la adoración, el diácono o un ministro coloca la Cruz delante del altar o sobre él. Junto a la Cruz, se colocan dos velas.
Tercera parte:
Sagrada comunión
22. Sobre el altar se extiende el mantel y se colocan el corporal y el Misal. Luego el diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, con el velo humeral trae el Santísimo Sacramento desde el lugar de la reserva por el camino más breve, mientras todos permanecen de pie y en silencio. Dos ministros acompañan al Santísimo Sacramento con cirios encendidos, que colocan junto al altar o sobre el mismo.
Una vez colocado el Santísimo Sacramento sobre el altar y descubierto el copón, el sacerdote se acerca, hace genuflexión y sube al altar.


23. El sacerdote, con las manos juntas, dice en alta voz:
Fieles a la recomendación del Salvador
y siguiendo su divina enseñanza,
nos atrevemos a decir:

El sacerdote con las manos extendidas continúa junto con el pueblo:
Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre;
venga a nosotros tu reino;
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día;
perdona nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación,
y líbranos del mal.

24. El sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo:
Líbranos de todos los males, Señor,
y concédenos la paz en nuestros días,
para que, ayudados por tu misericordia,
vivamos siempre libres de pecado
y protegidos de toda perturbación,
mientras esperamos la gloriosa venida
de nuestro Salvador Jesucristo.

Junta las manos.
El pueblo concluye la oración, aclamando:

Tuyo es el reino,
tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.

25. A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor Jesucristo,
la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre
no sea para mí un motivo de juicio y condenación,
sino que, por tu piedad,
sirva para defensa de alma y cuerpo
y como remedio saludable.

26. El sacerdote hace genuflexión, toma una hostia consagrada y, sosteniéndola un poco elevada sobre el copón, la muestra al pueblo diciendo:
Éste es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo.
Dichosos los invitados a la cena del Señor.

Y, juntamente con el pueblo, añade:
Señor, no soy digno
de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya
bastará para sanarme.

27. Y comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo, diciendo en voz baja: El Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna.

28. Después distribuye la comunión a los fieles. Durante la comunión se puede cantar el Salmo 21 u otros cantos apropiados.

29. Concluida la distribución de la comunión, el diácono o un ministro idóneo lleva el copón al lugar preparado especialmente fuera de la iglesia, o bien si lo exigen las circunstancias, es colocado en el sagrario.

30. Después el sacerdote dice: Oremos; según las circunstancias, se hace una pausa de sagrado silencio; luego el sacerdote dice la siguiente oración:
Dios todopoderoso y eterno,
tú nos has redimido
por la santa muerte y la resurrección de Jesucristo;
mantén viva en nosotros la obra de tu misericordia
para que, por la participación de este misterio,
permanezcamos dedicados a tu servicio.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

31. Para despedir al pueblo, el diácono o en su defecto el mismo sacerdote puede invitar con estas palabras: Inclinémonos para recibir la bendición.
Luego el sacerdote, de pie y mirando hacia el pueblo, con las manos extendidas sobre él, dice la siguiente oración sobre el pueblo:

Te pedimos, Señor,
que descienda una abundante bendición sobre tu pueblo,
que ha recordado la muerte de tu Hijo
con la esperanza de su Resurrección.
Llegue a él tu perdón, concédele tu consuelo,
acrecienta su fe y asegúrale la eterna salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

32. Después de hacer genuflexión delante de la cruz, se retiran todos en silencio.

33. Luego de la celebración se despoja el altar, quedando solamente la Cruz y los dos o cuatro candeleros.

34. Los que han participado de la solemne acción litúrgica de la tarde no celebran el Oficio de Vísperas.
SÁBADO SANTO
1. Durante el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, en la oración y el ayuno, meditando su pasión y su muerte, así como su descenso al lugar de los muertos en la espera de su resurrección.

2. La Iglesia se priva de la celebración del sacrificio de la Misa y mantiene despojado el altar hasta que, después de la solemne Vigilia o espera de la resurrección durante la noche, comience la alegría pascual, cuya plenitud se extenderá a lo largo de cincuenta días.

3. En este día, la comunión sólo se administra a modo de viático.
DOMINGO DE PASCUA
DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

VIGILIA PASCUAL EN LA NOCHE SANTA
1. Según antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor (Ex 12, 42). Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc. 12, 35-37), deben asemejarse a quienes, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue los encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.

2. La Vigilia de esta noche, que es la mayor y la más noble entre todas las solemnidades, debe ser celebrada una sola vez en cada iglesia. Se desarrolla de la siguiente manera: después del lucernario, o liturgia de la luz, y del pregón pascual (que es la primera parte de la Vigilia), la santa Iglesia, confiando en las palabras del Señor, medita y contempla las maravillas que Dios, desde siempre, realizó por su pueblo (segunda parte de la Vigilia o liturgia de la Palabra) hasta que, al acercarse el día de la resurrección y acompañada ya de sus nuevos hijos renacidos en el bautismo (tercera parte de la Vigilia o liturgia bautismal), es invitada a la mesa que el Señor ha preparado para su pueblo como memorial de su muerte y resurrección hasta que él vuelva (cuarta parte de la Vigilia o liturgia eucarística).

3. Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche de manera que no ha de empezar antes que oscurezca, y debe concluir antes del amanecer del día domingo.

4. La Misa de la Vigilia pascual, aunque se celebre antes de la medianoche, es ya la Misa de Pascua del Domingo de Resurrección.

5. Los fieles que participan en esta Misa de la Vigilia pueden comulgar nuevamente en otra Misa del día de Pascua. El que celebra o concelebra la Misa de la noche pascual puede celebrar o concelebrar de nuevo en el día de Pascua.
La Vigilia pascual reemplaza al Oficio de lecturas.


6. Es deseable de que el sacerdote sea asistido por un diácono, según la costumbre. Si no hay diácono, sus funciones las asume el sacerdote que preside o un concelebrante, salvo indicación en contrario. Ambos se revisten desde el principio con ornamentos blancos como para la Misa.

7. Prepárense velas suficientes para todos los que participen en la Vigilia. Para iniciar la celebración deben estar apagadas todas las luces del templo.
Primera parte
Solemne comienzo de la Vigilia llamado Lucernario
Bendición del fuego y preparación del Cirio
8. En un lugar adecuado, fuera de la iglesia, se enciende un fuego. Una vez que se ha congregado el pueblo en el lugar, se acerca el sacerdote con los ministros, uno de los cuales lleva el cirio pascual. No se lleva cruz procesional ni cirios encendidos. Si por dificultades diversas no puede prepararse un fuego en el exterior del templo, el rito se desarrolla como se indica en el n.13.

9. El sacerdote dice: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, mientras él y los fieles hacen la señal de la Cruz; el sacerdote dice el saludo acostumbrado y recuerda brevemente el sentido de la vigilia nocturna, con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos:
En esta noche santa,
en la que nuestro Señor Jesucristo pasó de la muerte a la Vida,
la Iglesia invita a sus hijos diseminados por toda la tierra
a que se reúnan y permanezcan en vela para orar.
Si hacemos memoria de la Pascua del Señor,
escuchando su Palabra y celebrando sus misterios,
esperamos compartir su triunfo sobre la muerte
y vivir siempre con él en Dios.

10. A continuación el sacerdote bendice el fuego y dice, con las manos extendidas:
Oremos.
Dios nuestro, que por medio de tu Hijo
has dado a tus fieles el fuego de tu luz,
santifica + este fuego nuevo
y concédenos que, por esta celebración pascual,
seamos de tal manera inflamados con los deseos celestiales,
que podamos llegar con un corazón puro
a la fiesta de la luz eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

11. Concluida la bendición del fuego nuevo, un ministro acerca el cirio pascual al sacerdote que, con un estilete, marca una cruz sobre el mismo. En el extremo superior de la cruz marca la letra griega Alfa, y en el inferior, la letra Omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz, los números del año en curso. Mientras tanto se dice:

1.
   Cristo ayer y hoy, (Marca la línea vertical de la cruz)
2.
   Principio y Fin, (marca la línea horizontal de la cruz)
3.
   Alfa (marca la letra Alfa en la parte superior de la cruz)
4.
   y Omega. (marca la letra Omega en la parte inferior de la cruz)
5.
   A Él pertenecen el tiempo (marca en el ángulo superior izquierdo la primera cifra del año actual)
6.
   y la eternidad. (marca en el ángulo superior derecho la segunda cifra del año actual)
7.
   A Él la gloria y el poder, (marca en el ángulo inferior izquierdo la tercera cifra)
8.
   por los siglos de los siglos. Amén. (marca en el ángulo inferior derecho la última cifra del año actual)

(dibujo de la cruz, el Alfa y el Omega, y el año actual)


12. Acabada la inscripción de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede fijar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice:

1. Por sus llagas                         1
2.
 santas y gloriosas
3. nos proteja                     4       2       5
4.
 y nos conserve
5. Cristo el Señor. Amén.             3
13. Si hubiere dificultades para encender el fuego en el exterior, adáptese el rito de la bendición del fuego según las posibilidades. El pueblo puede estar ya congregado en la iglesia; el sacerdote con los ministros, llevando el cirio pascual, se dirigen a la puerta del templo. En la medida de lo posible, el pueblo se orienta hacia el sacerdote.
Después del saludo y la monición como indica el n. 9, se bendice el fuego y se hace la preparación del cirio, como se ha señalado en los nn. 10-12.


14. El sacerdote enciende el cirio pascual con la llama del fuego nuevo, mientras dice:
Que la luz de Cristo gloriosamente resucitado
disipe las tinieblas de la inteligencia y del corazón.

Los elementos integrantes del rito precedente pueden ser adaptados en su forma por las Conferencias Episcopales, según las peculiaridades de los pueblos.
Procesión
15. Después de encender el cirio, un ministro toma carbones encendidos del fuego nuevo y los coloca en el incensario. El sacerdote impone incienso. A continuación, el diácono u otro ministro idóneo recibe el cirio pascual y se ordena la procesión. El turiferario, con el turíbulo humeante, precede al diácono o al otro ministro que lleva el cirio pascual; siguen el sacerdote con los ministros y el pueblo, llevando en sus manos cirios apagados.

Ante la puerta de la iglesia, el diácono de pie, eleva el cirio y canta:

La luz de Cristo.

Y todos responden:
Demos gracias a Dios.

El sacerdote enciende, con el fuego del cirio pascual, la vela que tiene en sus manos.

16. Luego, en el medio del templo el diácono se detiene y, elevando nuevamente el cirio, canta por segunda vez:
La luz de Cristo.

Y todos responden:
Demos gracias a Dios.

Inmediatamente, todos encienden sus cirios con la llama que se transmite desde el cirio pascual; mientras tanto la procesión avanza hacia el presbiterio.

17. Cuando llega delante del altar, el diácono se detiene y mirando hacia el pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez:
La luz de Cristo.

Y todos responden:
Demos gracias a Dios.

El diácono coloca el cirio pascual en su candelabro situado junto al ambón o en medio del presbiterio.
Y se encienden luces en el templo excepto las velas del altar.
Pregón pascual
18. Cuando el sacerdote llega al altar, se dirige a la sede, entrega a un ministro el cirio que lleva en sus manos, impone y bendice incienso como para la proclamación del Evangelio en la Misa. El diácono pide la bendición diciendo: Bendíceme, Padre, y recibe la bendición del sacerdote, que dice en voz baja:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios,
para que proclames dignamente su anuncio pascual.
En el nombre del Padre, y del Hijo + y del Espíritu Santo.

El diácono responde: Amén.

Esta bendición se omite, si el anuncio pascual es proclamado por alguien que no es diácono.

19. El diácono inciensa el libro y el cirio, y proclama el anuncio pascual en el ambón o delante de un atril, mientras todos permanecen de pie y con los cirios encendidos en sus manos.
Si no hay diácono, el anuncio pascual puede ser proclamado por el mismo sacerdote o por otro presbítero concelebrante. Pero si es un cantor laico el que proclama el anuncio pascual, se omiten las palabras
 por eso, queridos hermanos hasta el final de la invitación, como así también el saludo El Señor esté con ustedes.
El Pregón pascual puede ser cantado también en su forma más breve pp  .  
Anuncio pascual en forma larga
Alégrese en el cielo el coro de los ángeles,
exulten los ministros de Dios,
y por la victoria de un Rey tan grande,
resuene la trompeta de la salvación.

Alégrese también la tierra inundada de tanta luz,
y brillando con el resplandor del Rey eterno,
se vea libre de las tinieblas
que cubrían al mundo entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
adornada con los fulgores de una luz tan brillante;
y resuene este templo
con las aclamaciones del pueblo.

[Por eso, queridos hermanos, al contemplar
la admirable claridad de esta luz santa,
invoquemos la misericordia de Dios omnipotente,
y ya que sin mérito mío se dignó agregarme
al número de sus servidores,
me infunda la claridad de su luz,
para que sea plena y perfecta
la alabanza a este cirio.]

[V.
 El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.]

V.
 Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

Realmente es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto de la mente y del corazón
al Dios invisible, Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Él pagó por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán, y borró con su sangre
la sentencia del primer pecado.

Estas son las fiestas pascuales,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto
a nuestros padres, los hijos de Israel,
y los hiciste pasar a pie por el mar Rojo.

Esta es la noche que disipó las tinieblas
de los pecados con el resplandor
de una columna de fuego.

Esta es la noche en que por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo,
arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y agregados a los santos.

Esta es la noche en la que Cristo
rompió las ataduras de la muerte
y surgió victorioso de los abismos.

¡De nada nos valdría haber nacido
si no hubiésemos sido redimidos!

¡Qué admirable es tu bondad con nosotros!
¡Qué inestimable la predilección de tu amor:
para rescatar al esclavo, entregaste a tu propio Hijo!

¡Pecado de Adán ciertamente necesario,
que fue borrado con la sangre de Cristo!
¡Oh feliz culpa, que nos mereció tan noble y tan grande Redentor!

¡Noche verdaderamente feliz!
Sólo ella mereció saber el tiempo y la hora
en que Cristo resucitó del abismo de la muerte.

Esta es la noche de la que estaba escrito:
La noche será clara como el día,
la noche ilumina mi alegría.

Por eso, la santidad de esta noche
aleja toda maldad, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los pecadores
y la alegría a los afligidos;
expulsa el odio, trae la concordia
y doblega a los poderosos.

En esta noche de gracia, recibe, Padre santo,
el sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia
te presenta por medio de sus ministros,
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.

Ya sabemos lo que anuncia esta columna de fuego
que encendió la llama viva para gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz
no disminuye su claridad al repartirla,
porque se alimenta de la cera
que elaboraron las abejas
para hacer esta lámpara preciosa.

¡Noche verdaderamente dichosa,
en la que el cielo se une con la tierra
y lo divino con lo humano!

Por eso, te rogamos, Señor,
que este cirio consagrado en honor de tu Nombre,
continúe ardiendo para disipar la oscuridad de esta noche
y, aceptado por ti como perfume agradable,
se asocie a los astros del cielo.
Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana,
aquel lucero que no tiene ocaso:
Jesucristo, tu Hijo, que resucitado de entre los muertos
brilla sereno para el género humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.

R. Amén.
Anuncio pascual en forma breve
Alégrese en el cielo el coro de los ángeles,
exulten los ministros de Dios,
y por la victoria de un Rey tan grande,
resuene la trompeta de la salvación.

Alégrese también la tierra inundada de tanta luz,
y brillando con el resplandor del Rey eterno,
se vea libre de las tinieblas
que cubrían al mundo entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
adornada con los fulgores de una luz tan brillante;
y resuene este templo
con las aclamaciones del pueblo.

[V. El Señor esté con ustedes.
R. Y con tu espíritu.]

V.
 Levantemos el corazón.
R. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

V. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
R. Es justo y necesario.

Realmente es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto de la mente y del corazón
al Dios invisible, Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Él pagó por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán, y borró con su sangre
la sentencia del primer pecado.

Estas son las fiestas pascuales,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche en que sacaste de Egipto
a nuestros padres, los hijos de Israel,
y los hiciste pasar a pie por el mar Rojo.

Esta es la noche que disipó las tinieblas
de los pecados con el resplandor
de una columna de fuego.

Esta es la noche en que por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo,
arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y agregados a los santos.

Esta es la noche en la que Cristo
rompió las ataduras de la muerte
y surgió victorioso de los abismos.

¡Qué admirable es tu bondad con nosotros!
¡Qué inestimable la predilección de tu amor:
para rescatar al esclavo, entregaste a tu propio Hijo!

¡Pecado de Adán ciertamente necesario,
que fue borrado con la sangre de Cristo!
¡Oh feliz culpa, que nos mereció tan noble y tan grande Redentor!

Por eso, la santidad de esta noche
aleja toda maldad, lava las culpas,
devuelve la inocencia a los pecadores
y la alegría a los afligidos.

¡Noche verdaderamente dichosa,
en la que el cielo se une con la tierra
y lo divino con lo humano!

En esta noche de gracia, recibe, Padre santo,
el sacrificio vespertino de alabanza que la santa Iglesia
te presenta por medio de sus ministros,
en la solemne ofrenda de este cirio,
hecho con cera de abejas.

Por eso, te rogamos, Señor,
que este cirio consagrado en honor de tu Nombre,
continúe ardiendo para disipar la oscuridad de esta noche
y, aceptado por ti como perfume agradable,
se asocie a los astros del cielo.
Que lo encuentre encendido el lucero de la mañana,
aquel lucero que no tiene ocaso:
Jesucristo, tu Hijo, que resucitado de entre los muertos
brilla sereno para el género humano,
y vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.
Segunda parte:
Liturgia de la palabra
20. En esta Vigilia, «Madre de todas las vigilias», se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo Testamento (Epístola y Evangelio). En la medida de lo posible, y respetando la índole de la Vigilia, deben proclamarse todas las lecturas.

21. Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de lecturas del Antiguo Testamento; con todo, téngase siempre presente que la lectura de la Palabra de Dios es una parte fundamental de esta Vigilia pascual. Por eso, deben leerse por lo menos tres lecturas del Antiguo Testamento, que provengan de la Ley y los Profetas y se canten los respectivos salmos responsoriales. Nunca debe omitirse la lectura tomada del capítulo 14 del Éxodo con su respectivo cántico.

22. Se apagan los cirios y todos se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote se dirige al pueblo con estas palabras u otras semejantes:
Hermanos:
Después de haber iniciado solemnemente esta Vigilia,
escuchemos serenamente la Palabra de Dios;
meditemos cómo, al cumplirse el tiempo, Dios salvó a su pueblo
y finalmente envió a su Hijo para redimirnos.
Oremos para que Dios lleve a su plenitud
la redención obrada por el misterio pascual.

23. Luego siguen las lecturas. Un lector se dirige al ambón y proclama la primera lectura. Después, el salmista o un cantor dice el salmo y el pueblo responde con la antífona correspondiente. Todos se ponen de pie, el sacerdote dice Oremos y, después que han orado en silencio por unos instantes, reza la oración colecta correspondiente a la lectura. En lugar del salmo responsorial, se puede hacer una pausa de silencio sagrado, omitiendo en este caso el silencio después del Oremos.
Oraciones para después de cada lectura
24. Después de la primera lectura (La creación: Gen 1, 1-2,2 ó 1, 26-31a) y el salmo (103 ó 32).
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno,
tú eres admirable en todas tus obras;
te pedimos que quienes hemos sido redimidos por ti
comprendamos que la creación del mundo,
en el comienzo de los siglos,
no es obra de mayor grandeza que el sacrificio pascual de Cristo,
realizado en la plenitud de los tiempos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

O bien, La creación del hombre:
Dios nuestro,
tú creaste al hombre de manera admirable
y más admirablemente aún lo redimiste;
concédenos que podamos resistir a los atractivos del pecado
con sabiduría de espíritu,
para merecer los gozos eternos.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

25. Después de la segunda lectura (El sacrificio de Abrahán: Gen 22, 1-18 ó 22, 1-2.9a.10-13.15-18) y el salmo (15):
Oremos.
Dios y Padre de los creyentes,
que multiplicas a los hijos de tu promesa
derramando la alegría de llegar a ser hijos de Dios,
y por el misterio pascual cumples la promesa hecha a Abrahán,
de hacerlo padre de todas las naciones;
concede a los pueblos de la tierra
responder dignamente a la gracia de tu llamado.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

26. Después de la tercera lectura (Paso del mar Rojo: Ex 14,15-15,1) y su cántico (Ex 15).
Oremos.
Señor y Dios nuestro,
cuyas maravillas vemos brillar también en nuestros días,
porque lo que hiciste en favor de tu pueblo elegido
librándolo de la persecución del Faraón,
lo realizas por medio del agua del bautismo
para la salvación de las naciones;
te pedimos que todos los hombres del mundo
se conviertan en verdaderos hijos de Abraham
y se muestren dignos de la promesa de Israel.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

O bien:
Dios nuestro, que con la luz del Nuevo Testamento
iluminaste los antiguos prodigios,
de modo que también el Mar Rojo
fuera imagen de la fuente bautismal
y el pueblo liberado de la esclavitud prefigurara al pueblo cristiano;
haz que todos los hombres, por el don de la fe,
participen del privilegio del pueblo elegido
y así renazcan a la acción de tu Espíritu.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

27. Después de la cuarta lectura (La nueva Jerusalén: Is 54, 5-14) y el salmo (29).
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno,
para que tu nombre sea glorificado
multiplica la solemne promesa que hiciste a nuestros padres en la fe
y aumenta con tu adopción los hijos de la promesa,
para que tu Iglesia reconozca, desde ahora,
el cumplimiento de cuanto creyeron y esperaron los patriarcas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

O bien, alguna de las oraciones asignadas a las lecturas siguientes que serán omitidas.

28. Después de la quinta lectura (La salvación gratuitamente ofrecida a todos: Is 55, 1-11) y el cántico (Is. 12).
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno, esperanza única del mundo,
que por la voz de tus profetas diste a conocer
los misterios salvadores que sucederían en el tiempo;
acrecienta los santos propósitos de tu pueblo,
porque tus fieles no alcanzarán la santidad
sin la inspiración de tu gracia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

29. Después de la sexta lectura (La fuente de la sabiduría: Bar 3, 9-15.31-4,4) y el salmo (18).
Oremos.
Dios nuestro, que haces crecer a tu Iglesia
convocando a todos los pueblos;
protege siempre a cuantos purificas en el agua del bautismo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

30. Después de la séptima lectura (Corazón nuevo y espíritu nuevo: Ez 36, 16-28) y el salmo (41-42).
Oremos.
Dios de poder inmutable, cuyo resplandor no conoce el ocaso,
mira con bondad a tu Iglesia,
signo de tu presencia entre nosotros,
prosigue serenamente
la obra de la salvación humana según tu proyecto eterno,
y haz que todos los hombres experimenten y vean
cómo lo abatido por el pecado se restablece,
lo viejo se renueva,
y la creación se restaura plenamente por Cristo,
de quien todo procede.
Que vive y reina por los siglos de los siglos.
R. Amén.

O bien:
Dios nuestro, que para celebrar el misterio pascual
nos instruyes con las enseñanzas
del Antiguo y del Nuevo Testamento;
concédenos comprender tu misericordia,
para que al recibir los dones presentes,
se afirme nuestra esperanza en tus promesas.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

31. Después de la última lectura del Antiguo Testamento con su salmo responsorial y la correspondiente oración, se encienden los cirios del altar y el sacerdote entona el himno Gloria a Dios en el cielo, al cual se une la asamblea; mientras tanto, de acuerdo con las costumbres del lugar, se tocan las campanas.
32. Después del Gloria, el sacerdote reza la oración colecta, del modo acostumbrado.
Oremos.
Dios nuestro, que iluminas esta santísima noche
con la gloria de la resurrección del Señor;
acrecienta en tu Iglesia el espíritu de adopción de hijos
para que, renovados en el cuerpo y en el alma,
te sirvamos con plena fidelidad.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

33. Luego, todos se sientan y un lector proclama la lectura del apóstol san Pablo.

34. Acabada la lectura de la Epístola, todos se levantan y el sacerdote entona solemnemente por tres veces el Aleluia, elevando gradualmente la voz, y todos responden. Si fuera necesario, el Aleluia es proclamado por un cantor. Después, el salmista o el cantor entona el Salmo 117 y el pueblo responde Aleluia.

35. El sacerdote impone el incienso y bendice al diácono, como de costumbre. Para la proclamación del Evangelio no se llevan cirios, sino sólo el incienso.

36. Después del Evangelio tiene lugar la homilía que, aunque breve, no debe omitirse.
Tercera parte:
Liturgia bautismal
37. Después de la homilía comienza la liturgia bautismal. El sacerdote con los ministros se dirige a la fuente bautismal, si es ésta se encuentra a la vista del pueblo. De lo contrario se pone un recipiente con agua en el presbiterio.

38. Si hay catecúmenos, se los llama para que sus padrinos los presenten. Si los catecúmenos son niños, éstos son presentados por los padres y los padrinos ante la comunidad reunida.

39. Si hubiera que dirigirse en procesión hasta el bautisterio o la fuente, se realiza de esta manera: precede un ministro que lleva el cirio pascual, al que siguen los catecúmenos con sus padrinos, los ministros, el diácono y finalmente el sacerdote. Durante la procesión se cantan las letanías (n. 43). Acabadas las mismas, el sacerdote dice la monición (n. 40).

40. Si la liturgia bautismal se realiza en el presbiterio, entonces el sacerdote dice la siguiente la monición introductoria con éstas o con palabras semejantes:
Si hay bautizandos:
Queridos hermanos:
Con nuestra oración unánime
unámonos a la feliz esperanza de estos hermanos nuestros,
que se encaminan a la fuente bautismal
donde renacerán a la Vida nueva,
para que Dios, Padre todopoderoso,
los acompañe siempre con su ayuda misericordiosa.

Si se bendice la fuente de agua pero no hay bautizandos se dice:
Queridos hermanos:
Invoquemos la gracia de Dios Padre todopoderoso
sobre esta fuente bautismal,
de manera que cuantos renazcan en ella
sean incorporados a los hijos adoptivos en Cristo.

41. Dos cantores entonan las letanías, a las que todos responden permaneciendo de pie (por razón del tiempo pascual).

Si hubiera que hacer una procesión prolongada hasta el bautisterio, las letanías se cantan durante la procesión; en este caso se llama a los bautizandos antes de comenzarla y se ordena la procesión de esta manera: precede un ministro que lleva el cirio pascual; siguen los catecúmenos con los padrinos, y finalmente el sacerdote con el diácono y los ministros. La monición se hace antes de la bendición del agua.

42. Si no deben realizarse bautismos ni se bendice la fuente, se omiten las letanías y se procede directamente a la bendición del agua (n. 54).

43. En las letanías se pueden agregar los nombres de otros santos, especialmente del titular de la iglesia, de los patronos del lugar y de los que van a ser bautizados.
Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad
Santa María, Madre de Dios
San Miguel
Santos ángeles de Dios
San Juan Bautista
San José
Santos Pedro y Pablo
San Andrés
San Juan
Santa María Magdalena
San Esteban
San Ignacio de Antioquía
San Lorenzo
Santas Perpetua y Felicidad
Santa Inés
San Gregorio (Magno)
San Agustín
San Atanasio
San Basilio
San Martín de Tours
San Benito
Santos Francisco y Domingo
San Francisco (Javier)
San Juan María (Vianney)
Santa Catalina (de Siena)
Santa Teresa de Jesús
Todos los santos y santas de Dios
Por tu bondad
De todo mal
De todo pecado
De la muerte eterna
Por el misterio de tu encarnación
Por tu muerte y resurrección
Por el envío del Espíritu Santo
Nosotros que somos pecadores, te pedimos

Si hay bautizandos:
Para que por la gracia del bautismo
            hagas renacer a estos elegidos tuyos.

Si no hay bautizandos:
Para que con tu gracia santifiques esta fuente
            en la que han de renacer tus hijos.
Jesús, Hijo del Dios vivo.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Rueguen por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Rueguen por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Rueguen por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Rueguen por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Ruega por nosotros.
Rueguen por nosotros.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor.
Líbranos, Señor.
Escúchanos, Señor.

Si hay bautizandos:

Escúchanos, Señor.



Escúchanos, Señor.
Escúchanos, Señor.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Si hay bautizandos, el sacerdote dice la siguiente oración, con las manos extendidas:
Dios todopoderoso y eterno,
acompaña con tu poder los sacramentos de tu inmensa bondad,
y envía tu Espíritu de adopción
para dar vida a los nuevos pueblos nacidos en la fuente bautismal;
haz que tu gracia realice la obra confiada
a nuestro humilde ministerio.
Por Jesucristo nuestro Señor.
R. Amén.
Bendición del agua bautismal
44. La bendición del agua puede ser cantada.

45. La aclamación a la bendición del agua también puede ser cantada.
 
46. El sacerdote bendice el agua bautismal, diciendo la siguiente oración con las manos extendidas:
Señor Dios, que por medio de los signos sacramentales
realizas obras admirables con tu poder invisible,
y de diversas maneras has preparado el agua
para que significara la gracia del bautismo.

Señor Dios, cuyo Espíritu aleteaba sobre las aguas
en los orígenes del mundo
para que ya desde entonces
concibieran el poder de santificar.

Señor Dios, en las aguas torrenciales del diluvio
prefiguraste el nuevo nacimiento de los hombres,
para que el misterio de la misma agua
pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.

Señor Dios, tú hiciste pasar por el mar Rojo
como por tierra firme a los descendientes de Abraham,
para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón
fuera imagen del pueblo de los bautizados.

Señor Dios, al ser bautizado en las aguas del Jordán,
tu Hijo fue ungido por el Espíritu Santo,
y, suspendido en la cruz,
hizo brotar de su costado sangre y agua,
y después de su resurrección mandó a sus discípulos:
«Vayan e instruyan a todas las naciones bautizándolas
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»:
mira a tu Iglesia y abre para ella la fuente del bautismo.

Que esta agua reciba por el Espíritu Santo
la gracia de tu Hijo único,
para que el hombre, creado a tu imagen,
por medio del sacramento del bautismo
sea purificado de todos los pecados
y merezca resurgir como nueva creatura
del agua y el Espíritu Santo.

Y sumergiendo, según las circunstancias, el cirio pascual en el agua una o tres veces, prosigue:
Señor, te pedimos que por la gracia de tu Hijo
descienda sobre el agua de esta fuente
el poder del Espíritu Santo,

y manteniendo el cirio en el agua prosigue:
para que por el bautismo, sepultados con Cristo en su muerte,
resucitemos con él a la Vida.
Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.
R. Amén.

47. Retira el cirio del agua y el pueblo aclama:
Fuentes, bendigan al Señor.
Alábenlo y glorifíquenlo eternamente.

48. Después de la bendición del agua y de la correspondiente aclamación del pueblo, el sacerdote, de pie, interroga a los adultos y a los padres y padrinos de los niños que van a ser bautizados para que hagan las renuncias. Se siguen las formulaciones del Ritual de Bautismo.

Inmediatamente se realiza la unción con el óleo de los catecúmenos, a no ser que, en el caso de los adultos, ya se haya realizado en la celebración prevista por el ritual de iniciación de adultos sobre los ritos preparatorios.


49. El sacerdote interroga a cada uno de los adultos para que profese la fe. Si se trata de niños, pídase a los padres y padrinos todos juntos, una sola vez, la triple profesión de fe como se indica en el Ritual de Bautismo. Si son muchos los que se bautizan, el rito puede ordenarse de esta manera: inmediatamente después de la respuesta de los elegidos, de los padrinos y de los padres, el celebrante pide y recibe la renovación de las promesas bautismales de todos los presentes.

50. Después de la profesión de fe, se bautiza a cada uno de los elegidos, adultos y niños.

51. A continuación se realiza la unción con el Santo Crisma sólo a los niños bautizados. Todos los bautizados, adultos y niños, se colocan la vestidura blanca. Luego el sacerdote o el diácono recibe el cirio pascual de manos de un ministro y se encienden los cirios de los neófitos. El rito del Effetá se omite en los niños.

52. Terminado el rito bautismal, se regresa al presbiterio en procesión ordenada como antes, a no ser que el bautismo y los ritos ilustrativos se hubieran desarrollado en el presbiterio; los neófitos llevan encendidos los cirios que les fueron entregados. Durante la procesión se entona el cántico He visto el agua u otro canto bautismal apropiado (n. 56).

53. Si los bautizados son adultos, el Obispo o, en su ausencia, el presbítero que bautizó, confiere el sacramento de la Confirmación. La acción litúrgica se desarrolla en el presbiterio y se siguen las indicaciones que se indican en el Pontifical o en el Ritual de Confirmación.
Bendición del agua
54. Si no hay bautizandos, ni se ha de bendecir el agua bautismal, el sacerdote invita a los fieles con las siguientes palabras:
Queridos hermanos:
Invoquemos con humildad a nuestro Dios y Señor ,
para que bendiga esta agua con la cual seremos rociados
en recuerdo de nuestro bautismo.
Que él nos renueve a fin de permanecer fieles al Espíritu Santo que hemos recibido.

Y después de una breve pausa de oración en silencio, con las manos extendidas, prosigue:
Señor y Dios nuestro,
acompaña con tu bondad a tu pueblo
que en esta santísima noche permanece en vela.
Al rememorar la obra admirable de la creación
y el acontecimiento aún más admirable de la redención,
te pedimos que bendigas esta agua.

Ella fue creada por ti
para dar fecundidad a la tierra
y restaurar nuestros cuerpos
con su frescura y pureza.

Hiciste también el agua como instrumento de tu misericordia:
por ella libraste a tu pueblo de la esclavitud
y apagaste su sed en el desierto.
Por ella, los profetas anunciaron la Nueva Alianza
que habrías de pactar con los hombres.
Finalmente, al ser consagrada por Cristo en el río Jordán,
por ella renovaste nuestra naturaleza pecadora
con el baño de renacimiento espiritual.

Que ella nos recuerde ahora nuestro bautismo,
y concédenos participar de la alegría de nuestros hermanos
que son bautizados en la Pascua.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

Renovación de las promesas bautismales
55. Concluido el rito del Bautismo (y de la Confirmación), a no ser que este rito ya haya tenido lugar junto con los bautizandos (cf. n.48), todos renuevan las promesas bautismales después de la bendición del agua; para ello permanecen de pie y encienden nuevamente los cirios.
El sacerdote se dirige a los fieles con estas palabras u otras semejantes:
Queridísimos hermanos:
Por el Misterio Pascual,
en el bautismo fuimos sepultados con Cristo,
para que también nosotros llevemos con él una vida nueva.
Por eso, culminado nuestro camino cuaresmal,
renovemos las promesas del santo bautismo,
por las que un día renunciamos al demonio y a sus obras
y prometimos servir al Señor en la santa Iglesia Católica.

Por tanto:

Sacerdote:
¿Renuncian al Demonio?

Todos:
Sí, renuncio.

Sacerdote:
¿Renuncian a todas sus obras?

Todos:
Sí, renuncio.

Sacerdote:
¿Renuncian a todos sus engaños?

Todos:
Sí, renuncio.
O bien:
Sacerdote:
¿Renuncian al pecado,
para vivir en la libertad de los hijos de Dios?

Todos:
Sí, renuncio.

Sacerdote:
¿Renuncian a los engaños del mal,
para no ser esclavos del pecado?

Todos:
Sí, renuncio.

Sacerdote:
¿Renuncian al Demonio, que es el autor del pecado?

Todos:
Sí, renuncio.
Si fuera preciso, puede utilizarse otra forma determinada por las Conferencias Episcopales, de acuerdo a la necesidad del lugar.

 
Sacerdote:
¿Renuncian a Satanás, esto es:
- al pecado, como negación de Dios;
- al mal, como signo del pecado en el mundo;
- al error, como negación de la verdad;
- a la violencia, como contraria a la caridad;
- al egoísmo, como falta de testimonio de amor?
 
Todos:
Sí, renuncio.
 
Sacerdote:
¿Renuncian a las obras opuestas al Evangelio de Jesús, que son:
- la envidia y el odio;
- la pereza y la indiferencia;
- la cobardía y los acomplejamientos;
- el materialismo y la sensualidad;
- la injusticia y el favoritismo;
- el negociado y el soborno?
 
Todos:
Sí, renuncio.
 
Sacerdote:
¿Renuncian a los criterios y comportamientos que llevan a:
- creerse los mejores;
- verse siempre superiores;
- creerse ya convertidos del todo;
- buscar el dinero como el máximo valor;
- buscar el placer como única ilusión;
- buscar el propio interés por encima del bien común?
Todos:
Sí, renuncio.


Luego el sacerdote prosigue:
¿Creen en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?

Todos responden:
Sí, creo.

Sacerdote:
¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que nació de la Virgen María, padeció y fue sepultado,
resucitó de entre los muertos y está sentado a la derecha del Padre?

Todos responden:
Sí, creo.

Sacerdote:
¿Creen en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos, el perdón de los pecados,
la resurrección de la carne y la Vida eterna?
Todos responden:
Sí, creo.

Y el sacerdote concluye:
Y Dios todopoderoso, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha hecho renacer por el agua y el Espíritu Santo,
y nos ha perdonado los pecados,
nos conserve con su gracia en Jesucristo, nuestro Señor,
para la Vida eterna.

Todos:
Amén.

56. El sacerdote rocía al pueblo con el agua bendita mientras todos cantan:
Antífona

He visto el agua que brotaba
del lado derecho del templo, aleluia.
Y todos aquellos a quienes alcanzó esta agua
han sido salvados y dicen: Aleluia, aleluia.

U otro cántico de índole bautismal.
57. Mientras tanto, los neófitos son conducidos a su lugar entre los fieles. Si la bendición del agua y el bautismo no se han realizado en el mismo bautisterio, el diácono y los ministros llevan solemnemente el recipiente con el agua hasta la fuente bautismal. Si no tuvo lugar la bendición de la fuente, el agua bendita se lleva a un lugar adecuado.

58. Después de la aspersión, el sacerdote regresa a la sede y, omitiendo el Credo, comienza la oración universal, en la que participan los neófitos por primera vez.
Cuarta parte:
Liturgia eucarística
59. El sacerdote se acerca al altar y comienza la liturgia eucarística de la manera acostumbrada.

60. Es conveniente que el pan y el vino sean llevados al altar por los neófitos. Si son niños, por sus padres y padrinos.
61. Oración sobre las ofrendas
Señor Dios,
recibe las oraciones de tu pueblo junto con estas ofrendas,
de manera que tu acción sacramental
inaugurada por los misterios pascuales
nos sirva de remedio para la eternidad.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

62. Prefacio pascual I: El Misterio pascual (en esta noche), p.    .

63. En la Plegaria eucarística se hace mención de los bautizados y de sus padrinos, según las fórmulas establecidas en el Misal y en el Ritual para cada una de las Plegarias eucarísticas.
 

64. Antes de decir Este es el Cordero de Dios, el sacerdote puede dirigirse brevemente a los neófitos que recibirán la primera Comunión y exhortarlos a considerar la Eucaristía como el momento culminante de su iniciación y el centro de la vida cristiana.

65. Es conveniente que los neófitos, sus padres, padrinos, madrinas y sus cónyuges católicos, comulguen bajo las dos especies, como asimismo sus catequistas laicos. Con la aprobación del Obispo diocesano, es recomendable que toda la asamblea reciba la Comunión bajo las dos especies, donde las circunstancias lo aconsejen.
66. Antífona de comunión     Cf. 1 Cor 5, 7-8
Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.
Celebremos, entonces, esta fiesta
con los panes sin levadura de la pureza y la verdad, aleluia.

Conviene que se cante el Salmo 117.

67. Oración después de la comunión
Infunde en tus hijos, Señor, el Espíritu de amor;
para que, saciados con los sacramentos pascuales,
permanezcamos unidos en la misma fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

68. Bendición solemne
Dios todopoderoso los bendiga
en esta solemne fiesta de Pascua,
y los proteja, por su bondad, de toda sombra de pecado.
R. Amén.

Él, que por la Resurrección de su Hijo
los renueva para la Vida eterna,
les conceda la recompensa de la inmortalidad.
R. Amén.

Y ya que han celebrado con honda alegría esta Pascua,
al terminar los días de la pasión del Señor,
les conceda participar con inmensa alegría de los gozos eternos.
R. Amén.

Y los bendiga Dios todopoderoso,
Padre, Hijo + y Espíritu Santo,
R. Amén.
En lugar de la bendición precedente, si parece más oportuno, puede impartirse la bendición solemne prevista en el Ritual del Bautismo de adultos o de niños.

Donde sea costumbre, según la oportunidad pastoral y si no se hizo antes de la bendición, se puede introducir un saludo a la Virgen, cantando el 
Regina coeli (p. 1173) u otro canto apropiado. Para ello puede utilizarse el siguiente esquema.
Solemne saludo a nuestra Señora
El sacerdote se dirige brevemente a los fieles con estas palabras u otras semejantes:
Queridísimos hermanos:
En esta noche, la más santa de todas,
en la que permaneciendo en vela
hemos celebrado la Pascua del Señor,
es justo alegrarse con la Madre de Jesús
por la resurrección de su Hijo.
Éste fue el acontecimiento que realizó plenamente su esperanza
y dio a todos los hombres la salvación.
Así como nosotros, pecadores,
la hemos contemplado unidos en el dolor,
así, como redimidos, la honoramos unidos en el gozo pascual.
Después de la introducción, si la imagen de la Virgen está en el altar donde se celebra, el sacerdote puede incensarla, mientras los instrumentos musicales suenan festivamente. Se entona la antífona «Regina coeli», y luego se canta el versículo «Gaude et laetare Virgo Maria...», y el sacerdote dice:
Oremos.
Señor, que has alegrado al mundo
por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo,
concédenos que por la intercesión de su Madre, la Virgen María,
alcancemos los gozos de la Vida eterna.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.

69. En la despedida, el diácono o el mismo sacerdote dice:
V.
 Pueden ir en paz, aleluia, aleluia.
R. Demos gracias a Dios, aleluia, aleluia.
Esta despedida se dice durante toda la octava de Pascua

70. El Cirio Pascual se ha de encender en todas las celebraciones litúrgicas más solemnes del tiempo pascual.
Misa del día

71. Antífona de entrada     Cf. Sal 138, 18.5-6
He resucitado, y estoy de nuevo contigo, aleluia.
Pusiste tu mano sobre mí, aleluia:
¡Qué admirable es tu sabiduría! Aleluia, aleluia.

O bien:     Cf. Lc 24, 34; Ap 1, 6
El Señor resucitó verdaderamente, aleluia.
A él sea la gloria y el poder
por los siglos de los siglos. Aleluia, aleluia.

Se dice o canta el Gloria.

72. Oración colecta
Dios nuestro,
que hoy has abierto para nosotros las puertas de la eternidad
por la victoria de tu Hijo unigénito sobre la muerte,
te pedimos que quienes celebramos la Resurrección del Señor,
por la acción renovadora de tu Espíritu,
alcancemos la luz de la vida eterna.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos.

Se dice Credo.

73. Oración sobre las ofrendas
Padre santo, exultantes de gozo pascual
te ofrecemos este sacrificio
por el que admirablemente renace y se nutre tu Iglesia.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

74. Prefacio pascual I: El Misterio pascual (en este día), p.    .

En la Plegarias eucarísticas se utilizan los textos propios.
 
75. Antífona de comunión     Cf. 1 Cor 5, 7-8
Cristo, nuestra pascua, ha sido inmolado.
Celebremos, entonces, esta fiesta
con los panes sin levadura de la pureza y la verdad, aleluia, aleluia.

76. Oración después de la comunión
Señor Dios, protege paternalmente,
a tu Iglesia con amor incansable,
para que, renovada por los misterios pascuales,
llegue a la gloria de la resurrección.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

77. Conviene utilizar la fórmula de bendición solemne de la Vigilia Pascual.

78. Para despedir al pueblo, durante toda la octava, hasta el II Domingo de Pascua, se dice:
V.
 Pueden ir en paz, aleluia, aleluia.
R. Demos gracias a Dios, aleluia, aleluia.

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