viernes, 18 de abril de 2014

Meditación Misterios Dolorosos de Juan Taulero


La burla de Cristo y su infinita paciencia - Annibale Carracci
La burla de Cristo y su infinita paciencia – Annibale Carracci
Estimados hermanos en Cristo. Con motivo de la Semana Santa os ofrecemos la meditación  de los Misterios Dolorosos del Santo Rosario, escrita por Fray Juan Taulero, monje dominico del siglo XIV

 Meditación sobre los Misterios del Santo Rosario

Misterios Dolorosos

La Agonía
Escuchad lo que es la experiencia de Cristo: su experiencia es que él ha triunfado sobre las artimañas y sobre el diablo por la muerte más amarga y más cruel que ningún hombre haya sufrido y que por esta muerte nos ha liberado a todos. Es cuando Él ha sido el más abandonado de todos los hombres, cuando ha sido agradable a su Padre, cuando exclamaba: ¡Dios mio, Dios mío porque me has abandonado! Porque Él estaba en aquel momento más abandonado y más amargamente abandonado que nunca lo ha estado ningún santo; abandono que ya había conocido cuando sudaba sangre en la montaña (de los Olivos).
Y sin embargo poseía al mismo tiempo, en cuanto a sus facultades superiores, aquella de la que goza ahora, la divinidad que es Él mismo. He aquí la experiencia de Cristo. Es un arte que sobrepasaría todo arte, si el hombre supiera privarse de toda consolación exterior e interior, vivir abandonado; que no se desanime, sino que permanezca así en la igualdad de alma de un perfecto abandono como Nuestro Señor cuando estaba abandonado. Aquel que se mantenga con la más auténtica solidez en este desasosiego y esta ausencia de consuelo será el más agradable del Padre. En un hombre tal, Dios reina y gobierna y, en el fuego de un tal hombre interior, nace la paz esencial.
Esta es la ambición de los santos, saber soportar la privación de toda consolación interior o exterior, sin desanimarse, en la certeza de ser agradable al Padre, y de encontrar con Jesús la paz esencial, aquella que llega al alma completamente vacía de ella misma. Jesús, en Getsemaní, no encuentra el consuelo que buscaba legítimamente cerca de los suyos. No encuentra tampoco la fuerza interior gracias a la cual ignoraba el miedo; debe orar intensamente para salir del desánimo y asentir a la voluntad del Padre. Esta Cruz, sobrepasa todas las Cruces que se pueden sufrir, este amargo abandono lleva al hombre mucho más adelante hacia el fondo de la verdad viva que toda emoción interior. Jesús dice:“Padre, que tu voluntad sea hecha y no la mía”.

La flagelación
Hoy es el día de la exaltación de la santa Cruz, cruz amable en la que ha sido colgado por amor el Salvador del mundo entero. Es por la Cruz que nosotros debemos ser regenerados al estado de alta nobleza en el que estábamos en la eternidad; es a esta nobleza a la que, por el amor de esta Cruz, nosotros renaceremos y seremos elevados de nuevo. Esta eminente dignidad de la Cruz, no hay palabras para expresarla.
Ahora bien, Nuestro Señor ha dicho: Cuando haya sido elevado de la tierra, atraeré todo hacia mí. Quiere decir con esto que Él quiere atraer y atraer a Él nuestros corazones terrestres que están poseídos del amor de las criaturas. Quiere atraer hacia Él la sed que nosotros tenemos de gozos y de satisfacciones de la tierra. Nuestra alma, bella y orgullosa, retenida por la complacencia que ella toma en sí misma, por el amor de la satisfacción temporal de nuestra sensibilidad, Él querría atraerla toda entera hacia sí mismo; si, para que así Él sea elevado en nosotros, y que crezca en nosotros y en nuestros corazones; ya que para quien Dios siempre ha sido grande, todas las criaturas son pequeñas y las cosas pasajeras, como nada.
El misterio de la Flagelación pone sobre todo en evidencia la futilidad de nuestros apegos a los placeres de la carne, a nuestro cuerpo, a nuestro confort, a nuestras comodidades. Jesús entrega su cuerpo al dolor humillante, Él, el Cordero, el Justo. El castigo que Pilatos le hace padecer es tanto más odioso cuanto que él mismo acaba de constatar su inocencia. Es el juez que busca disculparse haciendo golpear a Jesús. Pero Jesús recibe los golpes “por nosotros para nuestra salvación”. ¿No se lee en el Evangelio?: Nadie puede servir a dos maestros, pues él odiará a uno y amará al otro; y también; Si tu ojo es para ti un obstáculo, arráncatelo; y además; Donde está tu tesoro está tu corazón. He aquí entonces, querido hijo, que parte de tu corazón pertenece a Dios, si es Él tu tesoro.

La Coronación de espinas
Pero he aquí que me acaban de decir: Señor, yo medito cada día la Pasión de Nuestro Señor, como estaba Él ante Pilatos, ante Herodes, en la columna y aquí y allá; querido hijo, voy a instruirte. No debes considerar a tu Dios como un puro hombre, sino contempla al Dios soberanamente grande, potente, eterno, que de una palabra ha hecho el cielo y la tierra y que de una palabra puede acabar con todo, el Dios transcendente, incognoscible; considera que es el Dios que ha querido reducirse así a nada para sus pobres criaturas, y enrojécete entonces, tú, hombre mortal y pobre perro, de haber pensado en el honor para tu provecho y tu orgullo; inclínate bajo la cruz de donde quiera que ella te venga, del exterior o del interior. Curva tu alma orgullosa bajo su corona de espinas y sigue a tu Dios crucificado con un espíritu sumiso, en un verdadero desprecio de ti mismo, en todos los aspectos, interiormente y exteriormente, puesto que tu Dios tan grande se ha reducido así a nada, ha sido condenado por sus criaturas, crucificado y muerto.
Es así como debes, sufriendo pacientemente con toda humildad, imitar su Pasión y amoldarte a ella. Eso es lo que no se hace, cada uno piensa muy bien en la Pasión de Nuestro Señor, pero con una amor casi apagado, ciego y sin delicadeza; de manera que esta meditación y esta práctica quedan sin resultado y no deciden a nadie a renunciar a sus comodidades, a su orgullo, a su honor, a la satisfacción material de sus sentidos, y todos permanecen tal y como estaban. ¡Ah, cuan la adorable Pasión lleva pocos frutos a estas personas! El fruto se manifiesta en la imitación, en las realizaciones de la vida, en las costumbres y en las obras.

La Cruz a cuestas
Hijos míos, no puede ser de otra manera, sea como sea: el hombre debe llevar una Cruz, desde el momento que él desea devenir un hombre bueno y llegar a Dios. Entonces es necesario siempre que él sufra, es necesario que sea cargado de una Cruz cualquiera que sea; si se libera de una, le tocará otra. No ha nacido todavía el hombre cuya bella palabra llegue a convencerte de que no debes sufrir. Huye donde quieras, haz lo que quieras, puede que durante algún tiempo Dios ponga bajo tu cruz sus adorables hombros y te ayude a llevar tu fardo por su parte más pesada; y entonces el hombre se siente tan libre y tan ligero, que le parece que no tiene ningún sufrimiento que soportar y le parece que nunca ha sufrido: ni tiene él conciencia entonces de ningún sufrimiento. Pero desde el momento en que Dios se desprende del fardo, este fardo permanece en el hombre con todo su peso, toda su amargura, que parecen intolerables. Este fardo, Cristo lo ha llevado el primero bajo su forma más penosa y de la manera más dolorosa; y, tras de Él, lo han llevado todos aquellos que han sido sus amigos más queridos.
Simón de Cirene ayudó a Jesús a llevar su Cruz, pero hubo que empujarle. Jesús que sabe el peso de una Cruz nos ayuda todavía a llevar la nuestra, misericordiosamente y de buen grado. No temamos entonces de ponernos tras de Él, y de ayudar quizás, nosotros también, a llevar con Jesús la pesada Cruz de tantos de nuestros hermanos humanos. Para este servicio nadie está descalificado, incluso el pecado y nuestras frecuentes bajezas no deben desanimarnos, ni nuestra debilidad. La vida para nosotros y nuestros hermanos está al final de este camino y Jesús está con nosotros.

La Crucifixión
La cabeza, finalmente, significa el amor. Cristo no tenía ningún sostén sobre el cual hubiera podido apoyar la cabeza. Tan abandonado estaba, privado de consuelo, de amigos, de socorro; no tenía ningún sostén, sino únicamente un desapego y un desamparo de Dios y de las criaturas, nada más que esa soledad que expresa con las palabras: ¡Dios mío, Dios mío, porqué me has abandonado! Su cabeza estaba sin ningún sostén.
Si el hombre tuviera la caridad, si disfrutara de Dios y si entonces sintiera el deseo de entrar en este estado de abandono y degustar este abandono exento de todo consuelo, ¿qué podría entonces turbarle? Un hombre virtuoso preguntaba a Nuestro Señor porque Él permitía que sus amigos sufrieran tan grandes tormentos. Recibió esta respuesta: El hombre está siempre inclinado hacia los goces sensibles, goces perniciosos; es por eso que yo obstruyo su camino con espinas para que sea yo el único objeto de gozo. La cabeza, que significa por lo tanto la caridad, caía, no teniendo sostén.
El hijo del hombre no tiene donde reposar la cabeza: ¡Que impresionante es pensar en estas palabras de Jesús contemplándolo en la Cruz cuando inclina la cabeza para entregar su espíritu! En su espíritu tampoco, Jesús no tiene lugar donde reposar su corazón puesto que la presencia del Padre no le es más sensible; en este desapego Él comparte completamente y voluntariamente nuestra condición de pecadores, salvo el pecado: Ahora bien, Él ha dicho: “Cuando sea elevado de la tierra, atraeré todo hacia mí”.

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