«‒ Y pasa que en cierto sentido, somos importantes, porque somos hijos de Dios, llamados a la divinización. El ser humano es una hermosa creación, con un destino sublime de participación en la vida celestial. Y a la vez no somos nada, y menos aún, el ego, cáscara de vivencias mal estructuradas, es un espejismo.
He aquí el punto: cuando amo, soy el que hay que fomentar; cuando poseo, temo, critico… soy el espejismo, el remedo de lo humano.
‒ ¿Cómo volcar mi amor en el Señor?
‒ No conozco otra manera sino a través de la oración ininterrumpida y los actos con unción. Es un volcarse para que la acción sea hermosa a Él… es un hacer todo para agradarle, aunque sabemos que está más allá del agrado o desagrado. Es actuar en su presencia.
Sabes… tomar cada tarea del día como celebración litúrgica:
Abro la ventana, para que entre el aire del Señor…
Limpio, para ordenar Su casa…
Al desayunar, gozo de Sus dones,…
Hablo con Él, al leer Su Palabra en la Escritura…
Luego esto y esto otro, y todo en el altar del corazón,
elevando el incienso de nuestros actos amorosos».
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