En
el tiempo pascual, si se juzga oportuno puede añadirse Aleluya al fin de las antífonas, de los versículos y de los responsorios.
Las
oraciones deben adaptarse, cambiando el género y número, según las
circunstancias.
Invitatorio
Ant. Venid, adoremos al Señor, rey de los que
viven.
Laudes
HIMNO
I
Salen de la ciudad en larga hilera
los amigos del hombre, entristecidos,
llevan al joven muerto en la litera,
su madre lo acompaña entre gemidos.
Lazos de muerte a todos nos alcanzan,
las redes del abismo nos envuelven,
pueblos enteros lentamente avanzan,
y todos los que van ya nunca vuelven.
Alza tu voz, Jesús resucitado;
detente, caravana de la muerte,
mira al Señor Jesús, él ha pagado
el precio del rescate de tu suerte.
Llora, Raquel, de gozo y alegría,
tus hijos vivirán eternamente.
Danos, Señor, llegar a tu gran día,
que de ansia de vivir el alma muere.
Amén.
II
Déjame, Señor, así;
déjame que en ti me muera,
mientras la brisa en la era
dora el tamo que yo fui.
Déjame que dé de mí
el grano limpio, y que fuera,
en un montón, toda entera,
caiga el alma para ti.
Déjame, cristal, infancia,
tarde seca, sol violento,
crujir de trigo en sazón.
Coge, Señor, mi abundancia,
mientras se queda en el viento
el olor del corazón.
Gloria al Padre, gloria al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.
III
¿Cuándo, Señor, tendré el gozo de verte?
¿Por qué para el encuentro deseado
tengo que soportar, desconsolado,
el trágico abandono de la muerte?
Padre mío, ¿me has abandonado?
Encomiendo mi espíritu en tus manos.
Los dolores de muerte sobrehumanos
dan a luz el vivir tan esperado.
Se acabaron la lucha y el camino,
y, dejando el vestido corruptible,
revistióme mi Dios de incorruptible.
A la noche del tiempo sobrevino
el día del Señor; vida indecible,
aun siendo mía, es ya vivir divino. Amén.
Ant.
1. Se alegrarán en el
Señor los huesos quebrantados.
Salmo
50
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo
querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios
rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
Ant. Se alegrarán en el Señor los huesos
quebrantados.
Ant.
2. Líbrame, Señor, de
las puertas del abismo.
Cántico, Is
38,10-14.16b-20
Yo
pensé: «En medio de mis días
tengo
que marchar hacia las puertas del abismo;
me
privan del resto de mis años.»
Yo
pensé: «Ya no veré más al Señor
en
la tierra de los vivos,
ya
no miraré a los hombres
entre
los habitantes del mundo.
Levantan
y enrollan mi vida
como
una tienda de pastores.
Como
un tejedor, devanaba yo mi vida,
y
me cortan la trama.»
Día
y noche me estás acabando,
sollozo
hasta el amanecer.
Me
quiebras los huesos como un león,
día
y noche me estás acabando.
Estoy
piando como una golondrina,
gimo
como una paloma.
Mis
ojos mirando al cielo se consumen:
¡Señor,
que me oprimen, sal fiador por mí!
Me
has curado, me has hecho revivir,
la
amargura se me volvió paz
cuando
detuviste mi alma ante la tumba vacía
y
volviste la espalda a todos mis pecados.
El
abismo no te da gracias,
ni
la muerte te alaba,
ni
esperan en tu fidelidad
los
que bajan a la fosa.
Los
vivos, los vivos son quienes te alaban:
como
yo ahora.
El
padre enseña a sus hijos tu fidelidad.
Sálvame,
Señor, y tocaremos nuestras arpas
todos
nuestros días en la casa del Señor.
Ant. Líbrame, Señor, de las puertas del
abismo.
Ant. 3. Alabaré al Señor mientras viva.
Salmo 145
Alaba, alma mía, al Señor:
alabaré al Señor mientras viva,
tañeré para mi Dios mientras exista.
No confiéis en los príncipes,
seres de polvo que no pueden salvar;
exhalan el espíritu y vuelven al polvo,
ese día perecen sus planes.
Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob,
el que espera en el Señor, su Dios,
que hizo el cielo y la tierra,
el mar y cuanto hay en él;
que mantiene su fidelidad perpetuamente,
que hace justicia a los oprimidos,
que da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los cautivos,
el Señor abre los ojos al ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos.
El Señor guarda a los peregrinos,
sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad.
Ant. Alabaré al Señor mientras viva.
***
O bien:
Ant. 3. Todo ser que alienta alabe al Señor.
Salmo
150
Alabad al Señor en su templo,
alabadlo en su fuerte firmamento.
Alabadlo por sus obras magníficas,
alabadlo por su inmensa grandeza.
Alabadlo tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo ser que alienta alabe al Señor.
Ant. Todo ser que alienta alabe al Señor.
LECTURA BREVE
Creemos que Jesús ha muerto y resucitado;
del mismo modo, a los que han muerto, Dios, por medio de Jesús, los llevará con
él. (1Ts 4,14)
RESPONSORIO BREVE
R/. Te ensalzaré, Señor, * Porque me has librado. Te
ensalzaré.
V/. Cambiaste mi luto en danza. * Porque me has
librado. Gloria al Padre. Te ensalzaré.
Benedictus, ant.:
Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí no
morirá para siempre.
O bien, en tiempo pascual: Cristo ha resucitado y con su claridad
ilumina al pueblo rescatado con su sangre. Aleluya.
PRECES
Oremos a Dios Padre
todopoderoso, que ha resucitado a Jesucristo de entre los muertos y vivificará
también nuestros cuerpos mortales, y digámosle:
Señor,
danos la vida en Cristo.
Padre santo, ya que por el bautismo hemos sido sepultados
con Cristo en la muerte y con él hemos resucitado,
—haz que de tal forma andemos en vida nueva, que aún
después de nuestra muerte vivamos para siempre con Cristo.
Pastor providente, que nos has dado el pan vivo bajado
del cielo, para que lo comamos santamente,
—haz que al comerlo tengamos vida eterna y resucitemos
en el último día.
Oh Señor, que enviaste un ángel para que confortara a
tu Hijo en la agonía de Getsemaní,
—dígnate consolarnos en nuestro tránsito con la
dulzura de tu esperanza.
Tú que libraste a los tres jóvenes del fuego ardiente,
—libra también las almas de los difuntos del castigo
que sufren por sus pecados.
Dios y Señor de vivos y de muertos, que resucitaste a
Cristo del sepulcro,
—resucita también a los difuntos, y a nosotros danos
un lugar junto a ellos en tu gloria.
Padre
nuestro.
Oración
Escucha,
Señor, nuestras súplicas, para que, al confesar la resurrección de Jesucristo,
tu Hijo, se afiance también la esperanza de que nuestro hermano N. resucitará. Por nuestro Señor Jesucristo.
O bien:
Oh
Dios, gloria de los fieles y vida de los justos, nosotros, los redimidos por la
muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que acojas con bondad a tu siervo N., y pues creyó en la resurrección
futura, merezca alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza. Por nuestro
Señor Jesucristo.
O bien, en tiempo pascual:
Dios
de poder y misericordia, cuyo Hijo se entregó voluntariamente a la muerte por
todos nosotros, concede a tu siervo N.
participar con él en la admirable victoria de su resurrección. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Para varios difuntos:
Oh
Dios, que resucitaste a tu Hijo para que, venciendo la muerte, entrara en tu
reino, concede a tus hijos [N. y N.] difuntos que, superada su condición
mortal, puedan contemplarte para siempre como su Creador y Salvador. Por
nuestro Señor Jesucristo.
Para los hermanos, parientes y
bienhechores:
Oh
Dios, que concedes el perdón de los pecados y quieres la salvación de los
hombres, por intercesión de santa María, la Virgen, y de todos los santos,
concede a nuestros hermanos, parientes y bienhechores que han salido ya de este
mundo alcanzar la eterna bienaventuranza. Por nuestro Señor Jesucristo.
O bien, otra de las que figuran en el
Misal Romano.
Hora intermedia
HIMNO
I
Dejad que el grano se muera
y venga el tiempo oportuno:
dará cien granos por uno
la espiga de primavera.
Mirad que es dulce la espera
cuando los signos son ciertos;
tened los ojos abiertos
y el corazón consolado:
si Cristo ha resucitado,
¡resucitarán los muertos! Amén.
II
Camino del sepulcro, preguntábamos:
«¿Quién moverá la piedra?»
Pero tú,
como el agua viva,
manas de la piedra;
como el fuego nuevo,
brotas de la piedra;
como ciudad fuerte,
creces en la piedra.
¡Oh Cristo, piedra viva!
Tu muerte es tu fuerza.
A ti se acogen todo los que duermen;
en tu descanso habitan,
bajo tu piedra esperan. Amén.
SALMODIA
Antífona
Tercia: Vuélvete, Señor, liberta mi alma.
Sexta: Sana, Señor, mi alma, porque he pecado
contra ti.
Nona: Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por
mí con tu poder.
Salmo 69
Dios mío, dígnate librarme;
Señor, date prisa en socorrerme.
Sufran una derrota ignominiosa
los que me persiguen a muerte;
vuelvan la espalda afrentados
los que traman mi daño;
que se retiren avergonzados
los que se ríen de mí.
Alégrense y gocen contigo
todos los que te buscan;
y digan siempre: «Dios es grande»,
los que desean tu salvación.
Yo soy pobre y desgraciado:
Dios mío, socórreme,
que tú eres mi auxilio y mi liberación.
¡Señor, no tardes!
Salmo 84
Señor,
has sido bueno con tu tierra,
has
restaurado la suerte de Jacob,
has
perdonado la culpa de tu pueblo,
has
sepultado todos sus pecados,
has
reprimido tu cólera,
has
frenado el incendio de tu ira.
Restáuranos,
Dios salvador nuestro;
cesa
en tu rencor contra nosotros.
¿Vas
a estar siempre enojado,
o
a prolongar tu ira de edad en edad?
¿No
vas a devolvernos la vida,
para
que tu pueblo se alegre contigo?
Muéstranos,
Señor, tu misericordia
y
danos tu salvación.
Voy
a escuchar lo que dice el Señor:
«Dios
anuncia la paz
a su pueblo y a su amigos
y
a los que se convierten de corazón.»
La
salvación está ya cerca de sus fieles,
y
la gloria habitará en nuestra tierra;
la
misericordia y la fidelidad se encuentran,
la
justicia y la paz se besan;
la
fidelidad brota de la tierra,
y
la justicia mira desde el cielo;
el
Señor nos dará la lluvia,
y
nuestra tierra dará su fruto.
La
justicia marchará ante él,
la
salvación seguirá sus pasos.
Salmo
85
Inclina tu oído, Señor, escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.
Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;
porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te
invocan.
Señor, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica.
En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.
Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor,
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios.»
Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero
en el temor de tu nombre.
Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu gran piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.
Dios mío, unos soberbios se levantan
contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi
vida,
sin tenerte en cuenta a ti.
Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.
Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se
avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.
Para
las otras Horas, la salmodia complementaria de las series II y III.
Tercia
Ant. Vuélvete, Señor, liberta mi alma.
LECTURA BREVE
Yo sé que está
vivo mi Redentor, y que al final se alzará sobre el polvo: después que me
arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios. (Jb 19,25-26)
O bien:
Cuando hayamos
muerto por su ley, el rey del universo nos resucitará para la vida eterna. (2M 7,9a)
V/. ¿Por qué te acongojas alma mía, por qué te me
turbas?
R/. Espera en Dios que volverás a alabarlo.
Sexta
Ant. Sana, Señor, mi alma, porque he pecado
contra ti.
LECTURA BREVE
Dios no hizo la
muerte ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera;
porque la justicia es inmortal. (Sb
1,13-14a.15)
V/. Aunque
camine por cañadas oscuras, nada temo.
R/. Porque tú,
Señor, vas conmigo.
Nona
Ant. Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por
mí con tu poder.
LECTURA BREVE
Aniquilará Dios
la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los
rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. —Lo ha dicho el
Señor—. (Is 25,8)
V/. Escucha, Señor, mis súplicas.
R/. A ti acude todo mortal.
La oración como en Laudes.
Vísperas
HIMNO
I
Tú, Señor, que asumiste la existencia,
la lucha y el dolor que el hombre vive,
no dejes sin la luz de tu presencia
la noche de la muerte que lo aflige.
Te rebajaste, Cristo, hasta la muerte,
y una muerte de cruz, por amor nuestro;
así te exaltó el Padre, al acogerte,
sobre todo poder de tierra y cielo.
Para ascender después gloriosamente,
bajaste sepultado a los abismos;
fue el amor del Señor omnipotente
más fuerte que la muerte y que su sino.
Primicia de los muertos, tu victoria
es la fe y la esperanza del creyente,
el secreto final de nuestra historia,
abierta a nueva vida para siempre.
Cuando la noche llegue y sea el día
de pasar de este mundo a nuestro Padre,
concédenos la paz y la alegría
de un encuentro feliz que nunca acabe.
Amén.
II
¡Líbrame de esta carne de pecado
de la que siento en alas desasirme,
Señor, que, en una cruz, por redimirme,
diste todo en la llaga del costado!
¿Y volaré, para volver atado
a mi antigua enemiga?; ¿andaré firme
el día que otra vez vuelva a vestirme
de la túnica inútil del pasado?
Vivo en la fe, y el alma no se atreve
a pedir verte sólo en lo inefable,
sólo en aliento y en blancor de nieve.
¡Otra vez lo corpóreo, lo palpable!
¡Que mi segunda carne sea leve!
Dame, Señor, la vida perdurable!
Gloria al Padre, y al Hijo, y al
Espíritu,
por los siglos de los siglos. Amén.
II
Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte,
somos de Dios.
Nuestras vidas son del Señor,
en sus manos descansarán;
el que cree y vive en él
no morirá.
Con Cristo viviré,
con Cristo moriré;
llevando en el cuerpo
la muerte del Señor;
llevando en el alma
la vida del Señor.
Si vivimos, vivimos para Dios;
si morimos, morimos para Dios;
en la vida y en la muerte,
somos de Dios. Amén.
SALMODIA
Ant. 1. El Señor te guarda de todo de mal, él
guarda tu alma.
Salmo 120
Levanto mis ojos a los montes:
¿de dónde me vendrá el auxilio?
El auxilio me viene del Señor,
que hizo el cielo y la tierra.
No permitirá que resbale tu pie,
tu guardián no duerme;
no duerme ni reposa
el guardián de Israel.
El Señor te guarda a su sombra,
está a tu derecha;
de día el sol no te hará daño,
ni la luna de noche.
El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y salidas,
ahora y por siempre.
Ant. El Señor te guarda de todo de mal, él
guarda tu alma.
Ant. 2. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Salmo
129
Desde los hondo a ti grito, Señor;
Señor, escucha mi voz;
estén tus oídos atentos
a la voz de mi súplica.
Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Pero de ti procede el perdón,
y así infundes respeto.
Mi alma espera en el Señor,
espera en su palabra;
mi alma aguarda al Señor,
más que el centinela a la aurora.
Aguarde Israel al Señor,
como el centinela a la aurora;
porque del Señor viene la misericordia,
la redención copiosa;
y él redimirá a Israel
de todos sus delitos.
Ant. Si llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién podrá resistir?
Ant. 3. Lo mismo que el Padre resucita a los
muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
Cántico:
Flp 2,6-11
Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría de Dios;
al contrario, se despojó de su rango
y tomó la condición de esclavo,
pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre
cualquiera,
se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte,
y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo
y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»;
de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble
en el cielo, en la tierra, en el abismo,
y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre.
Ant. 3. Lo mismo que el Padre resucita a los
muertos y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere.
LECTURA BREVE
¿Dónde está muerte, tu victoria? ¿Dónde
está, muerte, tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del
pecado es la ley. ¡Demos gracias a Dios, que nos da la victoria por nuestro
Señor Jesucristo! (1Co 15,55-57)
RESPONSORIO BREVE
R/. A ti, Señor, me acojo: * No quede nunca yo
defraudado. A ti.
V/. Tu misericordia sea mi gozo y mi alegría. * No
quede nunca yo defraudado. Gloria al Padre. A ti.
O bien:
R/. En tu misericordia, Señor, * Concédeles el
descanso. En tu misericordia.
V/. Tú que has de venir a juzgar a vivos y
muertos. * Concédeles el descanso. Gloria al Padre. En tu misericordia.
Magníficat, ant.:
Todos los que el Padre me ha entregado
vendrán a mí; y al que venga a mí no lo echaré fuera.
O bien, en tiempo pascual: El Crucificado resucitó de entre los
muertos y nos redimió. Aleluya.
PRECES
Oremos al Señor Jesús, que
transformará nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo, y digámosle:
Tú,
Señor, eres nuestra vida y nuestra resurrección.
Oh Cristo, Hijo de Dios vivo, que resucitaste de entre
los muertos a tu amigo Lázaro,
—lleva a una resurrección de vida a los difuntos que
rescataste con tu sangre preciosa.
Oh Cristo, Señor Jesús, de cuyo costado salió sangre y
agua,
—renueva la Iglesia con los sacramentos de la nueva y
eterna alianza.
Oh Cristo, consolador de los afligidos, que, ante el
dolor de los que lloraban la muerte de Lázaro, del joven de Naín y de la hija
de Jairo, acudiste compasivo a enjugar sus lágrimas,
—consuela también ahora a los que lloran la muerte de
sus seres queridos.
Oh Cristo salvador, destruye en nuestro cuerpo mortal
el dominio del pecado por el que merecimos la muerte,
—para que obtengamos en ti la vida eterna.
Oh Cristo redentor, mira benignamente a los que, por
no conocerte, viven sin esperanza,
—para que crean también ellos en la resurrección de
los muertos y en la vida del mundo futuro.
Tú que, al dar la vista al ciego de nacimiento,
hiciste que pudiera mirarte,
—descubre tu rostro a los difuntos que todavía carecen
de tu resplandor.
Tú, Señor, que permites que nuestra morada corpórea
sea destruida,
—concédenos una morada eterna en los cielos.
Padre
nuestro.
Oración
Escucha,
Señor, nuestras súplicas, para que, al confesar la resurrección de Jesucristo,
tu Hijo, se afiance también la esperanza de que nuestro hermano N. resucitará. Por nuestro Señor Jesucristo.
O bien:
Oh
Dios, gloria de los fieles y vida de los justos, nosotros, los redimidos por la
muerte y resurrección de tu Hijo, te pedimos que acojas con bondad a tu siervo N., y pues creyó en la resurrección
futura, merezca alcanzar los gozos de la eterna bienaventuranza. Por nuestro
Señor Jesucristo.
O bien, en tiempo pascual:
Dios
de poder y misericordia, cuyo Hijo se entregó voluntariamente a la muerte por
todos nosotros, concede a tu siervo N.
participar con él en la admirable victoria de su resurrección. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Para varios difuntos:
Oh
Dios, que resucitaste a tu Hijo para que, venciendo la muerte, entrara en tu
reino, concede a tus hijos [N. y N.] difuntos que, superada su condición
mortal, puedan contemplarte para siempre como su Creador y Salvador. Por nuestro
Señor Jesucristo.
Para los hermanos, parientes y
bienhechores:
Oh
Dios, que concedes el perdón de los pecados y quieres la salvación de los
hombres, por intercesión de santa María, la Virgen, y de todos los santos,
concede a nuestros hermanos, parientes y bienhechores que han salido ya de este
mundo alcanzar la eterna bienaventuranza. Por nuestro Señor Jesucristo.
O bien, otra de las que figuran en el
Misal Romano.
Completas del domingo de después de
las II Vísperas.
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