martes, 28 de enero de 2014

La oración pide lo mejor de nosotros mismos

     
Hemos dicho en las anteriores reflexiones que la oración es un don y es cierto. Sin Dios nada podemos hacer en el orden sobrenatural. Pero al mismo tiempo no menos verdadero es que Dios necesita de nuestra colaboración, del compromiso de nuestras facultades para hacer fructificar el tesoro de sus gracias.
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La oración es un acto humano. Pide la atención de nuestra mente, el empeño de nuestra voluntad, la participación de nuestros afectos, emociones y sentimientos. No podemos dejar que Dios haga sólo la obra de la oración. Los dones naturales y sobrenaturales que Él generosamente nos ha dado deben contribuir a forjar nuestro espíritu de oración. Hay que reconocer que hoy día vivimos en una cultura que nos inclina hacia lo superficial y fácil, a seguir la ley del mínimo esfuerzo y por ello la concentración en la oración, la profundidad de la misma, la atención se ven con frecuencias comprometidas.
En la oración hemos de poner todo nuestro ser para que el Señor pueda hacer su obra en nosotros. Con frecuencia la falta de progreso en nuestra vida no depende tanto de la acción divina en nosotros, sino de una actitud nuestra más bien perezosa o poco dinámica en donde el Espíritu puede quedar sofocado porque ha caído la palabra divina en terreno poco profundo (Mt 13, 21). Por ello la oración exige lo mejor de nosotros mismos, lo mejor de nuestro tiempo, de nuestra inteligencia, de nuestra voluntad, de nuestros afectos y sentimientos. Ello exige de parte del hombre una continua purificación de sí mismo y de modo simultáneo una elevación de su ser hacia lo alto. Por ello se dice que la oración se reconoce en el rostro. La persona que ora, sin darse cuenta, se transfigura y también desde un punto de vista humano porque la oración requiere un trabajo sobre sí mismos que eleva al hombre en sus facultades y lo hace ser mejor persona.
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La colaboración que exige la oración puede llegar a elementos muy sencillos y prácticos. El Papa Francisco ha dicho que el amor es concreto. También la oración para que sea eficaz necesita a veces de cosas pequeñas que la van mejorando: anotar, escribir las luces o los puntos de la meditación, adoptar la postura física más conveniente, los momentos y lugares más apropiados.
Todo esto es un acto de homenaje por parte de nuestra parte al Dios Creador y Salvador con quien entramos en contacto en la oración. La obediencia de la fe que implica toda respuesta a Dios se manifiesta en la disponibilidad del alma a "presentar por la fe la sumisión plena de nuestra inteligencia y de nuestra voluntad al Dios que revela y entrar así en comunión íntima con El" (Cfr. CCC 154).

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