San Benito, a la par de Casiano en las
Instituciones, no quiere teorizar sobre la contemplación, pero eso no quiere
decir que la excluya de su programa. El monje purificado por el ejercicio de la
humildad, llegado a la caridad perfecta, si se mantiene fiel a la gracia, goza
de un trato cada vez mas continuo con Dios.
La humildad que reclamaba San Benito para sus
monjes no es solo una realidad que abarca todo el ascetismo, ni tampoco solo una
ascesis que desemboca en la contemplación, sino que incluye ya en sí misma una
levadura mística. A lo largo de sus esfuerzos y sus luchas, Cristo mismo
acompaña al monje en el ascenso a la perfección. Es esta una doctrina que
traspasa a la espiritualidad benedictina. Santo Tomás mismo dirá que los actos
que nos disponen a la contemplación, ya son, de alguna manera actos
contemplativos.
Es en este marco que debemos entender la
importancia del trabajo dentro del la Regla. San Benito sigue aquí, como en
tantas otras materias, la más pura tradición del monaquismo cristiano. Ya para
San Antonio Abad el trabajo era una forma de combatir la acedia y evitar el
desánimo. En la Regla, además de servir de sustento, es un ejercicio ascético,
que perfecciona al hombre y lo prepara para la contemplación.
San Benito no es un idealista, sin un hombre
práctico. Señala la meta, indica los medios para alcanzarlas, pero hace hincapié
en que lo primero, lo inmediato es cumplir puntualmente la Regla, la cual ha
sido pensada para principiantes. Lo primero será adquirir buenas costumbres y
afianzarse en los fundamentos de la vida monástica. La labor de enseñar las
cumbres mas altas de la vida espiritual se la deja a la Sagrada Escritura, a las
Colaciones de Casiano, a la Regla de San Basilio, etc.
Sin embargo, al final de la Regla no deja de
alentar a aquel que se propone caminar hacia la «la patria celestial» y a esos
les pide que cumplan la «mínima regla» e invoca la ayuda y la protección de
Dios.
Como dijimos, la Regla benedictina, puede ser
todavía hoy un verdadero manual de espiritualidad para aquel que quiere avanzar
en el camino hacia Dios. Su aparente simplicidad (incluso su aparente tosquedad
podríamos decir) oculta una sabiduría profunda. Producto del genio práctico
romano, y de una asentada tradición monástica cristiana, la Regla fue pensada
por el autor para la vida concreta, sabiendo las dificultades que toda persona
que busca a Dios va a encontrar y a la vez siendo flexible, dejando lugar para
la inspiración divina y la innovación humana.
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