Durante el tiempo del éxodo* en el desierto, Israel celebró el culto en un santuario desmontable llamado «tienda del encuentro», porque el Señor venía a ella para hablar con Moisés (Nm 12,4-8). Así, Dios estaba presente en medio de su pueblo bajo una tienda, como él (2 Sam 7,6-7). Bajo esta tienda se encontraba el Arca de la Alianza*, el cofre que contenía las tablas de la Ley y los objetos del culto. En la tierra prometida, el Arca es instalada en el santuario de Siló (1 Sam 3,3), después es tomada por los filisteos. Finalmente David la conduce en procesión a la ciudad que ha conquistado, Jerusalén* (2 Sam 6).
El Templo de Jerusalén
David quería construir un templo para el Arca, pero Dios lo rechaza (2 Sam 7,1-7); es su hijo Salomón el que lo edifica, hacia el año 970, sobre la colina de Sión, en la parte alta de Jerusalén (1 Re 6). El edificio, construido por arquitectos fenicios, sigue el plano de sus templos. En el patio, el altar de los holocaustos; después tres piezas en fila: un vestíbulo, el Santo (con el altar de los perfumes para el incienso y el candelabro de siete brazos) y, finalmente, el Santo de los santos, pequeña pieza oscura que albergaba el Arca de la Alianza. Ésta desapareció durante la destrucción del Templo por los babilonios en el 587 (2 Re 25,8-17).
Desde de la reforma de Josías (en el 622), el Templo era el único santuario israelita, todos los demás habían sido suprimidos. Después del exilio, Ciro autoriza la reconstrucción del templo por Zorobabel. El segundo Templo es consagrado por el sumo sacerdote Josué en el 515 (Esd 6,13-18); en el 167, el rey griego Antíoco Epífanes hace profanar el Templo erigiendo en él una estatua de Zeus («la abominación de la desolación»). Judas Macabeo lo libera y lo vuelve a consagrar en el 164 (1 Mac 4,36-60). Hacia el 20 antes de nuestra era, el rey Herodes el Grande amplía y embellece el Templo. Este magnífico Templo es destruido por los romanos en el 70 de nuestra era. No queda visible de él más que un muro de contención (llamado antiguamente «Muro de las lamentaciones»), lugar santo de los judíos.
Jesús y el Templo
Jesús es presentado en el Templo por sus padres, pues es el primogénito (Lc 2,22-38). Vuelve con ellos, a la edad de 12 años, por la Pascua: se perdió y después es encontrado en plena discusión con los doctores (Lc 2,41-52). Juan señala que Jesús volvió a él en varias ocasiones en peregrinación. No se le ve participar en el culto judío, pero sí enseñando (Mt 21,23). Un día, para hacer que se respetara el Templo como lugar de oración, expulsó a los vendedores de animales ya los cambistas (Mt 21,12-16); furiosos, los sumos sacerdotes y los saduceos deciden eliminarlo (Jn 11,47-53). Jesús anuncia la ruina del Templo (Mc 13,1-2); a su muerte, la gran cortina del Templo se desgarra, significando que su función se acaba (Mt 27,51).
Jesús le habla a la samaritana de un nuevo culto, «no tendréis que subir a este monte (Garizín) ni ir a Jerusalén (… ) sino en espíritu y en verdad» (Jn 4,21.23). Anuncia su resurrección* presentándose como el nuevo Templo: «Destruid este templo, y en tres días yo lo levantaré de nuevo», y Juan explica: «El templo del que hablaba Jesús era su propio cuerpo» (Jn 2,19.21).
En el Apocalipsis*, la nueva Jerusalén, «la morada de Dios con los hombres», ya no tendrá templo, «pues el Señor Dios todopoderoso y el Cordero son su templo» (Ap 21 ,22). Pablo afirma a los corintios: «¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu* de Dios habita en vosotros?» (1 Cor 3,16).
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