martes, 17 de diciembre de 2013

Angelus: ¡La Iglesia no es un refugio para personas tristes, la Iglesia es la casa de la alegría!

 

Escudo Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

 Hoy es el tercer domingo de Adviento, denominado también ‘domingo Gaudete’, domingo de la alegría. En la liturgia resuena en repetidas ocasiones la invitación a la alegría, a alegrarse, porque el Señor está cerca. ¡La Navidad está cerca! El mensaje cristiano se llama “evangelio”, es decir “buena noticia”, un anuncio de alegría para todo el pueblo; ¡la Iglesia no es un refugio para personas tristes, la Iglesia es la casa de la alegría! Y aquellos que están tristes, encuentran en ella la alegría. Encuentran en ella la verdadera alegría.
Pero la del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón en el saberse acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy, el profeta Isaías (cf. 35,1-6ª. 8a.10), Dios es el que viene a salvarnos y presta socorro especialmente a los descorazonados. Su venida entre nosotros nos fortalece, nos da firmeza, nos dona coraje, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida cuando se vuelve árida. ¿Y cuándo se hace árida nuestra vida? Cuando está sin el agua de la Palabra de Dios y de su Espíritu de amor. Por grandes que puedan ser nuestros límites y nuestra confusión y desaliento, no se nos permite ser débiles y vacilantes ante las dificultades y ante nuestras propias debilidades.
Por el contrario, se nos invita a fortalecer nuestras manos, a hacer firmes nuestras rodillas, a tener coraje y a no temer, porque nuestro Dios muestra siempre la grandeza de su misericordia. Él nos da la fuerza para ir adelante. Él está siempre con nosotros para ayudarnos a ir adelante. ¡Es un Dios que nos quiere tanto, nos ama, y por eso está con nosotros, para ayudarnos, para fortalecernos, e ir adelante! ¡Coraje, siempre adelante!
Gracias a su ayuda, siempre podemos empezar de nuevo. ¿Cómo comenzar de nuevo? Alguno me puede decir: “No padre, soy un gran pecador, soy una gran pecadora, yo no puedo recomenzar de nuevo”. ¡Te equivocas! ¡Tú puedes recomenzar de nuevo! ¿Por qué? ¡Porque Él te espera! ¡Él está cerca de ti! ¡Él te ama! ¡Él es misericordioso! ¡Él te perdona! ¡Él te da la fuerza de recomenzar de nuevo! ¡A todos! Podemos volver a abrir los ojos, superar la tristeza y el llanto, y cantar un canto nuevo.
Y esta alegría verdadera permanece siempre también en la prueba, incluso en el sufrimiento, porque no es superficial, sino que llega a lo más profundo de la persona que se encomienda a Dios y confía en Él.
La alegría cristiana, como la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad de Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas. El profeta Isaías exhorta a aquellos que han perdido el camino y se encuentran en la desesperación, a confiar en la fidelidad del Señor porque su salvación no tardará en irrumpir en sus vidas. Cuantos han encontrado a Jesús, a lo largo del camino, experimentan en el corazón una serenidad y una alegría, de la que nada ni nadie puede privarlos.
¡Nuestra alegría es Cristo, su amor fiel e inagotable! Por lo tanto, cuando un cristiano se vuelve triste, quiere decir que se ha alejado de Jesús. ¡Pero entonces no hay que dejarlo solo! Tenemos que rezar por él y hacerle sentir la calidez de la comunidad.
Que la Virgen María nos ayude a acelerar nuestros pasos hacia Belén para encontrar al Niño que ha nacido para nosotros, para la salvación y la alegría de todos los hombres. A Ella el Ángel le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28 ). Ella nos obtenga vivir la alegría del Evangelio en las familias, en el trabajo, en las parroquias y en todos los ambientes. ¡Una alegría íntima, hecha de estupor y ternura. La misma que siente una mamá cuando mira a su niño recién nacido y siente que es un don de Dios, un milagro que sólo puede agradecer!
Y después del rezo a la Madre de Dios y del responso por los difuntos, felicitando a los peregrinos por su valentía, al permanecer a pesar de la lluvia que en esos momentos caía en Roma, el Papa Francisco renovó este domingo la entrañable cita para la bendición de las imágenes del Niño Dios – los Bambinelli – que fue inaugurada por Pablo VI en diciembre de 1969, y que desde entonces los pequeños y pequeñas del Centro Oratorios Romanos, llevan a la Plaza de San Pedro, para que el Obispo de Roma las bendiga y luego colocarlas en los pesebres de sus hogares. El Santo Padre les dedicó su primer saludo, les pidió que recen por él, así como él reza por los niños:
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy el primer saludo está dedicado a los niños de Roma, llegados para la tradicional bendición de los “Bambinelli” – “Niño Dios” – organizada por el Centro Oratorios Romanos. ¡Queridos niños, cuando recen ante su pesebre, acuérdense también de mí, así como yo me acuerdo de ustedes. Les agradezco y Feliz Navidad!
Luego el Santo Padre saludó a las familias, grupos parroquiales, asociaciones y a todos los peregrinos provenientes de Roma, Italia y tantas partes del mundo. En particular de España y de Estados Unidos de América.
Y saludó con afecto a un grupo de jóvenes de Zambia, deseándoles que se conviertan en “piedras vivas” para construir una sociedad más humana. Deseo que extendió a todos los jóvenes.
Ya desde muy temprano más de 6 mil niños y niñas, junto con sus padres, abuelos, sacerdotes y catequistas de los oratorios de la Diócesis del Papa, habían llegado a Basílica de San Pedro, para la Misa celebrada por el cardenal Angelo Comastri, Vicario General del Papa para el Estado de la Ciudad del Vaticano.
También después del rezo mariano del Ángelus, el Santo Padre se trasladó este Domingo al Aula de las Bendiciones para saludar a la Comunidad de Villa Nazareth, residencia y centro de formación universitaria, que nació en 1946, por deseo de Mons. Domenico Tardini, que luego fue Secretario de Estado de Juan XXIII. Pontífice que en 1963 crea la Fundación Sagrada Familia de Nazareth.

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