viernes, 13 de enero de 2012

Saber pedir ayuda


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Felipe escuchó atentamente todo lo que su hermano Juan le explicaba acerca del país a donde él había migrado y las oportunidades de trabajo que allí habían. Felipe le pidió a su esposa que le acompañara a ver cómo les iba a ellos. Carmen no quería hacerlo. Prefería que él migrase solo y que le enviase dinero para el sostén de la familia como hacía Felipe. Le dolía mucho separarse de los niños y aunque sabía que ellos iban a estar bien cuidados con su hermana y su cuñada, aun así no quería dar el paso. La presión de su esposo y del hermano de éste le llevaron a aceptar el reto de migrar con su esposo y romper la unidad familiar al dejar a los hijos al cuidado de otros.

Una vez en el país que les acogió Carmen no lograba “perdonarse” por “lo que había hecho”. Se sentía físicamente mal y continuamente tenía que tomar “cocimientos” para aliviar el malestar de su estómago. Su pobre estado de ánimo no la ayudaba en los trabajos. Aunque nunca faltó, se sentía “como ida” y no podía concentrarse en lo que tenía que hacer. La supervisora la fue cambiando de una tarea a otra hasta que un día la llamó y le preguntó cómo se sentía y cómo podía ayudarla. Carmen estalló en llanto y cuando pudo calmarse le contó a la supervisora lo que le pasaba. La supervisora le dio el nombre de un Centro de Atención Comunitaria donde podía ir por consejería para ayudarla a sentirse mejor.

Carmen le contó a Felipe de la ayuda que le ofrecían pero este le contestó malhumorado: “tu no estás loca”, “tu no necesitas que nadie te diga lo que tienes que hacer”, “debes ser fuerte y echar pa’ adelante que aquí no vinimos para andar con melindres”. Lejos de mejorar, Carmen se sintió más sola que nunca y empezó a pensar en regresar por su cuenta a su país. Como su rendimiento en la factoría era cada día peor la supervisora habló de nuevo con ella y se ofreció ir con ella al Centro de Atención. La Trabajadora Social que le asignaron le explicó que su reacción emocional como la física era normal y que muchas mujeres que llegaban a este país en contra de su voluntad pasaban por las mismas circunstancias.

Después de tres meses de ir “a conversar” con la trabajadora social, dos veces por semana, Carmen empezó a sentirse mucho mejor. Y, por sugerencia de la Trabajadora Social, empezó a contarle a su esposo no sólo cómo se había sentido sino el por qué se había sentido así. El esposo entonces le confesó que él también se sentía muy mal por haber roto la unidad familiar y le explicó que su forma de lidiar con sus sentimientos era ponerse “duro” consigo mismo y no pensar, para no flaquear. Poco a poco, Carmen y Felipe fueron sintiendo que estaban más unidos que antes porque ahora sufrían juntos, compartían el dolor de no tener con ellos a sus hijos, y buscaban juntos la forma de volver a tener toda la familia unida.

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