sábado, 7 de enero de 2012

Cruzando el Umbral de la Esperanza




FE Y RAZÓN


"Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est"

Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo.


(Santo Tomás de Aquino)



"CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA":

El umbral de la esperanza es mucho mas que eso; es una forma especial de amar al mundo y todo lo que hay en el; el santo padre con un profundo conocimiento de las realidades historicas y actuales da un mensaje a la humanidad, rompiendo con los dogmas del pasado y dejando una sola posibilidad que el señor jesucristo es la respuesta a todos los misterios de la vida; y que los caminos del señor estan en cada comunidad y en cada cultura.
Este libro es un manifiesto de sabiduria y de consuelo,en el se observan muchos nutrientes para la vida esta cargado de teologia,fe, amor, esperanza, citas biblicas y humildad. LLeva la intension de no ser un mero documento teorico cargado de teologias y adroctinamiento. Es en verdad un legado de esperanza para afrontar la incertidumbre de la vida, es la fe para los jovenes dada en esta fuente de letras transformadoras y propiciadoras de un planeta en cristo y para cristo.
Es la obra de un convencido de la existencia de Dios padre, Dios hijo y Dios Espiritud santo; y de la lucha que como humanos debemos librar .



ALGUNAS CLAVES FILOSÓFICAS


Junio 2001


"El Papa, que comenzó Su pontificado con la palabras "¡No tengáis miedo!", procura ser plenamente fiel a tal exhortación, y está siempre dispuesto a servir al hombre, a las naciones, y a la humanidad entera en el espíritu de esta verdad evangélica".


Cruzando el umbral de la Esperanza.


INTRODUCCIÓN


A partir de la lectura de la entrevista realizada por Vittorio Messori a Juan Pablo II, recogida en la obra "Cruzando el umbral de la Esperanza", se tomarán en cuenta algunos aspectos centrales para la elaboración de este informe.

Este libro, es sin duda, un testimonio para el hombre contemporáneo, que presenta pistas para prácticamente todos los desafíos que hoy le toca enfrentar. Por su variedad de temas, es una guía en el obrar, iluminando muchos aspectos que hoy aparecen oscurecidos.

Procuraré, en una primera parte, exponer brevemente el contenido de cada uno de los capítulos, para abordar la vastedad de temas tratados.

Luego de esta exposición, presentaré los núcleos temáticos filosóficos que puedo percibir como ejes centrales de todo el libro: una gran preocupación antropológica, que deriva en el concepto de persona, verdad, libertad, y sentido de la vida- ítems unidos a la reflexión sobre el hombre-.

Finalmente, en una segunda parte, abordaré el concepto de Persona en el Sumo Pontífice, y su estrecho vínculo con la búsqueda de la Verdad, y la noción de libertad, en una perspectiva un poco más profunda y radical. Para este último apartado, me ayudaré de algunas nociones presentes el texto "Amor y Responsabilidad"(1979), y en las Cartas Encíclicas "Veritatis Splendor"(1993), y "Redemptor hominis"(1979), ya que observo una estrecha vinculación entre todos las obras.



SÍNTESIS DEL CONTENIDO TEMÁTICO DE TODOS LOS CAPÍTULOS DE LA OBRA "CRUZANDO EL UMBRAL DE LA ESPERANZA"



Tal vez vale la pena comenzar aclarando que la entrevista realizada al Sumo Pontífice, por Vittorio Messori, no tiene una finalidad clericalista, sino que busca "aprovechar la disponibilidad del Santo Padre para intentar plantear el problema de las ´raíces´, de eso sobre lo que se basa todo el resto, y que sin embargo parece que se deja aparte, a menudo dentro de la Iglesia misma, como si no quisiera o no se pudiera afrontar" Desde el inicio, el editor, nos aclara que el objetivo de la entrevista, es hallar la Verdad y la Fe, que aún existe, e indagar acerca de sus raíces, a pesar de las oscuridades que hoy a al Iglesia toda, se nos plantean. Es procurar un retorno a lo esencial, lo central de nuestra Fe.

El Capítulo I, comienza con la cita "No tengáis miedo", invitándonos a experimentar la debilidad y la grandeza del hombre sin tener miedo, al igual que la vivencia del misterio de Dios. Con esta frase, El Papa comenzó su homilía el la plaza de San Pedro, al inicio de su pontificado; y con ella sigue dando testimonio hoy. Nos invita a descubrir la verdad de nosotros mismos, y a tomar conciencia de ella.

Los capítulos II y III, se centran, diría yo en el rezar. El entrevistador pregunta ¿Cómo reza? y ¿Por qué rezar?. El Santo Padre, nos habla del diálogo yo- Tú, que vivenciamos cuando rezamos y el socorro del Espíritu Santo que viene a nuestro encuentro, en esos momentos. Rezamos por la plegaria universal, para que se cumpla en nosotros y el mundo la Salvación, por los que sufren, por los difuntos, ya que nuestra fe se sustenta en la certeza ( no sólo en la creencia) de una vida eterna.

Los capítulos IV, V, y VI, se centran en Dios, y las "pruebas" de su existencia". " Si Dios existe, no es sólo una cuestión que afecte al intelecto; es, al mismo tiempo, una cuestión que abarca toda la existencia humana... el interrogante sobre la existencia del Dios está íntimamente unido a la finalidad de la existencia humana". En estos capítulos, Karol Wojtyla, hace un breve recorrido por toda la historia de la Filosofía, desde Platón a la Modernidad, explicando la ruptura que significó la postura de Santo Tomás, en este tema. Significó romper con el racionalismo intelectual de Dios, convirtiéndolo en un problema existencial, no únicamente racional. Más bien Santo Tomás lo convirtió en una finalidad de la existencia humana. Asimismo, el Positivismo, con su escuela de la "sospecha" volvió a alejar al hombre de Dios: ¿Podemos conocer más allá de los sentidos?, ¿Hay otra ciencia al margen de la verificación empírica?, etc. El entrevistado vuelve la mirada sobre el hombre, señalando que así como los sentidos son una fuente de conocimiento, el rezar ( como experiencia de los transempírico), también es una forma de conocer. En el diálogo yo - Tú, hay una coexistencia, una relación interpersonal.

También en el Capítulo VI, y siguiendo con el tema, El Papa, pasa por las corrientes agnósticas contemporáneas, distinguiéndolas del ateísmo.

En los capítulos siguientes - VII, VIII, y IX-, las preguntas se centran en la persona de Jesús y en la Historia de Salvación. . ¿ No es escandaloso que Jesús sea el Hijo de Dios?. ¿ Por qué el Padre tuvo que sacrificar a su Hijo, en este complicada Historia de Salvación?. Jesús, es el único e irrepetible mediador. No fue un filósofo (como Platón), no fue un sabio (como Sócrates), ni fue un "iluminado" (como Buda). El es único en su especie, y su persona no existe con tales características en ninguna religión o filosofía. No hay más posibilidad en el hombre, ni más amor, que ser redimido por Cristo.

Nuevamente en estos capítulos, el Pontífice, hace alusión al Racionalismo, y la Modernidad, que postulando la autosuficiencia de la Razón, produjeron un paulatino alejamiento del Hombre, respecto de Dios. Con Dios, fuera del Mundo, lo único que le queda al Ser Humano, es su propio entendimiento como guía. Sin embargo, la Historia de Salvación es "sencilla": El Padre amó tanto a los hombres, que envió a su Hijo a salvarlo. Cristo supo reconocer y redimir el pecado en el hombre, la precariedad de nuestra condición humana. Asimismo, esta salvación se encarna en la misma historia del hombre, en cada existencia concreta.

Las preguntas referentes al Mal y la Salvación, concretamente, se centran en las preguntas X y XI. ¿ Por qué hay tanto mal? ¿Dios es impotente ante él?. Aquí el Santo Padre, hace alusión a la actuación del maligno, pero fundamentalmente a la libertad humana. " Dios ha creado al hombre racional y libre y, por eso mismo, se ha sometido a su juicio. La historia de la salvación es también la historia del juicio constante del hombre sobre Dios".

La clave interpretativa de esta historia, está en el "escándalo de la cruz"; el misterio del sufrimiento de toda la humanidad, se expresa en la cruz: máximo signo de solidaridad de Dios con el hombre. Frente a la libertad humana, Dios quiso hacerse impotente - esto forma parte de la coherencia divina-. El Hijo de Dios sufre, para liberar al hombre del Mal radical, y lo hace de una manera definitiva ( no es sólo la liberación de la explotación, la opresión, la injusticia, la enfermedad). Es el triunfo definitivo de la Vida sobre la muerte, la plenitud del Bien. Por este motivo, el cristianismo es una religión esencialmente soteriológica.

Los capítulos XIII al XVIII, se centran a mi juicio, en lo que podríamos llamar la Evangelización y el diálogo con otras religiones. ¿Son las religiones no cristianas un obstáculo para llegar a la Verdad?. En estos capítulos, Wojtyla hace referencia muchas veces al Concilio Vaticano II, como mojón en la historia de la Iglesia respecto a este tema, tomando de documentos emanados del Concilio, varias citas. En todas las religiones hay "semillas del Verbo", en tanto que hay una raíz común: por ejemplo, la creencia en una Verdad Eterna presente en el Confusionismo y Taoismo, etc.

Respecto al Budismo, ella es una religión de salvación, pero es contradictoria al Cristianismo, en cuanto que la primera sostiene una soteriología negativa ( hay que liberarse del mundo, que es fuente del mal y el sufrimiento; supone romper lazos con el mundo). La segunda, por su parte, no sostiene una visión negativa del mundo, sino que en la propia historia concreta se encarna el Verbo para salvar al hombre.

Del Islam, dice el Santo Padre, podríamos rescatar como aspecto positivo la fidelidad en la oración. Tal vez tiene su cara negativa en los fundamentalismos, que igualan la libertad religiosa con la imposición de la "verdadera religión", que es la suya. Tiene diferencias con el cristianismo, en tanto no es una religión de redención.

En el Judaísmo, encontramos a nuestros "hermanos mayores en la fe". El Pontífice postula para nuestras religiones, la defensa de un diálogo fraterno, hallando las raíces del Cristianismo en el antiguo Testamento.

El capítulo XVIII, se centra en los desafíos de nuestro siglo para una nueva evangelización. En los apóstoles hallamos el germen y modelo para cualquier época, rescatando el concepto de evangelización en un sentido amplio: anuncio, catequesis, reflexión sobre la verdad revelada. La evangelización supone un encuentro con la cultura de cada época ( desde las primeras oleadas evangelizadoras pasando por el siglo XV y XVI con Francisco Javier, y hasta el día de hoy). También supone encontrarnos con nuevas generaciones. Cristo es dinámico, siempre joven, mira con esperanza el porvenir. El Sumo Pontífice nos da algunas claves para la nueva evangelización. No es proselitismo, restauración o pluralismo. Es peregrinar junto a las jóvenes generaciones.

Siguiendo con la evangelización, el capítulo XIX, se centra en los jóvenes. Aquí aparece una gran tarea: la adolescencia como el período de los grandes interrogantes, de la personalización, y la etapa en que empieza la construcción del propio sentido de la vida, de la existencia personal. Aquí aparece claramente el valor personalista de Karol Wojtyla, que desarrollaremos más adelante. La noción de persona es central en su filosofía y teología, ligada a la construcción del sentido de sí misma, y el cumplimiento de su vocación. Todos los jóvenes, en tanto personas, tienen un deseo de Amor, en tanto búsqueda de Dios.

Los capítulos XXII y XXIII, se centran en el diálogo ecuménico. "Los hombres se salvan en la Iglesia, pero siempre se salvan gracias a Cristo ( en esto, respecto a los no católicos) lo que nos une es más grande de cuanto nos divide". Nuestra Iglesia Católica no es eclesiocentrista sino "Cristocéntrica". Aquí se sientan las bases de la posibilidad de un profundo diálogo entre cristianos católicos y no católicos. Cristo es la base que posibilita el diálogo. Hay entre los cristianos una complementariedad en formas de entender y practicar la fe.

En este punto, Wojtyla rescata nuevamente, en los siguientes capítulos la importancia del Concilio Vaticano II; en tanto fue de un estilo profundamente ecuménico. No se utilizó las frase: " sea anatema". Fue una experiencia de Iglesia, por sobre todas diferencias, postulando una verdad que no tiene límite alguno y es accesible a todos. Supuso una renovación que se hacía necesaria. El descubrimiento de la Verdad, se separa sin embargo del relativismo moral ( hace alusión a la "Veritatis Splendor", que desarrollaremos más adelante para profundizar en este tema). La Verdad se des-cubre, pero no se crea de acuerdo al contexto, intereses o situación momentánea.

El capítulo XXVIII se centra en la Vida Eterna. El hombre de hoy es poco sensible a lo trascendente, a las finalidades últimas: ¿ son los actuales infiernos temporales? Pensemos en los campos de concentración, las guerras, las catástrofes naturales, las humillaciones, etc. ¿Se puede esperar algo peor?. La escatología, nos dice el Sumo Pontífice, de este modo, se convirtió en algo ajeno, extraño al hombre contemporáneo.; sin embargo la escatología fue iniciada por el mismo Cristo. Su redención y resurrección significó para la humanidad una nueva era más allá de la muerte.

Del capítulo XXIX al XXXI, se trabaja la noción de hombre fundamentalmente y sus derechos. El hombre es persona. "El interés por el hombre como persona estaba presente en mí desde hacía mucho tiempo (...) en Amor y Responsabilidad, formulé el concepto de norma personalista. La persona es un ser para el que la única dimensión adecuada es el amor". Aquí está el núcleo filosófico más importante a mi entender. El concepto de persona, que es trasfondo en todo el libro. El ser humano no es un objeto, y se afirma dándose a otros. Se entrega, pero no egoístamente. Por ello, la defensa de la vida, se convierte en un valor central, y para ello no hay excepciones. Cada uno tiene su vocación y por el mal uso de nuestra libertad, podemos impedir que otro alcance su fin, y eso no nos es permitido desde la norma personalista.

Finalmente, los apartados XXXII y XXXIII se refieren a la mujer. Basándose en la devoción ala Virgen María, que es nuestra inspiración, se postula el asombro y el respeto por el maravilloso misterio de la femineidad. Es imposible ser mujer y no sentirse conmovida por estos capítulos breves, pero muy sustanciosos, en que se reconoce a la mujer como piedra angular para una redefinición y consolidación, de la familia y la sociedad.

La obra termina recogiendo el título y el comienzo. "Amor hecho hombre, Amor crucificado y resucitado, Amor continuamente presente entre los hombres. Es Amor eucarístico. Es fuente incesante de comunión. Él es el único que puede dar plena garantía de las palabras ¡No tengáis miedo!". El no tener miedo se relaciona directamente con el título de esta obra; es el umbral de la esperanza. El Santo Padre, en la última pregunta, distingue las nociones de "miedo" y "temor". El temor, no es el miedo servil de Hegel, sino el que es filial - en tanto todo lo que es ofensa a Dios-Amor. Por este motivo, debemos eliminar el miedo a nosotros mismos, e instaurar el "verdadero temor de Dios". Allí radica la clave de nuestra esperanza.



LA PERSONA COMO CENTRO DE LA REFLEXIÓN: VERDAD, LIBERTAD, SENTIDO DE VIDA



Como ya expresé en la introducción de este trabajo, creo que el núcleo de la reflexión de Juan Pablo II, puede centrarse en la cuestión antropológica. ¿Qué es el hombre?; es una pregunta a la que a cada paso el Sumo Pontífice vuelve una y otra vez. Es el hombre el que busca la verdad interior dentro de sí mismo, y es libre y responsable de sus actos, así como el que halla su propio fin.

Al referirse a la fe, el rezar, el diálogo yo-Tú, la Historia de Salvación, el Mal en el mundo, la evangelización, la vida eterna, los derechos humanos, los jóvenes, la mujer... una y otra vez se vuelve sobre la noción de persona aplicada a diferentes casos, circunstancias, y desde distintos ángulos, pero considero que son diferentes puntos de vista que toman siempre como eje central al ser humano. Es por este motivo, que intentaré esbozar, basándome en la Carta Encíclica "El Redentor del Hombre", la obra "Amor y Responsabilidad" y algunas citas de la entrevista sintetizada en la primera parte, algunos rasgos fundamentales de la persona.

"La Iglesia, por razón de su ministerio y de su competencia... es al mismo tiempo el signo y la salvación del carácter trascendente de la persona humana. Aquí se trata del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión. No se trata del hombre ´abstracto´, sino real..." Aquí ya aparecen las primeras nociones de la persona. El Ser Humano es un ser trascendente, pero muy concreto. Está enmarcado en una historia particular, manteniendo el rasgo de singularidad. El hombre no es una abstracción racionalista, o matemática, sino que es un "espíritu encarnado" en el mundo y la historia. Es en este sentido, una realidad única e irrepetible.

"Todo hombre en toda su irrepetible realidad del ser y del obrar, del entendimiento y de la voluntad, de la conciencia y del corazón". Aquí se nos dan capacidades esenciales que tiene toda persona, inherentemente al hecho de ser hombre. Nuestras facultades no se reducen al entendimiento (visión claramente racionalista y positivista que predominó a lo largo de toda la historia de la filosofía moderna) sino que también somos voluntad, conciencia, afectividad y libertad. Este hombre concreto se inclina permanentemente al pecado (porque es libre) pero también aspira permanentemente a la verdad (nos lo dice el Sumo Pontífice claramente cuando nos habla de los jóvenes en su continua búsqueda de Dios, es decir la verdad). La persona se halla ilimitada en su capacidad de desear, aspirar, buscar, procurar lo superior.

También caracteriza a la persona ser un ser en relación interpersonal con otros. Es el amor, su única dimensión posible. Por este motivo, se excluye la posibilidad de tratar a otro como un objeto para satisfacer mis propios deseos y necesidades. En este punto, Karol Wojtyla, trasciende el segundo imperativo categórico de Kant, de nunca usar a otro como medio, sino considerarlo como un fin en sí mismo. "Cada vez que en tu conducta una persona es el objeto de tu acción, no olvides que no has de tratarla solamente como un medio, como un instrumento, sino que ten en cuenta del hecho de que ella misma tiene, o por lo menos debería tener, su propio fin". Aquí se sugiere un rasgo de la persona que a mi juicio es central, y es que cada ser humano tiene un fin. Me parece central el agregado que hace Wojtyla a la máxima kantiana; no sólo no debemos cosificar al otro, sino que la razón de ello es que no podemos impedir que ese ser alcance su propio fin, la finalidad para la cual fue creado, su propia vocación personal. Creo que en esta "norma personalista", hallamos la clave para muchos problemas y desafíos éticos que se nos plantean en el mundo de hoy: el aborto, la eutanasia, la manipulación genética, clonación, congelamiento de embriones, etc.. El propio pontífice hace referencia a esto en el capítulo dedicado a los derechos humanos en el texto "Cruzando el umbral de la esperanza", cuando sostiene la defensa de la vida, sin excepciones, y explica que ni siquiera puede regir en el caso del aborto la norma de defensa legítima, ya que no se aplica a la situación. Es muy categórico en su definición que no da lugar a dos interpretaciones. Nadie tiene derecho a obturar el camino hacia la autorrealización de otro ser. Por ello, amar es opuesto a usar. Este principio se aplica a las relaciones laborales, la relación maestro-alumno, el vínculo hombre-mujer, la amistad; y la relación con toda la naturaleza creada.

"La persona es un ser para el cual la única dimensión adecuada es el amor. Somos justos en lo que afecta a una persona cuando la amamos: esto vale para Dios y vale para el hombre". La única medida para la persona es el amor. Este rasgo de la persona creo que no admite prácticamente comentario. Es la exclusión de toda postura utilitarista, y pragmática. En el amor radica su máxima dignidad. En tanto que es criatura, deseo y expresión del amor de Dios, es amor, y no le cabe otra dimensión, ni otro modo de obrar ( con nosotros mismos, ni para con los demás). Todo lo que hagamos en contra de este principio, será contra nuestra propia naturaleza, esencia, y vocación.

Creo que la dimensión del amor y el tener un propio fin, se unen estrechamente con el sentido de la propia existencia. Uno los conceptos de persona-verdad-libertad-sentido de la vida ( como lo demuestra el subtítulo de este apartado) porque creo que en la medida que el ser humano halla la verdad interiormente, encuentra el sentido de su propia vida; pero en todo este proceso está permanentemente presente la libertad humana, para alcanzar esa vocación o no. Tal como dice J.Pablo II en el libro que hemos trabajado para este informe, Dios nos ha querido tanto que hasta se ha sometido a nuestro propio juicio, y se ha vuelto "impotente" ante nuestra libertad. Tomar conciencia de esto es algo que desconcierta por momentos, al menos a mí me sucede a veces. No llego a comprender con mi pobre y débil entendimiento porqué Dios permite eso, que nosotros mismos le juzguemos, e incluso le neguemos una y otra vez. ¿Cómo cabe tanto amor en una misma persona?.

Tal vez, cabría aún agregar una nota que indisolublemente se une a la libertad y a la búsqueda del sentido de la existencia, y es la responsabilidad. El sentido no nos es impuesto, sino que debemos desvelarlo, buscarlo, quererlo, pedirlo. Tanto lo que se refiere a nosotros, como el diálogo intersubjetivo, requiere una responsabilidad inmensa; en tanto supone el cuidado del verdadero bien ( para uno y el otro). Uno se responsabiliza por el otro y por sí mismo, no de manera limitante y pobre, sino que en el acto hay un enriquecimiento del ser. El hombre está hecho para auto-trascenderse y servir a los demás. Solamente dándose se afirma a sí mismo; no nos realizamos en la libertad egoísta, retaceando nuestra entrega.

Bueno, no me extenderé más en esto. Me he limitado a esbozar algunas características o notas esenciales de la persona, que creo es la columna vertebral del libro.

Ahora doy paso al último problema o tema filosófico que visualizo en la obra. No está desligado de la persona, sino todo lo contrario. Sería uno de los aspectos de la persona: la búsqueda de la verdad. Pero ¿qué es la verdad?, ¿en cuál verdad se sustenta la fe?. Tomo este aspecto, profundamente filosófico y hasta gnoseológico porque creo se plantea muchas veces, en diversos capítulos a lo largo del libro " Cruzando el umbral de la Esperanza". "La verdad no acepta límite alguno; es para todos y para cada uno". Si pensamos en el tema de la evangelización y el ecumenismo ¡qué presencia y guía es esta frase!; la verdad no posee límites culturales, geográficos, religiosos, históricos, etc. Si nos remitimos al Padre que es puro amor ( Verdad y Belleza), si nos adentramos en los jóvenes- que aspiran a ella-, si pensamos en la fe como verdad revelada... todos los temas de la obra se sustentan en la Verdad, o se refieren a ella. Por eso, creo que vale la pena, aunque modestamente, recurrir a algunos aportes de la Carta Encíclica "Veritatis Splendor", que se refiere justamente al problema de la verdad, para poder hacer un abordaje un poco más específico, y complementario a lo ya expuesto. No pretendo desviar el tema, sino enriquecerlo desde otra perspectiva que creo hace nuevos aportes.

El Papa Juan Pablo II, en varias cartas encíclicas, en "Amor y responsabilidad", y en el libro trabajado en esta oportunidad hace varias veces referencia a las amenazas del hombre contemporáneo. Hace alusión al pragmatismo, al utilitarismo, al "relativismo moral" que olvida la posibilidad de una Verdad absoluta. Todas estas corrientes, las identifica a lo largo de la historia, como derivadas del racionalismo y el positivismo, que absolutizaron la razón o las ciencias empíricas, reduciendo el problema a un consenso entre comunidades ( fundamentalmente científicas). El Sumo Pontífice nos dice que fácilmente estas ideas se "infiltran" en nuestra manera de pensar y actuar, y por ello debemos estar atentos a los signos que hoy nos da nuestro tiempo.

Varias consecuencias se derivan de este tipo de posturas. Intentaré esbozarlas, para al mismo tiempo, ir estableciendo distinciones ( y a veces contradicciones) con el dogma de la Iglesia.

En primer lugar, sostiene el Sumo Pontífice, una visión relativista, niega la posibilidad de una verdad objetiva. Si la verdad es una "creación" humana, que depende de factores sociales, culturales y políticos, ella no está para ser aprehendida y des-cubierta ( en su significado etimológico de des- velar, como quitar velos) por el hombre. La verdad surge entonces como "construcción social" que emerge de contextos diferentes y cambia su contenido según el mismo. Pierde asimismo, su carácter universal para pasara ser personal y subjetiva. "El hombre- sostiene Juan Pablo II- debe buscar ( no crear) la verdad y debe juzgar según esta misma verdad (...) El juicio de la conciencia no establece la ley, sino que afirma la autoridad de la ley natural y de la razón práctica con relación a bien supremo ( ...) el juicio de la conciencia es el testigo de la verdad universal" El Pontífice, afirma, en oposición a corrientes relativistas, que la Verdad es afirmada por el hombre que sale a su encuentro. Por ello es misión del ser humano "buscarla" fervientemente, porque así se ordena al Bien supremo, que es su fin último ( la vocación a la que ya nos referimos) .

La verdad, desde esta nueva perspectiva, no admite criterios pragmatistas de lo útil y lo conveniente ( recordemos la norma personalista). Pensar utilitariamente, teniendo en cuenta "lo beneficioso" como único criterio para determinar la verdad, trae como riesgos, quedar atrapados en posturas relativistas y escépticas como segunda consecuencia, íntimamente ligada a la anterior ( concebir una verdad particular, relativa al contexto socio-histórico ). El Pontífice advierte este problema en el mundo de hoy; "...el hombre ya no está convencido de que sólo en la verdad puede encontrar la salvación. La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se confía sólo a la libertad, desarraigada de toda objetividad (...) Este relativismo se traduce, en el campo teológico, en desconfianza en la sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral". El hombre de hoy no cree en una Verdad objetiva; todo es cuestionable, todo puede ser objeto de discusión y disenso, y amerita, a lo sumo llegar a un "acuerdo".

¿ Qué nos queda entonces después de esto?. Sólo, a nuestro juicio, que prime la mayoría. Ella decide qué es lo verdadero. "¿ Qué es la verdad?" es la pregunta escéptica de Pilato. Pilato se dirige a la mayoría. Él es figura emblemática del relativismo-escéptico. No se apoya ni en los valores ni en la verdad, sino en los procedimientos y en la opinión mayoritaria. ¿ Pero hay en esto algún riesgo?. En nuestra opinión sí lo hay; el peligro que el criterio mayoritario derive en un totalitarismo ( prima el más fuerte). La verdad, al dejar de ser descubierta, es "posesión" de aquellos que han decidido que sea su patrimonio ( a esto creo que se refiere el Sumo Pontífice cuando habla de los fundamentalismos en el capítulo 15); pasando a ser dueños de ella. Así los más débiles en la sociedad, se ven incapaces de responder, pasando a depender, no de la Verdad, sino de aquellos que la "detentan". Apelar al criterio mayoritario nos lleva literalmente a la creación de una nueva divinidad. Dios ( Verdad), se vacía de contenido para dar paso a una nueva divinidad ( la Mayoría).

Una tercera consecuencia que considero, podemos desprender del planteo relativista que entiende la verdad como "acuerdo" humano, es la caída en un concepto vacío de libertad. "... opera un concepto vacío de libertad, que llega al extremo de considerar necesaria la disolución del yo en un fenómeno sin centro y sin naturaleza¨ Podemos preguntarnos ¿ cómo puede suceder esto?. ¿ Cómo el hombre puede llegar a perder su libertad por este concepto equivocado de Verdad?. ¿ Cómo se relacionan la verdad y la libertad? ¿Qué tienen en común?. La respuesta no parece del todo complicada, y se deriva necesariamente de la perspectiva que estamos analizando; si la opinión mayoritaria es el criterio de verdad, se derrumba la finalidad de la libertad, pues ni la esencia de los derechos humanos ni de la libertad resultan cosas evidentes siempre para la mayoría. Hitler, las guerras mundiales, las luchas actuales en le ex-Yugoslavia, el Holocausto, la bomba atómica, los medios masivos de comunicación son prueba de ello. La mayoría puede ser fácilmente manipulable y adoctrinada. Sin embargo, cualquier otra teoría, puede ser vista como dogmatismo que impide la "autodeterminación" del sujeto. Podemos convertirnos en "esclavos" en nombre de la "libertad". Así la persona va perdiendo una de sus notas esenciales: la libertad.

La cuarta consecuencia, depende de la anterior; si el hombre pierde libertad, pierde su finalidad última. "Muchos moralistas católicos, buscan distanciarse del utilitarismo y del pragmatismo, para los cuales la moralidad de los actos sería juzgada sin hacer referencia al verdadero fin último del hombre (...) pero en el ámbito del esfuerzo por elaborar una semejante moral racional existen falsas soluciones". ¿ Qué nos advierte aquí el Sumo Pontífice?. Perder la libertad - porque todo pasa a determinarse por la mayoría- nos lleva a perder el sentido de nuestra propia existencia, en la medida que no visualizamos nuestro fin último, al cual estamos llamados, y que ya expusimos anteriormente. Los propios cristianos, pretendiendo fundamentar una ética en la razón, han caído en perspectivas relativistas, como el consecuencialismo ( criterios de rectitud extraídos del análisis de las consecuencias que se prevé pueden derivarse de la ejecución de una decisión) y el proporcionalismo (proporción entre efectos buenos y malos). Estas perspectivas, si bien reconocen que los valores morales se descubren por la razón natural y por la revelación, niegan la posibilidad de llegar, por ejemplo, a concebir un comportamiento absolutamente malo bajo cualquier circunstancia y en cualquier cultura. En definitiva, niegan la posibilidad de valores enteramente absolutos, ahistóricos y atemporales; llegando a admitir la posibilidad de comportamientos contrarios a los mandamientos de la ley divina y natural. De ese modo, el hombre puede negar su propio fin. El hombre pierde su dimensión trascendental; todo se agota en el plano humano ( contextual, histórico, subjetivo). La ley moral natural, pasa a ser un concepto vacío, carente de sentido para un hombre donde rige el cambio, no la permanencia.

Subrayo lo antes dicho: uno de los riesgos mayores de estas posturas, tan difundidas hoy en día, es que resultan fácilmente admisibles, "infiltrándose" de a poco, en nuestras maneras de pensar y obrar.

Una última crítica al las posturas pragmatistas, que creo puede leerse desde la Encíclica, es que la verdad en esta perspectiva, pierde su dimensión vivencial. La Verdad no es vivida, experimentada, sino meramente construida y acordada en el plano del conocimiento. Los representantes actuales de estas posturas ( como Richard Rorty, por ejemplo) hacen una dura crítica a lo largo de la historia de la filosofía- desde Platón hasta la filosofía analítica-, centrada en que han primado "metáforas oculares", que supusieron que la verdad era copia de la realidad ( un "espejo"); pero ahora, habría que dar paso al acuerdo entre los diferentes seres humanos para definir qué es lo verdadero. Considero, que los mismos autores no superan la visión que pretende traspasar, desde el momento en que en ningún momento se habla de una verdad que es integrada por el hombre a su vida, antes de ser enunciada. Se critica la noción de verdad como "copia", pero quedan presos de una concepción que sigue entendiendo a la verdad como mero "conocimiento", "acuerdo entre hombres".

Sin embargo, del documento pontificio se desprende que la Verdad no sólo es descubierta en el plano gnoseológico, sino que corresponde al hombre conocerla y vivirla. No permanece en el plano meramente especulativo y racional como un teorema matemático "2+2=4"; no es verdad desencarnada, una especulación, lejos de la cotidianeidad. Ella se integra en la vida del hombre y es impulso para su práctica. Ella cambia nuestra vida y re-orientamos nuestro obrar hacia ella. Y es por esto mismo que no posee sustituto útil. El que quiere cambiar la verdad a su "antojo", está perdido. Al hombre no corresponde cambiar la verdad, sino ser cambiado por ella, ajustando sus actos a ella, una vez que la ha encontrado. En virtud de esto Juan Pablo II nos dice que "... el obrar es moralmente bueno cuando las elecciones de la libertad están conformes con el verdadero bien del hombre y expresan así la ordenación voluntaria hacia su fin último, es decir, Dios". De este modo hay unión, continuidad natural entre RAZÓN- VOLUNTAD- OBRAR- FIN ÚLTIMO. La Razón, presenta a la voluntad el bien, para que ella se oriente a él y lo manifieste en su obrar, que, por ser conforme a la Verdad, tiende también al fin último del hombre.



ALGUNAS REFLEXIONES FINALES...




De este modo concluyo el informe, esperando haber podido evidenciar las estrechas relaciones existentes entre la noción de Persona y el problema filosófico de la Verdad. Una mala comprensión del concepto de Hombre, nos puede conducir a posturas que niegan la existencia real de la Verdad; asimismo, una inadecuada comprensión de la Verdad, puede llevarnos a cosificar la Persona, quitándole su dignidad. De este modo, nuestros errores u omisiones en el entendimiento, en la comprensión, rápidamente pueden traducirse en formas de obrar equivocadas, que niegan nuestra propia esencia.

De todas maneras, creo que "Cruzando el umbral de la Esperanza", nos ilumina en muchos interrogantes actuales, sobrevolando una inmensidad de temas que hoy nos desafían como hombres y como cristianos.

Todo esto lo hace, sin perder la esperanza y sin olvidarnos que ¡ no debemos tener miedo! ante estos misterios y desafíos, presentando una visión optimista ( cristiana diría yo) de los retos que tenemos por delante.

Asimismo, y para concluir, diré que esta entrevista, también me posibilitó personalmente, indagar en otros textos que pueden conducirnos a una comprensión más cabal y profunda de los temas "echados sobre la mesa". En este sentido, es un libro profundamente fermental...



BIBLIOGRAFÍA



JUAN PABLO II (1979) Carta Encíclica El Redentor del Hombre. Montevideo. Ediciones Paulinas.

JUAN PABLO II ( 1993) Carta Encíclica Veritatis Splendor. México. Editorial Dabar S.A.

JUAN PABLO II (1994) Cruzando el umbral de la Esperanza. Madrid. Plaza & Janes editores S.A.

WOJTYLA, K (1979) Amor y responsabilidad. Madrid. Editorial Razón y Fe.







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Cruzando el Umbral de la Esperanza
Cruzando el Umbral de la Esperanza
UN TELEFONAZO

Siento un especial afecto, naturalmente, por los colegas -periodistas y escritores- que trabajan en la televisión. Por eso, a pesar de repetidas invitaciones, nunca he intentado quitarles su trabajo. Me parece que las palabras, que constituyen la materia prima de nuestro quehacer, tienen consistencia e impacto diferentes si se confían a la «materialidad» del papel impreso o a la inmaterialidad de los signos electrónicos.

Sea lo que sea, cada uno es rehén de su propia historia, y la mía, referente a lo que aquí importa, es la de quien ha conocido sólo redacciones de periódicos y editoriales, y no estudios con cámaras de televisión, focos, escenografía.

Tranquilícese el lector: no voy a seguir con estas consideraciones más propias de un debate sobre los medios de comunicación, ni deseo castigar a nadie con desahogos autobiográficos. Con lo que he dicho me basta para hacer comprender la sorpresa, unida quizá a una pizca de disgusto, provocada por un telefonazo un día de finales de mayo de 1993.

Como cada mañana, al ir hacia mi estudio, me repetía interiormente las palabras de Cicerón: Si apud bibliothecam hortulum habes, nihil deerit. ¿Qué más quieres si tienes una biblioteca que se abre a un pequeño jardín? Era una época especialmente cargada de trabajo; terminada la corrección del borrador de un libro, me había metido en la redacción definitiva de otro. Mientras tanto, había que seguir con las colaboraciones periodísticas de siempre.

Actividad, pues, no faltaba. Pero tampoco faltaba el dar gracias a Quien debía darlas, porque me permitía sacar adelante toda esa tarea, día tras día, en el silencio solitario de aquel estudio situado sobre el lago Garda, lejos de cualquier centro importante, político o cultural, e incluso religioso. ¿No fue acaso el nada sospechoso Jacques Maritain, tan querido por Pablo VI, quien, medio en broma, recomendó a todo aquel que quisiera continuar amando y defendiendo el catolicismo que frecuentara poco y de una manera discreta a cierto «mundo católico»?

Sin embargo, he aquí que aquel día de primavera, en mi apartado refugio, irrumpió un imprevisto telefonazo: era el director general de la RAI. Dejando sentado que conocía mi poca disponibilidad para los programas televisivos, conocidos los precedentes rechazos, me anunciaba a pesar de todo que me llegaría en breve una propuesta. Y esta vez, aseguraba, «no podría rechazarla».

En los días siguientes se sucedieron varias llamadas «romanas», y el cuadro, un poco alarmante, se fue perfilando: en octubre de aquel 1993 se cumplían quince años del pontificado de Juan Pablo II. Con motivo de tal ocasión, el Santo Padre había aceptado someterse a una entrevista televisiva propuesta por la RAI; hubiera sido absolutamente la primera en la historia del papado, historia en la que, durante tantos siglos, ha sucedido de todo. De todo, pero nunca que un sucesor de Pedro se sentara ante las cámaras de la televisión para responder apresuradamente, durante una hora, a unas preguntas que además quedaban a la completa libertad del entrevistador.

Transmitido primero por el principal canal de la televisión italiana en la misma noche del decimoquinto aniversario, el programa sería retransmitido a continuación por las mayores cadenas mundiales. Me preguntaban si estaba decidido a dirigir yo la entrevista, porque era sabido que desde hacía años estaba escribiendo, en libros y artículos, sobre temas religiosos, con esa libertad propia del laico, pero al mismo tiempo con la solidaridad del creyente, que sabe que la Iglesia no ha sido confiada sólo al clero sino a todo bautizado, aunque a cada uno según su nivel y según su obligación.

En especial no se había olvidado el vivo debate -aunque tampoco su eficacia pastoral, el positivo impacto en la Iglesia entera, con una difusión masiva en muchas lenguas- suscitado por Informe sobre la fe, libro que publiqué en 1985 y en el que exponía lo hablado durante varios días con el más estrecho colaborador teológico del Papa, el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto del antiguo Santo Oficio, ahora Congregación para la Doctrina de la Fe. Entrevista que suponía también una «novedad», y sin precedentes, para una institución que había entrado hacía siglos en la leyenda anticlerical, con frecuencia «negra», por su silencio y secreto, rotos, por primera vez, con aquel libro.

Volviendo a 1993, diré solamente, por ahora, que la fase de preparación -llevada con tal discreción que ni una sola noticia llegó a oídos de los periodistas- incluía también un encuentro con Juan Pablo II en Castelgandolfo.

Allí, con el debido respeto pero con una franqueza que quizá alarmó a alguno de los presentes -aunque no al amo de casa, manifiestamente complacido de mi filial sencillez-, pude explicar qué intenciones me habían llevado a esbozar un primer esquema de preguntas. Porque, efectivamente, un «Hágalo usted mismo» había sido la única indicación que se me había dado.


UN IMPREVISTO


El mismo Papa, sin embargo, no había tenido en cuenta el implacable cúmulo de obligaciones que tenía programadas para septiembre, fecha límite para llevar a cabo las tomas y conceder al director y los técnicos el tiempo necesario para «trabajar» el material antes de emitirlo. Ahora me dicen que la agenda de trabajo del Pontílce, aquel mes, ocupaba treinta y seis apretadas páginas escritas en el ordenador.

Eran compromisos tan heterogéneos como ineludibles. Además de los viajes a dos diócesis italianas (Arezzo y Asti), antes estaba la visita del emperador del Japón al Pontífice de Roma, y antes estaba la visita a los territorios ex soviéticos de Letonia, Lituania y Estonia, con la necesidad de practicar, al menos un poco, esas difíciles lenguas, deber impuesto al Papa por su propio celo pastoral, su ansia de «hacerse entender» al predicar el Evangelio a todos los pueblos del mundo.

En resumen, resultó que a aquellas dos primicias -la nipona y la báltica- no había posibilidad de añadir una tercera, la televisiva. Tanto más cuanto que la buena disposición de Juan Pablo II le había llevado a prometer cuatro horas de tomas, y a conceder al director -el conocido y apreciado cineasta italiano Pupi Avati- la elección de la mejor hora televisiva. Luego todo concluiría en un libro, completando así la intención pastoral y catequística que había inducido al Papa a aceptar el proyecto; pero el cúmulo de trabajo al que me he referido impidió, en el último momento, realizarlo.

En cuanto a mí, volví al lago a reflexionar, como de costumbre, sobre los mismos temas de los que hubiera tenido que hablar con el Pontífice, pero en la quietud de mi biblioteca.

¿Acaso Pascal, cuyo retrato vigila el escritorio sobre el que trabajo, no ha escrito: «Todas las contrariedades de los hombres provienen de no saber permanecer tranquilos en su habitación»?

Aunque el proyecto en el que había estado envuelto no lo busqué yo, y además, no fue una contrariedad, ¡sólo faltaría! Sin embargo, no quiero ocultar que me había creado algunas dificultades.

Sobre todo, y como creyente, me preguntaba si era de verdad oportuno que el Papa concediese entrevistas, y además televisivas. A pesar de su generosa y buena intención, al quedar necesariamente involucrado en el mecanismo implacable de los medios de comunicación, ¿no se arriesgaba a que su voz se confundiese con el caótico ruido de fondo de un mundo que lo banaliza todo, que todo lo convierte en espectáculo, que amontona opiniones contrarias e inacabables parloteos sobre cualquier cosa? ¿Era oportuno que también un Supremo Pontífice de Roma se amoldase al «en mi opinión» en su conversación con un cronista, abandonando el solemne «Nos» en el que resuena la voz del milenario misterio de la Iglesia?

Eran preguntas que no sólo no dejé de hacerme, sino también -aunque respetuosamente- de hacer.

Más allá de tales cuestiones «de principio», consideré que la competencia que podía yo haber adquirido durante tantos años en la información religiosa, probablemente no bastaba para compensar la desventaja de mi inexperiencia en el medio televisivo, y menos en una ocasión semejante, la más comprometida que pueda imaginarse para un periodista.

Pero incluso sobre este punto otras razones se contrapusieron a las mías.

En todo caso, la operación «Quince años de papado en TV» no se realizó, y era presumible que, pasada la ocasión del aniversario, no se hablase más de ella. Por lo tanto, podía volver a teclear en mi máquina de escribir y seguir con la debida atención la palabra del Obispo de Roma, pero -como había hecho hasta ese momento- a través de las Acta Apostolicae Sedis.


UNA SORPRESA


Pasaron algunos meses. Y he aquí que un día, otro telefonazo -de nuevo totalmente imprevisto- del Vaticano. En la línea estaba el director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, el psiquiatra español convertido en periodista Joaquín Navarro-Valls, hombre tan eficaz como cordial, uno de los más firmes defensores de la conveniencia de aquella entrevista.

Navarro-Valls era portador de un mensaje que, me aseguraba, le había cogido por sorpresa a él el primero. El Papa me mandaba decir: «Aunque no ha habido modo de responderle en persona, he tenido sobre la mesa sus preguntas; me han interesado, y me parece que sería oportuno no abandonarlas. Por eso he estado reflexionando sobre ellas y desde hace algún tiempo, en los pocos ratos que mis obligaciones me lo permiten, me he puesto a responderlas por escrito. Usted me ha planteado unas cuestiones y por tanto, en cierto modo, tiene derecho a recibir unas respuestas... Estoy trabajando en eso. Se las haré llegar. Luego, haga lo que crea más conveniente.»

En resumen, una vez más Juan Pablo II confirmaba esa fama de «Papa de las sorpresas» que lo acompaña desde que fue elegido; había superado toda previsión.

Así fue como, un día de finales de abril de este 1994 en que escribo, recibía en mi casa al doctor Navarro-Valls, quien sacó de su cartera un gran sobre blanco. Dentro estaba el texto que me había sido anunciado, escrito de puño y letra del Papa, quien, para resaltar aún más la pasión con que había manuscrito las páginas, había subrayado con vigorosos trazos de su pluma muchísimos puntos; son los que el lector encontrará en letra cursiva, según indicación del propio Autor. Igualmente, han sido conservadas las separaciones en blanco que con frecuencia introduce entre un parágrafo y otro.

El título mismo del libro es de Juan Pablo II. Lo había escrito personalmente sobre la carpeta que contenía el texto; aunque precisó que se trataba sólo de una indicación: dejaba a los editores libertad para cambiarlo. Si nos hemos decidido a conservarlo es porque nos dimos cuenta de que ese título resumía plenamente el «núcleo» del mensaje propuesto en estas páginas al hombre contemporáneo.

Este debido respeto a un texto en el que cada palabra cuenta obviamente me ha orientado también en el trabajo de editing que se me pidió, en el que me he limitado a cosas como la traducción, entre paréntesis, de las expresiones latinas; a retoques de puntuación, quizá apresurada; a completar nombres de personas -por ejemplo el de Yves Congar que el Papa, por razón de brevedad, había escrito sólo Congar-; a proponer un sinónimo en los casos en que una palabra se repite en la misma frase; a la modificación de algunas, pocas, imprecisiones en la traducción del original polaco. Minucias, pues, que de ningún modo han afectado al contenido.

Mi trabajo más relevante ha consistido en introducir nuevas preguntas allí donde el texto lo pedía. En efecto, aquel esquema mío sobre el que Juan Pablo II ha trabajado con una diligencia sorprendente (el hecho de haberse tomado tan en serio a un cronista parece una prueba más, si es que acaso hacía falta, de su humildad, de su generosa disponibilidad para escuchar nuestras voces, las de la «gente de la calle»), aquel esquema, digo, comprendía veinte cuestiones. Ninguna de las cuales, hay que recalcarlo, me fue sugerida por nadie; y ninguna ha quedado sin respuesta o en cierto modo «adaptada» por Aquel a quien iba dirigida.

En todo caso, eran sin duda demasiadas, y demasiado amplias para una entrevista televisiva, incluso larga. Al responder por escrito, el Papa ha podido explayarse, apuntando él mismo, mientras respondía, nuevos problemas. Los cuales presuponían, por tanto, una pregunta ad hoc. Por citar un solo caso: los jóvenes. No entraban en el esquema, y les ha querido dedicar unas páginas -cosa que confirma además su predilección por ellos-, que se cuentan entre las más bellas del libro, y en las que vibra, emocionada, su experiencia de joven pastor entre la juventud de una patria a la que tanto ama.

Para comodidad del lector más interesado en unos temas que en otros (aunque nuestro consejo es que lea el texto completo, verdaderamente «católico», también en el sentido de que en el texto tout se tient y todo se integra en una perspectiva orgánica), a cada una de las treinta y cinco preguntas he puesto un breve título que indica los contenidos, aunque sólo sea de manera aproximada debido a lo imprevisto de las sugerencias que el Papa señala aquí y allá; otra confirmación más del pathos que impregna unas palabras que, sin embargo, están inmersas obviamente en el «sistema» de la ortodoxia católica, junto a la más amplia «apertura» posconciliar.

De todos modos, el texto ha sido examinado y aprobado por el mismo Autor en la versión publicada en italiano, y de ese modelo salen al mismo tiempo las traducciones en las principales lenguas del mundo; ya que la fidelidad era imprescindible para garantizar al lector que la voz que aquí resuena, en su humanidad y también en su autoridad, es única y totalmente la del Sucesor de Pedro.

Así que parece más adecuado hablar no tanto de una «entrevista» como de «un libro escrito por el Papa», si bien con el estímulo de una serie de preguntas. Corresponderá luego a los teólogos y a los exegetas del magisterio pontificio plantearse el problema de la «clasificación» de un texto sin precedentes, y que por tanto ofrece perspectivas inéditas en la Iglesia.

A propósito de mi tarea de edición, desde ciertos sectores se me proponía una intervención excesiva, con comentarios, observaciones, explicaciones, citas de encíclicas, de documentos, de alocuciones. Contra tales sugerencias, he procurado pasar lo más inadvertido posible, limitándome a esta nota editorial que explica cómo fueron las cosas (tan «raras» en su sencillez), sin disminuir, con intrusiones inoportunas, la extraordinaria novedad, la sorprendente vibración, la riqueza teológica que caracterizan estas páginas.

Páginas que, estoy seguro, hablan por sí mismas; y que no tienen otra intención que la «religiosa», no tienen ningún otro propósito sino subrayar -con el género literario «entrevista»-, la tarea del Sucesor de Pedro, maestro de la fe, apóstol del Evangelio, padre y al mismo tiempo hermano universal. En él sólo los cristiano-católicos ven al Vicario de Cristo, pero su testimonio de la verdad y su servicio en la caridad se extienden a todo hombre, como lo demuestra también el indiscutible prestigio que la Santa Sede ha ido adquiriendo en la escena mundial. No hay pueblo que al reconquistar su libertad o su independencia no decida, entre los primeros actos de soberanía, enviar un representante a Roma, ad Petri Sedem. Y esto es debido, mucho antes que a cualquier consideración política, casi a una necesidad de legitimidad «espiritual», de exigencia «moral».


UNA CUESTIÓN DE FE


Puesto ante la no leve responsabilidad de plantear una serie de preguntas, para las que se me dejaba una completa libertad, decidí inmediatamente descartar los temas políticos, sociológicos e incluso «clericales», de «burocracia eclesiástica», que constituyen la casi totalidad de la información, o desinformación, supuestamente «religiosa», que circula por tantos medios de comunicación, no solamente laicos.

Si se me permite, citaré un párrafo de un apunte de trabajo que propuse a quien me había metido en el proyecto: «El tiempo que tenemos para esta ocasión verdaderamente única no debería malgastarse con las acostumbradas preguntas del "vaticanólogo". Antes, mucho antes del "Vaticano" -Estado entre otros Estados, aunque sea minúsculo y peculiar-, antes de los habituales temas -necesarios quizá pero secundarios, y quizá también desorientadores- sobre las posibilidades de la institución eclesiástica, antes de la discusión sobre cuestiones morales controvertidas, antes que todo eso está la fe.

«Antes que todo eso están las certezas y oscuridades de la fe, está esa crisis por la que parece verse atacada, está su posibilidad misma hoy en culturas que juzgan como provocación, fanatismo, intolerancia, el sostener que no existen solamente opiniones, sino que todavía existe una Verdad, con mayúscula. En resumen, seria oportuno aprovechar la disponibilidad del Santo Padre para intentar plantear el problema de las "raíces", de eso sobre lo que se basa todo el resto, y que sin embargo parece que se deja aparte, a menudo dentro de la Iglesia misma, como si no se quisiera o no se pudiera afrontar.»

En ese apunte continuaba: «Lo diré, si se me permite, en tono de broma: aquí no interesa el problema exclusivamente clerical -y "clerical" es también cierto laicismo- de la decoración de las salas vaticanas, si debe ser "clásica" (conservadores) o "moderna" (progresistas).

«Tampoco interesa un Papa al que muchos quisieran ver reducido a presidente de una especie de agencia mundial para la ética o para la paz o para el medio ambiente. Un Papa que garantizara el nuevo dogmatismo (más sofocante que ese del que se acusa a los católicos) de lo politically correct, ni un Papa repetidor de conformismos a la moda. Interesa, en cambio, descubrir si todavía son firmes los fundamentos de la fe sobre los que se apoya ese palacio eclesial, cuyo valor y cuya legitimidad dependen solamente de si sigue basado en la certeza de la Resurrección de Cristo. Por tanto, desde el comienzo de la conversación, sería necesario poner de relieve el "escandaloso" enigma que el Papa, en cuanto tal, representa: no es principalmente un grande entre los grandes de la tierra, sino el único hombre en el que otros hombres ven una relación directa con Dios, ven al "Vice" mismo de Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad.»

Añadía finalmente: «Del sacerdocio de las mujeres, de la pastoral para homosexuales o divorciados, de estrategias geopolíticas vaticanas, de elecciones sociopolíticas de los creyentes, de ecología o de superpoblación, así como de tantas otras cuestiones, se puede, es más, se debe discutir, y a fondo; pero sólo después de haber establecido un orden (tan frecuentemente tergiversado hoy, hasta en ambientes católicos) que ponga en primer lugar la sencilla y terrible pregunta: lo que los católicos creen, y de lo que el Papa es el Supremo Garante, ¿es "verdad" o "no es verdad"? ¿El Credo cristiano es todavía aceptable al pie de la letra o se debe poner como telón de fondo, como una especie de vieja aunque noble tradición cultural, de orientación sociopolítica, de escuela de pensamiento, pero ya no como una certeza de fe cara a la vida eterna? Discutir -como se hace- sobre cuestiones morales (desde el uso del preservativo hasta la legalización de la eutanasia) sin afrontar antes el tema de la fe y de su verdad es inútil, más aún, no tiene sentido. Si Jesús no es el Mesías anunciado por los profetas, ¿puede, de verdad, importarnos el "cristianismo" y sus exigencias éticas? ¿Puede interesarnos seriamente la opinión de un Vicario de Cristo si ya no se cree en que aquel Jesús resucitó y que -sirviéndose sobre todo de este hombre vestido de blanco- guía a Su Iglesia hasta que vuelva en su Gloria?»

He de reconocer que no tuve que insistir para que se me aceptara un planteamiento así. Al contrario, encontré enseguida la plena conformidad, la completa sintonía del Interlocutor de la conversación, quien durante nuestro encuentro en Castelgandolfo, y después de decirme que había examinado el primer borrador de preguntas que le había enviado, me comentó que había aceptado la entrevista sólo desde su deber de Sucesor de los apóstoles, sólo para aprovechar una posterior ocasión de dar a conocer el kérigma, es decir, el impresionante anuncio sobre el que toda la fe se funda: «Jesús es el Señor; solamente en Él hay salvación: hoy, como ayer y siempre.»

Desde este planteamiento, pues, ha sido vista y juzgada esta posibilidad de una «entrevista», que inicialmente me había dejado perplejo. Éste es un Papa impaciente en su afán apostólico, un Pastor al que los caminos usuales le parecen siempre insuficientes, que busca por todos los medios hacer llegar a los hombres la Buena Nueva, que, evangélicamente, quiere gritar desde los terrados (hoy cuajados de antenas de televisión) que la Esperanza existe, que tiene fundamento, que se ofrece a quien quiera aceptarla; incluso la conversación con un periodista es valorada por él en la línea de lo que Pablo dice en su primera carta a los Corintios: «Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio, para ser partícipe del mismo» (9,22-23).

En este ambiente toda abstracción desaparece: el dogma se convierte en carne, sangre, vida. El teólogo se hace testigo y pastor.


DON KAROL, PÁRROCO DEL MUNDO


Estas páginas que ahora siguen han nacido de una vibración «kerigmática», de primer anuncio, de «nueva evangelización»; al acercarse a ellas, el lector se dará cuenta de por qué no quise añadir mis irrelevantes notas y comentarios a palabras tan cargadas ya de significado, llevadas casi al colmo de la pasión, precisamente esa passion de convaincre que, siguiendo a Pascal, tendría que ser el signo distintivo de todo cristiano, y que aquí caracteriza profundamente a este «Siervo de los siervos de Dios».

Para él, Dios no sólo existe, vive, obra, sino que también, y sobre todo, es Amor; mientras que para el iluminismo y el racionalismo, que contaminaron incluso cierto tipo de teología, Dios era el impasible Gran Arquitecto, era sobre todo Inteligencia. Con un clamor tras otro, este hombre -sirviéndose de las páginas aquí recogidas- quiere hacer llegar a cada hombre el siguiente mensaje: «¡Date cuenta, quienquiera que seas, de que eres amado! ¡Advierte que el Evangelio es una invitación a la alegría! ¡No te olvides de que tienes un Padre, y que cualquier vida, incluso la que para los hombres es más insignificante, tiene un valor eterno e infinito a Sus ojos!»

Un experto teólogo, una de las poquísimas personas que han podido hojear este texto todavía manuscrito, me decía: «Aquí hay una revelación -directa, sin esquemas ni filtros- del universo religioso e intelectual de Juan Pablo II y, en consecuencia, una clave para la lectura e interpretación de su magisterio completo.»

Aventuraba incluso el mismo teólogo: «No sólo los comentaristas actuales sino también los historiadores futuros tendrán que apoyarse en estas páginas para comprender el primer papado polaco. Escritas a mano, de un tirón -con esa manera suya que algún pacato podría calificar de "impulsiva", o quizá de generosa "imprudencia"-, estas páginas nos dan a conocer, de modo extraordinariamente eficaz, no sólo la mente sino también el corazón del hombre a quien se deben tantas encíclicas, tantas cartas apostólicas, tantos discursos. Aquí todo va a la raíz; es un documento para hoy, pero también Para la historia.»

Me confiaba un colaborador directo del Pontífice que cada homilía, cada explicación del Evangelio -en cada Misa que él celebra- está siempre, y toda, escrita de su mano, de comienzo a fin. No se limita a poner sobre el papel algunos apuntes que señalen los temas que deben ser desarrollados; escribe cada palabra, tanto en una liturgia solemne para un millón de personas (o para mil millones, como ha sucedido en ciertas emisiones televisivas) como en la Eucaristía celebrada para unos pocos íntimos, en su oratorio privado. Justifica este esfuerzo recordando que es tarea primordial e ineludible, no delegable, de todo sacerdote el hacerse instrumento para consagrar el pan y el vino, para hacer llegar al pecador el perdón de Cristo, y también para explicar la Palabra de Dios.

De este mismo modo parece haber considerado estas respuestas. Hay, pues, aquí también una especie de «predicación», de «explicación del Evangelio» hecha por «don Karol, párroco del mundo».

Digo «también» porque el lector no encontrará solamente eso, sino una singular combinación a veces de confidencia personal (emocionantes los trozos sobre su infancia y juventud en su tierra natal), a veces de reflexión y de exhortación espirituales, a veces de meditación mística, a veces de retazos del pasado o sobre el futuro, a veces de especulaciones teológicas y filosóficas.

Por tanto, si todas las páginas exigen una lectura atenta (detrás del tono divulgativo, quien se detenga un poco podrá descubrir una sorprendente profundidad), algunos pasajes exigen una especial atención. Desde nuestra experiencia de lectores «de preestreno», podemos asegurar que vale del todo la pena. El tiempo y la atención que se empleen recibirán amplia recompensa.

Se podrá comprobar, entre otras cosas, cómo al máximo de apertura (con arranques de gran audacia: véanse, por ejemplo, las páginas sobre el ecumenismo o las otras sobre escatología, «los novísimos») va unido siempre el máximo de fidelidad a la tradición. Y que sus brazos abiertos a todo hombre no debilitan en nada la identidad, católica, de la que Juan Pablo II es muy consciente de ser garante y depositario ante Cristo, «en cuyo nombre solamente está la salvación» (cfr. Hechos de los Apóstoles 4,12).

Es bien sabido que en 1982 el escritor y periodista francés André Frossard publicó -tomando como título la exhortación que ha llegado a ser casi la consigna del pontificado: ¡No tengáis miedo!- el resultado de una serie de conversaciones con este Papa.

Sin querer quitarle nada, por supuesto, a ese importante libro, excelentemente estructurado, puede observarse que entonces se estaba al comienzo del pontificado de Karol Wojtyla en la Sede de Pedro. En las páginas que siguen está, en cambio, toda la experiencia de quince años de servicio, está la huella que ha dejado en su vida todo lo que de decisivo ha ocurrido en este tiempo (basta pensar solamente en la caída del marxismo), la huella dejada en la Iglesia, en el mundo. Pero lo que no sólo ha permanecido intacto sino que parece incluso haberse multiplicado (este libro da de ello pleno testimonio) es su capacidad de generar proyectos, su ímpetu de cara al futuro, su mirar hacia adelante -a ese «tercer milenio cristiano» con el ardor y la seguridad de un hombre joven.


EL SERVICIO DE PEDRO


Bajo una luz semejante, cabe esperar entre otras cosas que los que, tanto fuera como dentro de la Iglesia, llegaron a sospechar que este «Papa venido de lejos» traía «intenciones restauradoras» o era «reaccionario a las novedades conciliares» encuentren al fin el modo de rectificarse completamente.

Queda aquí confirmado de continuo su papel providencial desde aquel Concilio Vaticano II en cuyas sesiones (desde la primera a la última) el entonces joven obispo Karol Wojtyla participó con un papel siempre activo y relevante. Por aquella extraordinaria aventura -y por lo que ha derivado de ella en la Iglesia- Juan Pablo II no tiene ninguna intención de «arrepentirse», como declara rotundamente, a pesar de que no oculte los problemas y dificultades debidas -esto está comprobado- no al Vaticano II, sino a apresuradas cuando no abusivas interpretaciones.

Que quede, pues, bien claro que -ante el planteamiento plenamente religioso de estas páginas-, simplificaciones como «derecha-izquierda» o como «conservador-progresista» se revelan totalmente inadecuadas y sin sentido. La «salvación cristiana», a la que dedica algunas de las páginas más apasionadas, no tiene nada que ver con semejantes estrecheces políticas, que constituyen desgraciadamente el único parámetro de tantos comentaristas, condenados así -sin sospecharlo siquiera- a no comprender nada de la profunda dinámica de la Iglesia. Los esquemas de las siempre cambiantes ideologías mundanas están muy lejos de la visión «apocalíptica» -en el sentido etimológico de revelación, de desvelamiento del plan de la Providenciaque llena el magisterio de este Pontífice y da vida también a las siguientes páginas.

Me decía un íntimo colaborador suyo: «Para saber quién es Juan Pablo II hay que verlo rezar, sobre todo en la intimidad de su oratorio privado.» ¿Acaso puede entender algo de este Papa-igual que de cualquier otro Papa- quien excluya esto de sus análisis, centrándose en sofisticadas apariencias?

El lector comprobará que, en numerosas ocasiones, no he dudado en adoptar el papel de «acicate», de «estímulo», aun hasta el de respetuoso «provocador». Es una tarea no siempre grata ni fácil. Creo, sin embargo, que ésta es la obligación de todo entrevistador, que -manteniendo, naturalmente, esa virtud cristiana que es la de ironizar sobre sí mismo, esa sonrisa burlona ante la tentación de tomarse demasiado en seriodebe intentar poner en práctica la «mayéutica», que es, como se sabe, la «técnica de las comadronas».

Por otra parte, tuve la impresión de que mi Interlocutor esperaba precisamente este tipo de «provocación», y no delicadezas cortesanas, como demuestran la viveza, la claridad, la sinceridad espontánea de las respuestas. He conseguido con eso algo que se parece a una afectuosa «reprensión», o quizá a una paternal «oposición». También esto me complace, ya que no sólo confirma la generosa seriedad con que han sido acogidas mis preguntas, sino que además el Santo Padre ha corroborado así que mi modo de plantear los problemas -a pesar de que no los pueda compartir- es el de tantos otros hombres de nuestro tiempo. Era, pues, un deber de este cronista intentar erigirse en su portavoz, en nombre de todos los que «nos dan trabajo», los lectores.

Claro que, con algo parecido a lo que los autores de espiritualidad llaman «santa envidia» (y que, como tal, puede no ser un «pecado», sino un beneficioso acicate), ante algunas respuestas he tomado plena conciencia de la desproporción entre nosotros -pequeños creyentes agobiados por problemas a nuestra mediocre medida- y este Sucesor de Pedro, quien -si es lícito expresarse así- no tiene necesidad de «creer». Para él, en efecto, el contenido de la fe es de una evidencia tangible. Por tanto, y a pesar de que él también aprecie a Pascal (al que cita), no tiene necesidad de recurrir a ninguna «apuesta» como él, no necesita del apoyo de ningún «cálculo de probabilidades» para estar seguro de la objetiva verdad del Credo.

Que la Segunda Persona de la Trinidad se ha encarnado, que Jesucristo vive, actúa, informa el universo entero con Su amor, el cristiano Karol Wojtyla en cierta manera lo siente, lo toca, lo experimenta; como le sucede a todo místico, que es el que ha alcanzado ya la evidencia. Lo que para nosotros puede ser un problema, para él es un dato de hecho objetivamente incontestable. No ignora, como antiguo profesor de filosofía, el esfuerzo de la mente humana en la búsqueda de «pruebas» de la verdad cristiana (a esto, precisamente, dedica algunas de las páginas más densas), pero se tiene la impresión de que, para él, esos argumentos no son sino confirmaciones obvias de una realidad evidente.

También en este sentido me ha parecido estar verdaderamente en consonancia con el Evangelio, ver cumplidas las palabras de Jesús, transmitidas por Mateo: «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Juan, porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (16,17-18).

Una piedra, una roca a la que agarrarse a la hora de la prueba, en esas «tempestades de la duda», en esas «noches oscuras» que insidian nuestra fe, tan a menudo vacilante; el testigo de la verdad del Evangelio, que no duda, el testigo de la existencia de Otro Mundo donde a cada uno le será dado lo suyo, y en el que a cada uno -con tal de que haya querido- le será dada la plenitud de la vida eterna. Éste es el servicio a los hombres que Jesucristo mismo confió a un hombre, haciéndole Su «Vicario»: «Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha reclamado para cribaros como el trigo. Pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe; y tú, cuando te conviertas, confirma a tus hermanos» (Lucas 22,31-32). Éste es el servicio que cumple el actual Sucesor de Pedro, que, después de casi veinte siglos, está todavia entre los que «han visto la Resurrección», y que saben que «aquel Jesús ha subido al Cielo» (cfr. Hechos de los Apóstoles 1,21-22). Y está dispuesto a asegurarlo con su misma vida, con palabras, pero sobre todo con hechos.

En esta mano firme que se nos tiende para darnos seguridad, en esta confirmación, tan respetuosa como apasionada, del «esplendor de la verdad» -expresión que muchas veces se repite aquí-, me ha parecido que está el mayor regalo que ofrecen estas páginas.

A quien primero las ha leído le han hecho mucho bien, le han dado seguridad, empujándole a una mayor coherencia, a intentar sacar consecuencias más acordes con las premisas de una fe quizá más teorizada que practicada en la vida cotidiana.

No dudamos de que harán bien a muchos, cumpliéndose así la única razón que ha movido a este singular Entrevistado, quien desde la cama del hospital donde se encontraba por una dolorosa caída, decía que había ofrecido un poco de su sufrimiento también por los lectores de estas páginas, en las que la palabra que quizá con mayor frecuencia se repite, junto a «esperanza», sea «alegría».

¿Será acaso retórico decirle que, también por esto, le estamos agradecidos?




Índice



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1.- El Papa: Un escándalo y un misterio

2.- Rezar: cómo y por qué

3.- La oración del "Vicario de Cristo"

4.- ¿Hay de verdad un Dios en el cielo?

5.- Pruebas, pero ¿Todavía son válidas?

6.- Si existe, ¿por qué se esconde?

7.- Jesús-Dios: ¿No es una pretensión excesiva?

8.- La llaman historia de la Salvación

9.- Una historia que se concreta

10.- Dios es amor. Entonces, ¿por qué hay tanto mal?

11.- ¿Impotencia Divina?

12.- Así nos salva

13.- ¿Por qué tantas religiones?

14.- ¿Buda?

15.- ¿Mahoma?

16.- La Sinagoga de Wadowice

17.- Hacia el dos mil en minoría

18.- El reto de la Nueva Evangelización

19.- El joven: realmente una esperanza

20.- Érase una vez el consumismo

21.- ¿Sólo Roma tiene la razón?

22.- A la búsqueda de la unidad perdida

23.- ¿Por qué divididos?

24.- La Iglesia a Concilio

25.- Anómalo pero necesario

26.- Una cualidad renovada

27.- Cuando el Mundo dice No

28.- Vida eterna: ¿todavía existe?

29.- Pero, ¿Para qué sirve creer?

30.- Un Evangelio para hacerse hombre

31.- Defensa de cualquier vida

32.- Totus Tuus

33.- Mujeres

34.- Para no tener miedo

35.- Entrar en la esperanza



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