En el Evangelio el Señor se pone como ejemplo de humildad y mansedumbre, pues dice “Aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón”. Pero en otra traducción dice “Aprended de Mí que soy paciente y humilde de corazón”.
Y hoy tenemos que hablar de la paciencia que debemos tener en la vida, porque la ansiedad a veces hace que estropeemos los dones que Dios nos concede.
Efectivamente a veces estamos tan ansiosos y apurados por saber lo que vendrá, por saber el futuro, por gozar de lo que viene, que malgastamos las alegrías y gracias que Dios nos va concediendo en cada momento.
Tenemos que aprender a vivir un momento a la vez, disfrutando de cada minuto, de cada hora, porque en realidad el futuro dependerá mucho de cómo vivamos el presente y de lo que hagamos en él.
Aprendamos de Dios que tiene paciencia para gobernar el mundo, tanto ha tenido paciencia para la Creación en cientos de miles y millones de años, como también tiene paciencia el Señor para dar tiempo al pecador a que se convierta, ya que no castiga de inmediato, e incluso permite al malvado hacer el mal, porque Dios tiene la esperanza de que el malo volverá al buen camino y por eso le da tiempo.
Dios nos tiene preparado una sobreabundancia de gracias y favores de todas clases, no excluidas las cruces, que son como los regalos más preciosos que Dios concede a sus elegidos. No apuremos el tiempo. Vivamos cada momento con paciencia, sin apuros, porque el tiempo es de Dios, y para quien confía en Dios, y en Él se abandona, no le faltará el tiempo para cada cosa, pues Dios es el dueño del tiempo y se lo proveerá a su criatura.
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