Alfonso Pradera escribía desde Badajoz (España), el 6 de abril de 1926: "El día 3 del pasado marzo, viniendo de cacería, tuve la desgracia de que se espantase mi caballo, cogiéndome desprevenido, pues me encontraba colgando la escopeta en el arzón de la silla vaquera. Al brinco que dio el animal, caí al suelo, rompiéndome la tibia derecha.
Veinte días después, apareció en la herida una mancha gangrenosa, que me angustió y que alarmó sobre manera a toda la familia. Después he sabido que los médicos se habían preocupado muchísimo. Yo no dejé de conocer la extraordinaria gravedad del mal, y entonces prometí a la Santísima Virgen del Carmen, cuyo bendito y milagroso Escapulario llevo con gran fervor desde muy niño, que si no me tenían que amputar la pierna rezaría diariamente su Oficio Parvo y pondría en el camarín una pierna de plata.
Comencé una novena a la Virgen en compañía de mi esposa e hijas, que son muy piadosas y amantísimas de la Reina del Carmelo. Coloqué el bendito Escapulario sobre la parte dañada, y, ¡oh prodigio!, al siguiente día comenzó a desaparecer la manchita de gangrena, quedando dos días después la carne sana por completo.
Los médicos han quedado tan sorprendidos como nosotros por este prodigio".
No hay comentarios:
Publicar un comentario