Durante su episcopado, los restos de San. Ferreolo fueron descubiertos, y fueron trasladados por Mamerto a una iglesia en Viena, construida en honor de este santo mártir (Gregorio de Tours, "De gloria mart.", II, II). San Mamerto fue el fundador de las procesiones rogativas (v. Días de Rogaciones), como nos muestra el testimonio de Sidonio Apolinario (Epist., V, XIV; VII, I), y su segundo sucesor, Avito ("Homilia de Rogat." in P. L., LIX, 289-94). En conexión con estas procesiones intercesoras, Mamerto convocó un sínodo en Viena entre los años 471 al 475. Aproximadamente en el año 475 asistió a un sínodo en Arles, que trataba de las enseñanzas sobre predestinación de Lúcido, un sacerdote gálico. Como esta es la ultima información que tenemos sobre él, podemos asumir que murió poco después. Después de su muerte fue venerado (v. veneración) como santo (v. comunión de los santos). Su nombre aparece en el "Martyrologium Hieronymianum" y en el "Martyrologium" de Floro de Lyons bajo el 11 de mayo, fecha en la cual aún se celebra su fiesta (Quintín, "Les martyrologes historiques", 348).
Entre los santísimos prelados que ilustraron la Iglesia de Dios en el siglo V, uno fue el glorioso san Mamerto, obispo de Viena en el Delfinado. En aquel tiempo desolaban todo el país grandes calamidades y azotes del cielo. Sucedíanse unos a otros los terremotos, incendios y guerras: las fieras, llenas de pavor por los temblores de la tierra, dejaban las cuevas de los montes y se llegaban a las poblaciones con grande espanto de la gente; la cual a vista de estos azotes hacía penitencia de sus pecados y se disponía a la festividad de la Pascua de Resurrección para recibir dignamente la comunión pascual, esperando alcanzar de esta suerte el remedio de tantos males. Concurrieron pues todos contritos a la iglesia, a celebrar el misterio en la vigilia de la gloriosa noche: pero habiéndose incendiado varias casas principales de la ciudad, huyeron del templo despavoridos. Solo el santo obispo quedó en la iglesia, implorando con entrañables gemidos la divina misericordia, y fue tan grande la eficacia de sus lágrimas, que presto se apagó aquel grande incendio, y los fieles volvieron para continuar su penitencia a los oficios divinos. En esta ocasión ordenó el santo obispo tres días de rogativas públicas acompañadas de ayunos y oraciones, en los días que preceden a la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, a los cuales concurrió toda la ciudad con grande compunción, lágrimas y gemidos, y desde entonces se vio libre de las calamidades que la oprimían. Divulgada la fama de esta institución y su buen suceso, fue imitada en las provincias vecinas y se extendió muy presto por la Iglesia occidental, donde se ha venido siguiendo hasta nuestros días: de manera que aunque semejantes preces precedieron a la edad de san Mamerto desde tiempo indefinido, en cuanto a la determinación de la forma con que se hacen tienen por autor a este insigne y santo prelado. Ha lló san Mamerto las preciosas reliquias de san Julián y san Ferreolo, ilustres mártires que padecieron en la sangrienta persecución de Dioclesiano y Maximiano; las cuales trasladó a un magnífico templo que había labrado. Finalmente después de haber gobernado santamente su iglesia algunos años, edificádola con sus virtudes y milagros, murió en la paz del Señor, y su sagrado cadáver fue sepultado con gran veneración en la iglesia de los santos Apóstoles, extramuros de la ciudad de Viena, desde donde se trasladaron después sus reliquias a la basílica Constantiniana de santa Cruz de Orleans. Allí permanecieron en grande veneración hasta el siglo XVI, en el que los hugonotes, durante sus sacrílegas irrupciones del año 1562, entrando en Orleans, quemaron la cabeza y huesos del santo, que estaban en diferentes cajas y dispersaron sus cenizas.
Concédenos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad del bienaventurado Mamerto, tu confesor y pontífice, se acreciente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra salvación. Por J. C. N. S. Amén.
SAN MAMERTO
11 de Mayo
SAN MAMERTO,
Obispo
Entre los santísimos prelados que ilustraron la Iglesia de Dios en el siglo V, uno fue el glorioso san Mamerto, obispo de Viena en el Delfinado. En aquel tiempo desolaban todo el país grandes calamidades y azotes del cielo. Sucedíanse unos a otros los terremotos, incendios y guerras: las fieras, llenas de pavor por los temblores de la tierra, dejaban las cuevas de los montes y se llegaban a las poblaciones con grande espanto de la gente; la cual a vista de estos azotes hacía penitencia de sus pecados y se disponía a la festividad de la Pascua de Resurrección para recibir dignamente la comunión pascual, esperando alcanzar de esta suerte el remedio de tantos males. Concurrieron pues todos contritos a la iglesia, a celebrar el misterio en la vigilia de la gloriosa noche: pero habiéndose incendiado varias casas principales de la ciudad, huyeron del templo despavoridos. Solo el santo obispo quedó en la iglesia, implorando con entrañables gemidos la divina misericordia, y fue tan grande la eficacia de sus lágrimas, que presto se apagó aquel grande incendio, y los fieles volvieron para continuar su penitencia a los oficios divinos. En esta ocasión ordenó el santo obispo tres días de rogativas públicas acompañadas de ayunos y oraciones, en los días que preceden a la fiesta de la Ascensión de nuestro Señor Jesucristo, a los cuales concurrió toda la ciudad con grande compunción, lágrimas y gemidos, y desde entonces se vio libre de las calamidades que la oprimían. Divulgada la fama de esta institución y su buen suceso, fue imitada en las provincias vecinas y se extendió muy presto por la Iglesia occidental, donde se ha venido siguiendo hasta nuestros días: de manera que aunque semejantes preces precedieron a la edad de san Mamerto desde tiempo indefinido, en cuanto a la determinación de la forma con que se hacen tienen por autor a este insigne y santo prelado. Ha lló san Mamerto las preciosas reliquias de san Julián y san Ferreolo, ilustres mártires que padecieron en la sangrienta persecución de Dioclesiano y Maximiano; las cuales trasladó a un magnífico templo que había labrado. Finalmente después de haber gobernado santamente su iglesia algunos años, edificádola con sus virtudes y milagros, murió en la paz del Señor, y su sagrado cadáver fue sepultado con gran veneración en la iglesia de los santos Apóstoles, extramuros de la ciudad de Viena, desde donde se trasladaron después sus reliquias a la basílica Constantiniana de santa Cruz de Orleans. Allí permanecieron en grande veneración hasta el siglo XVI, en el que los hugonotes, durante sus sacrílegas irrupciones del año 1562, entrando en Orleans, quemaron la cabeza y huesos del santo, que estaban en diferentes cajas y dispersaron sus cenizas.
REFLEXIÓN
¿Qué son todas las calamidades y males que nos afligen sino frutos del pecado? que no hizo Dios la muerte, como dice el apóstol, sino que por el pecado entró la muerte en el mundo. Y aunque en la presente providencia se sirve nuestro Señor de estos males, ya para castigarnos, ya para darnos ocasión de mayo res merecimientos, ya para darnos a en tender que no hemos de buscar en este mundo nuestro paraíso, siempre ha sido costumbre muy cristiana la de implorar en los comunes males la divina clemencia con públicas rogativas. Procura asistir a ellas con grande piedad, que el Señor casi siempre suele oír las plegarias de todo un pueblo contrito y humillado y suele darle lo mismo que pide.
ORACIÓN
Concédenos, oh Dios omnipotente, que en la venerable solemnidad del bienaventurado Mamerto, tu confesor y pontífice, se acreciente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo de nuestra salvación. Por J. C. N. S. Amén.
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