lunes, 2 de mayo de 2016

San José María Rubio

San José María Rubio y Peralta es el primer jesuita no mártir canonizado, perteneciente a la Compañía de Jesús después de su restauración.
Nacimiento y familia.
Nació en Dalías, cerca de Almería, en Andalucía, España, el 22 de julio de 1864. Fue el hijo mayor del matrimonio de Francisco Rubio y de Mercedes Peralta. Después vinieron otros 12 hijos. Fue bautizado el mismo día de su nacimiento en la iglesia parroquial de Santa María de Ambrox. Sus padres y abuelos eran cristianos ejemplares y como agricultores tenían una de las mejores fincas de la zona.
Poco tiempo estuvo José María en la ciudad de Dalías, porque su padre, al ver que el muchacho era aplicado e inteligente, pensó que podría dedicarse a los estudios. En este caso, como en otros semejantes, no faltó el tío y padrino que se ofreció a patrocinarlo. Ese tío fue José María Rubio Cuenca, canónigo de Almería.
José María tendría unos diez años cuando fue a vivir a la casa de su padrino quien le hizo estudiar en el Instituto. Al año siguiente, al ver las buenas inclinaciones del muchacho el tío lo invitó a ingresar en el Seminario de Almería. Intervino también en esta invitación otro tío, el párroco de Marías, don Serafín Rubio Maldonado. Allí José María terminó los estudios secundarios en 1879, a los quince años de edad.
Seminarista en Granada y en Madrid.
De Almería, y por obra de sus protectores, fue enviado al Seminario de San Cecilio, en la ciudad de Granada. Fue “un seminarista inteligente, aplicado, y ejemplar por su obediencia y humildad”. Allí hizo en los años 1879 y 1885 los estudios de Filosofía y casi toda la Teología. Uno de sus profesores, el de Teología Fundamental, don Joaquín Torres Asensio, canónigo y chantre de la Catedral de Granada, descubrió las cualidades del seminarista y se constituyó en especial protector suyo. Incluso lo llevó a su casa con ocasión de una enfermedad. Don Joaquín resultó una figura dominante en la vida de José María. Dominante, incluso en el aspecto psicológico. Y José María no salió de su convivencia hasta pasados veinticinco años desde entonces.
Don Joaquín tenía un carácter impetuoso e incluso tuvo roces con el nuevo arzobispo de Granada. Pero José María nunca hizo el menor comentario menos favorable sobre la persona de su protector. Por las diferencias con el arzobispo, don Joaquín dejó sus cargos en Granada y ganó por oposición una canongía en Madrid, la de lectoral, en 1886, y se llevó consigo a José María, a quien hizo matricularse en el Seminario de Madrid. Y en Madrid terminó la Teología.
Sacerdote y primeros ministerios.
Fue ordenado el 24 de septiembre de 1887. Pero la primera misa no la celebró hasta el 12 de octubre por decisión de don Joaquín quien escogió la festividad de la Virgen del Pilar. Esa misa se celebró en el templo que entonces era la catedral de Madrid y que antes había pertenecido al Colegio Imperial de la Compañía de Jesús. José María escogió el altar de la Virgen del Buen Consejo, el mismo donde a san Luis Gonzaga, siendo paje del rey Felipe II, le pareció escuchar que la Virgen María le pedía que entrara en la Compañía de su Hijo.
Don Joaquín Torres Asensio, siguiendo su patronazgo, buscó para José María el cargo de coadjutor en la parroquia de Chinchón, adonde se dirigió éste dos semanas después de su primera misa. Chinchón era entonces una villa de unos 5.000 habitantes y estaba muy cerca de Madrid.
Durante su permanencia en Chinchón fue capellán de las Clarisas a las que dio sus primeros Ejercicios dirigidos a las monjas, las cuales siempre guardaron un buen recuerdo, de la claridad y sinceridad con que les habló. En Chinchón estuvo dos años con fama de sacerdote ejemplar. Por lo menos, eso dicen los testimonios del Proceso.
Tras este estreno prometedor, una nueva intervención de don Joaquín, lo hizo cambiar en 1889 a Estremera, otra parroquia de Madrid donde será Ecónomo parroquial. Para los arreglos de la iglesia, bastante deteriorada, hubo de venir en su ayuda el todopoderoso y eficaz don Joaquín. En Estremera estuvo algo más de un año. Don Joaquín quería llevarlo a Madrid y para acercarlo le buscó una cátedra en el Seminario.
Primeramente, una de Metafísica, y después otra de perfeccionamiento en Latín. Este Seminario de San Dámaso estaba, entonces, situado en el piso alto del Palacio Episcopal madrileño. Don Joaquín con su ahijado alquilaron un Departamento en una calle cercana.
Enfermedad y nuevos cargos.
Pero José María se encontraba débil y se fatigaba con su trabajo de cátedra. Don Joaquín lo llevó entonces a la huerta que poseía en Segovia, muy cerca del Viaducto. José María no mejoró y don Joaquín lo llevó a Cercedilla, lugar para enfermos en recuperación. Tampoco sirvió. Entonces se fueron a Modariz a las termas de Gándara y Troncoso. Pero había demasiada humedad. Se fueron a las playas de Portugal, que quedaban cerca. Después visitaron Lourdes, buscando tal vez un remedio. Volvieron a la costa atlántica. Y en todas estas idas y venidas el P. Rubio se dejó llevar y querer.
Tras esta larga ausencia regresan a Madrid donde don Joaquín continua dirigiendo a su protegido hasta en mínimos detalles. Buen aprendizaje para obedecer en la Compañía.
Don Joaquín logró que José María fuera nombrado Notario en el Arzobispado y, además, Capellán Mayor del Convento de las Reales Bernardas ubicado en la calle Mayor. En estos cargos estuvo más de 15 años. En la casa del capellán vivieron los dos, Don Joaquín y el P. Rubio. En ese tiempo estuvieron también en Madrid algunas hermanas de José María quienes vinieron como asistentes en el servicio de la casa.
Tenemos el testimonio del sacristán del convento. “El se levantaba habitualmente a las cinco de la mañana y a aquella hora daba la comunión a una monja enferma. Después de haber dado la comunión, subía a su casa, porque don Joaquín no quería que se enfriase, y volvía a bajar a la hora de la misa con mucho respeto y devoción. Después de la misa daba gracias y, apenas terminado, se venía al confesionario donde a veces permanecía hasta las nueve o diez de la mañana. Había muchas personas que se confesaban con él y algunas veces don Joaquín bajaba sobre las diez de la mañana, para hacerlo subir a desayunar. Por la casa desfilaban muchos, y ninguno se iba sin su limosna. Mientras fue capellán atraía a mucho público y venían muchas personas a escucharlo. Todos los que lo conocían y trataban, decían que era bueno y virtuoso, un santo”
Peregrinación a Tierra Santa y a Roma.
Hacia el final de esta época en Madrid hay que insertar la peregrinación que hizo a Tierra Santa, de la cual escribió un minucioso diario. Éste, después de su muerte, fue publicado por La Semana Católica en 34 capítulos con el nombre de “Notas de un peregrino en Tierra Santa”.
La peregrinación tuvo lugar durante la Semana Santa del año 1904, y los peregrinos españoles eran 250 y entre ellos 70 sacerdotes, don Joaquín y él. Comienza con la observación de que emprenden el viaje acompañados por la Virgen María y teniendo a bordo de la nave de los Padres Asuncionistas Franceses el Santísimo Sacramento. En todas las visitas a los Santos Lugares José María manifiesta su entusiasmo y da desahogo a su piedad. Nazaret y la casa de la Anunciación, Jerusalén con el Cenáculo y el Santo Sepulcro, Belén donde “adoré con profunda reverencia, toqué la tierra con mi frente, besé la estrella, oré por unos momentos, y mi alma y mi corazón se sintieron satisfechos”
Esa peregrinación terminó en Roma con una visita al Vaticano y al Papa Pío X..
Vocación a la Compañía de Jesús.
Según los testimonios recibidos en los Procesos esta vocación fue muy temprana. Los comienzos parece que hay colocarlos en los inicios de sus estudios sacerdotales. Un testigo dice que “le oyó contar al mismo P. Rubio que cuando era seminarista en Granada, con ocasión de una visita que hizo a Cartuja (el noviciado de los Jesuitas) había sentido la llamada de Dios para una vida más perfecta”. También esa misma confidencia la hizo a uno de sus compañeros del Seminario de Granada quien después también entró en la Compañía.
Y su hermano Serafín dijo:
“Desde la época en que se encontraba en el Seminario, mi hermano decía que quería ser jesuita, y escribió a mis padres pidiéndoles su consentimiento. Mis padres se opusieron, diciendo que si se hacía jesuita no volvería nunca más a verlos y que perdería por eso el cariño que les tenía. Pero él insistía, observando que le parecía extraño que no lo quisieran dejar ir por el camino que ya habían recorrido muchos santos. El nunca habló de ningún otro instituto religioso. Habló siempre que quería ser jesuita. Y poco después de la muerte de don Joaquín, mi hermano entró al fin en el Noviciado de la Compañía de Granada. No se aconsejó de nadie.”
El sacristán del Convento de las Bernardas atestiguó: “Don José María quería ser jesuita, pero no le agradaba a don Joaquín.”
Y el sacerdote José Herrera, amigo de la familia Rubio: “Por mis relaciones con la familia, sé que desde niño tenía inclinación a entrar en la Compañía de Jesús, y que don Joaquín se opuso una o dos veces a que lo realizase. Si no lo había hecho antes era por respeto, veneración y deseo de acompañar a don Joaquín.”
Está claro: José María lo deseaba y don Joaquín no. Cada cual tenía sus razones. Incluso en una ocasión en la que José María fue a Granada y comenzó unos Ejercicios Espirituales con intención de entrar en el Noviciado, don Joaquín escribió una carta al Provincial insistiendo en que “no lo dejasen sus últimos años sin la compañía de aquel santo”; y por lo tanto el Provincial le ordenó que volviese con su protector. De esta forma triunfó la voluntad férrea del protector y José María accedió hasta que Dios se llevó don Joaquín a su santa gloria el día 16 de enero de 1906.
La muerte de don Joaquín fue para José María una liberación dolorosa: no en vano habían transcurrido veinticinco años de convivencia. Don Joaquín, como último gesto, constituyó a José María heredero de todos sus bienes. Pero éste se apresuró a renunciar toda la herencia en favor del Seminario de Teruel al que dotó de becas para seminaristas, ya que aquélla era la ciudad natal de don Joaquín..
El ingreso a la Compañía.
José María se tomó algún tiempo. Notificó a su familia lo que pensaba hacer y decidió hacer Ejercicios y pasar unos días fuera de Madrid.
José María dijo su última misa en la Catedral de Madrid, ante el altar de la Virgen del Buen Consejo, donde había dicho la primera, y se encaminó al Noviciado de Granada con una resolución bien clara y firme. Fue aceptado como novicio el 12 de octubre de 1906. Llevaba casi veinte años de retraso en el cumplimiento de sus deseos.
En el Noviciado, encontró a un hombre verdaderamente providencial para él, que no sólo lo comprendería desde un comienzo, sino que lo dirigiría espiritualmente a lo largo de muchos años: el entonces Maestro de Novicios, y después Provincial, José María Valera.
Su compañero, el P. Luis Maestre recuerda: “Durante el Noviciado se comportó espléndidamente, como nadie. Recuerdo que hicimos un viaje a Alhama donde dio Ejercicios a las Clarisas con un gran fruto. Y otro viaje a Berja donde predicó una novena dejando fama de santidad. Fuimos dos o tres días a Dalías, donde predicó, acudiendo el pueblo entero. Y también en Montefrío. El P. Valera, su Maestro de Novicios, hacía grandes alabanzas de él sobre todo hablando conmigo.
Terminado el Noviciado y hechos los votos del bienio, el 12 de octubre de 1908, todavía permaneció en Granada durante un año, que dedicó, como suele hacerse en casos semejantes, al repaso de la Teología y a ejercitarse en algunos ministerios más propios de la Compañía de Jesús: Ejercicios y Misiones populares.
En la Residencia de Jesús del Gran Poder, en Sevilla.
Terminada esta fase de su vida, su primer destino en la Compañía fue la Residencia de Sevilla, en el otoño de 1909.
Escasea la información sobre este período de su vida. En el Proceso Rogatorial hecho en Sevilla, en los años 1945 a 1947, no figura la declaración de ninguno de los jesuitas que vivieron con él en la Residencia. Tuvo como compañeros al Venerable Siervo de Dios P. Francisco de Paula Tarín s.j. quien murió en 1910 y al célebre jesuita P. Tiburcio Arnaiz, también fallecido antes del proceso.
Don José Sebastián Bandarán, laico, que trabajaba en la Residencia, recuerda:“Conocí personalmente al Siervo de Dios en la Casa de los Jesuitas en Sevilla, donde yo también residía por circunstancias especiales. Tuve relaciones continuas con él, porque además yo le ayudaba en algunos ministerios. Llegó a Sevilla el verano del año 1909 y ejerció los siguientes ministerios: Director diocesano y local del Apostolado de la Oración, Director de la Congregación Militar Reparadora, Director de la Congregación Mariana de San Luis y San Juan Berchmans y Director de la Obra de los Ejercicios Espirituales. Su tenor de vida era el siguiente: a las cinco, habiendo ya terminado su oración, bajaba a la iglesia, y se sentaba en el confesionario que abandonaba a las seis para celebrar, e inmediatamente volvía de nuevo al confesionario donde permanecía hasta las 11 cuando subía a desayunar. Después de haber cumplido los actos de comunidad, empleaba el resto del día en diversos ministerios: confesando a los enfermos, dando pláticas a las comunidades religiosas, así como tandas de ejercicios espirituales. En la Residencia estaba establecida la Adoración Nocturna, y el Siervo de Dios, que era muy devoto del Santísimo Sacramento, bajaba de noche para confesar a los adoradores y atenderlos. Durante el año que conviví con él pude observar que, mientras los otros religiosos, sus hermanos, practicaban la virtud en grado ordinario, el Siervo de Dios sobresalía sobre todos ellos, de suerte que los mismos fieles, acostumbrados a tratar con los otros religiosos, advirtieron rápidamente su virtud eximia. Insisto, sobre esta idea, porque he crecido entre los Padres de la Compañía y he convivido con ellos durante muchos años y puedo establecer así una comparación entre unos y otros.”
El P. Rubio dejó la Residencia de Sevilla porque insistió ante los Superiores en que le permitieran hacer la Tercera Probación, o sea esa especie de tercer año de noviciado, dedicado a los Ejercicios Espirituales, estudio del Instituto y otras prácticas pastorales que los jesuitas hacen al final de los estudios. Al P. Rubio no le obligaba esa Probación, pero él insistió que se la concediesen. Por ello fue enviado a Manresa. Su Instructor de la Tercera Probación, el P. Puiggrós, escribió de él: “Se distinguió por su sencillez y si discreta humildad. Era siempre uno de tantos, y solamente los que por otra vía conocían la influencia de que ya gozaba en Madrid, sabían quién era el P. Rubio.”
En la Casa Profesa de Madrid.
El P. José María Valera, su antiguo Maestro de novicios y ahora Provincial, lo llamó a Madrid y lo destinó a la Casa Profesa. Él lo conocía bien y sabía a quién llamaba.
El primer trabajo que le encomendaron fue encargarse de la dirección de laGuardia de Honor. Ese nombre, muy del gusto de entonces, evocaba una actitud espiritual casi castrense en el velar y honrar la gloria y el culto del Corazón de Jesús. La Obra tenía por finalidad lanzar y propagar esa devoción. Dirigida por los jesuitas tenía tres sedes o centros: en la Casa Profesa de la Compañía, y en el primer y tercer monasterio de las Salesas Reales. Con la dirección del P. Rubio muy pronto crecieron las cuatro ramas: caballeros, señoras, niveles populares y niños. Llegó a tener más de 300 celadoras, 550 celadores y un grupo infantil de unos 3.400 entre los cuales se encontraban los mismos Infantes de la Casa Real. La Guardia de Honor tenía celebraciones todos los Primeros Viernes y el Primer Domingo de cada mes. Y en la víspera del Primer Viernes se tenía una Hora Santa con predicación del P. Rubio, y además un Retiro mensual en la Casa de Ejercicios de Chamartín. En estos cultos, la iglesia siempre estaba llena, particularmente en todo el mes junio, y más aún durante la novena de la fiesta del Sagrado Corazón. Además los socios de la Guardia de Honor trabajaban en el legalizar matrimonios y en establecer escuelas dominicales en los barrios más apartados. Asimismo se promovía la entronización del Sagrado Corazón, especialmente en casa de los pobres. Para coordinar todo esto la Guardia de Honor publicaba un Boletín propio, que escribía casi totalmente el P. Rubio. Este es el testimonio de uno que lo conoció bien: “Yo era el sacristán de la iglesia donde se celebraban con gran solemnidad las funciones de la Guardia de Honor. El día de la fiesta del Sagrado Corazón las comuniones en nuestra iglesia llegaban a 4.000, y era tal la muchedumbre que a veces el Siervo de Dios se subía al púlpito y suplicaba que los que habían ya comulgado, después de una breve acción de gracias, se saliesen para dar lugar a otros que querían entrar”.
Y al lado de Jesús, el P. Rubio sabía que debía estar la Virgen María. Y por eso su preocupación por la Obra de “Marías de los Sagrarios”. Esta obra no fue fundada por él, pero el P. Rubio intuyó la capacidad apostólica de ella. Al comienzo, las Marías celebraban sus actos litúrgicos en la capilla del tercer monasterio de las Salesas, pero más adelante fundaron una capilla propia, Betania. Allí iba casi todos los días el P. Rubio para rezar con ellas el Rosario y hacerles una exhortación. Bien pronto la asociación llegó a contar con 6.000 Marías que se dedicaban a ayudar espiritual y económicamente a los pueblos y aldeas. En cada uno de ellos las Marías se ocupaban de enseñar el catecismo y en casi todos se hacía la consagración del pueblo al Corazón de Jesús. Cuando el Siervo de Dios murió, la información recogida para los Procesos constató que había más de 230 pueblos que recibían esa ayuda.
Como la asociación de las Marías, con su dedicación a la Eucaristía, estaba integrada exclusivamente por señoras, el P. Rubio decidió fundar en Madrid, en 1917, la Obra de los Discípulos de San Juan, con actividades paralelas a las Marías, con la aprobación entusiasta del obispo de Madrid. La Obra tuvo un éxito inicial extraordinario, pero los enemigos de la Iglesia, especialmente masones y librepensadores, hicieron una campaña virulenta en su contra, tanto que la autoridad eclesiástica consideró más acertado suspender temporalmente las actividades.
No fue esta trilogía de obras, la guardia de Honor, las Marías de los Sagrarios y los Discípulos de San Juan, las únicas que crecieron bajo la dirección del P. Rubio. También las Conferencias de San Vicente, las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón, las Catequesis de los suburbios como Las Ventillas y Tetuán de las Victorias.
Muchos se preguntaron cuál era el secreto del P. José María Rubio para alcanzar ese éxito en los ministerios. Todos los testimonios en los Procesos señalaron que el secreto del éxito estaba en la oración, primeramente. El P. Rubio era un hombre que oraba mucho y de verdad. Señalaron también, su manera de predicar. El P. José María ciertamente no era un orador, pero hablaba con extraordinaria simplicidad, subyugaba, y sus palabras llegaban al fondo del alma. E indicaron que además de las predicaciones desde el púlpito, el Padre tenía otra palabra de Dios, la del consejo y el perdón, que comunicaba en el confesionario. Él dedicaba una larga porción de su tiempo a administrar este sacramento, y no sólo como remisión de pecados, sino como ayuda y progreso en la vida espiritual. Ante todo sabía escuchar. Y creía verdaderamente que para dialogar era necesario primero escuchar, y así lo hacía siempre, sin urgencia, dando todo el tiempo. Y esto requiere paciencia, humildad, tiempo, apertura, porque cada persona tiene un ritmo distinto. Algunos compañeros de su comunidad, ante este modo de ser, consideraban que el Padre Rubio tal vez era demasiado crédulo y bonachón, y que confundía los buenos propósitos con las realidades.
La dirección espiritual la ejerció también fuera del confesionario, y varias personas no sólo se consagraron a Dios, sino que también fundaron y dirigieron en la Iglesia Institutos de Perfección y vida religiosa que aún existen.
Ultimos días y muerte.
Los que lo conocían y trataron decían que el Padre Rubio jamás se cansaba, Y de hecho no existe una “historia clínica” de sus enfermedades. Solamente conocemos esa preocupación que tuvo don Joaquín Torres Asensio. De su vida en la Compañía sabemos que él nunca se dedicó a cuidar de su salud. Para él la salud era un instrumento al servicio de su sacerdocio. Él nunca decía nada, aunque a los ojos de otros apareciere como agotado.
En relación a su última enfermedad, el P. Puyal recuerda: “Estando yo a su lado, cooperando en sus Obras, observé que estaba mal, hasta el punto que los Superiores debieron ver algo grave, ya que decidieron enviarlo a Aranjuez, para que descansara y se repusiera. A mí me dijo: Voy a preparar todas mis cosas, porque me voy a Aranjuez y ya no vuelvo. Él presentía su muerte, y lo decía tranquilo, resignado y conforme.”
Esto sucedió tres días antes de su muerte. Aranjuez era la Casa de Noviciado de la Provincia de Toledo. El H. Enfermero declaró dos veces en el Proceso y dio detalles de un ataque repetido al corazón, de cómo rezó largamente en la Capilla antes de ir a su pieza y morir. Recibió la Unción con pleno conocimiento. Fue el 2 de mayo de 1929.
Apenas se supo la noticia mucha gente se trasladó de Madrid a Aranjuez. El funeral se hizo en el Salón de Actos, por no caber la gente en la Capilla del Noviciado. El entierro, en el cementerio propio del Noviciado.
Tras este sepelio en Aranjuez se realizaron en Madrid unos solemnes funerales en la iglesia de la Casa Profesa.
El Proceso de canonización.
La Investigación diocesana sobre la vida, virtudes y fama de santidad del Siervo de Dios comenzó en Madrid el 30 de abril de 1945. El 2 de mayo de 1960 se trasladaron sus restos a la nueva iglesia de la Casa Profesa.
El 6 de marzo de 1965 se inició un Proceso Apostólico que terminó, después de 62 sesiones el 11 de julio de 1968.
Fue beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985.
El mismo Juan Pablo II lo canonizó en Madrid, España, el 4 de mayo del 2003.



José María Rubio, presbítero de la Compañía de Jesús
José María Rubio Rubio y Peralta nació en Dalías (Almería) el día 22 de julio de 1864, el mayor de doce hermanos del matrimonio compuesto por don Francisco y doña Mercedes, campesinos. De él dijo su abuelo materno, don Eugenio: “Yo me moriré, pero el que viva verá que este niño será un hombre importante y que valdrá mucho para Dios”. En su pueblo natal acudió a la escuela y después de las clases le gustaba leer las vidas de santos. Con diez años un canónigo, José María, tío suyo, le hizo estudiar en un Instituto de Bachillerato en la capital pero, viendo que tenía vocación sacerdotal, lo envió al seminario diocesano de Almería. En 1879 se trasladó al seminario de San Cecilio en Granada, donde terminó los estudios filosóficos, los cuatro de teología y dos de derecho canónico, siendo alumno aventajado de otro canónigo, don Joaquín Torres, quien al pasar a Madrid, se llevó consigo a José María. En 1887 lo inscribió en el Seminario diocesano de la Inmaculada y de San Dámaso, de Madrid, que entonces estaba en la calle de La Pasa, y el 24 de septiembre de este mismo año fue ordenado sacerdote incardinado en esta diócesis. Celebró su primera Misa el 8 de octubre siguiente en la entonces catedral de San Isidro, en la capilla de la Virgen del Buen Consejo.
El 1 de noviembre de 1887 fue nombrado coadjutor de la parroquia de Chinchón (Madrid), donde en tan solo nueve meses ya empezó a tener fama de santo, mientras continuaba con dos cursos facultativos de Teología en el Seminario para obtener en 1888 la Licenciatura en Teología en Toledo. También allí obtuvo la Licenciatura en Derecho Canónico en 1897. Antes del amanecer ya estaba en la Iglesia orando y dedicaba largas horas a la catequesis de niños. Impresionaba a todos por su austeridad y pobreza y por su caridad con los más pobres.
El 24 de septiembre de 1889 fue trasladado de administrador parroquial a Estremera (Madrid) caracterizándose en su apostolado parroquial por compaginar su vida de oración con la atención a los pobres y enfermos, dando cuanto tenía a los demás. Se dejó convencer para presentarse a unas oposiciones de canónigo en Madrid, que perdió, y a consecuencia de eso fue nombrado profesor de Latín, Filosofía y Teología pastoral en el Seminario madrileño y por ello tuvo que trasladarse a la capital de España.
Fue nombrado notario del obispado y más tarde encargado del registro. Se le designó también capellán de las religiosas Bernardas y como tal permaneció durante trece años; este cargo le facilitaba entregarse a un intenso apostolado que sería la característica principal de toda su vida: atendía a muchísimas personas en el sacramento de la penitencia como excelente confesor, daba catequesis a niñas pobres, en las “escuelas dominicales”, se dedicaba a los “traperos”, “parados” y a los llamados “golfos” y a la vez dirigía continuamente tandas de ejercicios espirituales. Pasaba muchas noches en oración. Quienes le veían celebrar la Misa decían: “Parece que habla con alguien”. En 1904 peregrinó a Roma y Tierra Santa. Le impresionaron para siempre las dos visitas. De Roma, el Papa Pío X, las catacumbas y la tumbas de Pedro y Pablo y de Jerusalén, el Santo Sepulcro y el Calvario.
Siendo sacerdote diocesano secular, tenía una gran admiración por la Compañía de Jesús. Se llamaba a sí mismo “jesuita de afición”. Toda su vida se centraba en “cumplir la voluntad de Dios”. Y el 11 de octubre de 1906 entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Granada. Hizo sus primeros votos el 12 de octubre de 1908 y permaneció otro año en Granada para profundizar en sus estudios teológicos mientras a la vez predicaba misiones populares y daba tandas de ejercicios espirituales. Seguidamente trabajó en obras apostólicas en la residencia jesuítica de Sevilla, dirigiendo la Congregación mariana de jóvenes, la Comunión reparadora de los militares, el Apostolado de la Oración, las Conferencias de San Vicente de Paúl y una escuela vespertina para obreros. Atendía también el confesionario de la iglesia y la predicación a los miembros de la Adoración nocturna. Era exigente pero siempre con dulzura. “Se cazan más moscas con una gota de miel que con un barril de vinagre”, decía con gracia. En septiembre de ese año se trasladó a Manresa (Barcelona) para su “tercer año de probación” desde donde fue destinado a Madrid y aquí, el 2 de febrero de 1917 emitió sus votos perpetuos.
Desde entonces Madrid fue el campo de su intenso apostolado. Vivía en la residencia jesuítica de la calle de La Flor y era buscado y requerido por todo el mundo. Con sotana y roquete, la cabeza ligeramente inclinada, destellaba tal bondad que atraída sobrenaturalmente. Aunque no hablaba retóricamente como otros oradores, sin embargo sus sermones atraían a la gente y convencía porque vivía lo que predicaba. Repetía como lema: “Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace”. Organizó, predicó y atendió personalmente a distintas misiones populares en pueblos pequeños de Madrid. Vivió una temporada de escrúpulos pero eso no le impidió dedicarse a promover obras de apostolado que hicieran bien a cuanta más gente pudiera, por eso su fama de santidad era extraordinaria en todo el Madrid de su tiempo. Intentó fundar “los discípulos de San Juan” e incluso fue sometido a un registro policial acusado de crear un nuevo instituto religioso. Cuando los superiores le prohibieron esta actividad, lo aceptó de tan buena forma diciendo: “No busco más que cumplir la santísima voluntad de Dios”. Cuando le removieron de su cargo de Director de las Marías de los Sagrarios y de un Boletín del Sagrado Corazón, manifestó: “Debo ser tonto. No me cuesta obedecer”.
Mientras tanto, había que permanecer más de tres horas en la fila para confesarse con él. Atendía a todos por igual y por orden, lo mismo a marquesas que a pobres. Gozaba de dones místicos e incluso de gracias especiales sobrenaturales, como el don de profecía y de videncia. Comprobaron estar a la vez y a la misma hora en el confesionario y visitando a un enfermo. Escuchaba íntimamente llamadas de socorro a distancia y hasta el aviso de una madre fallecida para ir a atender a su hijo incrédulo. Un día de carnaval, un grupo de comparsa le había preparado una trampa, llamándolo a una casa de citas para administrar los últimos sacramentos a un enfermo. Uno de ellos, en la cama se hacía pasar por moribundo para que se rieran los demás y dar ocasión de fotografiar al Padre Rubio en esta ocasión “ridícula”. Al entrar él en el prostíbulo con intención de atender al enfermo, descubrió que estaba realmente muerto. Fue tal la impresión que dos de aquel grupo se hicieron religiosos poco después.
La VentillaEjerció su ministerio pastoral con una dimensión social en los suburbios más pobres de Madrid, singularmente en el de La Ventilla, donde los movimientos revolucionarios encendían a la clase obrera. Fundó escuelas, predicó la Palabra de Dios y fue formador de muchos cristianos que morirían mártires durante la persecución religiosa en España.
Su testamento, en una charla a las “Marías de los Sagrarios”, fue el de exhortar a realizar una “liga secreta” de personas que vivieran la perfección en medio del mundo, promoviendo así una forma de consagración que más tarde se concretaría en los institutos seculares. Presintió su propia muerte y hasta llegó a despedirse de sus amigos. A finales de abril de 1929, viéndolo debilitado por su intenso trabajo y por su dolorosa enfermedad, los superiores lo transfirieron al noviciado de Aranjuez para que reposara. Allí, después de haber roto por humildad sus apuntes espirituales, decía: “Señor, si quieres llevarme ahora, estoy preparado”. “Abandono, abandono”. A los tres días después de su llegada, el 2 de mayo de 1929, en una butaca dijo: “Ahora me voy” y expiró por una angina de pecho. En todo Madrid no se hablaba de otra cosa: “¡Ha muerto un santo!”. Miles de personas asistieron a su funeral y entierro. Sus restos fueron inhumados en el cementerio del mismo noviciado, pero en 1953 fueron trasladados a la nueva Casa Profesa de Madrid.
Fue beatificado en Roma por el Papa Juan Pablo II el 6 de octubre de 1985, sus reliquias están en una Casa de la Compañía, en el claustro junto a la iglesia parroquial del Sagrado Corazón y San Francisco de Borja, Maldonado, nº 1, y su memoria litúrgica se viene celebrando el 4 de mayo.
TEXTOS DEL PADRE JOSÉ MARÍA RUBIO, S.J.
 Mi deseo es santificarme donde y como el Señor disponga, y eso queréis también nuestra madre y vosotros. Por mi parte, estoy dispuesto a lo que él quiera de mí y nada más. Si me quiere en Madrid, bien; y si me quiere a vuestro lado, muy bien; y si me quisiera de otro modo de vida más perfecto y más seguro, pues muy bien.
 Lo mejor, lo más provechoso, lo más consolador será lo que Dios quiera, y a la hora de la muerte el mayor consuelo vuestro y mío será el pensamiento de haber cumplido la voluntad santísima de Dios...
 Yo no me muevo sino por cumplir lo que sea gusto de Dios.
 Es posible en este destierro comunicarse con Dios infinito... Yo sé que quien esto no creyere no lo verá por experiencia, porque es muy amigo de que no pongan tasa a sus obras.
 La verdadera unión se puede muy bien alcanzar con el favor de Nuestro Señor, si nosotros nos esforzamos en procurarla. Con no tener voluntad, sino atada con lo que fuere la voluntad de Dios.
 Contemplad la humanidad santa de Jesucristo y, mediante ella, subid a la divinidad. Meditad las virtudes de Jesucristo y desead practicarlas; y no sólo esto, sino trabajad para conseguirlas. Habréis vaciado primero el corazón y después os habréis llenado de Dios, y Dios obrará en vosotros maravillas.
 ¿Cómo vamos a poder pensar en otra cosa si, aunque no queramos, tropezaremos con Él en todo? ¿No ve que lo llena todo y en todo está trabajando por usted y por mí?
 Vivir la presencia de Dios como lámpara encendida.
 No fuerce la máquina. No admite violencias esta práctica (la de la oración) toda sobrenatural. Ha de ser obra de la gracia.
 Te encargo que siempre tengas como base de tu conducta el cumplir fielmente la ley de Dios y los mandamientos de la Santa Iglesia nuestra madre. Procura que en tu casa se rece en familia y que tus hijos vean a sus padres practicar la religión, no a medias, sino en todas las cosas. Es la mejor herencia que puedes dejarles. De todo lo mucho que nosotros debemos a nuestros padres, cuya vida conserve el Señor muchos años, el mayor beneficio ha sido educarnos cristianamente y Dios les premiará este bien que nos han hecho. Procurad rezar el Rosario a la Virgen y no olvides que quien a Dios tiene nada le falta, sin hacer caso de cómo piensan otros, pues bien sabes que hay muchas cabezas destornilladas.
 Éste es el camino en las horas amargas. ¿Qué hace el Divino Corazón en su aflicción y amargura? Retirarse a orar. Y añade: “Quedaos aquí vosotros y procurad orar conmigo, no os durmáis, estad vigilantes y haced oración aquí, como yo voy a hacerla en mayor soledad y recogimiento”. Apartado ya de ellos y solo por su Eterno Padre, se pone de rodillas y, como hombre, adora con profunda reverencia a la majestad de Dios Padre, y colocada la frente en el suelo, entra de lleno en la oración, prolongándola hasta una hora...
 Al final de la vida nos queda la santidad.

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