Me siento un náufrago espiritual
En este mar apático se nada y se nada, buscando una isla donde aferrarse, hasta que vemos a Dios a nuestro alrededor.
Si, a veces me siento como un náufrago nadando en un mar de incomprensión espiritual, tratando de encontrar aunque más no sea una isla pequeña donde descansar ¿A qué me refiero?
Rodeado de la vida mundana, no se advierte que los demás miren este mundo aunque no sea más que un poquito, con los ojos de Dios. Escucho hablar a la gente de cosas que suceden, y se advierte de inmediato la mano de Dios en ello. Pero, ¿cómo decirlo, si no hay peor sordo que el no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver? Miro a derecha, a izquierda, por delante y por detrás, y sólo veo gente que no tiene la más mínima voluntad de introducir a Dios en sus vidas. ¡Un verdadero mar de frialdad espiritual!. Miles de millones de almas viven totalmente ajenas a El. Mientras rezo en mi interior, y pienso en lo mal que se siente el Creador al ver semejante nivel de indiferencia, más y más me siento como un náufrago perdido en un mar de ignorancia y ceguera espiritual. Y ésta realidad me resulta visible en aquellos momentos en que, por Gracia de Dios, se abre mi corazón a ver la realidad con una mirada espiritual, porque el resto del tiempo entristezco al Señor con pensamientos y sentimientos del todo mundanos también.
En este mar apático se nada y se nada, buscando una isla donde aferrarse. Y esas islas aparecen, cuando cruzamos nuestro camino con alguien que ve a Dios en lo que ocurre a nuestro alrededor. ¡Y cómo nos aferramos a estas personas en esos momentos! Conversaciones vibrantes, plenas de amor a Dios, compartiendo tantas cosas que el mar-desierto espiritual que nos rodea ignora totalmente. Son momentos de descansar, de tomar fuerzas, de recordar que el Señor nunca nos deja desamparados. Y luego de gozar estos instantes de unión con esos hermanos en el amor a Jesús y María, a nadar nuevamente en el mar que nos rodea.
Creo que nuestra obligación, como hijos de Dios, es sobreponernos a éstas frustraciones del alma, y seguir luchando en medio de tan grande incomprensión. Debemos dar testimonio del amor por Dios, aunque nadie nos preste atención, a riesgo de que nos tomen por locos o aburridos, o pasados de moda, o el calificativo que sea. Imaginen que el pobre Jesús también nadó en este mar espiritual cuando vino a nosotros, y como siempre, la Palabra del Señor es el modelo de lo que debemos esperar de nuestras vidas, y también de cómo debemos reaccionar frente a la falta de amor del mundo.
Hoy nos sentimos náufragos, y también colaboramos con el naufragio general ante nuestra falta de amor por El. Pero, personalmente, creo que si cada uno de nosotros nada con fuerza en estas aguas, dando vigoroso testimonio del amor como único camino, se irán formando más y más islas a nuestro alrededor, hasta que se unan poco a poco.
Y esas islas, que son las almas de los que aman a Dios, unidas unas con otras formarán un continente espiritual, donde reine el Amor por nuestro Dios, donde se pueda pisar firme y confiado en tierras regadas por las lágrimas de quienes donaron sus vidas por el Salvador, a lo largo de los siglos.
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