Semblanza de San Juan Berchmans, cuya conmemoración se hace el día 13 de agosto en la Iglesia universal y el 26 de noviembre en la Compañía de Jesús. Este santo, juntamente con San Luis y San Estanislao, forma el glorioso tríptico de santos patronos jesuitas de la juventud.
Juan nació en Diest, de Flandes, y fue hijo de un artesano zapatero. Llamó primeramente la atención porque, siendo pequeñito, no lloró nunca ni dio chillidos molestos. Más tarde conservó esta apreciable cualidad de no molestar. Cuando se caía al suelo, tropezaba con una piedra o tenía algún dolor, apretaba los dientes, pero nunca se lamentaba. No podemos decir que la infancia de Juan Berchmans transcurriese sin pesares, pues a causa de la pobreza de sus padres las rebanadas de pan eran a veces muy finas.
A pesar de todas las penalidades, Juan y sus dos hermanos se fueron criando bien y lucían unas hermosas mejillas rojas, testimonio fehaciente de su buena salud. Tener suficiente es mejor que tener demasiado, y a buen hambre no hay pan duro, o, como dicen los alemanes, a quien está contento, los mendrugos le saben muy ricos, ya que a quien está triste aún un suculento platillo le sabe mal.
Hubo una circunstancia que vino a ensombrecer con profundo dolor la infancia de nuestro Juan. Su madre tenía continuos achaques y con mucha frecuencia debía guardar cama. Desde el lecho dirigía lo mejor que podía la economía doméstica. Juan se portaba en estas ocasiones como un excelente hijo y hacía todo lo que le encargaba su madre, aunque no eran pocos los encargos que recibía. Así pues, aprendió muy pronto a limpiar las habitaciones, encender la lumbre, hacer la comida y remendar los calcetines.
Tenía muy buena disposición y se daba mucha maña para todo. Desde luego, sacaba mucha ventaja a esos otros muchachos que, a los doce años de edad, todavía no saben ni coserse por sí mismos un botón. Nuestro Juan tenían inmensos deseos de estudiar para sacerdote.
Más, cuando habló a su padre del deseo de su corazón, éste le respondió: "Pero, Juan ¿no sabes tú que estudiar cuesta mucho más dinero del que yo puedo ganar?" Así dijo el padre, pero al ver la cara larga que ponía su hijo prosiguió: "Mira, Juan, en mi cinturón hay todavía dos agujeros que nunca he usado: lo estrecharé un poco más. ¡comienza, pues tus estudios!".
Era un padre admirable. El chico empezó a tomar lecciones de latín con un sacerdote, y más tarde asistió a un colegio de la ciudad de Malinas, en la Bélgica actual. Tuvo también la suerte de tener mesa franca en casa de un señor muy rico. Le costaba mucho aprender, pues sólo era de mediano talento, mas como a pesar de todo sacaba buenas notas, demostró que su aplicación no era nada corriente, pues la tenacidad en el estudio logra superar las mayores dificultades. Dicho colegio era de los jesuitas. Le gustaron mucho estos religiosos, pues eran personas que se entregaban decididamente a su ideal.
Como el joven estudiante se sintiese muy atraído hacia la nueva orden, con mucho gusto se le recibió en ella, y ahora Juan es una de las más hermosas joyas del santoral de la Compañía de Jesús. Tan solo cinco años escasos de vida religiosa tuvo Juan Berchmans -los dos primeros en Malinas, y los tres últimos en Roma-, pero este breve tiempo bastó para santificarle.
Se distinguió principalmente por su obediencia, por una obediencia sin ansiedades, pero también sin medias tintas. Una vez, por ejemplo, se dirigía en compañía de sus hermanos en religión a una finca de la orden para pasar un día de campo. En esa finca había muchos frutales cargados de frutas. Los superiores habían prohibido a los jóvenes que cogieran nada de los árboles. Pasaron junto a un nogal alrededor del cual había gran cantidad de nueces esparcidas por el viento. Inmediatamente uno de los estudiantes se llenó los bolsillos. Pero Juan no lo hizo, sino que dijo: "Oye, eso no está permitido". "¿Cómo que no está permitido? -repuso el otro-. Los superiores han prohibido únicamente coger nada de los árboles, pero no del suelo." A lo que contestó Juan "Sin embargo, yo no lo haría, pues las prohibiciones no hay que tomarlas a la letra, sino según su espíritu". Así de obediente era.
Con todo, Juan era un compañero muy alegre y dispuesto a ayudar a quien fuese, muy piadoso y especialmente devoto de la Santísima Virgen. Ella se llevó consigo al cielo a aquel hijo predilecto a la temprana edad de veintidós años.
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