Anécdotas del Santo Cura de Ars
Algunas anécdotas de la vida del patrono de los párrocos, san Juan María Vianney
Por causa de una intensa niebla la campiña San Juan M. Vianney no encontraba el pueblito de Ars donde el obispo le había asignado como párroco (Feb, 1818). Entonces el santo encuentra un niño llamado Antoine Givre a quien le dice: "Muéstrame el camino a Ars y yo te mostraré el camino al cielo".
Este monumento, que aparece en la imagen, está a muy corta distancia de Ars.
Son muchas las anécdotas de este santo sacerdote. Presentamos algunas de ellas:
El campesino y el Sagrario
Un campesino de Ars llevaba largo rato delante del Sagrario. Pasó más de una hora, y el reverendo Vianney se le acercó para preguntarle: ¿Qué haces aquí tanto tiempo? Y el buen hombre le contestó: Yo le miro, Él me mira. Nada más.
Vuestro marido se ha salvado
En otra ocasión, al entrar en la iglesia parroquial, vio a una mujer llorando. Se dirigió a ella e iluminado por Dios, le dijo: Vuestra oración, señora, ha sido oída. Vuestro marido se ha salvado. La mujer no salía de su asombro ante esas palabras, porque su marido no había sido practicante de la religión y su muerte fue repentina. El Cura de Ars añadió: Acordaos de que un mes antes de morir, cogió de su jardín la rosa más bella y os dijo: “Llévala a la imagen de la Virgen Santísima…” Ella no lo ha olvidado.
Libro malo
Cuenta el autor de un libro, sobre el Santo Cura de Ars:
En el prólogo, tuve la mala fortuna de trazar a grandes rasgos el cuadro de su vida y de presentarle como un modelo de virtud y de santidad. Al día siguiente, por la mañana me vio en la iglesia y me hizo seña de que le siguiera: su fisonomía revelaba una aflicción y una severidad extraordinarias. Entré con él en la sacristía. Cerró la puerta, y con decisión y derramando abundantes lágrimas, me dijo: “Amigo mío, no le creía capaz de escribir un libro malo".
- ¡Oh, señor Cura!...
- ¡Es un libro malo… un libro malo...! ¿Cuánto le ha costado a usted? Quiero pagarle en seguida su valor y después iremos a quemarlo.
- ¡Es un libro malo… un libro malo...! ¿Cuánto le ha costado a usted? Quiero pagarle en seguida su valor y después iremos a quemarlo.
Estupefacto, preguntábale yo dónde estaba la maldad del libro.
- Sí, sí… ¡Es un libro malo…, es un libro malo…!
- ¡Pero, dígame, si quiere, por qué…!
- Pues bien, por esto, ya que usted se empeña: porque habla de mí como de un hombre virtuoso, como de un santo, siendo así que soy el último de los sacerdotes.
- Sin embargo, señor Cura, he mostrado el libro a hombres ilustrados; el señor obispo ha revisado las pruebas; lo ha aprobado. No puede en modo alguno ser malo.
- ¡Pero, dígame, si quiere, por qué…!
- Pues bien, por esto, ya que usted se empeña: porque habla de mí como de un hombre virtuoso, como de un santo, siendo así que soy el último de los sacerdotes.
- Sin embargo, señor Cura, he mostrado el libro a hombres ilustrados; el señor obispo ha revisado las pruebas; lo ha aprobado. No puede en modo alguno ser malo.
Las lágrimas del Cura de Ars iban aumentando.
- Quite usted, me dijo, todo lo que a mí se refiere y será un buen libro.
Siéntese
Un día el Cura de Ars, sentado en su pequeña cátedra, catequizaba a una multitud de peregrinos. La gente estaba apretujada hasta el umbral de la iglesia, cuando llegó un pobre, cargado con sus alforjas y apoyado en dos muletas. Quería entrar, pero ¡imposible…! El señor Cura advirtió sus inútiles esfuerzos. De repente, el santo se levanta, pasa por entre la multitud, y atravesando las apretadas filas, lleva de la mano al mendigo. En toda la iglesia no queda libre ni un asiento. El Cura de Ars hace subir al hombre a la tarima y lo sienta en su sitio, desde el que daba su catequesis, y le dice: “¡Ea!” Y continúa hablando de pie…
Tal vez, sí...
Cuenta Juana-María Chanay: Le envié una mañana un par de zapatos forrados, enteramente nuevos. iCuál fue mi admiración al verle, por la tarde, con unos zapatos viejos, del todo inservibles! Me había olvidado de quitárselos de su cuarto.
- ¿Ha dado usted los otros?, le pregunté.
- Tal vez, sí, me respondió tranquilamente.
- Tal vez, sí, me respondió tranquilamente.
Portarse como los muertos
El Santo Cura de Ars contaba la siguiente anécdota:
“Un santo dijo un día a uno de sus religiosos:
- Ve al cementerio e injuria a los muertos.
El religioso obedeció, y al volver el santo le preguntó:
- ¿Qué han contestado?
- Nada.
- Pues bien, vuelve y haz de ellos grandes elogios.
- Nada.
- Pues bien, vuelve y haz de ellos grandes elogios.
El religioso obedeció de nuevo.
- ¿Qué han dicho esta vez?
- Nada tampoco.
- ¡Ea!, replicó el santo, tanto si te injurian, como si te alaban, pórtate como los muertos.”
- Nada tampoco.
- ¡Ea!, replicó el santo, tanto si te injurian, como si te alaban, pórtate como los muertos.”
Por si acaso...
En cierta ocasión le preguntan al Santo Cura de Ars:
- ¿Por qué se detiene tanto tiempo, después de la consagración, contemplando la sagrada Hostia?
Su respuesta no carece de ingenuidad y profunda humildad:
- Por si no tengo la dicha de contemplarlo en el Cielo.
Todo para Ella
Corría el año 1854, cerca de que la Iglesia proclamara el dogma de la Inmaculada Concepción... El Cura de Ars preparaba su parroquia para el solemne acontecimiento.
Cuenta la baronesa de Belvey:
“Algunos días antes de la proclamación de esta verdad de fe, oí cómo el siervo de Dios predicaba un sermón, en el cual recordaba con momentos de alegría, todo lo que había hecho por María Inmaculada.
Un escalofrío pasó por todo el auditorio cuando al terminar, exclamó:
- ¡Si para dar algo a la Santísima Virgen pudiese venderme, me vendería!”.
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