lunes, 1 de junio de 2015

1 de junio, día de San Justino

Hoy, 1 de junio, conmemoramos a San JUSTINO, Mártir.

SAN JUSTINO (¿103?-¿167?) nació en Flavia Neapolis, ciudad romana construida en el sitio de la antigua Siquem de Samaria, que corresponde a la actual Nablus, Jordania.

Hijo de padres paganos y ciudadanos imperiales de Roma, San Justino dedicó buena parte de su vida al estudio de los filósofos, sintiéndose especialmente atraído por el pensamiento de Platón y el de los seguidores del estoicismo.

San Justino llegó a la fe cristiana siendo ya un hombre maduro, al buscar a Dios a través de la filosofía y el razonamiento. Luego de estudiar las Sagradas Escrituras, voluntariamente se convirtió al cristianismo.

Es autor de dos Apologías, o sea defensas eruditas de los cristianos y de sus derechos a vivir en paz dentro del Imperio. Estas argumentaciones las dirigió al emperador Antonino Pío (reinó 138-161) para probar la santidad e inocencia de la fe cristiana y convencerlo de que detuviera las persecuciones.

Debido a una disputa con un rival, San Justino fue denunciado ante las autoridades del nuevo emperador, hijo y sucesor del anterior, Marco Aurelio Antonino (reinó 161-180). Al negarse a rendir sacrificio a los dioses romanos, San Justino fue decapitado.

SAN JUSTINO fue uno de los primeros pensadores que intentó conciliar el cristianismo con las ideas y valores del paganismo de Roma.



SAN JUSTINO

MÁRTIR





Memoria de san Justino, mártir, que, como filósofo que era, siguió íntegramente la auténtica sabiduría conocida en la verdad de Cristo, la cual confirmó con sus costumbres, enseñando lo que afirmaba y defendiéndola con sus escritos. Al presentar al emperador Marco Aurelio, en Roma, su Apología en favor de la religión cristiana, fue conducido ante el prefecto Rústico y, por confesar que era cristiano, fue condenado a la pena capital (c. 165) 

Etimológicamente: Justino = Aquel que obra con justicia, es de origen latino.

Filósofo cristiano y cristiano filósofo, como con razón fue definido, Justino (que nació a principios del siglo II en FIavia Neápolis—Nablus—, la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana) pertenece a ese gran número de pensadores que en todo período de la historia de la Iglesia han tratado de hacer una síntesis de la provisional sabiduría humana y de las inalterables afirmaciones de la revelación cristiana. El itinerario de su conversión a Cristo pasa a través de la experiencia estoica, pitagórica, aristotélica y neoplatónica. De aquí el desemboque casi inevitable, o mejor providencial, hacia la Verdad integral del cristianismo.

El mismo cuenta que, insatisfecho de las respuestas que le daban las diversas filosofías, se retiró a un lugar desierto, a orillas del mar, a meditar, y que un anciano al que le había confiado su desilusión le contestó que ninguna filosofía podía satisfacer al espíritu humano, porque la razón es incapaz por sí sola de garantizar la plena posesión de la verdad sin una ayuda divina.

Así fue como Justino descubrió el cristianismo a los treinta años; se convirtió en convencido predicador y, para proclamar al mundo este feliz descubrimiento, escribió sus dos Apologías. La primera se la dedicó en el año 150 al emperador Antonino Pío y al hijo Marco Aurelio, y también al Senado y al pueblo romano. Escribió otras obras, por lo menos unas ocho. Entre ellas la más importante es la titulada Diálogo con Trifón, y se la recuerda porque abre el camino a la polémica antijudaica en la literatura cristiana. Pero las dos Apologías siguen siendo el documento más importante, pues gracias a estos escritos sabemos cómo se explicaba el cristianismo en ese tiempo y cómo se celebraban los ritos litúrgicos, sobre todo la administración del bautismo y la celebración de la Eucaristía. Aquí no se encuentran argumentos filosóficos, sino testimonios conmovedores de vida en la primitiva comunidad cristiana, de la que Justino está feliz de pertenecer: “Yo, uno de ellos...”. Semejante afirmación podía costarle la vida. Y, en efecto, Justino pagó con la vida su pertenencia a la Iglesia.


Había ido a Roma, y allí fue denunciado por Crescencio, un filósofo con quien Justino había disputado mucho tiempo. El magistrado que lo juzgó, Rústico, también era un filósofo estoico, amigo y confidente de Marco Aurelio. Pero para el magistrado, Justino no era más que un cristiano, igual a sus compañeros, todos condenados a la decapitación por su fe en Cristo. Todavía hoy se conservan actas auténticas del martirio de Justino.

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