lunes, 23 de marzo de 2015

Cuatro claves para la Semana Santa de 2015



La Semana Santa de 2015, como la de siempre, llega a la Iglesia católica, y desde ella en invitación a toda la humanidad, como el tiempo de gracia excepcional de la memoria, celebración y actualización de la historia más grande jamás contada: la de un Dios, el Dios de los cristianos, que tanto amó y ama al mundo, que dio y sigue dando a su propio Hijo como propiciación, como redención, como sacramento universal de salvación y de misericordia. Y es precisamente mediante la liturgia de la Iglesia, en las bellísimas y tan ricas celebraciones correspondientes, donde y como mejor se pueden vivir y recibir las gracias, siempre renovadas, de la Semana Santa y del Triduo Pascual. Dicho de otro modo, si prescindimos, si no participamos, si no cuidamos las celebraciones litúrgicas de estos días santos, nos perdemos lo mejor de ellos, su esencia, su corazón, su principal don.
Desde esta primera clave, se inscribe y fundamenta la segunda. Nos referimos a la necesidad de seguir trabajando en pro de una Semana Santa sin dicotomías y en compatibilidad entre su esencial dimensión de celebración de la fe y la de manifestación pública de ella mediante las hermandades y las cofradías, tan notables y pujantes en buena parte de España. Como afirmó el cardenal Blázquez, en su pregón de la Semana Santa de Valladolid (ver página 8), sin identidad y sin raíz cristiana, con prevalencia y desmesura turística, cultural o folclórica, la Semana Santa deja de ser Semana Santa, que solo es Semana Santa cuando se aúnan tradición, piedad, belleza y antropología. Secularizar, del modo que sea, la Semana Santa supondría, tarde o temprano, su adulteración, trivialización y negación. De ahí, que nos sumemos, una vez más, a los esfuerzos que realiza nuestra Iglesia en este sector pastoral de cofradías y hermandades y religiosidad popular, que son un tesoro, pero que jamás deben ir por libre y ajenas a la celebración, a la vida y al sentir de la Iglesia.
         Una tercera clave, que también nos llega con cada Semana Santa, como bien se encarga de recordarnos la Custodia Franciscana en los Santos Lugares, es nuestra mirada orante y solidaria hacia los cristianos de la tierra de Jesús, hacia los cristianos de Oriente Medio. Y si desde hace años y décadas, la situación de estos hermanos es precaria, escasa, marginada y preocupante, en los últimos meses, como consecuencia de la irrupción del Estado Islámico y de la sempiterna conflictividad existente en Israel y Palestina, ahora todo se ha agravado dramáticamente. Solo la guerra en Gaza del pasado verano dejó más de 2.000 muertos, 11.000 heridos, 200.000 desplazados y más de 20.000 viviendas, hospitales y escuelas destruidas. Por lo que se refiere a la zona ocupada bárbaramente por el Estado Islámico, en el vecino sur de Siria y norte de Irak, más de 120.000 cristianos han sido despojados de sus propiedades, amenazados de muerte y torturados. Y ello sin que sepamos con precisión a cuantos el mantener su fe cristiana les ha podido costar la vida, como aconteció hace un mes, en Libia, con dos decenas de cristianos coptos.
“Continúa la pasión… en los cristianos de Oriente. Junto a ellos en su pasión” es el lema de la Jornada y Colecta Pontificia Pro Santos Lugares del próximo Viernes Santo (ver páginas 14 y 24 a 27). Una pasión que ha afectado también a catorce franciscanos de la Custodia y ha acabado con la vida de otros religiosos, especialmente en Siria, cuya devastadora guerra civil prosigue desde hace cuatro años. No podemos dejar solos a los cristianos de Oriente Medio. La Pasión continúa en ellos, y el resto de la comunidad cristiana no puede no menos que orar, ser solidaria y generosa con estos hermanos perseguidos.
         Por último, la Semana Santa de 2015 llega a la Iglesia en España bajo el signo de santa Teresa de Jesús, en el corazón de las celebraciones del quinto centenario de su nacimiento. Y una Semana Santa, como esta,  con Teresa, significa incrementar la vida interior personal y comunitaria de nuestros católicos, aprendiendo de quien es maestra y doctora de oración; redescubrir a Jesucristo y al misterio de su cruz salvadora como eje de nuestra vida; y experimentar y transmitir el don y el gozo de la pertenencia eclesial, compartiendo, con alegría, su misión evangelizadora.

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