martes, 8 de abril de 2014

Papa Francisco I: «El corazón del Evangelio es de los pobres»

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Papa Francisco I: «El corazón del Evangelio es de los pobres»
Entrevista al Papa Francisco por parte de unos jóvenes de Flandes, acompañados por el obispo de Gante, monseñor Lucas van Looy (31-3-2014)
Ellos forman parte de un grupo de jóvenes nacido durante la JMJ de Río de Janeiro, porque en Río quisieron comunicar también a los demás jóvenes flamencos lo que allí hicieron, y son un grupo de 12 –los demás están ahí fuera, por cierto–; han venido también con… 
¡Pero yo quiero saludarlos, a los demás, después, sí!
Entonces podemos organizarlo… Pues ellos hacen realmente este trabajo de entrar, de penetrar en los medios de comunicación como jóvenes, partiendo de su inspiración cristiana. También en este sentido quieren hacerle unas preguntas. Ella, en cambio, no es creyente –por lo tanto son, en total, cuatro de ese grupo–; ella no es creyente, pero también nos parecía importante [que participara], porque en Flandes somos una sociedad muy laica, y sabemos que tenemos un mensaje para todos. Por eso a ella le hacía mucha ilusión…
¡Me gusta! ¡Somos todos hermanos!
Verdaderamente, sí. La primera pregunta es: Gracias por aceptar nuestra petición, pero ¿por qué la ha atendido?
Cuando oigo que un joven o una joven tiene inquietud, siento que es mi deber servir a esos jóvenes, prestar servicio a esa inquietud, porque esa inquietud es como una semilla, y después seguirá adelante y producirá frutos. Y yo, en este momento, siento que con vosotros estoy prestando servicio a lo que, en este momento, es lo más valioso, que es vuestra inquietud.
[Un chico] Cada uno, en este mundo, intenta ser feliz. Pero nosotros nos hemos preguntado: ¿Usted es feliz? ¿Y por qué?
Absolutamente, absolutamente, soy feliz. Y soy feliz porque… no sé por qué… tal vez porque tengo un trabajo, no estoy en paro; tengo un trabajo, ¡un trabajo de pastor! Soy feliz porque he encontrado mi camino en la vida, y recorrer este camino me hace feliz. Y es también una felicidad tranquila, porque, a esta edad, no es la misma felicidad de un joven; hay diferencia: una cierta paz interior, una paz grande, una felicidad que llega también con la edad. Y también con un camino que siempre ha tenido problemas; ahora también hay problemas, pero esta felicidad no se va con los problemas, no: ve los problemas, sufre por ellos, pero después sigue adelante; hace algo por resolverlos y sigue adelante. Pero, en lo profundo del corazón, hay esa paz y esa felicidad. Para mí es una gracia de Dios, desde luego. Es una gracia. No un mérito propio.
[Un chico] De muchas maneras usted nos manifiesta su gran amor por los pobres y por las personas heridas. ¿Por qué esto es tan importante para usted?
Porque esto es el corazón del Evangelio. Yo soy creyente: creo en Dios, creo en Jesucristo y en su Evangelio, y el corazón del Evangelio es el anuncio a los pobres. Cuando lees las Bienaventuranzas, por ejemplo, o lees Mateo 25, ahí ves lo claro que es Jesús en esto. Este es el corazón del Evangelio. Y Jesús dice de sí mismo: «He venido a anunciar a los pobres la liberación, la salud, la gracia de Dios…». A los pobres. A los que necesitan salvación, a los que necesitan que la sociedad los acoja. Además, si lees el Evangelio, ves que Jesús tenía cierta preferencia por los marginados: los leprosos, las viudas, los niños huérfanos, los ciegos… las personas marginadas. Y también por los grandes pecadores… ¡y este es mi consuelo! ¡Sí, porque a él no lo espanta ni siquiera el pecado! ¡Cuando se encontró con una persona como Zaqueo, que era un ladrón, o como Mateo, que era un traidor a la patria por dinero, no se espantó! Los contempló y los eligió. Esa también es una pobreza: la pobreza del pecado. Para mí, el corazón del Evangelio es de los pobres. Hace dos meses, oí que una persona dijo, por esto de hablar de los pobres, por esta preferencia: «Este Papa es comunista». ¡No! Esta es una bandera del Evangelio, no del comunismo: ¡del Evangelio! Pero la pobreza sin ideología, la pobreza… Por eso creo que los pobres están en el centro del anuncio de Jesús. Basta con leerlo. El problema es que, después, esta actitud hacia los pobres algunas veces, en la historia, se ha ideologizado. No, no es así: la ideología es otra cosa. En cambio, en el Evangelio es así: es sencilla, muy sencilla. También en el Antiguo Testamento se ve esto. Por eso lo pongo en el centro, siempre.
[Una chica] Yo no creo en Dios, pero los gestos y los ideales de usted me inspiran. ¿Tal vez tiene usted un mensaje para todos nosotros: para los jóvenes cristianos, para las personas que no creen o tienen otro credo o creen de forma diferente?
Para mí, hay que buscar, en la manera de hablar, la autenticidad. Y para mí la autenticidad es esta: estoy hablando con unos hermanos. Somos todos hermanos. Creyentes, no creyentes, o de esta confesión religiosa o de la otra, judíos, musulmanes… somos todos hermanos. El hombre está en el centro de la historia, y esto para mí es muy importante: el hombre está en el centro. En este momento de la historia, el hombre ha sido arrojado del centro, se ha deslizado hacia la periferia, y en el centro –por lo menos en este momento– está el poder, el dinero. Y nosotros debemos trabajar por las personas, por el hombre y la mujer, que son la imagen de Dios. ¿Por qué los jóvenes? Porque los jóvenes –retomando lo que dije al principio– son la semilla que dará fruto a lo largo del camino. Pero también en relación con lo que ahora decía: en este mundo, en cuyo centro está el poder, el dinero, a los jóvenes se los expulsa. Se expulsa a los niños: no queremos niños, queremos menos niños, familias pequeñas; no se quieren niños. Se expulsa a los ancianos: muchos ancianos mueren debido a una eutanasia oculta, porque no se los cuida, y mueren. Y ahora se expulsa a los jóvenes. Pensad que en Italia, por ejemplo, el paro juvenil por debajo de los 25 años es casi del 50%; en España es del 60%, y en Andalucía, en el sur de España, casi del 70%. No sé cuál es la tasa de desempleo en Bélgica…
Algo inferior: entre el 5% y el 10%…
Es baja. Es baja, gracias a Dios. ¡Pero pensad lo que significa una generación de jóvenes que no tienen trabajo! Tú me dirás: «Pero pueden comer, porque la sociedad les da de comer». Sí, pero esto no es suficiente, porque no tienen la experiencia de la dignidad de llevar el pan a casa. Este es el momento de la «pasión de los jóvenes». Hemos entrado en una cultura del desecho: lo que no sirve para esta globalización, se desecha: ancianos, niños, jóvenes. Pero así se desecha el futuro de un pueblo, porque en los niños y jóvenes y en los ancianos está el futuro de un pueblo: en los niños y los jóvenes, porque llevarán adelante la historia; y en los ancianos, porque son los que tienen que darnos la memoria de un pueblo, de cómo ha sido el camino de un pueblo. Y si son desechados tendremos un grupo de gente sin fuerza, porque no tendrá tantos jóvenes y niños, y sin memoria. ¡Y esto es gravísimo! Por eso creo que tenemos que ayudar a los jóvenes para que puedan tener, en la sociedad, el papel necesario en este momento histórico difícil.
Pero usted ¿tiene un mensaje específico, muy concreto, para nosotros, para que –ojalá así sea– podamos inspirar a otras personas, como hace usted? ¿Incluso a personas no creyentes?
Has dicho una palabra muy importante: «concreto». Es una palabra importantísima, porque en la concreción de la vida uno sigue adelante: ¡solo con las ideas uno no sigue adelante! Esto es muy importante. Y creo que vosotros, los jóvenes, tenéis que seguir adelante en esta concreción de la vida. Muchas veces también con acciones relacionadas con las situaciones, porque hay que tomar esto, aquello… pero también con estrategias… Te diré una cosa. He hablado, para mi trabajo, también en Buenos Aires, con muchos jóvenes políticos, que vienen a saludarme. Y estoy contento porque ellos, ya sean de izquierdas, ya sean de derechas, hablan una nueva música, un nuevo estilo de política. Y esto a mí me da esperanza. Y creo que la juventud, en este momento, tiene que ir mar adentro y seguir adelante. ¡Que sean valientes! Esto a mí me da esperanza. No sé si he contestado: concreción en las acciones.
[Un chico] Cuando leo el periódico, cuando miro a mi alrededor, me pregunto si la raza humana es realmente capaz de cuidar de este mundo y de la propia raza humana. ¿Comparte usted esta duda? [Intérprete] Desechamos, como decía usted. ¿Alguna vez tiene usted también esta duda? ¿Este dudar y este preguntarse dónde está Dios en todo esto? 
Yo me hago dos preguntas, sobre esta cuestión: ¿Dónde está Dios y dónde está el hombre? Es la primera pregunta que, en el relato bíblico, Dios le hace al hombre: «Adán, ¿dónde estás?». Es la primera pregunta dirigida al hombre. Y yo también me pregunto, ahora: «Tú, hombre de este siglo XXI, ¿dónde estás?». Y esto me lleva a pensar también en la otra pregunta: «Tú, Dios, ¿dónde estás?». Cuando el hombre se encuentra a sí mismo, busca a Dios. Tal vez no logre encontrarlo, pero va por un camino de honradez, buscando verdad, por un camino de bondad y un camino de belleza. ¡Para mí, una persona joven que ame la verdad y la busque, que ame la bondad y sea buena, que sea una buena persona y busque y ame la belleza, va por un buen camino, y encontrará a Dios con toda seguridad! ¡Antes o después lo encontrará! Pero el camino es largo, y algunas personas no lo encuentran a lo largo de la vida. No lo encuentran de manera consciente. Pero son muy auténticos y honrados consigo mismos, tan buenos y tan amantes de la belleza, que al final tienen una personalidad muy madura, capaz de un encuentro con Dios, que es siempre una gracia. Porque el encuentro con Dios es una gracia. Nosotros podemos abrir camino… Algunos lo encuentran en las demás personas… Es un camino que hay que recorrer… Cada uno tiene que encontrarse con él personalmente. Uno no se encuentra con Dios de oídas, ni tiene que pagar para encontrar a Dios. Es un camino personal: debemos encontrarlo así. No sé si he respondido a tu pregunta…
Todos somos humanos y cometemos errores. ¿Qué le han enseñado a usted sus errores? 
Me he equivocado, me equivoco… ¡En la Biblia se dice, en el Libro de la Sabiduría, que el hombre más justo se equivoca siete veces al día! Quiere decir que todos nos equivocamos… Se dice que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en el mismo punto, porque no aprende enseguida de sus errores. Uno puede decir: «Yo no me he equivocado», pero no mejora; eso lo lleva a la vanidad, a la soberbia, al orgullo… Pienso que, también en mi vida, los errores han sido y son grandes maestros de vida. Grandes maestros: te enseñan mucho. También te humillan, porque uno puede sentirse un superhombre, una supermujer, pero después te equivocas, y eso te humilla y te pone en tu sitio. No puedo decir que he aprendido de todos mis errores: no; creo que de algunos no he aprendido, porque soy terco, y no resulta fácil aprender. Pero de muchos errores he aprendido, y esto me ha venido bien, me ha venido bien. Y también importa reconocer los errores: me he equivocado en esto, me he equivocado en lo otro, me equivoco en lo demás… Y también prestar atención para no volver al mismo error, al mismo pozo… Es una cosa buena el diálogo con los propios errores, porque estos te enseñan; y lo importante es que te ayudan a volverte un poco más humilde, y la humildad viene muy bien, muy bien a la gente, a nosotros; nos viene muy bien. No sé si era esta la respuesta…
[Intérprete] ¿Puede darnos un ejemplo concreto de cómo ha aprendido de una equivocación? Ella [la chica que lo ha preguntado] se atreve…
No, lo diré, lo he escrito en un libro, es público. Por ejemplo, en la conducción de la vida de la Iglesia. Yo fui nombrado superior muy joven, y cometí muchos errores con mi autoritarismo, por ejemplo. Era demasiado autoritario, a mis 36 años… Pero después aprendí que hay que dialogar, que hay que oír lo que piensan los demás… Pero no se aprende de una vez para siempre, no. El camino es largo. Este es un ejemplo concreto. Y yo aprendí, de mi actitud algo autoritaria como superior religioso, a encontrar la forma de no serlo tanto, o de ser más… ¡pero aún sigo equivocándome! ¿Está satisfecha? ¿Quiere atreverse a otra cosa?
[Una chica] Yo veo a Dios en los demás. Usted, ¿dónde ve a Dios?
Yo intento –¡intento!– encontrarlo en todas las circunstancias de la vida. Intento… Lo encuentro en la lectura de la Biblia; lo encuentro en la celebración de los sacramentos, en la oración, e incluso en el trabajo intento encontrarlo, en las personas, en las diferentes personas… Lo encuentro, sobre todo, en los enfermos: los enfermos me hacen bien, porque, cuando estoy con un enfermo, me pregunto: ¿Por qué él sí y yo no? Y lo encuentro en los presos: ¿Por qué este está preso, y yo no? Y hablo con Dios: «Siempre haces una injusticia: ¿por qué a este y a mí no?». Y encuentro a Dios en esto, pero siempre en un diálogo. A mí me hace bien intentar encontrarlo durante todo el día. No logro hacer esto, pero intento hacerlo: mantenerme en diálogo. No logro hacerlo exactamente así: los santos lo hacían bien, yo aún no… Pero este es el camino.
[Una muchacha] Como no creo en Dios, no logro entender cómo reza usted o por qué reza. ¿Puede explicarme cómo reza usted, como Pontífice, y por qué reza? Lo más concretamente posible…
¿Cómo rezo…? Muchas veces tomo la Biblia, leo un poco, después la dejo y dejo que el Señor me mire: esa es la idea más frecuente de mi oración. Dejo que él me mire. Y siento –pero no es sentimentalismo–, siento profundamente las cosas que el Señor me dice. Algunas veces no habla… nada, vacío, vacío, vacío… pero pacientemente me quedo ahí, y así rezo… Me quedo sentado, rezo sentado, porque me hace daño arrodillarme, y algunas veces me duermo en la oración… Es también una forma de rezar, como un hijo con el Padre, y esto es importante: me siento hijo con el Padre. ¿Y por qué rezo? ¿«Por qué» como causa o para qué personas rezo?
Ambas cosas…
Rezo porque lo necesito. Es algo que siento, que me impulsa, como si Dios me llamara para hablar. Esto es lo primero. Y rezo por las personas, cuando me encuentro con personas que me impresionan porque están enfermas o tienen problemas, o hay problemas que… por ejemplo, la guerra… Hoy he estado con el nuncio que está en Siria, y me ha mostrado fotografías… y estoy seguro de que esta tarde rezaré por eso, por aquella gente… Me han enseñado fotos de muertos de hambre, con los huesos así de… ¡En este tiempo –esto, yo no lo entiendo–, cuando tenemos lo necesario para dar de comer al mundo entero, que haya gente que muere se hambre, para mí es terrible! Y esto me impulsa a rezar precisamente por esa gente.
Yo tengo mis miedos. ¿De qué tiene miedo usted?
¡De mí mismo! Miedo… Mira; en el Evangelio, Jesús repite muchas veces: «¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo!». Lo dice muchas veces. ¿Y por qué? Porque sabe que el miedo es algo –diría yo– normal. Le tenemos miedo a la vida, tenemos miedo a los desafíos, le tenemos miedo a Dios…. Todos tenemos miedo, todos. Tú no tienes que preocuparte por tener miedo. Debes sentir esto, pero no tener miedo, y pensar además: «¿Por qué tengo miedo?». Y ante Dios y ante ti misma intentar aclarar la situación o pedir ayuda a otro. El miedo no es buen consejero, porque te aconseja mal. Te lleva por un camino que no es el correcto. Por eso Jesús decía tantas veces: «¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo!». Además, todos tenemos que conocernos a nosotros mismos: cada uno ha de conocerse a sí mismo y buscar cuál es la zona en la que podemos equivocarnos más, y tenerle algo de miedo a esa zona. Y es que hay un miedo malo y un miedo bueno. El miedo bueno es como la prudencia. Es una actitud prudente: «Mira, tú eres débil en esto, en aquello y en lo de más allá: sé prudente y no caigas». El miedo malo es ese al que tú te refieres, que en cierto sentido te anula, te aniquila. Te aniquila, no te deja hacer algo: ese es malo, y hay que desterrarlo.
[Intérprete] Ella [la chica] ha planteado esta pregunta porque algunas veces no resulta fácil –en Bélgica, por ejemplo– hablar de la propia fe. Como muchos no creen, esto era para ella una forma de decir: «Quiero plantear esta pregunta porque quiero también tener la fuerza de testimoniar…».
Muy bien; ahora entiendo el motivo de la pregunta. Testimoniar con sencillez. Porque si vas con tu fe como una bandera, como en las cruzadas, y vas para hacer proselitismo, eso no está bien. El camino mejor es el testimonio, pero humilde: «Yo soy así», con humildad, sin triunfalismo. Ese es otro pecado nuestro, otra mala actitud: el triunfalismo. Jesús no fue triunfalista, y también la historia nos enseña a no ser triunfalistas, porque los grandes triunfalistas fueron derrotados. El testimonio: eso es una llave, eso interpela. Yo lo doy con humildad, sin hacer proselitismo. Lo ofrezco. Es así. Y eso no da miedo. No vas a las cruzadas.
[Intérprete] Hay una última pregunta…
¿La última? La última siempre es terrible…
Nuestra última pregunta es: ¿Tiene una pregunta que hacernos?
No es original la pregunta que quiero haceros. La tomo del Evangelio. Pero creo que, tras haberos escuchado, tal vez sea la adecuada en este momento para vosotros. ¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta. ¿Dónde descansa tu corazón? ¿En qué tesoro descansa tu corazón? Porque donde esté tu tesoro, estará tu vida. El corazón está apegado al tesoro, a un tesoro que todos tenemos: el poder, el dinero, el orgullo, muchos… o la bondad, la belleza, las ganas de hacer el bien… Puede haber muchos tesoros… ¿Dónde está tu tesoro? Esta es la pregunta que haré, ¡pero tendréis que responderos vosotros mismos, solos! En casa…
Le harán llegar su contestación a través de una carta…
Entregádsela a vuestro obispo… ¡Gracias! ¡Gracias a vosotros, gracias! Y rezad por mí.

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