martes, 15 de abril de 2014

Nada necesitamos más que la Pascua



























La culminación de la Semana Santa es la Pascua, es la celebración de la resurrección de Jesucristo. Si extraordinaria fue su encarnación y natividad, si admirable su vida pública, si conmovedora fue su pasión y su muerte, lo decisivo, lo definitivo, es su resurrección. La resurrección, según la carne y ya en dimensión gloriosa y de eternidad, es el quicio de nuestra fe cristiana, es el arco de bóveda sobre el que se asienta todo el edificio de la Iglesia.
Y la gran verdad, la gran belleza y la gran esperanza de la Pascua es que Cristo ha muerto y ha resucitado precisamente porque hay miseria, hambre, enfermedades, guerra, violencias, odio, lejanía de Dios, apostasía y 
blasfemia de su santo nombre. Su resurrección no es una quimera, una ilusión, un sentimiento místico, un deseo, una imagen, un símbolo, una especulación. Su resurrección es un hecho histórico, verdadero, real. Es la esperanza contra toda y tantas desesperanzas.
¿Qué es, entonces, lo que más necesita nuestro mundo? ¿Qué es entonces lo más preciso para la humanidad presente y para la humanidad de todos los tiempos? ¿Qué es lo que más necesitamos y, en el fondo –tantas veces sin saberlo- anhelamos todos los seres humanos?: la Pascua. Pero ¿tiene algo que ver la Pascua con nuestros dolores, con nuestras urgencias, con nuestras necesidades, con nuestros deseos, sueños y anhelos?
Nuestro mundo necesita combatir el hambre y la injusticia, repartir bien la riqueza, distribuir con equidad los recursos más que suficientes de que disponemos, pero que, sin embargo, no llegan, ni mucho menos, a todos ni a casi todos. Nuestro mundo necesita encontrar la forma para superar la tan supurante y prolongada crisis económica, que nos atenaza, entristece y empobrece, y desenmascarar y extirpar sus causas y raíces y no volver a transitar sus caminos idolátricos y suicidas.
Nuestro mundo urge recuperar y ahondar en la verdad de valores fundamentales como el esfuerzo, la disciplina, la lealtad, la fidelidad, la amistad, la fraternidad, el respeto, la tolerancia, la honradez, la sinceridad, la solidaridad. Nuestro mundo ha de darse cuenta de que toda vida humana y de que la vida entera de todas las personas es sagrada y de que no existe la vida indolora, la vida solo para los útiles, los bellos, los productivos, los que cuentan y valen más tejas abajo. Nuestro mundo ha de promover el respeto, la tutela, la defensa y la promoción de todos los derechos humanos, empezando  por el derecho a la vida desde su concepción hasta su ocaso. Nuestro mundo ha de seguir empeñado y comprometido con el desarrollo técnico, científico, médico, sanitario para curar más enfermedades, sanar mejor las heridas, prolongar la vida, buscando una mayor calidad de vida.
Todo ello es necesario. Todo ello merece todos los esfuerzos, todos los afanes y todos los compromisos. Pero todo ello para ser verdadero y definitivo ha de nacer de la Pascua, ha de brotar del costado abierto por la lanza y herido por nuestro amor de Jesucristo crucificado y resucitado. Él es nuestra vida, nuestra alegría, nuestra paz, nuestra justicia, nuestro valor supremo, nuestra plenitud. Él es nuestro futuro, ya presente.
Y es que nada necesitamos más que la Pascua. La Pascua no nos aleja del llanto del hermano, ni del dolor propio, ni del esfuerzo por el bien, la bondad, la verdad, la justicia y la belleza. Todo lo contrario: la Pascua nos pone en camino hacia estas realidades. Porque la Pascua nos sitúa más y mejor en la realidad. No nos hace personas ausentes, lejanas, desencarnadas, espiritualistas. Nos hace personas cabales, realistas, conscientes de que Él, sí, lo hace todo nuevo y mejor y que, a su vez, a nosotros nos encomienda proseguir esta tarea. La Pascua no es enemiga del progreso, del bienestar, del desarrollo. Es su motor. La Pascua no llama al conformismo, sino al esfuerzo y al compromiso. La Pascua no nos deja ya instalados, precipitada y anticipadamente, en el cielo, sino que nos pone en camino hacia él. Cambia nuestros valores, sí.
La Pascua es la gran solidaridad. La Pascua es la brújula. La Pascua es la clave. La Pascua es la llave. La Pascua es la esperanza. Nada necesitamos más que la Pascua. Y por ello nada necesitamos más que volver a Dios, al Dios de Jesucristo, al Dios de la Pascua, al  Dios que se prolonga en la Iglesia.

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