Quien practica el método de la Lectio divina sabe que sus primeros momentos son la lectura meditativa y la reflexión sobre el contenido y el sentido de la Palabra de Dios, pero tras la lectura y la "meditación" (lectio y meditatio) vienen los pasos llamados oratio y contemplatio: oración y contemplación que llevan al encuentro profundo y transformante con Dios. Las ideas, las reflexiones, no son despreciables, pero sí hay que bajarlas al corazón. No es mala oración ni es perder el tiempo profundizar el significado de las palabras de Cristo y preguntarle qué quiere decirme hoy a mí. Pero si vamos más allá, es mejor: si ponemos el misterio en el altar del propio corazón, conocemos a Jesús de primera mano, con la ayuda del Espíritu Santo.
Primero encontramos a Cristo Maestro, luego a Cristo Amigo, finalmente a Cristo Esposo. Primero el conocimiento, luego el afecto, luego el amor.
Por ejemplo: para meditar en la pasión del Señor podemos leer una parte de la narración de la pasión en alguno de los evangelios (Mt 26-27; Mc 14-15; Lc 22-23; Jn 13-19) y plantear preguntas como: ¿qué sucede? ¿quién se entrega?, ¿cómo muere?, ¿cuándo?, ¿porqué?, ¿por quién?... Al escuchar las palabras del Maestro en la última cena y sobre la cruz, tratamos de entender lo que dice, observar su comportamiento y sacar lecciones...
Hecho esto tratamos de penetrar los sentimientos de Cristo mientras sube a Jerusalén, durante la última cena, en Getsemaní, cuando Pedro niega conocerle..., queremos dejarnos tocar por el sufrimiento de Cristo Amigo, sentir compasión, expresarle gratitud, darle amor y compañía.
Luego, mientras contemplamos la imagen de Cristo en la Cruz, llevamos el misterio de su pasión a nuestro corazón: busco recordar lo que hizo por mí, gustar la grandeza de su amor redentor. Tomar la mano de María al pie de la cruz, abrazarla, consolarla, mirar juntos a Jesús con un corazón agradecido.
Podemos pronunciar interiormente las palabras: Perdón, Señor, perdón. Hacerlo con calma, con un corazón profundamente dolido. Repetirlo 5-10 veces, y luego guardar silencio. No hacen falta reflexiones, ni palabras, basta estar allí, recibiendo amor y dando amor.
La sensibilidad, la inteligencia, la voluntad, se unifican todas en el corazón, acogiendo el misterio de manera simple y silenciosa en la sintonía de las virtudes teologales: «Aprenda el espiritual a estarse con advertencia amorosa en Dios, con sosiego de entendimiento, cuando no puede meditar, aunque le parezca que no hace nada; porque así, poco a poco y muy presto, se infundirá en su alma el divino sosiego y paz con admirables y subidas noticias de Dios, envueltas en divino amor». San Juan de la Cruz.
El Espíritu Santo, que es el Espíritu de amor, se encargará de hacer de aquel encuentro tuyo con Cristo crucificado un encuentro de amor: al pronunciar Jesús ese tremendo "Tengo sed", vendrá en busca tuya, afinará tu oído para que aprendas a escuchar, tocará las fibras más sensibles de tu corazón profundo y unirá los dos corazones en el Calvario. Entonces, tu presencia cercana y fiel junto Cristo Redentor, será el mejor alivio para la sed que le atormenta.
Eso es bajar las ideas al corazón.
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