martes, 24 de diciembre de 2013

Satán

   

rayo en la oscuridadHoy algunos imaginan al diablo como una figura mítica que personifica nuestros «demonios» interiores, o nuestros malos impulsos; incluso le hacen responsable del pecado. Pero qué nos dice la Escritura:

En el Antiguo Testamento

En hebreo, un satán es un adversario; en un proceso, es el acusador. Así Job es acusado ante Dios por el satán, que espía a los hombres para denunciarlos (Job 1,6-12), o bien, en una visión, este satán acusa al sumo sacerdote Josué, pero el ángel del Señor le dice: «Que el Señor te reduzca al silencio, Satán» (Zac 3,1-3).
Convertido en nombre propio, es el que se opone a Dios y desvía de él a los seres humanos (incluso en 1 Cr 21,1). Los judíos traducen su nombre al griego por diábolos, y lo identifican con la serpiente del Edén: «Mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sab 2,24).

En el Nuevo Testamento

Satanás es designado como el diablo, literalmente «el que divide», el que trata de romper las relaciones de los hombres entre sí y con Dios; el Malo, que hace el mal; el Acusador y el Adversario de los hombres. Se le dan aún algunos otros nombres más (Belcebú, Belial, Dragón, Maligno, Príncipe de este mundo, Serpiente).
Su acción maléfica es denunciada a través de diversas expresiones. Es el «tentador» de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11), pero también a través de Pedro: «¡Ponte detrás de mí, Satanás!» (Mt 16,23); es el «que divide», el que siembra la cizaña, la discordia (Mt 13,30; Rom 16,17.20); «el enemigo», el adversario (1 Pe 5,8); «el homicida» (Jn 8,44); el «seductor» (2 Tes 2,9-10); el «mentiroso y padre de la mentira», que huye de la verdad (Jn 8,44); «se disfraza de ángel de luz» (2 Cor 11,14) y trata de hacerse pasar por Dios.

El combate contra Satanás

El relato de las tentaciones de Jesús en el desierto expresa las tentaciones hechas por aquellos que esperan de él milagros*, una toma del poder político, pero sobre todo no la muerte; así Judas (Jn 6,70), los que pasan y los adversarios al pie de la cruz (Mc 15,29-32). Al anunciar la próxima llegada del reino* de Dios, Jesús anuncia también la derrota de Satanás (Lc 10,17-20). Desde sus tentaciones hasta la cruz, Jesús no cesa de librar un combate permanente contra Satanás y las fuerzas del mal, llamadas frecuentemente «demonios» y «espíritus impuros» (Mc 1,23-27); ellas tratan de dominar a los hombres para hacerlos cometer el mal.
Jesús pide a sus discípulos que luchen con él contra las fuerzas del mal. San Pablo precisa con qué armas librar esta batalla: verdad*, justicia*, fe y Palabra de Dios: éstos son los dones del Espíritu Santo (Ef 6,10-12) recibidos en los sacramentos y la oración.
El Apocalipsis* anuncia por adelantado la victoria final de Cristo sobre las fuerzas del mal y la destrucción definitiva de Satanás (Ap 20,10).

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