lunes, 23 de diciembre de 2013

Santidad

      

 


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En nuestro lenguaje corriente, «santo» es frecuentemente sinónimo de perfecto, de ejemplar: el santo es un modelo de virtud. En la Biblia, sólo Dios es santo; la santidad significa ante todo la pertenencia a Dios, la consagración. En el hombre, lo contrario de la santidad es el pecado*.

La santidad de Dios

«¿Quién como tú, sublime en santidad?» (Ex 15,11). La palabra «santo» (en hebreo qadós) procede del verbo qadás, «estar separado». Se aplica al mismo Dios, trascendente, Totalmente Otro: «Santo, santo, santo es el Señor, Dios omnipotente» (Is6,3). Puesto que el nombre de Dios, YHWH, es santo, no se le puede pronunciar; los judíos lo reemplazan por otros nombres (cf. Dios*). La santidad de Dios se manifiesta a través de sus acciones: libera, bendice*, tiene piedad, perdona*.

La santidad de Israel

En la Alianza contraída con Israel, Dios pide a su pueblo que se le parezca: «Sed santos, pues yo, el Señor, soy santo» (Lv 19,2). Para «santificarse», es decir, para estar en relación con Dios y acercarse a él, Israel ha recibido de él:
  • -la Ley* de santidad (Lv 17-26), que contiene las leyes sociales y cultuales que hacen vivir a Israel aparte y de manera diferente a los demás pueblos.
  • - El arca de la alianza, que significa la presencia del Dios santo en medio de su pueblo durante el éxodo (Ex 40,34-38). Después, David instala esta arca en Jerusalén (2 Sam 6); finalmente, Salomón construye el templo*, donde el arca es resguardada en el Santo de los santos (1 Re 8,6-13).
  • - El culto celebrado en el templo (ofrendas y sacrificios* cotidianos). El sábado y las fiestas son tiempos sagrados. La fiesta de Kippur, en particular, restablece cada año la consagración del pueblo a Dios, porque obtiene la absolución de los pecados (Lv16).
  • - El sacerdocio para el culto: sólo los descendientes de Aarón, hermano de Moisés, son «sacerdotes»* (en hebreo kohen; en griego hiereus).
Las reglas de pureza conciernen a la pureza ritual, y no a la moral. Exigidas para los sacerdotes que celebran el culto, después son extendidas a todo Israel. Éstas imponen límites precisos en torno a todo lo que hace impuro: la muerte* (y todo lo que ha tocado un muerto, ser humano o animal), la sangre que se derrama y los actos sexuales. Las estrictas reglas alimentarias impiden a los judíos comer con no judíos (ver comidas*).

En el Nuevo Testamento

Jesús es llamado a veces «el Santo de Dios» (Mc 1,24), el que es consagrado a Dios porque es el Mesías (Cristo)* y también su propio Hijo. En él habita el Espíritu* de Dios, el Espíritu «Santo», que le hace vivir sin cesar con el Padre (Lc 3,22; 4,1). Los bautizados, animados por este Espíritu, son santificados, consagrados a Dios por el sacrificio de Cristo (Jn 17,6-19); éstos forman «la Iglesia* santa e irreprochable» que él ha querido (Ef 5,25-27).
La conducta y la enseñanza de Jesús cambian las reglas judías. Con él, las reglas de pureza pierden su importancia, pues lo que vuelve al hombre impuro es solamente el mal que procede de su corazón, el pecado (Mt 15,10-20). Esto le permite frecuentar a gentes impuras: pecadores públicos, enfermos, leprosos, mujeres impuras, extranjeros, etc. La visión de Pedro en Jafa (Hch 10,12-15), y después su estancia en casa del centurión pagano Cornelio en Cesarea (Hch 10,28-29), permitirán la entrada de los paganos en las comunidades cristianas. En adelante, «ya no hay judío ni griego»: todos son llamados a acercarse a Dios (Gál 3,28).

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