Pregón para la Navidad 2013, por Jesús de las Heras Muela, en la iglesia parroquial de Santiago Apóstol de Guadalajara, viernes 20 de diciembre de 2013, 19:30 horas
El pasado domingo, el domingo Gaudete, el domingo de la alegría, el Papa Francisco concedió una nueva entrevista de prensa, en este caso al diario italiano turinés La Stampa y al portal en internet Vatican Inseder. En la primera parte de la entrevista, las preguntas y las respuestas giraron en torno a la Navidad, ya tan inminente.
A la luz de las palabras de Francisco y de algunos de sus muchos gestos –como las dos mil bolsas de caridad que estos días se distribuirán, de su parte, entre los pobres de Roma;- sus singulares pregones de Navidad, visitando hospitales y pediátricos o desayunando, el día de su 77 cumpleaños, el pasado martes, día 17 de diciembre, con mendigos…–, podemos encontrar referencias y exigencias para vivir adecuadamente este tiempo santo navideño.
1.- No hay Navidad sin oración, no hay Navidad sin eucaristía
La base de las propuestas de Francisco para la Navidad se cimenta en la oración y en la Palabra de Dios, esto es, en la experiencia espiritual, en la vida interior, sin las cuales, ciertamente, no habrá verdadera Navidad. Así, el Papa nos desvela sus largas vigilias de oración desde la medianoche al alba del día santo de la Natividad de Jesucristo. Desde estas claves, “Navidad es contemplar la visita de Dios a su pueblo”. Navidad es “el encuentro con Jesús, el encuentro”, el encuentro del Dios, que siempre nos busca y guía, con su pueblo. Un encuentro que ha de suscitar entre nosotros una gran consolación para todos. Y es que “Dios nunca da un don a quien no es capaz de recibirlo. Si nos ofrece el don de la Navidad es porque todos tenemos la capacidad para comprenderlo y recibirlo. Todos, desde el más santo hasta el más pecador”.
2.- Navidad es la explosión, el florecer de la ternura; no hay Navidad sin ternura
Esta visita de Dios en Jesucristo encarnado, esta consolación para todo su pueblo solo puede ser vivida y transmitida desde la ternura y la esperanza. “No tengáis miedo de la ternura”, reitera Francisco. A lo que hay que temer es a perder la esperanza, las entrañas de misericordia y la capacidad de amar, de abrazar, de acariciar. Si “Dios siempre abre las puertas, no las cierra nunca”, tarea del cristiano es también de vivir con las puertas abiertas a los demás y a los acontecimientos de la vida. La ternura de la Navidad se ha de traducir, pues, en afectuosidad, amabilidad, capacidad de escucha, de comprensión y de cercanía, en apertura del corazón, de la mente y de nuestros propios recursos humanos y materiales.
3.- Navidad es esperanza y luz; la luz y la esperanza de Dios; no hay Navidad sin Dios, en cuyas manos está nuestro futuro
Hace ahora dos años, el 7 de diciembre de 2011, al iluminar telemáticamente el árbol de Navidad más grande del mundo, situado en la localidad italiana de Gubbio, íntimamente relacionada con San Francisco de Asís, el creador, en tantas otras cosas, del Belén, el Papa Benedicto XVI expresó tres deseos. En el segundo de ellos, se refirió a que las luces decorativas de estas jornadas navideñas han de recordarnos que «también nosotros necesitamos una luz que ilumine el camino de nuestra vida y nos de esperanza, especialmente en esta época». Y «esa luz –prosiguió– es el Niño Dios que contemplamos en la Navidad santa, en un pobre y humilde pesebre, porque es el Señor que se acerca a cada uno de nosotros y pide que lo acojamos nuevamente en nuestra vida», que lo queramos, que confiemos en Él y «sintamos su presencia que nos acompaña, nos sostiene y nos ayuda».
La recuperación de Dios y recomenzarlo todo desde Dios, el poner a Dios en el lugar que le corresponde es, pues, la primera y definitiva clave y urgencia de esta Navidad, de todas las Navidades y toda la existencia humana. No hay Navidad sin Dios y tampoco hay salida verdadera de la crisis sin Dios. La auténtica causa de la actual crisis –es preciso decir y repetirlo y repetírnoslo a nosotros mismos– es de carácter moral, se halla también en el eclipse, en el olvido, en la apostasía –siquiera silenciosa- que de Dios ha querido proyectar nuestro envanecido y endiosado mundo.
Desde Dios, desde, en concreto, la pobreza y la humildad de la verdadera Navidad, será más fácil empezar de nuevo en la economía, en las finanzas, en el mundo y mercado laboral, en las relaciones sociales e interpersonales. Porque la pobreza, la humildad y la sencillez de la Navidad nos hablan y nos hacen entender mejor la verdadera pobreza de nuestro mundo. ¿La culpa de la crisis no la tiene el haber complicado hasta el extremo la vida y los modos y medios para vivir? ¿La culpa de la crisis no la tiene el haber vivido por encima de nuestras posibilidades y necesidades? ¿La culpa de la crisis no la tiene la insaciable avidez de riquezas materiales? ¿La culpa de la crisis no la tienen el egoísmo, la insolidaridad, la búsqueda narcisista y sin prejuicios del propio enriquecimiento? ¿La culpa de la crisis no la tiene el haber pensando que todo lo podíamos solucionar con nuestras propias y solas fuerzas, cálculos y estrategias? ¡Claro que sí: la culpa de la crisis la tiene el habernos creído como Dios y el haber vivido solo de y para nosotros mismos!
4.- La Navidad es pobreza, la Navidad es caridad; no hay Navidad sin caridad
Las anteriores afirmaciones nos han de llevar asimismo a sentir y a vivir la Navidad de la pobreza. La Natividad de Jesucristo fue en la pobreza. La Encarnación fue el ejercicio supremo y sublime de la pobreza de un Dios que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros. Nuestra Navidad será más Navidad en la medida en que sea pobre, sencilla, austera, y, sobre todo, solidaria. Y si Navidad es pobreza, que lo es, es también y radical y exigentemente caridad. No existe la Navidad sin la caridad. Navidad fue y es caridad. Y los cristianos no debemos vivir la Navidad sin prácticas y ejercicios concretos de caridad, que, ahora, en medio de la crisis que no cesa, encuentran tantos y tantos destinatarios.
Antes de encender el árbol de Navidad de Gubbio, Benedicto XVI expresó su tercer y último deseo: «Que cada uno de nosotros aporte algo de luz en los ambientes en que vive. Que cada uno sea una luz para quien tiene más próximo; que deje de lado el egoísmo que, tan a menudo, cierra el corazón y nos lleva a pensar sólo en uno mismo; que preste más atención a los demás, que los ame más». Porque cualquier pequeño gesto de amor a Dios, de bondad, de sencillez, de austeridad, de solidaridad «es como una luz de este gran árbol: junto con las otras luces ilumina la oscuridad de la noche, incluso de la noche más oscura».
5.- Navidad es alegría; la alegría del corazón, la alegría de la evangelización; no hay Navidad sin alegría y sin misión
Y la Navidad es, ante todo y sobre todo, alegría. “La Navidad es un anuncio de alegría”. Es la encarnación y la raíz de la alegría. “La Navidad es alegría, alegría religiosa, alegría de Dios, interior, de luz, de paz. Cuando no se tiene la capacidad o se está en una situación humana que no te permite comprender esta alegría, se vive la fiesta con alegría mundana. Pero entre la alegría profunda y la alegría mundana hay mucha diferencia”. Y a esa alegría, que es la alegría del Evangelio (“Evangelii gaudium”) y su dinamismo misionero, todos estamos llamados y todos hemos de encaminarnos.
Os he hablado, queridos amigos de la parroquia de Santiago de Guadalajara, os he contado y glosado dos de tres deseos del Papa al encender el árbol de Navidad más grande del mundo. Me queda uno, me queda el primero. «Mi primer deseo –afirmó el Papa- es que nuestra mirada de nuestra mente y de nuestro corazón no se limite solo a los horizontes de nuestro mundo, de nuestras cosas, de las realidades materiales, sino que también, como este mismo árbol, con sus 650 metros de alto y anchura de 350 metros, sepa elevarse, sepa tender a lo alto, sepa dirigirse a Dios, ¡Sí, a Dios, quien jamás nos olvida y quien quiere que tampoco nosotros nos olvidemos de Él!».
Esta mirada a Dios, queridos amigos, este saber elevar nuestra mente y nuestro corazón ahora en Navidad y siempre quiere decir, significa apostar por la verdad de la Navidad, por la Navidad del corazón.
Hace ya varios años –quizás ya más de dos décadas- que escuche una hermosa canción de Adviento y de Navidad, que se quedó grabada, y con la que ahora deseo concluir estas palabras, este pregón. Habla por sí sola. Dice así:
«A Belén se va y se viene por caminos de justicia/
y Dios nace en cada hombre que se acerca a los demás./
A Belén se va y se viene por caminos de alegría/
y Dios nace en cada hombre que se alegra con los demás.
A Belén se va y se viene por caminos de perdón/
y Dios nace en cada hombre que perdona a los demás./
A Belén se va y se por caminos de plegaria/
y Dios nace en cada hombre que reza/
y reza con y por los demás.
A Belén se va y se viene por caminos de amor/
y nace en cada hombre que ama a los demás».
¡Feliz Navidad, queridos amigos! La Navidad del corazón, la única Navidad. La Navidad de saber mirar y amar a Dios; la Navidad de saber mirar, amar y servir al prójimo, máxime mientras, en medio de la inclemencia, arrecian la crisis y la crisis.
Buenas tardes. ¡Feliz Navidad! Y no olvidéis cuál el camino que conduce a ella, a la Navidad. A Belén, al Belén que solo se va y se viene por caminos de justicia, alegría, perdón, plegaria, solidaridad y amor. ¡Feliz Navidad.
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