Los recuerdos nutren los afectos. Los afectos cultivan el amor. Traer al recuerdo a la persona amada es como echar leña al fuego.
Los afectos que suscitan los recuerdos nos permiten ser nosotros mismos la leña que se consume. En el trato con Dios nos ayudamos también de recuerdos y afectos para avivar la llama del amor. La llama es el Espíritu Santo. Lo que buscamos es la identificación con Él, arder con Él, que Él arda en nosotros; quemar madera, es decir: quemarnos dejándonos que nos queme. Los salmos son un gran medio para poner esto en práctica. Nos traen a la memoria el gran amor de Dios. Suscitan en nosotros afectos con los que le dirigimos nuestra oración.
Los salmos: plegaria de hombre y palabra de Dios, contienen abundantes expresiones que podemos apropiar: se identifican con nuestras circunstancias, necesidades y sentimientos, y nos ayudan a hacer propias las actitudes del salmista que agradan a Dios. Cristo mismo oró con los salmos.
Una de las formas de orar con los salmos es hacer una selección de frases, meditarlas y recordarlas durante el día. Es bueno hacer la propia selección. Para ello podemos tomar la Biblia, leer en orden todos los salmos e ir subrayando las frases que más nos gusten y ayuden. O bien, podemos tomar la liturgia de cada día, detenernos en el salmo e ir haciendo poco a poco la propia colección. Al final terminaremos con una lista de frases selectas que haremos materia de estudio y meditación, para que al recordarlas y pronunciarlas en el futuro, ejerzan una especial resonancia.
A modo de ejemplo, les ofrezco un elenco de invocaciones selectas de los salmos.
Señor, apiádate de mí. (Salmo 57)
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿quién me hará temblar?. (Salmo 27)
Acuérdate, Señor, que tu amor y tu ternura son eternos. (Salmo 25)
Busca en Dios tu alegría y Él te dará cuanto deseas. (Salmo 37)
Misericordia, Señor, hemos pecado. (Salmo 51)
Crea en mí, Señor, un corazón puro. (Salmo 51)
No me alejes, Señor, lejos de ti. (Salmo 51)
El Señor es fiel a su palabra. (Salmo 146)
Señor, que no seamos sordos a tu voz. (Salmo 95)
Señor, tú eres mi esperanza. ( Salmo 71)
El Señor es mi defensa. (Salmo 3)
Protégeme, Señor, porque te amo. (Salmo 86)
El corazón me dice que te busque. (Salmo 27)
No me abandones ni me dejes solo. (Salmo 27)
El Señor es mi pastor, nada me falta. (Salmo 23)
Nada temo porque tú estás conmigo. (Salmo 23)
Señor, tu amor perdura eternamente. (Salmo 138)
Qué agradable, Señor, es tu morada. (Salmo 84)
A quien en Él confía, Dios lo salva. (Salmo 37)
Tú eres, Señor, nuestro refugio. (Salmo 90)
Nuestra vida es tan breve como un sueño. (Salmo 90)
Se olvidaron del Dios que los salvó. (Salmo 106)
Abre mis ojos para ver las maravillas de tu voluntad.(Salmo 119)
Enséñame a cumplir tu voluntad. (Salmo 119)
Sufrir fue provechoso para mí. (Salmo 119)
Señor, que tu amor me consuele. (Salmo 119)
Tu amor, Señor, me conservó la vida. (Salmo 94)
El Señor ha mirado la tierra desde el cielo. (Salmo 102)
Cuando acudí al Señor me hizo caso. (Salmo 34)
Me libró de todos mis temores. (Salmo 34)
El Señor es compasivo y misericordioso. (Salmo 103)
Sáname, Señor, porque he pecado contra ti. (Salmo 41)
Apiádate de mí, Señor, te lo suplico. (Salmo 41)
Haz, Señor, que siempre te busque. (Salmo 19)
Descarga en el Señor lo que te agobia. (Salmo 55)
Que sólo viva, Señor, para alabarte. (Salmo 119)
La misericordia del Señor dura para siempre. (Salmo 103)
Nadie puede comprar su propia vida. (Salmo 49)
La vida del hombre es como la hierba. (Salmo 103)
En ti, Señor, están puestos mis ojos. (Salmo 141)
Sólo en Dios he puesto mi confianza. (Salmo 62)
Desahoga tu corazón en su presencia. (Salmo 62)
Dios salva al que cumple su voluntad. (Salmo 50)
Que tu amor venga pronto a socorrernos. (Salmo 79)
La palabra del Señor es sincera. (Salmo 33)
Él fue quien me hizo y somos suyos. (Salmo 100)
Señor, mi alma tiene sed de ti. (Salmo 63)
Señor, todo mi ser te añora. (Salmo 63)
Mejor es tu amor que la existencia. (Salmo 63)
Sálvame por tu misericordia. (Salmo 31)
Clamaste en la aflicción y te libré. (Salmo 81)
No tendrás otro Dios fuera de mí. (Salmo 81)
Tú eres mi Dios y en ti confío. (Salmo 91)
Tú me conoces y me amas. (Salmo 91)
Cuando me invoques, yo te escucharé. (Salmo 91)
En tus angustias estaré contigo. (Salmo 91)
A ti, Señor, levanto mi alma. (Salmo 25)
Tú conoces mi vida. (Salmo 119)
¿Cómo te pagaré todo el bien que me has hecho? (Salmo 115)
Propongo que cada uno haga ahora un ejercicio: elige las 5 que más te gusten, en las que encuentres mayor resonancia y que mejor respondan a tus propias necesidades. Anota a un lado en qué momentos o circunstancias frecuentes de tu vida podrías dirigirlas al Señor. Escríbelas, ponlas en uno o varios lugares visibles y apréndetelas de memoria. Y comienza ya desde ahora a orar con los salmos a lo largo de la jornada. Que el Espíritu Santo te conceda la gracia de vivir la experiencia de Su amor permitiendo que sea Él quien ore en ti.
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