domingo, 8 de diciembre de 2013

No te dejes vencer



Una pequeña oruga caminaba un día en dirección al sol. Muy cerca del camino se encontraba un saltamontes.

"¿Hacia donde te diriges?" - le preguntó -.

Sin dejar de caminar, la oruga contestó:


"Tuve un sueño anoche: soñé que desde la punta de la gran montaña yo miraba todo el valle. Me gustó lo que vi en mi sueño y he decidido realizarlo".

Sorprendido, el saltamontes dijo mientras su amigo se alejaba:

"¡Debes estar loco!, ¿cómo podrás llegar hasta aquel lugar?, ¿tú?, ¿una simple oruga? .... una piedra será una montaña, un pequeño charco un mar y cualquier tronco una barrera infranqueable"...
Pero el gusanito ya estaba lejos y no lo escuchó, su diminuto cuerpo no dejó de moverse.

De pronto se oyó la voz de un escarabajo preguntando hacia dónde se dirigía con tanto empeño. La oruga contó una vez más su sueño y el escarabajo no pudo soportar la risa, soltó la carcajada y dijo:

"Ni yo, con patas tan grandes, intentaría realizar algo tan ambicioso", y se quedó en el suelo tumbado de la risa mientras la oruga continuó su camino, habiendo avanzado ya unos cuantos centímetros.

Del mismo modo la araña, el topo y la rana le aconsejaron a nuestro amigo desistir: "¡No lo lograrás jamás!" le dijeron, pero en su interior había un impulso que lo obligaba a seguir. 

Ya agotado, sin fuerzas y a punto de morir, decidió parar a descansar y construir con su último esfuerzo un lugar donde pernoctar. "Estaré mejor", fue lo último que dijo y murió.


Todos los animales del valle fueron a mirar sus restos, ahí estaba el animal más loco del campo, había construido como su tumba un monumento a la insensatez, ahí estaba un duro refugio, digno de uno que murió por querer realizar un sueño irrealizable.

Esa mañana en la que el sol brillaba de una manera especial, todos los animales se congregaron en torno a aquello que se había convertido en una advertencia para los atrevidos. 



De pronto quedaron atónitos, aquella concha dura comenzó a quebrarse y con asombro vieron unos ojos y unas antenas que no podían ser las de la oruga que creían muerta, poco a poco, como para darles tiempo de reponerse del impacto, fueron saliendo las hermosas alas de mariposa de aquel impresionante ser que tenían en frente, el que realizaría su sueño, el sueño por el que había vivido, por el que había muerto y por el que había vuelto a vivir. Todos se habían equivocado......


“Aunque el camino sea largo y difícil, no te dejes vencer... si eres constante, tus sueños pueden convertirse en realidad.”

Dios nos ha creado para conseguir un ideal, vivamos por él, intentemos alcanzarlo, pongamos la vida en ello y si nos damos cuenta que no podemos, quizá necesitemos hacer un alto en el camino y experimentar un cambio radical en nuestras vidas y entonces, con nuevos bríos y con la gracia de Dios, lo lograremos, ya que Jesús nos ha dado el medio necesario para vivir lo que la oruga; el cursillo de cristiandad, en donde encontramos un nuevo ideal.

Tú que ya lo viviste, sabes a lo que me refiero, comparte tu experiencia invitando a más almas a vivir un cursillo.

"El éxito en la vida no se mide por lo que has logrado, sino por los obstáculos que has tenido que enfrentar en el camino".

Abrazos, besos y bendiciones



La nuera y su suegra


Hace mucho tiempo, una joven llamada Lili se casó y fue a vivir con el marido y la suegra. Después de algunos días, no se entendía con ella. Sus personalidades eran muy diferentes y Lili fue irritándose con sus hábitos y la suegra frecuentemente la criticaba.

Los meses pasaron y Lili y su suegra cada vez discutían más y peleaban. De acuerdo con una antigua tradición china, la nuera tiene que cuidar a la suegra y obedecerla en todo.

Lili, no soportando mas vivir con la suegra, decidió tomar una decisión y visitar a un amigo de su padre. Después de oírla, él tomo un paquete de hierbas y le dijo: “No deberás usarlas de una sola vez para liberarte de tu suegra, porque ello causaría sospechas. Deberás darle varias hierbas que Irán lentamente envenenándola. Cada dos días pondrás un poco de estas hierbas en su comida. Ahora, para tener certeza de que cuando ella muera nadie sospeche de ti, deberás tener mucho cuidado y actuar de manera muy amigable. No discutas, ayúdala a resolver sus problemas. Recuerda tienes que escucharme y seguir todas mis instrucciones”.

Lili respondió-“Si, haré todo lo que el señor me pida”. Lili quedo muy contenta, agradeció al Sr. Huang, y volvió muy apurada para comenzar el proyecto de asesinar a su suegra.

Pasaron las semanas y cada dos días, Lili servia una comida especialmente tratada para su suegra. Siempre recordaba lo que el Sr. Huang le había recomendado sobre evitar sospechas, y así controlo su temperamento, obedecía a la suegra y la trataba como si fuese su propia madre, con muchísimo amor.


Después de seis meses, la casa entera estaba completamente cambiada. Lili había controlado su temperamento y casi nunca la aborrecía. En esos meses, no había tenido ni una discusión con su suegra, que ahora parecía mucho mas amable y mas fácil de lidiar con ella. Las actitudes de la suegra también cambiaron y ambas pasaron a tratarse como madre e hija.

Un día Lili fue nuevamente en procura del Sr. Huang, para pedirle ayuda y le dijo: “Por favor ayúdeme a evitar que el veneno mate a mi suegra. Ella se ha transformado en una mujer agradable y la amo como si fuese mi madre. No quiero que ella muera por causa del veneno que le di”.

El Sr. Huang sonrió y señalo con la cabeza: “Lili no tienes por que preocuparte: Tu suegra no ha cambiado, la que cambio fuiste tu. Las hierbas que te di, eran vitaminas para mejorar su salud. El veneno estaba en su mente, en su actitud, pero fue echado fuera y sustituido por el amor que le diste a ella”.


En la China existe un adagio que dice:
“La persona que ama a los otros, también  será amada”.

La mayor parte de las veces recibiremos de las otras personas lo que les damos y por eso ten cuidado. Acuérdate siempre: “El plantar es opcional, pero la cosecha es obligatoria, por eso ten cuidado con lo que plantas”.

¿Podrás cambiar tu actitud con alguna persona que tenga algún parecido a la de esta Leyenda?
¡Inténtalo! Es por el bien de las dos.


No quiero morir sin auxilios


Durante la segunda guerra mundial en un hospital de Francia se encontraba gravemente herido un oficial alemán.

La religiosa encargada de los enfermos, alemana ella también, le dijo:
"Entiendo que usted es católico. Si permite le voy a hablar al sacerdote para que venga y lo confiese".

-No, no, dijo él. No llame a ningún padre. Yo no quiero confesarme.

-Pero usted está muy grave. Perdóneme si le hablo con franqueza, pero es que nos han sucedido ya casos de enfermos que se nos murieron sin auxilios.

-¿Qué le importa a usted si yo me muero sin auxilios? Ya le he dicho que no quiero confesarme.

-Pues entonces empezaré a pedirle a Dios que le toque el corazón. Esto no me lo puede impedir.

-Rece, rece, pero le aseguro que se cansará pronto, porque eso de confesarme, nunca.

-No me cansaré, dijo ella. Fíjese que hace 16 años que yo estoy orando por la conversión de una persona y después de 16 años todavía no me he cansado de pedir.            

-Se tratará de una persona que le es muy querida, dijo el oficial, será alguno de sus hermanos o su padre.

-No, dijo la religiosa. Ni siquiera conozco a esa persona.

Pero hace muchos años, antes que yo entrara en el convento, mi madre trabajaba como sirvienta en casa de una condesa alemana. La condesa le pidió a mi madre que rezara mucho por la conversión de un hijo de ella que había abandonado la práctica de la religión y se había alejado de Dios.

Mi madre empezó a orar y me dijo a mí que hiciera lo mismo. Luego yo entré en el convento y no
he dejado de rezar por el hijo de la condesa alemana. Últimamente he tenido noticias de que él anda en la guerra y he empezado a pedirle a Dios con más fervor porque pienso que se ha de encontrar entre muchos peligros. Lo mismo están haciendo las otras religiosas aquí en el hospital.

El oficial estaba escuchando ahora con gran interés y por fin le preguntó: "Oiga, hermana, ¿su madre se llama Beatriz?"

-¿Cómo sabe usted el nombre de mi madre?

-Es que yo soy el hijo de la condesa alemana. Llámeme inmediatamente al sacerdote; me quiero confesar. No quiero morir sin auxilios y darle esta pena a usted que ha estado rezando por mi conversión durante 16 años.

Catequesis en Cuentos y Anécdotas

Dios, hasta en el último minuto de tu vida, te da la oportunidad de elegir el cielo...Está en ti aceptarlo o rechazarlo...


Saber elegir


Saber elegir es una de las claves de una vida bien vivida y, por lo mismo, de la felicidad que todos anhelamos.

Dios nos dio el inmenso poder de elección y nuestra vida depende de las decisiones que tomemos.

También la indecisión es una decisión. El indeciso elige no decidir y sufre las consecuencias de su incertidumbre o sus temores.

El gran motivador Og Mandino dedica una buena parte de su fascinante libro El Milagro más grande del mundo al poder de elección.

A todos nos conviene practicar la ley del éxito que él expresa así: Usa sabiamente tu poder de elección.

En efecto, la libertad sólo nos dignifica cuando la sabiduría ilumina nuestras decisiones según el bien y la verdad.

Para saber elegir es necesario orar, pedir a Dios discernimiento, contar con buenos amigos y con buenos guías y actuar con humildad.

Saber elegir implica saber meditar, actuar con rectitud, dejarse guiar por el amor y tener atrevimiento. Saber elegir es armonizar libertad y responsabilidad.

Saber elegir es saber vivir.

Abrazos, besos y bendiciones




Palanca


Señor, tu que concedes el don de la vida y el amor, te pedimos por los que aún no han recibido en su corazón la Buena Nueva.

Esperando en ti, queremos encomendarte a todas las almas que  has elegido para que vivan el cursillo #___ de __________________ 
de la ciudad de __________________

Señor, derrama en ellos tu Gracia abundantemente, en sus familias, en sus trabajos y en sus necesidades, protégelos, guíalos y guárdalos de todo mal.

También te pedimos muy especialmente por nuestros dirigentes y sacerdotes.

Concede Señor, el que estén unidos en las contrariedades, en las dificultades, tener esperanza.

Estar alegres en el sufrimiento, ser fuertes y vencer en la tentación, ser dóciles a tu Espíritu.

Todo para que se realice tu obra según tu voluntad.

Por la comunidad orante, escucha y acoge nuestras oraciones.

Por tu bondad, tu misericordia y tu gran amor, te damos gracias por todo cuanto nos concedes.

Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


Abrazos, besos y bendiciones

Beneficios de rezar el Santo Rosario


Elena, convertida por el rosario

Refiere el P. Bovio que había una prostituta llamada Elena; habiendo entrado en la Iglesia, oyó casualmente una predicación sobre el rosario; al salir se compró uno, pero lo llevaba escondido para que no se lo viesen. Comenzó a rezarlo y, aunque lo rezaba sin devoción, la santísima Virgen le otorgó tales consolaciones y dulzuras al recitarlo, que ya no podía dejar de rezarlo. Con esto concibió tal horror a su mala vida, que no podía encontrar reposo, por lo cual se sintió impelida a buscar un confesor; y se confesó con tanta contrición, que éste quedó asombrado.

Hecha la confesión, fue inmediatamente al altar de la santísima Virgen para dar gracias a su abogada. Allí rezó el rosario; y la Madre de Dios le habló así: "Elena, basta de ofender a Dios y a mí; de hoy en adelante cambia de vida, que yo te prometo colmarte de gracias". La pobre pecadora, toda confusa, le respondió: "Virgen santísima, es cierto que hasta ahora he sido una malvada, pero tú, que todo lo puedes, ayúdame, a la vez que yo me consagro a ti; y quiero emplear la vida que me queda en hacer penitencia de mis pecados".

Con la ayuda de María, Elena distribuyó sus riquezas entre los pobres y se entregó a rigurosas penitencias. Se veía combatida de terribles tentaciones, pero ella no hacía otra cosa que encomendarse a la Madre de Dios, y así siempre quedaba victoriosa. 

Llegó a obtener gracias extraordinarias, revelaciones y profecías. Por fin, antes de su muerte, de cuya proximidad le avisó María santísima, vino la misma Virgen con su Hijo a visitarla. Y al morir fue vista el alma de esta convertida volar al cielo en forma de bellísima paloma.



ORACIÓN POR LOS MÉRITOS DE JESÚS

¡María, Madre de Dios y mi esperanza! Mira a tus pies a un pobre pecador que implora tu clemencia. Tú eres llamada por toda la Iglesia, y por todos los fieles proclamada, el refugio de los pecadores. Tú eres mi refugio y tú me has de salvar.

Bien sabes cuánto desea tu Hijo salvarnos. Sabes lo que sufrió por salvarme. Te presento, Madre mía, los sufrimientos de Jesús; e l frío de la gruta y la huída a Egipto; las fatigas y sudores que padeció; la sangre que derramó y los dolores que sufrió pendiente de la cruz ante tus ojos. Dame a conocer cómo amas a tu Hijo mientras, por amor a tu Hijo, te ruego que me ayudes. Dale la mano a un caído que pide piedad.

Si yo fuera santo no necesitaría misericordia, pero porque soy pecador recurro a ti que eres la madre de la misericordia. Yo sé que tu piadoso corazón encuentra su consuelo en socorrer a los perdidos cuando no son obstinados.
Consuela hoy tu corazón piadoso y consuélame a mí, ya que tienes ocasión de salvarme.

Me pongo en tus manos; dime qué he de hacer y dame fuerzas para cumplirlo, al tiempo que propongo hacer todo lo posible para recobrar la gracia de Dios. Me refugio bajo tu manto. Jesús quiere que yo recurra a ti, que eres su Madre, para que por tu gloria y su gloria no sólo su sangre, sino también sus plegarias, me ayuden a salvarme. 

Él me manda a ti para que me socorras.

Heme aquí, María; a ti recurro y en ti confío. Tú que ruegas por tantos otros, ruega y di una palabra en mi favor. Di a Dios que quieres que me salve, que Dios ciertamente me salvará. Dile que soy tuyo, nada más te pido.

Tomado del libro "Las Glorias de María" de San Alfonso María de Ligorio


Entre tantos problemas...


¿Cómo celebrar la Navidad?

Hay que recordar que en la primera Navidad todo salió mal. La Virgen y San José estaban llenos de graves problemas. Estaban lejos de su hogar, no encontraron lugar y tuvieron que irse a un establo, entre animales. Allí todo era frío, oscuridad, abandono....

Todo parecía salir mal pero todo salió bien. Porque nació el Niño Dios.
La Virgen y José no se dejaron vencer por los problemas. Pusieron su corazón en El y solo en El. No fue fácil, pero triunfó el amor sobre las mayores pruebas. Nada ni nadie los pudo separar del amor de Dios que se hizo vida entre ellos.
Benditos los que se abren para ver mas allá de los problemas y reciben la Palabra que se hizo carne.

En ella (La Palabra) estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.  (Juan 1,4-5).

Solo los pobres de espíritu pueden apreciar la Navidad y responder al Niño Dios como los pastorcitos, que al no tener nada, le dan lo único que El quiere: el corazón.  Ellos vieron y se unieron a los ángeles que no se dejan seducir por las cosas del mundo.

En la Navidad hay que poner todos los problemas a los pies del Niño con Su Madre. No para pretender que no existen, sino porque ante el gozo de tener a Jesús cobramos una nueva perspectiva de las cosas.

Ningún problema nos puede impedir amar a Jesús, hacerle actos de amor por medio del nuestros hermanos, especialmente los pobres. Lo que hagamos a los mas pequeños, se lo hacemos al Niño Dios.



"oh maravilloso intercambio".  Dios asume nuestra naturaleza humana, nosotros recibimos la gracia divina que nos eleva a participar de Su divinidad.

¡Feliz Navidad!

QUIENES RECEN EL ROSARIO

1.- El que me sirva, rezando diariamente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.

2.- Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.

3.- El Rosario será un fortísimo escudo de defensa contra el infierno, destruirá los vicios, librará de los pecados y exterminará las herejías.

4.- El Rosario hará germinar las virtudes y también hará que sus devotos obtengan la misericordia divina; sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo al amor por Dios y los elevará a desear las cosas celestiales y eternas. ¡Cuántas almas por este medio se santificarán!.

5.- El alma que se encomiende por el Rosario no perecerá.


6.- El que con devoción rezare mi Rosario, considerando misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá muerte desgraciada; se convertirá, si es pecador; perseverará en la gracias, si es justo, y en todo caso será admitido a la vida eterna.

7.- Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin auxilios de la Iglesia.

8.- Quiero que todos los devotos de mi Rosario tenga en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia, y sean partícipes de los méritos de los bienaventurados.

9.- Libraré pronto del purgatorio a las almas devotas del Rosario.

10.- Los hijos verdaderos de mi Rosario gozarán en el cielo una gloria singular.

11.- Todo lo que se me pidiere por medio del Rosario se alcanzará prontamente.

12.- Socorreré en todas sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.

13.- Todos los que recen el Rosario tendrán por hermanos en la vida y en la muerte a los bienaventurados del cielo.

14.- Los que rezan mi Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.

15.- La devoción al santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación a la gloria.

La tradición atribuye al beato Alan de la Roche (1428 aprox. - 1475) de la orden de los dominicos el origen de estas promesas hechas por la virgen María. Es mérito suyo el haber restablecido la devoción al santo rosario enseñada por Santo Domingo apenas un siglo antes y olvidada tras su muerte.


Ser de altura...


“ALTURA CRISTIANA”
Fuente desconocida

“Solamente procuren que su vida este a la altura del Evangelio de Cristo “(Filipenses 1,27)
Hace unos días una mujer, al escucharme hablar en reiteradas ocasiones acerca de Dios, me pregunto:
¿A que religión pertenece?

Al momento quise responder tradicionalmente, pero luego al recordar el versículo 27 del capitulo 1 de filipenses respondí:
¡Pertenezco a Cristo!  Mi nombre es cristiano le dije y luego con más convicción añadí:

Mi nombre es Cristiano y mi apellido es Católico,  porque pertenezco a la iglesia que Cristo fundo.

Pertenecer a Cristo, ser Católico implica una gran responsabilidad, demanda una lucha diaria por ser testimonio, ser Luz , al ser bautizados en la iglesia de Cristo estamos comprometidos en  ser Cartas de Cristo,  escrita no con tinta, sino con el Espíritu  del Dios vivo; carta no grabada en tablas de piedra sino en corazones humanos (2 Corintios 3,3)

El apóstol Pablo nos exhorta, a hacer algo que en la actualidad es primordial, es esencial, toda nuestra vida tiene que estar a LA ALTURA DEL EVANGELIO DE CRISTO,  o como dice otro pasaje bíblico:  “Todo lo que puedan decir o hacer, háganlo en el nombre del Señor Jesús” (Colosenses 3,17)
¿Estoy viviendo a la altura del evangelio de Cristo?
¿Mis pensamientos?  ¿Mi modo de hablar?  ¿Mis acciones? Estarán de acuerdo con las exigencias del Maestro.

Se cuenta que un soldado del ejército de Alejandro el Grande era acusado a menudo de mala conducta hasta que, un día, el  general Griego le reprendió por su comportamiento desordenado. Cuando Alejandro el Grande le pregunto su nombre, la voz temblorosa del soldado contesto: “mi nombre es Alejandro”.  Entonces el General volvió a preguntarle:
¿Cómo te llamas?  Se repitió la respuesta de parte del soldado de mala conducta que dijo: “Mi nombre es Alejandro”  Entonces Alejandro el Grande le grito: “Pues o te cambias el nombre, o cambias tu forma de vivir”.

Si decimos llamarnos cristianos, si decimos que somos católicos, pues es hora de tomar una decisión:

Cambiamos nuestra forma de vivir, cambiamos nuestra manera de actuar, vivimos a la altura del evangelio  o por lo contrario simplemente cambiémonos el nombre…

Oración:
               Señor Jesucristo, hago esta plegaria por que reconozco que muchas veces he actuado en forma contraria a tu palabra, mis acciones y mis actos  han estado envueltos de oscuridad,  Hoy al escuchar tu palabra, me decido por cambiar de vida, cambiar de actitud, Señor hoy te digo ¡QUIERO VIVIR DE ACUERDO A TU PALABRA!
Quiero ser evangelio viviente,  estoy dispuesta a vivir a la altura de la Buena Nueva. Amén

Abrazos, besos y bendiciones


Nican Mopohua

Nican Mopohua


(Texto original de las apariciones de la Virgen de Guadalupe a San Juan Diego)
Relato de las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

En orden y concierto se refiere aquí de qué maravillosa manera se apareció poco ha la siempre Virgen María, Madre de Dios, Nuestra Reina, en el Tepeyac, que se nombra Guadalupe.

Primero se dejó ver de un pobre indio llamado Juan Diego; y después se apareció su preciosa imagen delante del nuevo obispo don fray Juan de Zumárraga. También (se cuentan) todos los milagros que ha hecho.

PRIMERA APARICIÓN

Diez años después de tomada la ciudad de México se suspendió la guerra y hubo paz entre los pueblos, así como empezó a brotar la fe, el conocimiento del verdadero Dios, por quien se vive. A la sazón, en el año de mil quinientos treinta y uno, a pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un pobre indio, de nombre Juan Diego según se dice, natural de Cuautitlán. Tocante a las cosas espirituales aún todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, y venía en pos del culto divino y de sus mandados. al llegar junto al cerrillo llamado Tepeyácac amanecía y oyó cantar arriba del cerrillo: semejaba canto de varios pájaros preciosos; callaban a ratos las voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto, muy suave y deleitosos, sobrepujaba al del COYOLTOTOTL y del TZINIZCAN y de otros pájaros lindos que cantan.


Se paró Juan Diego a ver y dijo para sí: "¿Por ventura soy digno de lo que oigo? ¿Quizás sueño? ¿Me levanto de dormir? ¿Dónde estoy? ¿Acaso en el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores? ¿Acaso ya en el cielo?"

Estaba viendo hacia el oriente, arriba del cerrillo de donde procedía el precioso canto celestial y así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban de arriba del cerrillo y le decían: "Juanito, Juan Dieguito".

Luego se atrevió a ir adonde le llamaban; no se sobresaltó un punto; al contrario, muy contento, fue subiendo al cerrillo, a ver de dónde le llamaban. 

Cuando llegó a la cumbre, vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.

Llegado a su presencia, se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su vestidura era radiante como el sol; el risco en que se posaba su planta flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas, y relumbraba la tierra como el arco iris.

Los mezquites, nopales y otras diferentes hierbecillas que allí se suelen dar, parecían de esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban como el oro.

Se inclinó delante de ella y oyó su palabra muy blanda y cortés, cual de quien atrae y estima mucho. Ella le dijo: "Juanito, el más pequeño de mis hijos, ¿a dónde vas?" Él respondió: "Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México Tlatilolco, a seguir cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros sacerdotes, delegados de nuestro Señor".

Ella luego le habló y le descubrió su santa voluntad, le dijo: "Sabe y ten entendido, tú, el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del cielo y de la tierra.

Deseo vivamente que se me erija aquí un templo para en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre; a ti, a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores.

Y para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que mucho deseo, que aquí en el llano me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y admirado y lo que has oído.

Ten por seguro que lo agradeceré bien y lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que ya has oído mi mandato, hijo mío el más pequeño, anda y pon todo tu esfuerzo".

Al punto se inclinó delante de ella y le dijo: "Señora mía, ya voy a cumplir tu mandado; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo" Luego bajó, para ir a hacer su mandado; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.

Habiendo entrado en la ciudad, sin dilación se fue en derechura al palacio del obispo, que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba don fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco. Apenas llegó, trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle y pasado un buen rato vinieron a llamarle, que había mandado el señor obispo que entrara.

Luego que entro, se inclinó y arrodilló delante de él; en seguida le dio el recado de la Señora del Cielo; y también le dijo cuanto admiró, vio y oyó. Después de oír toda su plática y su recado, pareció no darle crédito; y le respondió: "Otra vez vendrás, hijo mío y t e oiré más despacio, lo veré muy desde el principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido".
Él salió y se vino triste; porque de ninguna manera se realizó su mensaje.

SEGUNDA APARICIÓN

En el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrillo y acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo donde la vio la vez primera.

Al verla se postró delante de ella y le dijo: "Señora, la más pequeña de mis hijas, Niña mía, fui a donde me enviaste a cumplir tu mandado; aunque con dificultad entré a donde es el asiento del prelado; le vi y expuse tu mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con atención; pero en cuanto me respondió, pareció que no la tuvo por cierto, me dijo: "Otra vez vendrás; te oiré más despacio: veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido..."

Comprendí perfectamente en la manera que me respondió, que piensa que es quizás invención mía que Tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no es de orden tuya; por lo cual, te ruego encarecidamente, Señora y Niña mía, que a alguno de los principales, conocido, respetado y estimado le encargues que lleve tu mensaje para que le crean porque yo soy un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola, soy hoja, soy gente menuda, y Tú, Niña mía, la más pequeña de mis hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.

Perdóname que te cause gran pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña mía". Le respondió la Santísima Virgen: "Oye, hijo mío el más pequeño, ten entendido que son muchos mis servidores y mensajeros, a quienes puedo encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo punto preciso que tú mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se cumpla mi voluntad.

Mucho te ruego, hijo mío el más pequeño, y con rigor te mando, que otra vez vayas mañana a ver al obispo. Dale parte en mi nombre y hazle saber por enero mi voluntad, que tiene que poner por obra el templo que le pido.

Y otra vez dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía”. Respondió Juan Diego: ”Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena gana iré a cumplir tu mandado; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni tengo por penoso el camino.

Iré a hacer tu voluntad; pero acaso no seré oído con agrado; o si fuere oído, quizás no se me creerá. Mañana en la tarde, cuando se ponga el sol, vendré a dar razón de tu mensaje con lo que responda el prelado. Ya de ti me despido, Hija mía la más pequeña, mi Niña y Señora. Descansa entre tanto”.

Luego se fue él a descansar a su casa. Al día siguiente, domingo, muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco, a instruirse en las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver enseguida al prelado.

Casi a las diez, se presentó después de que oyó misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor obispo. Apenas llegó, hizo todo empeño por verlo, otra vez con mucha dificultad le vio: se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el mandato de la Señora de Cielo; que ojalá que creyera su mensaje, y la voluntad de la Inmaculada, de erigirle su templo donde manifestó que lo quería.

El señor obispo, para cerciorarse, le preguntó muchas cosas, dónde la vio y cómo era; y él refirió todo perfectamente al señor obispo. Mas aunque explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado, que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, no le dio crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal; para que se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del Cielo. Así que lo oyó, dijo Juan Diego al obispo: “Señor, mira cuál ha de ser la señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me envía acá”. Viendo el obispo que ratificaba todo, sin dudar, ni retractar nada, le despidió.

Mandó inmediatamente a unas gentes de su casa en quienes podía confiar, que le vinieran siguiendo y vigilando a dónde iba y a quién veía y hablaba. Así se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó por la calzada; los que venían tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente Tepeyácac, lo perdieron; y aunque más buscaron por todas partes, en ninguna le vieron. Así es que regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo.

Eso fueron a informar al señor obispo, inclinándole a que no le creyera, le dijeron que no más le engañaba; que no más forjaba lo que venía a decir, o que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que si otra vez volvía, le habían de coger y castigar con dureza, para que nunca más mintiera y engañara.

TERCERA APARICIÓN

Entre tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la respuesta que traía del señor obispo; la que oída por la Señora, le dijo: “Bien está, hijo mío, volverás aquí mañana para que lleves al obispo la señal que te ha pedido; con eso e creerá y acerca de esto ya no dudará ni de ti sospechará y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete ahora; que mañana aquí te aguardo”.

Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió, porque cuando llegó a su casa, un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado la enfermedad, y estaba muy grave. Primero fue a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.

Por la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera, y viniera a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se levantaría ni sanaría. El martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a la ladera del cerrillo del Tepeyácac, hacia el poniente, por donde tenía costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver la Señora, y en todo caso me detenga, para que llevase la señal al prelado, según me previno: que primero nuestra aflicción nos deje y primero llame yo deprisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está ciertamente aguardando”.

Luego, dio vuelta al cerro, subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del Cielo.

CUARTA APARICIÓN

Pensó que por donde dio vuelta, no podía verle la que está mirando bien a todas partes.

La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del cerro y le dijo: “¿Qué hay, hijo mío el más pequeño? ¿Adónde vas?” ¿Se apenó él un poco o tuvo vergüenza, o se asustó?.
Juan Diego se inclinó delante de ella; y le saludó, diciendo: “Niña mía, la más pequeña de mis hijas. Señora, ojalá estés contenta. ¿Cómo has amanecido? ¿Estás bien de salud, Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío; le ha dado la peste, y está para morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar uno de los sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle; porque desde que nacimos, venimos a aguardar el trabajo de nuestra muerte.
Pero si voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname; tenme por ahora paciencia; no te engaño, Hija mía la más pequeña; mañana vendré a toda prisa”. Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen: “Oye y ten entendido, hijo mío el más pequeño, que es nada lo que te asusta y aflige, no se turbe tu corazón, no temas esa enfermedad, ni otra alguna enfermedad y angustia. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra? ¿No soy yo tu salud? ¿No estás por ventura en mi regazo? ¿Qué más has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella: está seguro que ya sanó”.


(Y entonces sanó su tío según después se supo). Cuando Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo, se consoló mucho; quedó contento. Le rogó que cuanto antes le despachara a ver al señor obispo, a llevarle alguna señal y prueba; a fin de que le creyera.

La Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrillo, donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el más pequeño, a la cumbre del cerrillo, allí donde me vise y te di órdenes, hallarás que hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; Enseguida baja y tráelas a mi presencia”.

Al punto subió Juan Diego al cerrillo y cuando llegó a la cumbre se asombró mucho de que hubieran brotado tantas variadas, exquisitas rosas de Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se encrudecía el hielo; estaban muy fragantes y llenas de rocío, de la noche, que semejaba perlas preciosas.

Luego empezó a cortarlas; las juntó y las echó en su regazo. Bajó inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes rosas que fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el más pequeño, esta diversidad de rosas es la prueba y señal que llevarás al obispo.


Le dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente te ordeno que sólo delante del obispo despliegues tu manta y descubras lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre del cerrillo que fueras a cortar flores; y todo lo que viste y admiraste; para que puedas inducir al prelado a que te dé su ayuda, con objeto de que se haga y erija el templo que he pedido”.

Después que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la calzada que viene derecho a México: ya contento y seguro de salir bien, trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que algo se le soltara de las manos, y gozándose en la fragancia de las variadas hermosas flores.

Al llegar al palacio del obispo, salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado. Les rogó le dijeran que deseaba verle, pero ninguno de ellos quiso, haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya le conocían, que sólo los molestaba, porque les era importuno; y, además, ya les habían informado sus compañeros, que le perdieron de vista, cuando habían ido en su seguimiento.

Largo rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí, de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él para ver lo que traía y satisfacerse.

Viendo Juan Diego que no les podía ocultar lo que tría y que por eso le habían de molestar, empujar o aporrear, descubrió un poco que eran flores, y al ver que todas eran distintas rosas de Castilla, y que no era entonces el tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que estuvieran muy frescas, tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.

Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres veces que se atrevieron a tomarlas; no tuvieron suerte, porque cuando iban a cogerlas, ya no se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o cosidas en la manta.

Fueron luego a decir al obispo lo que habían visto y que pretendía verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que aguardaba, queriendo verle. Cayó, al oírlo el señor obispo, en la cuenta de que aquello era la prueba, para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. 

Enseguida mandó que entrara a verle.
Luego que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje. Dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi Ama, la Señora del Cielo, Santa María, preciosa Madre de Dios, que pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su voluntad.

Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides, alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad. Hoy muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto lo cumplió: me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes yo la viera, a que fuese a cortar varias rosas de Castilla.

Después me fui a cortarlas, las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo, para que te las trajera y a ti en persona te las diera. Aunque yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar en que se den flores, porque sólo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites, no por eso dudé; cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo miré que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y exquisitas rosas de Castilla, brillantes de rocío que luego fui a cortar.

Ella me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en ellas veas la señal que pides y cumplas su voluntad; y también para que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje. He las aquí: recíbelas”.

Desenvolvió luego su blanca manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella y apareció de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyácac, que se nombra Guadalupe.


Luego que la vio el señor obispo, él y todos los que allí estaban se arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron; se entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el corazón y con el pensamiento.

El señor obispo, con lágrimas de tristeza oró y pidió perdón de no haber puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie, desató del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se dibujó y apareció la señora del Cielo.

Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día más permaneció Juan Diego en la casa del obispo que aún le detuvo. Al día siguiente, le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora del Cielo que le erija su templo”.
Inmediatamente se convidó a todos para hacerlo. No bien Juan Diego señaló dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse.

Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino, el cual estaba muy grave, cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.
Pero no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar, vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.

Se asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino, a quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.

Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyácac la Señora del Cielo; La que, diciéndole que no se afligiera, que ya su tío estaba bueno, con que mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor obispo para que le edificara una casa en el Tepeyácac. Manifestó su tío ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se aparecía a su sobrino; sabiendo por ella que le había enviado a México a ver al obispo.

También entonces le dijo la Señora que, cuando él fuera a ver al obispo, le revelara lo que vio y de qué manera milagrosa le había sanado; y que bien la nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen, la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.

Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguara delante de él. A entrambos, a él y a su sobrino, los hospedó el obispo en su casa algunos días, hasta que se erigió el templo de la Reina del Tepeyácac, donde la vio Juan Diego.

El Señor obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada Señora del Cielo; la sacó del oratorio de su palacio, donde estaba, para que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.
La ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen, y a hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa imagen.

Abrazos, besos y bendiciones

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