domingo, 22 de diciembre de 2013

LITURGIA: Gesto cuaresmal solidario


“Y porque somos sus colaboradores, los exhortamos a no recibir en vano la gracia de Dios”. (2 Cor 6,2)
Una de las cosas más desgastantes que nos puede suceder es caer en las garras del acostumbramiento. Tanto a lo bueno como a lo malo. Cuando el esposo o la esposa se acostumbra al cariño y a la familia, entonces se deja de valorar, de dar gracias y de cuidar delicadamente lo que se tiene. Cuando nos acostumbramos al regalo de la fe, la vida cristiana se hace rutina, repetición, no da sentido a la vida, deja de ser fermento. El acostumbramiento es un freno, un callo que aprisiona al corazón, vamos “tirando” y perdemos la capacidad de “mirar bien” y dar respuesta.

¡Estamos en riesgo!. Como sociedad poco a poco nos hemos acostumbrado a oír y a ver, a través de los medios de comunicación, la crónica negra de cada día; y lo que aún es peor, también nos acostumbramos a tocarla y a sentirla a nuestro alrededor sin que nos produzca nada o, a lo sumo, un comentario superficial y descomprometido. La llaga está en la calle, en el barrio, en nuestra casa, sin embargo, como ciegos y sordos convivimos con la violencia que mata, destruye familias y barrios, aviva guerras y conflictos en tantos lugares, y la miramos como una película más. El sufrimiento de tantos inocentes y pacíficos dejó de cachetearnos, el desprecio a los derechos de las personas y de los pueblos, la pobreza y la miseria, el imperio de la corrupción, de la droga asesina, de la prostitución obligada e infantil pasaron a ser moneda corriente, y pagamos sin pedir recibo aunque tarde o temprano se nos va a pasar la factura.

Todas estas realidades, y muchas más, no son mudas, nos gritan a cada uno de nosotros y nos hablan de nuestra limitación, de nuestra debilidad, de nuestro pecado… a pesar de que “nos hayamos acostumbrado”.

El acostumbramiento nos dice seductoramente que no tiene sentido tratar de cambiar algo, que no podemos hacer nada frente a esta situación, que siempre ha sido así y que sin embargo sobrevivimos. Por el acostumbramiento, dejamos de resistirnos permitiendo que las cosas “sean lo que son”, o lo que algunos han decidido que “sean”.

La Cuaresma, providencialmente, viene a despabilarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, en nuestro andar por inercia. Las palabras de Joel son una clara invitación: vuelvan a Dios. ¿Por qué? Porque algo no va bien en nosotros mismos, en la sociedad o en la Iglesia, y necesitamos cambiar, dar un viraje, convertirnos. Sí es posible algo nuevo, sencillamente porque nuestro Dios fiel sigue siendo rico en bondad y misericordia y está siempre dispuesto a perdonar y empezar de nuevo.

Somos invitados a emprender un camino cuaresmal, un camino que incluye la cruz y la renuncia, camino de penitencia real y no superficial, de un ayuno de corazón y no por la ocasión - “Desgarren su corazón y no sus vestiduras” - (Joel 2, 12)

Un camino en el cual, desafiando el acostumbramiento abramos bien los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón para dejarnos “descolocar” por lo que sucede a nuestro alrededor. Cuando miramos con hondura y no nos damos respuestas prearmadas, la vida de nuestros hermanos con sus angustias y esperanzas nos va descolocando y nos pone en un lugar distinto no exento de riesgos. Pero sólo así, ahí, cuando su sufrimiento nos toque hiriéndonos y el sentimiento de impotencia se haga más profundo y nos duela, encontraremos nuestro camino real hacia la pascua. – “A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él”- (2 Cor 5,21)

Sólo como un signo de lo que debe ser nuestra actitud vital de discípulos a lo largo de todo el año se inscribe el gesto Solidario de Cuaresma que realizamos en la Arquidiócesis desde hace varios años. Entrenar el corazón para no mutilar nuestra capacidad de asombro y de dolor; para que la realidad no nos sea indiferente y podamos con gestos concretos experimentar que no “hemos recibido en vano la gracia de Dios”.

Así como lo dije en la Misa por las víctimas del terremoto en Haití, le pedimos a la Virgen que se meta en nuestro corazón, nos señale tantos dolores y nos empuje a hacer oración, penitencia, limosna, despojo de algo que nos guste o que tengamos en favor de Jesús en los demás.

Y recemos unos por otros para que el ejercicio del amor al prójimo nos haga crecer en el amor a Dios, a quien buscamos desde nuestro corazón, a quien adoramos y con quien queremos encontrarnos.

Afectuosamente,

Cardenal Jorge Mario Bergoglio s.j.

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