Queridos amigos y hermanos del blog: mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre la decisión, del hoy Papa Emérito Benedicto XVI, de renunciar el ministerio petrino. Artículos excelentes, otros buenos, algunos deplorables y varios etcéteras, porque cualquiera se ha sentido con derecho y fundamento para opinar sobre algo tan sagrado que se ha decidido en la intimidad de la conciencia de un hombre de Dios y ante Dios.
Hay un escrito que me ha llamado mucho la atención por la claridad de sus conceptos y por una idea fuerza contundente: ¡Por favor, que alguien le pida perdón a Benedicto XVI! Está escrito por Diego Contreras, profesor de Análisis de la información y su práctica en la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Santa Cruz, en Roma; él ha desarrollado parte de su experiencia profesional como corresponsal en Italia y en El Vaticano. Dicho artículo el autor lo publicó el pasado 27 de febrero en su Blog: “La Iglesia en la prensa” y a continuación se los comparto:
¡Por favor, que alguien le pida perdón a Benedicto XVI!
Admito que me ha venido un nudo a la garganta al escuchar los últimos discursos de Benedicto XVI, especialmente el que dirigió esta mañana en su última audiencia general. No me refiero solo a la emotividad por el hecho de haber podido asistir personalmente a una despedida única, sino al escucharle de nuevo dar las gracias y afirmar que nunca se ha sentido solo.
Benedicto XVI se ha ganado el afecto de la gente, pero se lo ha tenido que ganar a pulso. Ha superado muchos estereotipos; entre otros, estos: que era un “profesor” al que nadie le entendería (véase el encuentro con niños de primera comunión); que estaría encerrado en el Vaticano (24 viajes internacionales); que carecía de carisma para la juventud (tres JMJ con record de asistencias); que era poco dialogante con otras religiones (ha llevado a nuevos niveles las relaciones con hebreos y musulmanes); y también poco abierto intelectualmente (ningún Papa antes había merecido tanta atención por parte de intelectuales no cristianos).
BXVI ha sido al final un Papa muy querido, pero también –no lo podemos olvidar- muy insultado. Con la clase que le caracteriza, no tuvo ni una palabra de reproche ni tan siquiera de suave recriminación, a pesar de que motivos no le faltaban. También fue víctima de algunas meteduras de pata e insuficiencias por parte de sus colaboradores, a las que tuvo que hacer frente personalmente. No puede ser que se vaya sin que nadie le pida públicamente perdón.
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