viernes, 20 de diciembre de 2013

El Corazón y el Cerebro



Corazón y Cerebro

“La Cruz es el signo cósmico por excelencia. Tan lejos como es posible remontarse en el pasado, la Cruz representa lo que une lo vertical y lo horizontal en su doble significación; ella hace participar, al movimiento que les es propio, de un solo centro, de un mismo generador…  Tiene inherentemente un sentido metafísico , este signo capaz de responder tan completamente a la naturaleza de las cosas.  


Al haberse convertido en el símbolo casi exclusivo de la crucifixión divina, la Cruz no ha hecho sino acentuar su significación sagrada. En efecto; si desde los orígenes ese signo fue representativo de las relaciones del mundo y el hombre con Dios, resultaba imposible no identificar la Redención y la Cruz, no clavar en la Cruz al Hombre cuyo Corazón es en el más alto grado representativo de lo divino en un mundo olvidado de ese misterio. 

Cristo es más que un hecho histórico, más que el gran Hecho de hace dos mil años. Su figura es de todos los siglos. Surge de la tumba a donde baja el hombre relativo, para resucitar incorruptible en el Hombre divino, en el Hombre rescatado por el Corazón universal que late en el corazón del Hombre, y cuya .sangre se derrama para salvación del hombre y del mundo.


 Una forma particular e inferior de esta visión de la cruz, es la que podemos considerar  bajo el particularismo racional y ver en ella la representación de la razón o del cerebro. Desde este punto de vista lo racional representa todo lo que podemos colocar en esa cruz o eje de coordenadas cartesianas.  Todo ese campo racional es así determinado por la dualidad del eje horizontal o eje de abcisas y el eje vertical o eje de ordenadas. Estas dos determinaciones tienen origen en el cero, llamado el origen de coordenadas.
Centrados en esa cruz arquetípica podemos ver, como en la iconografía, que se encuentra entre el Sol y la Luna. 


A estas dos luminarias se las podría considerar como representantes, en el cielo, del corazón y el cerebro humanos. Así vistos representarían  los dos polos, es decir,  los dos elementos complementarios.  Estas dos luminarias, equilibradas con la cruz, su oposición se encuentra ya conciliada y resuelta.  Con todo, este punto de vista muestra su insuficiencia, pues deja subsistir, pese a todo, una dualidad: que hay en el hombre dos polos o dos centros, entre los cuales, por lo demás, puede existir antagonismo o armonía según los casos. En verdad cuando se lo encara desde arriba esta dualidad se vé como complementaria, pero desde un estado inferior  se la ve como oposición, desunión o descentramiento, y que, esta forma de ver caracteriza propiamente al hombre caído, o sea separado de su centro original. 


 En el momento mismo de la caída Adán adquiere “el conocimiento del bien y del mal” (Génesis, III, 22), es decir, comienza a considerar todas las cosas según el aspecto de la dualidad; la naturaleza dual del “Árbol de la Ciencia” se le aparece cuando se encuentra expulsado del lugar de la unidad primera, a la cual corresponde el “Árbol de Vida”.


Ya hemos dicho que el corazón se asimila al sol y el cerebro a la luna. Ahora bien; el sol y la luna, o más bien los principios cósmicos representados por estos dos astros, se figuran a menudo como complementarios, y en efecto, como repetimos, lo son desde cierto punto de vista; se establece entonces entre ambos una suerte de paralelismo o de simetría, ejemplos de lo cual sería fácil encontrar en todas las tradiciones.
Así, el hermetismo hace del sol y la luna (o de sus equivalentes alquímicos, el oro y la plata) la imagen de los dos principios, activo y pasivo, o masculino y femenino según otro modo de expresión, que constituyen ciertamente los dos términos de un verdadero complementarismo.


 Según las apariencias de nuestro mundo, el sol y la luna tienen efectivamente papeles comparables y simétricos, siendo, según la expresión bíblica, “los dos grandes luminares, el luminar mayor como regidor del día y el luminar menor como regidor de la noche” (Génesis, 1, 16); y algunas lenguas extremo-orientales (chino, annamita, malayo) los designan con términos que son, análogamente, simétricos, pues significan “ojo del día” y “ojo de la noche” respectivamente. Empero, si se va más allá de las apariencias, no es posible ya mantener esa especie de equivalencia, puesto que el sol es por sí mismo una fuente de luz, mientras que la luna no hace sino reflejar la luz que recibe de él. La luz lunar no es en realidad sino un reflejo de la luz solar; podría decirse, pues, que la luna, en cuanto “luminar”, no existe sino por el sol.


 Estas consideraciones nos indican que lo que es válido para el sol y la luna lo es también  para el corazón y el cerebro, o,  mejor dicho, de las facultades a las cuales corresponden esos dos órganos y que están simbolizadas por ellos, es decir, la inteligencia intuitiva y la inteligencia discursiva o racional. El cerebro, en cuanto órgano o instrumento de esta última, no desempeña verdaderamente sino un papel de “transmisor” o, si se quiere, de “transformador”; y no sin motivo se aplica la palabra “reflexión”  o “especulación” al pensamiento racional, por el cual las cosas no se ven sino como en espejo, quasi per speculum, como dice San Pablo.




 No sin motivo tampoco una misma raíz, man- o men-, ha servido en lenguas diversas para formar los numerosos vocablos que designan por una parte la luna (griego menê, inglés moon alemán Mond), y por otra la facultad racional o lo “mental” (sánscrito manas, latín mens, inglés mind), y también, consiguientemente, al hombre considerado más especialmente según la naturaleza racional por la cual se define específicamente (sánscrito mànava, inglés man, alemán Mann y Mensch). 


La razón, en efecto, que no es sino una facultad de conocimiento mediato, es el modo propiamente humano de la inteligencia; la intuición intelectual puede llamarse suprahumana, puesto que es una participación directa de la inteligencia universal, la cual, residente en el corazón, es decir, en el centro mismo del ser, allí donde está su punto de contacto con lo Divino, penetra a ese ser desde el interior y lo ilumina con su irradiación.


La luz es el símbolo más habitual del conocimiento; es, pues, natural representar por medio de la luz solar el conocimiento directo, es decir, intuitivo, que es el del intelecto puro, y por la luz lunar el conocimiento reflejo, es decir, discursivo, que es el de la razón. Como la luna no puede dar su luz si no es a su vez iluminada por el sol, así tampoco la razón puede funcionar válidamente, en el orden de realidad que es su dominio propio, sino bajo la garantía de principios que la iluminan y dirigen, y que ella recibe del intelecto superior.


 De esta raíz (Man, Men)  viene también el nombre del “mes” (latín mensis. inglés month, alemán Monat), que es propiamente la “lunación”, “menstruación”, “mensualidad”. A la misma. raíz pertenece igualmente la idea de “medida” (lat. mensura) y a la división o reparto. La luna mide el tiempo y el reparto como es representada en diversos ritos como por ejemplo los del ojo de Horus o los de división por siete en los ritos ceremoniales del ritual del peyote en la Iglesia Nativa Americana.


 La memoria se encuentra también designada por palabras similares (griego mnésis, mnêmosynê); en efecto, ella también no es sino una facultad “reflejante”, y la luna, en cierto aspecto de su simbolismo, se considera como representante de la “memoria cósmica”.
El altar del fuego en el ritual del peyote. El fuego representando al sol y las brasas y cenizas repartidas están conformadas en la luna.

  De esta raíz también proviene el nombre de la Minerva (o Menerva) de los etruscos y latinos; es de notar que la Athênea de los griegos, que le está asimilada, se considera nacida del cerebro de Zeus y tiene por atributo la lechuza, la cual, en su carácter de ave nocturna, se refiere también al simbolismo lunar; a este respecto, la lechuza se opone al águila, que, al poder mirar al sol de frente, representa a menudo la inteligencia intuitiva o la contemplación directa de la luz inteligible.

El Espíritu sobre las aguas
Entre los estados  de la inteligencia en virtud de los cuales alcanzamos la verdad, hay unos que son siempre verdaderos y otros que pueden dar en el error. El razonamiento está en este último caso; pero el intelecto es siempre conforme a la verdad, y nada hay más verdadero que el intelecto.  De esta manera el conocimiento de los principios, o conocimiento metafísico, no es una ciencia sino que es un modo de conocimiento, superior al conocimiento científico o racional.  Así concebido solo el intelecto es más verdadero que la razón que edifica la ciencia; por lo tanto, los principios pertenecen al intelecto.  Sobre el carácter intuitivo del intelecto, Aristóteles  dice: “No se demuestran los principios, sino que se percibe directamente su verdad”.    Santo Tomás de Aquino también repetía:  “La Razón designa un discurrir por el cual el alma humana llega a conocer una cosa a partir de otra; pero intelecto parece designar un conocimiento simple y absoluto (de modo inmediato, en una primera y súbita captación, sin movimiento o discurso alguno) De Veritate,   


Esta percepción directa de la verdad, esta intuición intelectual y suprarracional,  es verdaderamente el “conocimiento del corazón”, según una expresión frecuente en las doctrinas orientales. Tal conocimiento, por lo demás, es en sí mismo incomunicable; es preciso haberlo “realizado”, por lo menos en cierta medida, para saber qué es verdaderamente; y todo cuanto pueda decirse no da sino una idea más o menos aproximada, inadecuada siempre.

El ojo de Horus y sus partes

La razón no es sino una participación más o menos lejana, un reflejo más o menos indirecto, como la luz de la luna no es sino un pálido reflejo de la del sol. El “conocimiento del corazón” es la percepción directa de la luz inteligible, esa Luz del Verbo de que habla San Juan al comienzo de su Evangelio, Luz irradiante del “Sol espiritual” que es el verdadero “Corazón del Mundo”.


Si como dice Goya en uno de sus grabados vistos bajo la perspectiva de la revolucionaría “luz de la razón”: “El sueño de la razón produce monstruos”. Imaginémonos que tipo de seres pueden aparecer bajo el sueño del intelecto.

Esta visión complementaria del Sol y de la Luna a ambos lados de la Cruz la podemos relacionar con el hexagrama que aparece en la Basílica del Pilar y que representa el Sol sobre la Luna.

Li es el trigrama que representa al Sol y K'an el trigrama de la Luna

En la escritura ideogramática china el concepto “Pensar” (Sy) se escribe mediante la unión del pictograma “tián” que representa un campo, un terreno roturado y el pictograma “hsin” que representa un corazón y que tiene sentido también de fuego, centro, lo íntimo, espíritu, voluntad, idea, ambición, alma.


Así podemos ver que en la concepción china el acto de pensar viene determinado por la unión del corazón y del campo o cerebro.  Un “campo”, de alguna manera, es un terreno racional con sus ejes de coordenadas y es adecuado para representar el cerebro.









Si añadimos al ideograma sy, pensar el pictograma li, espada; tendremos escrito la idea de penetración, agudeza de pensamiento, análisis, dicernimiento. La espada está siempre relacionada simbólicamente al acto de separar la verdad de la mentira.


Fuxi y su consorte Nu-gua entre el Sol y la Luna. Ella porta un compás y el una escuadra. Los fundadores de la tradición china están representados como la conjunción de los opuestos; el cuadrado y el círculo, lo femenino y lo masculino, el Sol y la Luna.

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