La tradición dice que Jesús nació justo aquí, en Belén.
Ya dijimos que Su Santidad, Benedicto XVI, dio un disgusto a los hacedores de belenes con su libro La infancia de Jesús. En esta obra, el docto Ratzinger intenta (de)mostrar la figura histórica de Cristo. Pretende mostrar hechos razonables, racionales e históricos que otorguen veracidad al caso. ¿Para qué?
Ésta es una constante que se da muy a menudo. Los hay que se emperran en buscar explicaciones racionales a las Plagas de Egipto y describen sucesos naturales parecidos, como si tal cosa dejara claro, muy claro, clarito, que las plagas acaecieron y que entonces la Biblia no miente. Quod erat demostrandum.
Pero qué ganas de quitarle a Dios el mérito de los milagros, caramba. Además, la función de la Biblia no es histórica, es religiosa. Si de vez en cuando aparece la Historia, no es la intención del autor ser riguroso con ella. La Biblia no puede compararse con las Historias de Heródoto, que sí que pueden ser cuestionadas y criticadas históricamente.
Su Santidad no se libra de la manía de querer vestir un suceso mágico (milagroso) de ciencia. Pero he leído hace poco que no ha dado pie con bola al mentar los hechos científicos en su libro más reciente.
Por poner un ejemplo. Su Santidad afirma que la estrella de Belén fue una supernova que explotó entre el 8 y el 6 aC. Lo cierto es que no existen trazas de esa supuesta supernova. Pero la hipótesis de la supernova se ha repetido tantas veces que hay quien se la cree.
Si la señal en el cielo no era una luz brillante, sino una conjunción astral extraordinaria, se apunta una alineación de Marte, Júpiter y no sé quién más (Venus) entre el 7 y el 6 aC. Miel sobre hojuelas. La supernova y una carta astral favorable. Lástima que tal conjunción fuera seguramente invisible porque el Sol la ocultaba a la vista. Pero, en fin, ahí está la conjunción, que más que una señal en el cielo era una línea en una cábala astrológica.
¿Por qué este empeño en fechar el nacimiento de Jesús hacia el 8 aC, más o menos? Porque hay que mentar al rey Herodes I, muerto en el 4 aC, poco después. Sin Herodes, no hay Matanza de los Inocentes, Magos o exilio en Egipto, por ejemplo. La historia de la más tierna infancia de Jesús se construye alrededor de este tirano y de su nacimiento en Belén.
Sin embargo, queda pendiente un detalle: ¿Qué hacía la Sagrada Familia en Belén? Se trasladó allí porque Quirino, gobernador de Siria, provincia de Roma, estaba haciendo un censo de los habitantes del lugar. Tal dicen los Evangelios. Una excusa muy razonable, si no fuera porque Quirino fue nombrado en el cargo en 6 dC, diez años después de morir Herodes I.
Tenemos un problema muy serio si pretendemos dar credibilidad histórica a los Evangelios: se contradicen entre sí y nos quedamos sin saber qué parte es histórica y qué parte no lo es. No sabemos cuándo o dónde nació Jesús basándonos en la Biblia. En alguna parte entre el 8 aC y el 8 dC. Menudo lío.
Si consideramos que estos textos no tienen una función histórica, sino ideológica, religiosa o doctrinal, desaparece el problema. Para un creyente, lo importante no es que Cristo naciera tal día de tal año, sino que naciera, para darle un sentido a ese nacimiento. Dónde o cuándo nació es un problema histórico muy interesante, pero no hay datos que permitan resolverlo con certeza. En el fondo, la Historia no tiene ningún sentido, sólo el que le dan los historiadores.
Iglesia de la Natividad, Belén
Después de la entrada principal está el antiguo nártex y una puerta sencilla de madera da acceso al interior. El interior de la iglesia contiene cuatro filas de pilares de piedra caliza roja.
Historia de la pequeña Iglesia.
"Pero tú, Belén Efrata, quien eres pequeña para estar entre los miles de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; cuyos orígenes son de antiguo, desde los días de la eternidad" (Miqueas 5:2).
En el año 326, Santa Helena, la madre del emperador Constantino ordenó la construcción de una iglesia sobre la cueva, culminada en 339. Se trataba de un pequeño edificio de planta octogonal con un espacio de 4 m de diámetro en el centro, donde se hallaba una cueva venerada como el lugar del nacimiento de Cristo.
Fue el obispo Makarios de Jerusalén el responsable de la obra, que la emprendió a continuación del Primer Concilio de Nicea en el 325.
De esa primera iglesia quedan algunos mosaicos, aún visibles, que ilustran la genealogía de Jesús según el evangelio de Mateo , además de composiciones florales y geométricas.
En 384, Jerónimo tomó residencia en Belén y dos años más tarde se reunieron con él Paula y su hija Eustoquio. Jerónimo escribió allí una nueva traducción del Antiguo y el Nuevo Testatemento (la Vulgata). La tumba de Paula, Eustoquio y Jerónimo están bajo la iglesia al lado de la cueva de Jesús.
Un incendio destruyó aquella iglesia, por lo que en el 530 Justiniano edificó la basílica actual.
Fue por casualidad que este edificio escapó a la destrucción durante la invasión persa de 614 D.C. Los persas la pasaron de largo porque vieron un mosaico en la fachada con una imagen de un Magi vestido con la indumentaria típica persa. Fue la única iglesia en el país que no destruyeron.
El acceso principal a la Basílica es por medio de una puerta muy pequeña. Los visitantes deben entrar agachándose.
Originalmente, la iglesia tenía tres entradas, dos de las cuales han sido bloqueadas. Los Cruzados reformaron el portal central y más alto de la puerta de la iglesia justiniana. La pequeña entrada actual fue construída durante la era otomana para prevenir que hombres montados a caballo pudieran ingresar en la Basílica. Esta motivación que pudiera interpretarse como un recurso práctico para evitar esas profanaciones, de alguna manera ha dado una interpretación simbólica providencial a esa pequeña entrada, llamada la “Puerta de la Humildad” que nos obliga, para entrar, a convertirnos en niños: “el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos”.
La fuente bautismal octogonal estaba originalmente ubicada cerca del altar elevado de la iglesia del siglo VI. La inscripción dice “Para recordación, descanso y redención de pecados de aquéllos cuyos nombres conoce el Señor”.
Unos peldaños descienden de ambos costados del altar hacia la cueva del nacimiento. Una estrella de plata sobre el Altar de la Natividad marca el punto donde nació Jesús. La estrella original fue colocada por la iglesia romana en 1717 pero la quitaron los griegos en 1847.
A ésta gruta se desciende por unas escaleras semicirculares, que dan paso a un estrecho pasaje.
Al interior, en un espacio recubierto de mármol, se ubica una estrella de plata que marca el punto donde se dice que nació Jesús, y que lleva la inscripción Hic Virgine Maria Jesus Christus natus est. AQUÍ NACIÓ JESUCRISTO DE LA VIRGEN MARÍA.
Hic, AQUÍ: la palabra mágica Cuando la misa se celebra en latín, la palabra HIC se emplea en la consagración, como pronombre, para expresar la presencia real de Cristo en la Eucaristía.
Reflexiones sobre la Ingenuidad
"Les aseguro que si no cambian y vuelven a ser como niños no podrán entrar en el Reino de los Cielos". Mt 18,3
En latín, el adjetivo ingenuus significaba ‘natural’, ‘puro’, ‘no alterado’, y se aplicaba también a los hombres nacidos libres, a los ciudadanos del Imperio. En tiempos de Cicerón (siglo I a. C.) el sentido de esta palabra ya se había extendido para calificar a un hombre probo, honesto, recatado.
Lucrecio usaba la expresión ingenuus fontes para referirse a ‘manantiales límpidos’ y, pocos años más tarde, Tito Livio expresaba: Nihil ultra quam ingenui (Nada más que hijos legítimos).
Ingenuus provenía de gignere ‘engendrar’, ‘generar’ con el prefijo -in, para significar ‘nacido dentro’. No solamente utilizado en sentido lato como, el nacido en el país o en la familia, si no en amplio sentido de nacido en el "Centro".
En textos de Alfonso X el Sabio, ingenuo conservaba aún ese significado, pero en algún momento el sentido de ‘honestidad’ y ‘recato’ cedió su lugar a la denotación actual de ‘cándido’ o ‘inocente’.
La base prehistórica indoeuropea genu-, que significaba ‘rodilla’, se conserva en el idioma francés , aunque en español no entró como nombre de esa parte de la pierna. Sin embargo está presente en la forma como llamamos al acto de arrodillarse: genuflexión, del latín genu flexio, literalmente, ‘doblar la rodilla’.
Debemos tener en cuenta que el 25 de Diciembre es conocido en el mundo clásico como la “Janua Coelli” o puerta de los dioses. Puerta solsticial de la que parte el Sol para elevarse y que se encuentra en el signo de la “rodilla” o Capricornio.
Otra de las palabras derivadas de genu- es genuino. Proviene de una antigua costumbre de los etruscos, heredada por los romanos, por la cual un padre ponía a su hijo recién nacido sobre la rodilla para expresar que lo reconocía como suyo, o sea, declararlo genuino. La rodilla descubierta denota, en la iconología, al hombre iniciado en los misterios, al santo y sabio.
También una rodilla desnuda se interpreta como señal de clemencia. Cito textualmente lo que encontré:
"La Justicia es justa con la balanza; es potente y severa con la espada, es imparcial y terrible con la venda; es clemente y benigna con esa rodilla desnuda que, desde la época clásica, es el lugar del cuerpo humano en el cual residen la piedad y la benignidad, la magnanimidad y la clemencia del poderoso"
La palabra rodilla tiene en hebreo bíblico unas connotaciones que se relacionan íntimamente con el simbolismo de Belén y del nacimiento del Hijo. Rodilla se escribe ברך berekh y בכר bekor, su anagrama, es el «primer nacido». A su vez la palabra conformada por sus mismas letras ברך barakh es el verbo «bendecir»: gesto divino que propulsa el «creced, multiplicaos y colmad la tierra», orden dada por Elohim a Adám. Esta pabra se compone de בר bar «grano de trigo», también «joven hijo», y la caf final es signo de germen cósmico ( ר ), tengamos en cuenta que Belén en Hebreo se dice Beth-lehem o "Casa del Pan".
Como estamos acostumbrados a percibir, la ingenuidadad está denostada en nuestro tiempo. El espíritu orgulloso que preside el ambiente mental que nos envuelve permite, de esta forma, atribuir un espíritu ingenuo a los demás y así se procura el medio más sencillo para realzarse uno mismo, y es tanto más fácil y seductor cuanto que se funda en parte sobre comprobaciones exactas, aunque fragmentarias y a interpretaciones arbitrarias.
En primer lugar sería necesario entenderse acerca de la noción misma de ingenuidad: si ser ingenuo es ser directo y espontáneo e ignorar el disimulo y los subterfugios, y también sin duda ciertas experiencias, muchos de nosotros efectivamente poseemos una cierta ingenuidad; pero si ser ingenuo es simplemente estar desprovisto de inteligencia y sentido crítico y ser accesible a todos los engaños, ciertamente no hay razón alguna para admitir que los racionalistas sean menos ingenuos que los creyentes.
En cualquier caso hay pocas cosas que este ser «insularizado» que es «el hombre de nuestro tiempo» soporte menos que el riesgo de parecer ingenuo; que perezca todo el resto con tal de que el sentimiento de no dejarse engañar por nada quede a salvo. En realidad, la más grande de las ingenuidades es creer que el hombre pueda escapar a cualquier ingenuidad en todos los planos y que le sea posible ser integralmente inteligente por sus propios medios; queriendo ganar todo por la astucia se acaba por perder todo en la ceguera y la impotencia.
En este sentido, la ingenuidad más flagrante es no darse cuenta que la pretensión de «volver a partir de cero» en todos los planos, o este autodesarraigo sistemático —e indeciblemente insolente— con que se caracterizan algunas tendencias del mundo contemporáneo.
Un hecho que puede inducir a error, y que no se deja de explotar, es la analogía entre la infancia de los individuos y la de los pueblos; pero esta analogía no es más que parcial, y en cierto aspecto incluso inversa, al ser la colectividad en este aspecto lo contrario —o la imagen invertida— del individuo. En efecto, mientras que en el individuo es la vejez la que representa normalmente la sabiduría, ésta coincide en la colectividad tradicional —y también en la humanidad tomada en su conjunto— con el origen, es decir, con los «tiempos apostólicos». Tiempos del Satya Yuga o «edad de oro», edad presidida por el planeta de la sabiduria y la vejez como es Saturno.
Este es un período en que el Cielo y la Tierra se tocan y donde los Angeles conversan con los hombres, la infancia del individuo desde cierto punto de vista es un tiempo de inocencia, de felicidad y cercanía del Cielo; hay, pues, una analogía directa con los ciclos de la colectividad de modo paralelo a una analogía inversa que sitúa la sabiduría en el origen de la vida colectiva y al final de la vida individual.
Paraíso taoísta con sus infantiles habitantes
Paraíso taoísta con sus infantiles habitantes
Si es «ingenuo» creer —porque se ve así— que la tierra es plana y que el cielo con los astros gira a su alrededor, no es menos «ingenuo» tomar al mundo sensible por el único mundo, o por el mundo total, y creer que la materia —o la energía si se prefiere— es la Existencia como tal.
Para entrar en la cueva de Belén es necesario agacharse o arrodillarse, de alguna manera “ser ingenuo”. Pretender que para acceder al nuevo nacimiento es necesario “progresar” en el sentido que tiene esta palabra actualmente, es negar lo que hay en el hombre de total e inalienable, se ridiculiza la intención divina que nos hace ser lo que somos y que ha consagrado nuestra naturaleza por el «Verbo hecho carne».
Ese ideal de humanidad continuando indefinidamente en progreso prueba que el hombre, si ha llegado a ser forzosamente menos ingenuo para algunas cosas, no ha aprendido nada en cuanto a lo esencial, por decir lo menos; la única cosa de la que es capaz el hombre abandonado a sí mismo es de «hacer los pecados más antiguos de la manera más nueva», como diría Shakespeare
En el mundo actual, esa especie de Babilonia donde la inteligencia y el poder se mide por el tamaño de la puerta, se desplaza a la ingenuidad y también a la inteligencia, y lo uno trae aparejado lo otro; se puede uno dar cuenta de ello al leer textos filosóficos de actualidad o críticas de arte moderno, donde se puede leer como se pretende adoptar la sutilidad de un escolástico y la sensibilidad de un trovador para decir que hace calor o frío. La apariencia de una inteligencia superior es aquí en realidad un descenso, la ignorancia y la ininteligencia se encuentran a gusto dentro de un refinamiento completamente superficial, y de ello resulta un clima que hace aparecer a la sabiduría bajo un aspecto de ingenuidad, de tosquedad y de ensueño.
En nuestros días, todo el mundo quiere parecer inteligente y una forma de conseguirlo es acudir a subterfugios como la manía de «desmixtificar» que permite darse aires de inteligente sin mucho esfuerzo, pues basta con decir que la reacción normal frente a un fenómeno es un «prejuicio» y que ya es hora de presentarlo fuera de la «leyenda».
El sabio o el santo tienen interiormente acceso a la Verdad concreta; la formulación más sencilla —sin duda la más «ingenua» puede constituir el umbral del Conocimiento más total y profundo .
Si la Biblia es ingenua, es un honor ser ingenuo; si los filosofismos negadores del Espíritu son inteligentes, no hay inteligencia. Detrás de la humilde creencia en un Paraíso situado en las nubes hay al menos un fondo de verdad inalienable y, sobre todo —y esto no tiene precio—, una realidad misericordiosa que nunca defrauda.
El misterio de la Natividad comporta un doble aspecto: el nacimiento del Verbo en el mundo (punto de vista macrocósmico) y el nacimiento del Verbo en el alma (punto de vista microcósmico). En estos dos aspectos, el Niño Jesús ocupa una situación central; y al mismo tiempo es lo más pequeño posible para figurar «el Reino de los Cielos semejante a un grano de mostaza» (Mat, XIII, 3l-32).
Finalmente, el nacimiento del Verbo o el «renacimiento espiritual» del alma se realiza durante la «noche»; y por eso que tiene lugar en la «gruta» a medianoche y en el solsticio de invierno, fecha de la Navidad. La gruta con su interior sombrío, es iluminado solamente por la Estrella, símbolo de la Luz divina. El pesebre donde reposa el Niño Jesús tiene una forma hemisférica, complementaria a la de la Caverna, simbolizando las dos mitades del llamado «Huevo del Mundo».
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