
Benedicto XVI ha culminado su Audiencia General de hoy - la primera de este 2010 - con un apremiante llamamiento y su cercanía al pueblo de Haití, que acaba de sufrir un trágico terremoto de 7 grados en la escala de Richter: «Deseo dirigir un llamamiento ante la dramática situación en que se encuentra Haití. Mi pensamiento va, en particular, a la población duramente golpeada – hace pocas horas - por un devastador terremoto, que ha causado graves pérdidas en vidas humanas, un gran número de personas sin techo, de desaparecidos y de ingentes daños materiales. Invito a todos a unirse a mi oración al Señor por las víctimas de esta catástrofe y por aquellos que lloran su muerte».
En estas horas de dolor y necesidad, el Papa se ha dirigido a la comunidad internacional para que se ponga en marcha la ayuda urgente, asegurando asimismo la caridad activa e inmediata de la Iglesia católica: «Aseguro mi cercanía espiritual a quienes han perdido su vivienda y a todas las personas probadas de distinta manera por esta grave calamidad, implorando de Dios consuelo y alivio en sus sufrimientos. Apelo a la generosidad de todos, con el fin de que no falte a estos hermanos y hermanas que viven un momento de necesidad y de dolor, nuestra solidaridad y el apoyo activo de la comunidad internacional. La Iglesia católica se movilizará activa e inmediatamente a través de sus instituciones caritativas para salir al paso de las necesidades más inmediatas de la población».
Ante unos nueve mil fieles, en el Aula Pablo VI, el Papa ha dedicado su catequesis de esta audiencia general, al nacimiento y al extraordinario desarrollo de las órdenes mendicantes que dieron a la Iglesia en el siglo XIII un nuevo impulso, promoviendo una renovación eclesial estable y profunda. Al lado de tristezas y experiencias negativas, vemos el florecimiento de las reformas y una renovación que demuestra “la interminable novedad de Dios, que da siempre nuevas fuerzas para ir hacia delante”.
La historia, ha dicho Benedicto XVI, atestigua que los santos son los verdaderos reformadores de la Iglesia y en este sentido jamás la han defraudado. Fue así también en el siglo XIII, cuando san Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán, supieron interpretar con inteligencia los signos de los tiempos y fundaron las órdenes mendicantes que toman su nombre precisamente del hecho que sus miembros recurrían humildemente al apoyo y a la ayuda económica de la población para vivir el voto de pobreza y cumplir así su misión.
La manera de vivir de las órdenes mendicantes permitió poner fin progresivamente al éxito de ciertos movimientos cuyas doctrinas eran incompatibles con la fe católica. La cualidad del testimonio de las órdenes mendicantes fue ejemplar. Ante todo, los que formaban parte de ellas llegaron a ser maestros espirituales que desplegaron una intensa actividad en la predicación ayudando a los fieles a alimentar y a profundizar su vida con la oración y la fe.
Nacieron así las tres órdenes franciscanas y la dominica. Todas ellas supieron favorecer la necesidad de una “santidad laica”. Rápidamente sus miembros se convirtieron en maestros intelectuales, pues su resplandor e influencia se extendió hasta el mundo de las universidades. Por “la caridad de la inteligencia” ellos jugaron un papel esencial en el desarrollo de la teología escolástica y contribuyeron también de manera notable al desarrollo del pensamiento occidental. Con esta renovación espiritual, las órdenes mendicantes ofrecieron al mundo y a la Iglesia una nueva etapa de juventud.
Este ha sido el resumen que de su catequesis el Papa ha hecho en español para los fieles de nuestra lengua presentes en el Aula Pablo VI del Vaticano.
“Queridos hermanos y hermanas: En el siglo trece surgieron las órdenes mendicantes, llamadas así porque buscaban la ayuda de la gente para poder vivir y cumplir su misión. Las más conocidas fueron los franciscanos y los dominicos, fundados por Francisco de Asís y Domingo de Guzmán, respectivamente, los cuales supieron enfrentarse a los desafíos de la Iglesia de su época. Frente a la pretensión de algunos que, anhelando una vida cristiana más autentica, se alejaban de la comunión eclesial, demostraron que era posible vivir la pobreza evangélica sin separarse de la Iglesia.
Se entregaron con incansable celo a la predicación, a la enseñanza y al acompañamiento espiritual de los fieles, satisfaciendo la necesidad que sentían de una vida espiritual más intensa. Supieron también adaptarse con flexibilidad a las necesidades pastorales provocadas por el crecimiento de las ciudades en detrimento de las zonas rurales. Participando activamente en la vida cultural de su tiempo, llegaron a incidir significativamente en el desarrollo del pensamiento. En definitiva, la aparición de las órdenes mendicantes es un ejemplo concreto de cómo lo santos son los auténticos reformadores de la Iglesia, capaces de promover una renovación eclesial estable y profunda.”
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