miércoles, 18 de enero de 2012

Sin buenas obras, no hay salvación posible


Hay que distinguir bien entre credulidad y fe, y entre fe divina y fe humana.

Credulidad es el vicio de los que aceptan como verdad o un hecho cualquier cosa que se les dice. No tienen espíritu crítico, ni saben lo que esto significa.

Fe o creencia es la aceptación mental de algo que se nos presenta como un hecho, y que por las razones que se aducen, o por la honorabilidad de la persona que nos habla, merece nuestra aquiescencia [consentimiento].

Fe humana es el acto mental en virtud del cual, y dada la honorabilidad de la persona que nos habla, y sólo en concepto de ella, creemos lo que nos comunica, aun cuando no lo comprendamos.

Fe divina o sobrenatural es la virtud por la cual aceptamos como verdades absolutas cuanto Dios nos ha revelado, y la Iglesia declara como materia de creencia obligatoria para salvarnos. El acento hay que ponerlo en el hecho de que Dios se nos ha dado a conocer a través de los profetas y de su Hijo, Jesucristo (He 1, 1), y que ha dado a su Iglesia -LA CATÓLICA, Y SÓLO A ELLA- sabiduría y poder para interpretarla (Jn 15, 16; Lc 16, 16).

Para que esta fe sea meritoria para el cielo, hay que trasladarla a la práctica, pues una fe sin obras, es cosa muerta (Stgo 2, 14-17). Y lo muerto nadie lo quiere.

Obras buenas

Obras buenas para el cielo son aquellas que, por su naturaleza, la buena intención y motivación de la gente merecen la aprobación de Dios.

Naturaleza quiere decir aquí, que la obra en sí y de por sí va destinada a beneficiar a alguien o a alguna cosa. Un vaso de agua fría dada al sediento, es por su naturaleza, una obra buena. Ofrecer una droga perjudicante es siempre malo.

Intención significa aquí que lo que la gente hace es para mayor gloria de Dios y el bien material o espiritual de la persona en quien recae la acción. Un millón de dólares dados para que se hable del donante en los periódicos no vale nada para el cielo.

Motivación es la última y principal razón por la que nos movemos a obrar. Para que una obra sea buena y aceptada por Dios tiene que hacerse, en primer lugar, para su mayor gloria. Puede haber otras razones aceptables, pero si está ausente esa motivación, ninguna obra será aceptable a Dios (Is 48, 11).

No las he contado, pero apostaría doble contra sencillo que no hay concepto más repetido en la Biblia que Dios es premiador de buenos y castigador de malos, como decía el sencillo catecismo que yo aprendí de pequeño.

El mejor texto que nos ofrece la Biblia para probar que las obras buenas son absolutamente necesarias para salvarnos lo tenemos en Mateo 25, 31 hasta el final. Sin descartar la fe, que para salvarnos es necesaria (Jn 3, 18), Jesús dirá a los buenos en el juicio universal: “Venid, benditos de mi Padre, a poseer el reino creado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber…” (Mt 25, 31-36).

A los malos, en cambio, les dirá con toda dureza: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber…” (Mt 25, 41-42).

Está claro, pues, que la fe es necesaria para salvarse; pero lo es también y con no menos claridad, que sin obras buenas, la fe sola no nos salvará.

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